LOS FILOSOFOS Y SUS GALILEO DESCARTES SPINOZA HOBBES FILOSOFIAS LEIBNIZ LOCKE HUME DIDEROT ROUSSEAU KANT SCHELLING HEGEL Dirección: J. M. BERMUDO Colaboradores: A. Beltrán J. M. Bermudo 4' X. Echevarría Ú V. Gómez Pin A. González R. Valls 50 VICENS universidad LOS FILOSOFOS Y SLS FILOSOFIAS Dirección: J. M. BERM UDO A. Beltrán • J. M. Bermudo • X. Echevarría • V. Gómez Pin • A. González • R. Valls Volumen X editorial vicens-vives Primara adición, 1983 Depósito Legal: B. 12.890-1983 ISBN: 84-316-2139-7 N.o da Orden V.V.: C-358 © A. BELTRAN Sobre la parte literaria © J.M. BERMUOO Sobre le parte literaria © J. ECHEVARRIA Sobre le perte litererie © V. GOMEZ PIN Sobre la parta literaria © A. SANCHEZ Sobre la parta litararta © R. VALLS Sobre le perte literaria Reservados todos los derechos de edición e favor de Ediciones Víceos-Vives. S.A. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio. IMPRESO EN ESPAÑA PRINTEO IN SPAIN Editado por Ediciones VICENS-VIVES, S.A. Avda. deSarrií, 130. Barcelona-17. Impreso por Gráficas INSTAR, S.A. Metalurgia, s/n. Esquina Indústria. Hospitalet (Barcelona). Advertencia del Editor Este volumen constituye el segundo tomo de la obra «Los filósofos y sus filo sofías» (véase la presentación del Prof. J. M. Bermudo en el primer volumen), que el editor presenta en tres volúmenes que incluyen treinta y nueve ensayos so bre otros tantos filósofos cuya importancia es indudable en la historia del pensa miento filosófico. v Indice Galileo, filósofo.— Antonio Beltrán ................................................... 3 Descartes, ciencia universal y moral racional.— Javier Echeverría ............ 23 Spinoza, la filosofía de la frontera.— J. Al. Bermudo .................................. 67 Thomas Hobbes o el sombrío esfuerzo de pensar la autoridad.— J. M. Bermudo ....................................................................................................... 109 Leibniz, la diferencia material.— Víctor Góme\Pin ..................................... 161 Lockc, política y epistemología.— A. Gonjále\ ........................................... 195 David Hume, la sospecha de la filosofía.— J. M. Bermudo ....................... 225 Diderot, la filosofía insatisfecha.— J. M. Bermudo ..................................... 267 Rousseau, el discurso del poder.— J. Al. Bermudo........................................ 311 Kant, la filosofía crítica.— Agustín G oni¿le\................................................. 355 Schelling, libertad y positividad.— Ramón Valls ........................................ 391 Hegel, la necesidad de la libertad.— Ramón Valls ..................................... 437 vil Galileo Galileo, filósofo Antonio Beltrán Hoy ya no debería resultar extraño para nadie que se incluya a Galileo, con siderado normalmente como un científico, en un texto que lleva por título «Los filósofos y sus filosofías». Galileo fue, sin duda, un gran científico. Pero ello no obsta, en absoluto, para que en su obra se den ideas filosóficas cruciales. Dos son las razones, o conjuntos de ellas, que podrían justificar, en cierto modo, la sor presa ante un Galileo filósofo. En primer lugar, la confusión de los excesos anti- metafísicos de cierta filosofía analítica, o el cicntifismo del primer neopositivismo lógico, pueden hacer pensar, en efecto, en la ciencia y la filosofía como radical mente separadas u opuestas. Pero incluso en el caso de que aquellos intentos de es tablecer un criterio de demarcación entre ambas, hubieran tenido éxito, lo cual no sucedió, tal criterio, o definición de «ciencia», difícilmente hubiera podido modi ficar la historia de ésta, ni evitar que los científicos trabajen inmersos en, y partici pen de, un ambiente filosófico y cultural que incide en su investigación. Esto es especialmente obvio en el caso de Galileo, quien, por lo demás, se vanagloria por igual de introducir «dos nuevas ciencias» que exige para sí el título de «fi lósofo»; y más que distinguir entre «ciencia» y «filosofía», lo que hace es oponer la ciencia o filosofía «buena» a la «mala». Pero hay un segundo tipo de razones que, en cierto modo, se derivan de las anteriores, y que tienen mayor peso a la hora de justificar la exclusión de Galileo de un texto como el presente. Podrían enunciarse como sigue. Los temas que trató Galileo, y a los que debe su fama, pertenecen a lo que hoy llamamos astronomía 3 4 LOS FILÓSOFOS Y SUS FILOSOFIAS —sus descubrimientos mediante el telescopio—, o la física —sus teorías sobre el movimiento de los graves y de los proyectiles, o la resistencia de materiales. Pero, y aquí radica lo importante, no se trata tanto de que se considere a Galileo un científico porque sus aportaciones pertenecen claramente a lo que llamamos cien cia, sino más bien, porque fue él precisamente quien introdujo un tratamiento de tales problemas, es decir, un «método», con el que dejaron de ser filosofía para convertirse en ciencia. Así pues, al introducir el «método científico» Galileo inicia la ciencia moderna, y no puede considerársele ya un filósofo. El inconveniente de este argumento radica en que es sólo parcialmente falso. Es cierto que Galileo abordó los problemas de su momento con un tratamiento distinto al que hasta en tonces se les había dado, iniciando