El teniente Corson odiaba la guerra. Pero no se le había dado otra posibilidad que la de luchar: cuando uno nace en un tiempo dominado por la guerra, debe hacer la guerra, aunque le repugne. Sin embargo, cuando su nave estalló y el teniente Corson se vio proyectado junto con el temible Monstruo a las junglas de Uria, el planeta enemigo, se halló de repente ante la posibilidad de cambiar su destino y el de millones de seres, ante la posibilidad de trocar una guerra fraticida por una paz de más de seiscientos años. Y así inició su fantástico periplo a través del tiempo: visitó el planeta-mausoleo, conoció Aergistal, el infierno donde todas las batallas se libraban a la vez, oyó la voz de los dioses, y supo que tenía que volver sobre sus pasos y rehacer la historia para preservar un segmento de realidad que debía conducir hasta el fin de los tiempos, ganando así los más preciados dones del universo: la paz, y quizá también la inmortalidad…