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Los Secretos Del Anarquismo Asesinato De Canalejas Y El Caso Ferrer PDF

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Los secretos del Anarquismo PRÓLOGO DE E. Guardiola y Cardellach Miembro del Ilustri; Coiegio de Abogados de B.af.cei.ona MÉXICO 1913 M▼vMyyTUVfiTtTnyUyyMyy ▼X▼ K▼▼U M U M n My ^i ytyU ww PRÓLOGO Constant Leroy me pide un prólogo para su obra Los secretos del anarquismo. Ved qué coincidencias tiene la vida. Para un libro en que se desenmascara a los hipócritas leaders del anarquismo, se me pide un prólogo a mí, a mí cuya madre murió des­ pedazada por la metralla terrorista, a mí cuya familia fué aniquilada en un instante en la no­ che trágica que llenó de sangre y terror la vas­ ta sala del gran Teatro del Liceo de Barcelona. Y al acceder a los deseos de mi amigo Le­ roy, bien sabe Dios que no me mueve el más leve apetito de venganza; que aun cuando no llega mi alma al grado de perfección necesario para pracLicar la santa doctrina de devolver bien por mal, tampoco es tan imperfecta que se deje arrastrar por bajas pasiones, por más justificantes que las abonen. El libro de Constant Leroy es eminentemen­ te humanitario. El él hay revelaciones de tanta importancia, que bien pudiera causar, si no el exterminio, sí un gran quebranto para la secta terrorista a no privar en las altas esferas de la política de Europa doctrinas de libertad mal entendi­ da, o, mejor dicho, tal vez de libertinaje y que acaso, profundizando más, podríamos califi­ carlas de doctrinas del miedo. El autor cumple con un deber de conciencia dando al público este libro, que puede ser -de gran provecho para la humanidad; me invita a una colaboración modesta, como mía, y por un sentimiento de altruismo, acepto. Muéveme a ello también la picara vanidad de ver encabezado un libro de tanta trascen­ dencia con mi humilde firma. Altruismo y egoísmo, amalgamados, me mueven a escribir este prólogo. Podréis titularme de mal escritor, pero no de poco sincero. * * # * Constant Leroy no es un decepcionado. Es un regenerado. Nacido en Cartagena y después de haber estudiado en el Instituto de Murcia el bachi­ llerato, Constant pasó a vivir al Llano del Rea), pueblecillo murciano habitado por gran número de mineros. La amistad de un jovencito que había sido condiscípulo suyo, hizóle ingresar en una so­ ciedad republicana federal, en la cual, por su cultura, por la viveza de su carácter y por su palabra fácil, fue nombrado profesor de la es­ cuela. La dura labor de los pobres mineros, que tenían que luchar agotando sus fuerzas, sus energías, su vida; que atrofiaban sus cerebros a fuerza de no pensar, de no discurrir, de no soñar, todo ello a cambio de unas míseras mo­ nedas- que les permitían vivir malamente, constituyó un espectáculo que llegó a conmo­ ver de manera intensa el alma del joven maestro. Allí comenzó Leroy a iniciarse en las teorías del anarquismo filosófico. La lectura de las hermosas obras de Elíseo Reclús, Pedro Kropotkine y otros idealistas del anarquismo; el estudio de las teorías anar­ quistas que pregonan una humanidad futura en la cual no exista más ley que el amor, el amor santo que es justicia y es fuerza y es estí­ mulo y es freno, fueron infiltrando en su áni­ mo un deseo ardiente de reivindicaciones so­ ciales, una piedad por los que sufren y un an­ sia de sacrificio que paulatinamente, mansa­ mente lo convirtieron en un apóstol, como las aguas del Nilo al invadir las áridas llanuras egipcias, las convierten en terreno fecundo. Si Leroy hubiese permanecido entre los hu­ mildes, si hubiese frecuentado solamente la compañía de los que sufren, de los que pade­ cen hambre y sed de justicia, de los que im­ ploran una redención que acaso nunca ha de llegar; y su inteligencia no hubiese ingerido más alimentos que las hermosas cuanto qui­ méricas teorías de los idealistas del anarquis­ mo, hubiera llegado a ser un apóstol y un már­ tir a lo Miguel de Rusiñol, Pero por su carácter de profesor de una es­ cuela racionalista, Constant entró en relacio­ nes epistolares con Francisco Ferrer, funda­ dor y sostenedor de la Escuela Moderna de Barcelona. De resultas de esta amistad, y viéndose Le­ roy en