así la «ciencia moderna». Pero es falso que esto consistiera simplemente en la introducción y uso de un supuesto «método científico», en cualquiera de los sentidos usuales del término. Y mucho menos aún que este nuevo tratamiento, o método, si se insiste en llamarlo así, estuviese lim pio de, o se opusiera a concepciones filosóficas. Por el contrario, el cambio intro ducido por Galileo sólo puede explicarse en base a una toma de posición filosófica y así se pone de manifiesto a lo largo de toda su obra. Sus aportaciones científicas son fruto de, y se fundamentan en una posición filosófica, y sólo a partir de esta tiene cierto sentido hablar de método. Dicho esto, debemos añadir que Galileo no elaboró explícitamente una «filo sofía» en el sentido de un «sistema filosófico», tal como han hecho la mayor parte de los que aparecen como protagonistas de la historia de la filosofía. No es, pues, un filósofo en el sentido tradicional o popular. Esto se pone de manifiesto en la crítica que le hace Descartes, en una carta a Mersenne de octubre de 1638, cuando escribe: «filosofa bastante bien sobre el movimiento pero construye sin fundamentos». No obstante, en su obra hay, como decimos, una filosofía, y gran parte de sus numerosas polémicas introducían importantes problemas filosóficos, en cuyo tratamiento hizo aportaciones que son esenciales en la filosofía moderna, y están presentes en la mayoría de los grandes protagonistas del momento. Dado el espacio de que disponemos no podemos ocupamos de todos y cada uno de estos problemas, y nos limitaremos a algunos de los más importantes. Mas para ello hace falta un mínimo de contextualización. El eje y objetivo central de la obra de Galileo están expuestos claramente en una de sus cartas a Marco Velseri, sobre las manchas solares; es la cosmología, es decir, en sus propias palabras «el más grande y admirable problema, la verdadera constitución del universo... por su grandeza y nobleza digno de ser antepuesto por los genios especulativos a cualquier otra cuestión del conocimiento». Desde Aris tóteles hasta Copémico este planteamiento había sido abandonado. La escena ha bía estado dominada por lo que Galileo denominó «puri astronomi» que no pre- GALILEO 6 tendían sino «salvar las apariencias», construir recursos geométricos que propor cionaran buenas predicciones. Sólo en 1543 Copémico, que Galileo sitúa entre los «filosofi astronomi», recupera las pretensiones cosmologistas y realistas de Aristóteles, y presenta su sistema como una descripción del universo real. Pero el realismo presentaba muchas más dificultades aún en un sistema heliocentrista como el de Copémico que en el geocentrismo tradicional. Al margen de impor tantes dificultades astronómicas, como la ausencia de paralaje, un sistema helio céntrico tenía que enfrentarse a importantísimas dificultades en el campo de la física. Esta, en efecto, aún con toda la crítica y aportaciones medievales, no había dejado de ser aristotélica, en especial en el sentido de que continuaba ligada al geocentrismo. En Aristóteles los cuerpos pesados caen hada el centro de la Tierra única y exdusivamente porque éste coincide con el centro del universo que es su «lugar natural». Pero en una Tierra que gira sobre sí y alrededor del centro del universo, ahora ocupado por el Sol, ¿cómo explicar que los cuerpos sigan cayendo hada el centro de la Tierra, que lanzados hacia arriba caigan en el mismo punto desde el que fueron lanzados? Si se aceptaba el heliocentrismo y los consiguientes movimientos terrestres, todos los fenómenos observables en la vida cotidiana ati nentes al movimiento tenían que ser explicados de nuevo. Es más, cuantos más ar gumentos astronómicos se dieron en favor del sistema copemicano más potentes se hadan las contradicdoncs y, por tanto, la necesidad de una nueva física. De hecho, argumentos poco menos que definitivos, en el campo de la astronomía, en favor del copemicanismo los aportaría Kepler. Pero Galileo, si es que los leyó, no los tomaría en cuenta por el excesivo mistidsmo numerológico o pitagórico que invadía toda la obra de éste. La vida y la obra de Galileo pueden verse como una denodada lucha en de fensa, y por la consolidadón, de la verdad del copemicanismo. Y realmente éste lo necesitaba; entre otras razones porque era mucho más que un «sistema astro nómico». Tanto Kepler como Bruno harían notar, desde un prindpio, que el pro pio Copémico no había entendido la fuerza e implicadones revolucionarias de su obra, que, por lo demás, no podían ser evitadas en modo alguno por la «Carta al lector» de Osiander, ese «asno ignorante y presuntuoso», como lo llamará Bruno, presentando el «De Revolutionibus» y su heliocentrismo como una mera hipótesis más, en un marco fenomenalista. Pero, en la segunda mitad del s. XVI y prind- pios del XVII, eran muy pocos los que pensaban así. La gran mayoría comulgaba con el fenomenalismo y se adhirió al sistema de Tico Brahe que instrumental mente era comparable al de Tolomeo o al de Copémico, e intentaba reunir las ventajas de ambos esquivando sus dificultades. De hecho, las razones de esos po cos copemicanos no eran demasiado coerdtivas en aquellos momentos: quien no compartiera con Copémico determinados elementos de filosofía neoplatónica, di-