W. G. Forrest orígenes de la democracia griega El carácter de la política griega 800-400 a. de C. W. G. FORREST LOS ORIGENES DE LA DEMOCRACIA GRIEGA LA TEORIA POLITICA GRIEGA ENTRE EL 800 Y EL 400 A.C. Traducción del original inglés PEDRO LOPEZ BARJA DE QUIROGA AKAL Maqueta RAG. Título original: The Emergence of Greek Democracy. The character of Greek politics, 800 - 400 BC. «No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento infor mático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, me cánico, por fotocopia, por registro u otros mé todos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright_________________ © W.G. Forrest, 1978 Para todos los países de lengua española © Ediciones Akal, S.A. 1988 Los Berrocales del Jarama Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Madrid - España Telfs. 656 56 11 - 656 49 11 ISBN: 84-7600-330-7 D. L.: M. 41430-1988 Impreso: Gráficas GAR Villablino. 54 - Pol. Ind. Cobo-Calleja Fuenlabrada (Madrid) NOTA DEL TRADUCTOR La traducción se ha realizado a partir del original inglés, sexta reimpresión, 1979. Las citas y fragmentos que aparecen a lo largo del libro han sido traducidos directamente del original griego, pero adaptados al texto cuando era necesario para no interferir el hilo de la argumentación. Agradezco la ayuda de Estela García Fernández para superar las difi cultades que dichos textos plantearon. La costa suroeste del Atica vista desde el templo de Posidón en Sunión (c.440 a.C.). I ífe'l :íl,.| Ï ΜΒΜ·ΒΒΒΜΜΜΜΗΜΜΒΒΒΒΜΒΜΜΜΜΜΜΜ|ΙΜίρΜΜκ1ΜρΒρ» WSSÊÊSB^ÊÊS^HÊSM8mSmSÊSSSÊÊÊSBÊSmBSSÊSSSSÊ^ÊmBSmmsM8m^^^^^^^, 6 1. ERRORES Y ACIERTOS LOS ERRORES DE ATENAS Durante el festival de Dioniso, en la primavera del 415 a.C., en el decimoséptimo año de la guerra del Peloponeso, cuatro meses des pués de que Atenas hubiera atacado y destruido la isla de Melos, pe queña y relativamente inocente, y tres meses antes de que una impor tante expedición fuera enviada para incorporar Sicilia al imperio ateniense, Eurípides hizo representar una de sus más terribles trage dias, Las Troyanas, un amargo estudio sobre la inútil crueldad de la guerra, destructora para el conquistado y no menos desmoralizadora para el vencedor. Troya ha caído y sus mujeres, dirigidas por la ancia na reina Hécuba, aguardan su destino de manos de los griegos. Poco a poco, van llegando las noticias: Andrómaca, la esposa de Héctor, le corresponde en suerte a Pirro; Agamenón, el jefe del ejército, ha elegido a Casandra, la profetisa virgen (“¡Qué gran honor para ella compartir un lecho real!”, afirma el ingenuo mensajero), el hijo de Andrómaca, todavía un niño, va a ser arrojado desde las murallas de Troya y la propia Hécuba, tras compartir la agonía de su nuera, su hija y su nieto, inicia el camino hacia la esclavitud mientras las ruinas de su ciudad son entregadas a las llamas. El desastre es total, pero Eurí pides no se limita a describirlo; en una especie de prólogo, los dioses Atenea y Poseidón lo han situado en un contexto más amplio: “Loco el mortal que destruye ciudades, el que asóla templos y tum bas, santuarios de los muertos, porque él mismo será destruido después”. El saqueo de Troya y las penalidades de los griegos a su regreso quedaban en el 415, ocho siglos atrás, pero a nadie se le escapaban las semejanzas; implícitamente, se estaba condenando tanto la políti ca de Atenas en el pasado, como sus ambiciones para el futuro. Sólo una audiencia muy segura de sí puede digerir plato tan fuerte como éste. Tres años después, en la misma festividad trágica, el mismo autor presentó su Helena, una ficción melodramática, de gran encanto y be lleza, pero de escaso mérito, que no pretende ser una obra dramática seria, ni tener una inmediata proyección en las circunstancias del mo mento: Helena no se había fugado con Paris, sino que aguardaba ino ■ centemente en Egipto mientras su marido Menelao combatía diez años antes los muros de Troya para no recuperar sino un fantasma, imagen 7 El Partenón o templo de Atenea Parthenos desde el noroeste. El más bello de los tem plos de época de Pericles fue diseñado por Ictinos y Calícrates y construido entre el 447 y el 438 a.C. Fidias supervisó y en parte, realizó él mismo la escultura que lo deco raba (véase las figuras de las páginas 20 y 34). En la Antigüedad, la extensión que apa rece en primer término estaba terraplenada y la perspectiva quedaría estorbada por es tatuas y pequeñas capillas. de su esposa creada por los dioses para reducir el exceso de población del mundo; Menelao llega al fin a Egipto, arrastrando al fantasma con él, justo a tiempo para salvar la virtud de su verdadera esposa de los designios de un perverso rey egipcio. No hay aquí mucho de tragedia; más bien se trata de un cuento de hadas romántico, forjado a partir de una mitología descabellada y de las sutilezas de la filosofía con temporánea. Con todo, la explicación del cambio de tono es bastante obvia. La primera expedición a Sicilia había malgastado la mayor parte de la estación apta para las operaciones militares del 415 pero al fin logró acampar y poner cerco a la presa