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Los estados y las revoluciones sociales PDF

495 Pages·1984·30.173 MB·Spanish
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T H E D A S K O C P O L LOS ESTADOS Y LAS REVOLUCIONES SOCIALES Un análisis comparativo de Francia, Rusia y China Traducción de JUAN Jo.sí: UTRILLA F O N D O DE C U L T U R A ECONÓMICA MÉXICO Primera edición en inglés, 1979 Primera edición en español, 1984 Título original: States and Social Reiiolutions. A Comparative Analysis of France, Russia, and China © 1979, Cambridge Universiiy Press, Cambridge ISBN 0-521-29499-1 D. R. © 1984, FONDO DE CULTORA ECONÓMICA Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F. ISBN 968-16-1688-X Impreso en México A PRÓLOGO ALGUNOS libros presentan testimonios nuevos; otros, plantean argumentos que instan al lector a considerar los problemas anti guos bajo una luz nueva. Esta obra es, decididamente, de la última clase. Ofrece un marco de referencia para analizar las transformaciones socio-revolucionarias de la historia universal moderna. Y emplea la historia comparada para'elaborar una ex plicación de las causas y de los resultados de la Revolución francesa de 1787-1800, la Revolución rusa de 1917-1921 y la Revolución china de 1911-1949. Desarrollados a través de una reflexión crítica de las suposiciones y tipos de explicación comunes a la mayor parte de las teorías ya recibidas de la Revo lución, los principios de análisis esbozados en el primer capítulo del libro pretenden reorientar nuestro sentido de lo que es ca racterístico —y problemático— de las revoluciones, tal como han ocurrido históricamente. Más adelante, el resto del libro trata de aplicar, en realidad, el programa del capítulo i, presentando nuevos tipos de argumentos explicativos. En la Primera Parte, se buscan las^aíces-de~las_crisis y de los conflictos revoluciona rios de Francia, Rusia y China,-mediante análisis de las estruc turas de Estado y de clase y de las situaciones internacionales de los antiguos regímenes borbónico, zarista e imperial. Particular atención se ha prestado a las formas en que los Estados del antiguo régimen entraron en crisis, y al surgimiento de insurrec ciones campesinas durante los interregnos revolucionarios. Luego, en la Segunda Parte, se sigue el rastro de las propias revo luciones, desde sus brotes originarios hasta la.consolidación de nuevos regímenes relativamente estables y distintivamente es tructurados: el napoleónico en Francia, el estalinista en Rusia, y el característicamente sinocomunista (después de mediados de los años cincuenta) en China. Aquí se presta especial atención a los esfuerzos de construcción del Estado por parte de los líderes revolucionarios, y a las estructuras y actividades de las nuevas organizaciones de Estado dentro de las sociedades revoluciona das. En su vasto proceso, de regímenes antiguos a nuevos, las revoluciones francesa, rusa y china son tratadas como tres ejemplos comparables de una sola pauta, coherente, social-revo- lucionaria. Como resultado, tanto las similitudes cuanto los rasgos individuales de estas revoluciones son puestos de relieve 9 10 PRÓLOGO y explicados de maneras un tanto distintas de anteriores análisis teóricos o históricos. Los libros crecen, de las maneras más inesperadas, a partir de las experiencias de sus autores, y éste no constituye una ex cepción al respecto. Las ideas que le dieron germen se desarro llaron durante mi época de estudiante graduada de la_ Universi dad de Harvard, a comienzos de los años setenta. Fue éste —por débiles que nos lleguen hoy sus ecos— un periodo de activa par ticipación política para muchos estudiantes, entre ellos, yo mis ma. Los Estados Unidos se hallaban en una guerra brutal contra la Revolución vietnamita, mientras que, en el interior, los movi mientos que exigían la justicia racial y el fin inmediato a la par ticipación militar en el extranjero desafiaban la capacidad de discernir el bien y el mal de nuestro sistema político nacional. Ciertamente, los tiempos estimularon mi interés en la compren sión del cambio revolucionario. Y fue durante estos años cuando maduró mi compromiso con los ideales democrático-socialistas. Empero, sería un error suponer que Los Estados y las revolucio nes sociales derivaron inmediatamente de las preocupaciones políticas cotidianas. No fue así. En cambio, se desarrollaron en la relativa "torre de marfil" de la biblioteca y el estudio. Como estudiante graduada, emprendí estudios de teoría macro- sociológica y de historia social y política comparada. En lainter- fase de estos conjuntos de estudios no dejaban de surgir pregun tas desconcertantes. Mis intentos de formular respuestas a las cuestiones problemáticas, y luego de seguir las respuestas hasta sus conclusiones me condujeron, a través de muchas etapas de formulación, a los argumentos y análisis que hoy presento aquí. Por una parte, estaba mi temprana confrontación intelectual con el caso de Sudáfrica. La historia de este desventurado país me pareció una obvia refutación de la estructura parsoniana, las explicaciones funcionalistas del orden y del cambio social, y como desafío insuperable a las predicciones habituales y tran quilizadoras, de que el descontento de masas conduciría a una revolución contra el palpablemente opresor régimen de apartheid. Parecía que la justicia social no triunfaba