peligro de ser víctima del jefe de la Guardia Civil de su pueblo por haber interve­ nido en algunas huelgas de los mineros, par- tió para Barcelona a donde le llamó Ferrer, sabedor del peligro que corría, . Ya en la capital catalana, nuestro hombre frecuentó constantemente el trato de los anar­ quistas más caracterizados. Anselmo Lorenzo, el erudito soñador, el predicador de la anarquía teórica, cautivó el ánimo del joven anarquista. Por otra parte, haciendo en sus teorías hoy una concesión, mañana otra, fué deslizándo­ se Leroy por la pendiente del anarquismo de acción, sabiamente catequizado por Ferrer, Francisco Cardenal y otros notables de la secta. Finalmente tomó parte activa, en unión de Ferrer y otros anarquistas, en la revolución de julio de 1909, en Barcelona, siendo uno de los tres que formaron el Comité de huelga general. Perseguido por las autoridades, tuvo que huir Leroy a Francia y de allí a Inglaterra, y en estas correrías, si tuvo la dicha de cono­ cer a hombres de ciencia como el príncipe Kropotkine, tropezó en cambio con Carlos Malato, Enrique Malatesta, Lorenzo Portet, Gustavo Hervé y otros forjadores de complots criminales. En teoría, Constant Leroy llegó á admitir el atentado personal como medio eficaz para aumentar el número de prosélitos, haciendo desaparecer el respeto rayano en superstición que en el ánimo de los ignorantes inspiran los elevados personajes, y creando un martiro­ logio, celo eficaz para pescar incautos; pero vió siempre con horror, con cierta repugnan­ cia instintiva, cómo los prohombres de la sec­ ta, entre sorbo y sorbo de café, decidían la vida de un hombre inocente, Y mayor, mucha mayor repugnancia le cau­ só ver cómo catequizaban al neófito; cómo le anunciaban una fama imperecedera y un lu­ gar preferente en la historia de los bienhecho­ res del proletariado; cómo, en fin, abusando de su estupidez o de su locura, ponían en sus manos fríamente, despiadamente, unas mone­ das y un arma y le decían : «Ve a España y mata al rey». «Ve a Madrid y mata a Maura».. Y Leroy sintió que en su conciencia clama­ ba una voz, acaso la voz misma de aquella reli­ gión que él predicaba de amor dé hermano a hermano, sin más ley que su propia esencia. Y no que aquellos hombres que disponían de la vída de los demás, jamás arriesgaban la propia. Eran tan cínicos como hábiles; y co­ nocían los códigos; y jugaban con ellos. Y sintió asco. No de las doctrinas, sino de los hombres que las han trastornado para satisfacer instin­ tos de criminal cobarde y para vivir a costillas del prójimo. El reparto de Ja herencia de Ferrer acabó por demostrar a Leroy el egoísmo y el afán de lucro que guiaba a los directores intelec­ tuales del terrorismo. Aquella merienda de negros en la que todos los despojos del Apóstol fueron repartidos, in­ cluso la compañera (la última de las compa­ ñeras), decidió a Leroy a abandonar para siempre a sus camaradas. Pocos meses después, para reparar en parte el mal que había hecho a la sociedad, publicó en las columnas de El Correo Español, de esta ciudad, una serie de artículos bajo el sincero título de Campaña Humanitaria. Hoy, mejor documentado y con idéntico fin, publica este libro. Llegue él hasta las masas obreras. Léanlo éstas con la misma unción con que ayer escuchaban su voz en los mitines anar­ quistas. Antes, como ahora, Constant Leroy habla­ ba de buena fe, sinceramente, Pero ayer era un ciego como vosotros, ¡ po­ bres desheredados de la fortuna!... Hoy, después de presenciar la comedia des­ de bastidores, os habla consciente para mos­ traros que aquellas aureolas refulgentes con que os embaucan son de cartón y no de oro; que aquellas barbas austeras son postizas, y a su amparo se oculta un rostro cínico; que aquellas frases de hermosas promesas, de abnegado sacrificio, de amor a la humanidad, no salen del corazón, sino de la concha del apuntador, y en esta concha está escondido el egoísmo más depravado y criminal. ¡Ojalá la voz de Constant sea atendida por vosotros, los sedientos de reivindicaciones, y sirva para que enderecéis vuestros pasos por senderos más rectos y honrados!... E. Guardíola Cardellach. Ciudad de Méjico, julio de 1913-

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