Cuando de nuevo volví al convento en busca de Guillem, mi gran amor, jamás pensé que mi vida diese aquel cambio tan brusco e inesperado.Él nunca se creyó la historia de la escena con mi amiga Tere en el hotel Ritz, que fue preparada entre ambas para salvarle la vida. Quizás fuese eso o porque era la forma más diplomática de decirme que no quería reanudar nuestra relación, que le había hecho demasiado daño, y que ya formaba parte de su pasado. Aquel amor que desbordaba en nuestros corazones, tiempo atrás, se había quedado para él en el olvido.El asesinato de una religiosa en aquel convento complicó mucho más las cosas e incluso se agravó cuando el inspector de policía nos llamó a declarar y él confesó que la noche de la fiesta, que fue la anterior en la que se cometió aquel cruel asesinato, la pasó con la víctimaÉl, desde el principio, se convirtió en el principal sospechoso y, aunque yo tenía una última carta guardada, que nadie esperaba, no sirvió para nada.Era indudable que Dios me trajo a aquel mundo para sufrir. Quizá era la única forma de purgar aquel pecado que fue enamorarme locamente de un sacerdote.La iglesia emplearía todo su poder contra él. No les importó que Guillem también fuese un ministro más de la palabra de Dios. Las grandes jerarquías eclesiásticas, lo mismo que en la sociedad civil, eran las que dirigían aquel país, en aquella dictadura cruel y que siempre pagaban los más débiles.Pero aquí no acabaría todo, porque todavía había muchas cosas por descubrir en aquel mundo lleno de lujos innecesarios y que la iglesia ocultaba.Los religiosos antes de jurar sus votos, habían llevado una vida normal como cualquier ciudadano de a pie con sus más y sus menos.La madre Gabriela, el padre Agustín y la madre abadesa, del primer y segundo convento, en este último donde estuve como monja de clausura, ocultaban verdaderas tragedias dentro de la iglesia y fuera de ella, de sus propias vidas