más codiciada de todas, la ciu dad de Siracusa. Pero allí, por una mezcla de mala suerte y de estrate gia incompetente, los atenienses fueron perdiendo la iniciativa gradual mente. La flota se encontró bloqueada en la bahía de Siracusa; el ejército de tierra estaba sitiado virtualmente, y una gran escuadra de refuerzo que arribó a comienzos del verano del 413 tan sólo llegó a tiempo para compartir la destrucción de los que ya estaban allí. De un modo increíble, Atenas había perdido la mejor parte de su flota y aproximadamente un tercio de la totalidad de sus efectivos milita res. En el año 412, la audiencia de Eurípides había perdido por com pleto la confianza en sí misma y deseaba olvidar la realidad. En el terreno de la política, al igual que en el teatro, el ateniense tampoco era capaz de afrontar sus responsabilidades. Por primera vez en cincuenta años estaba dispuesto, e incluso lo deseaba ardientemen te, a dejar que otros tomaran decisiones por él, dispuesto a abando nar su constitución democrática y a entregar el poder a una oligar quía. Por poco tiempo, es cierto. No había transcurrido un año desde aquel marzo del 412 y ya los atenienses se reían con una parodia aris- tofánica de la Helena en Las Tesmoforiantes; y apenas habían trans currido tres meses del golpe oligárquico de mayo de 411, que puso todo el poder en manos de cuatrocientos individuos, cuando los cuatrocien tos fueron derribados y la administración transferida a los “más ca pacitados para servir al estado con sus personas y haciendas”; de he cho, a un cuerpo de nueve mil. Incluso este régimen más liberal sólo había durado unos nueve meses, cuando se restableció de nuevo la de mocracia plena. Con todo, pese a estas muestras de vitalidad, una vi talidad que permitió prolongar la guerra otros seis años, la Atenas del 415 había desaparecido; y el hecho de que una escuadra espartana fon deara en el año 404 en el Pireo no hizo sino confirmar lo que ya sabía la mayor parte de los griegos, incluidos los atenienses: que un sorpren dente experimento imperialista había fracasado. Era imposible separar dicho imperialismo de la democracia que lo había alentado, y de ahí que pronto se extrajeran del fracaso mora lejas políticas. Esparta se jactaba de que su constitución oligárquica había permanecido sin cambios a lo largo de diez generaciones: una oligarquía estable, pues, era mejor que una democracia inconstante y temeraria. La grandeza de Atenas había comenzado en los primeros días de la democracia, antes de que los ciudadanos de la clase infe rior, la de los hombres que remaban en las naves, hubieran hecho sen tir su peso en las decisiones políticas; la democracia, por tanto, fue algo admirable mientras la mitad del demos, la mitad inferior, no mos- 9 O, 100, 200, 300 ........ ι -----i- - i, u t Kms. tró interés alguno en participar. Y los éxitos de Atenas continuaron, incluso con una democracia radical, mientras hubo un hombre, el aris tócrata Pericles, para mantenerla bajo control. La democracia radi cal, por tanto, puede ser tolerada sólo si equivale a una dictadura con sentida. Estas afirmaciones coincidían en echar toda la culpa sobre el ateniense medio. También tenían en común el haber sido elabora das por personas ajenas al ateniense medio. No eran sino opiniones partidistas, falsas en parte o por completo, pero aún así han inspirado la mayoría de los juicios emitidos sobre Atenas desde entonces. Atenas, entre el 460 y el 400 a.C., presenta para el historiador ac tual muchos contrastes embarazosos y muchas contradicciones. Du rante una parte considerable de este período, del 443 al 429, fue go 10 bernada por Pericles (nacido hacia el 490, muerto en el 429), el hombre que, a pesar de su noble alcurnia, había contribuido en sus años juve niles (entre el 462 y el 451) a completar la democratización de la cons titución; el hombre que había procedido a definir, sobré bases nuevas, la gran alianza que Atenas había formado y dirigido contra los persas (entre el 478 y el 449), de manera tal que quedara prácticamente con vertida en un imperio ateniense; el hombre que había desarrollado los recursos económicos y militares de Atenas, hasta el extremo de que en el 431 ninguna otra fuerza o coalición de fuerzas podía en Grecia pensar en desafiarla en el mar o en obligarla a combatir por tierra; el hombre, que, por último, había tenido esa imagen de Atenas y de su cometido en el mundo griego que, según la presenta Tucídides en la Oración Fúnebre (II, 35-46), ha torturado, desde entonces, a los es colares, entusiasmado a sus maestros y subyugado a los historiadores idealistas. 1 i Escena troyana en una vasija corintia para mezclar el vino y el agua (crátera; cf. la lá mina de la pág. 81) de principios del siglo VÏ. A la izquierda, el rey Príamo y Hécuba; las restantes figuras son guerreros y mujeres; las del centro, tal vez, prisioneros de guerra. Dejando a Pericles a un lado, fueron también aquéllos los años que presenciaron la representación de las últimas y más importantes tragedias de Esquilo, y en los que transcurrió la mayor parte de la vida 11