inevitablemente. El análisis marxiste de clases sociales me impresionó y me pareció mucho más útil que el funcionalismo estructural o la teoría de la privación relativa, para comprender la situación de los no blancos de Sudáfrica, y para descifrar las tendencias a largo pla zo del cambio socioeconómico. Pero, laborando estrictamente de acuerdo con el análisis de clases, era difícil conceptualizar —no digamos ya explicar adecuadamente— la estructura del Es- PRÓLOGO 11 tado sudafricano y la función política de los Afrikaners. Y sin embargo, éstas parecían ser las claves de por qué no había ocurrido ninguna revolución social —ni pareciera a punto de haberla— en Sudáfrica. Otra experiencia formativa fue una extensa exploración, en profundidad, de los orígenes históricos de la Revolución china. Para estructurar mi programa de estudio, comparé y trató de explicar los relativos triunfos y fracasos de la Rebelión de Tai- ping, del movimiento nacionalista del Kuomintang y del Partido Comunista Chino, considerándolos a los tres movimientos el marco general, en constante cambio histórico, de la sociedad china. Profundamente fascinada por la China moderna y la del último periodo imperial, me aparté de esta investigación, sin tiendo un profundo escepticismo sobre la aplicabilidad (a China, y quizá también a otros Estados agrarios) de las categorías so- ciocientíficas recibidas, como, por ejemplo, "tradicional" o "feudal". También llegué a convencerme de que las causas de las revoluciones sólo podrían comprenderse pensando en las interrelaciones específicas de las estructuras de clase y Estado y en la compleja interacción al cabo del tiempo, de los aconteci mientos internos e internacionales. Si la mayoría de los estudiosos de las revoluciones comparadas han pasado, por así decirlo, de Occidente a Oriente —interpre tando la Revolución rusa a partir de la francesa, o la china a partir de la rusa—, mi travesía intelectual ha dado la vuelta al globo en sentido opuesto. Habiendo empezado por investigar a China, luego estudié acerca de Francia como parte de un progra ma general de estudios del desarrollo político comparado de la Europa occidental. Aunque comprendí que Francia era "su puestamente" como Inglaterra, su absolutista antiguo régimen me pareció, en muchos aspectos, similar a la China imperial. También encontré similitudes básicas en los procesos revolucio narios francés y chino, lanzados, ambos, por revueltas de la cla se alta terrateniente en contra de monarcas absolutistas, y que incluían, también ambos, revueltas campesinas hasta culmi nar en nuevos regímenes más centralizados y burocráticos. Por último, llegué a interpretar la Rusia revolucionaria y del antiguo régimen en los mismos términos analíticos que había elaborado para China y Francia. Y el hincapié en las estructuras agrarias y en la construcción de Estados me pareció un buen medio para comprender el destino de esta revolución "proletaria" después de 1917, pasando por 1921, hasta llegar a comienzos de los años treinta de este siglo. 12 PRÓLOGO Hubo otra peculiaridad más digna de notar en mi inducción al enfoque sistemático de las revoluciones. A diferencia de la mayoría de los sociólogos que trabajan en este campo, aprendí bastante acerca de las historias de las verdaderas revoluciones antes de leer muy extensamente la bibliografía sociocientífica que pretende explicar teóricamente las revoluciones. Al llegar a esta literatura, pronto me sentí decepcionada. El propio pro­ ceso revolucionario era considerado de maneras que correspon­ dían apenas a las historias que yo conocía. Y las explicaciones causales ofrecidas, o bien parecían inaplicables, o palmariamente erróneas, dado lo que yo había aprendido de las similitudes y diferencias de los países que habían tenido revoluciones, y los que no habían pasado por ellas. No necesité mucho tiempo para descubrir (al menos para mi propia satisfacción) dónde es­ taba la dificultad fundamental: las teorías sociocientíficas deri­ vaban sus explicaciones de las revoluciones a partir del modelo de cómo supuestamente ocurrían la protesta y el cambio polí­ ticos en las sociedades liberaldemocráticas o capitalistas. Así, las teorías no marxistas solían considerarlas revoluciones como variantes particularmente radicales e ideológicas del típico mo­ vimiento reformista social, y los marxistas las consideraban co­ mo acciones de clases sociales encabezadas por la burguesía o por el proletariado. No era sorprendente, pensé, que estas teorías ofrecieran tan poca luz nueva sobre las causas y las realizaciones de las revoluciones en los países predominante­ mente agrarios, con Estados absolutista-monárquicos y órdenes sociales basados en los campesinos. De esta mezcla de experiencias intelectuales se me presentó un posible proyecto, que estaba destinado a culminar en este libro: el empleo de comparaciones entre las revoluciones francesa, rusa y china, y algunos contrastes de estos casos con otros países, para aclarar mi crítica acerca de lo inadecuado de las teorías existentes sobre la revolución, y desarrollar otro enfoque teórico y otras hipótesis explicativas. Aunque rechazara yo las suposi­ ciones y los argumentos básicos de las teorías de la revolución que yo conocía, sentía aún el afán de aclarar la lógica general que yo sentía en acción a través de las diversamente situadas grandes revoluciones que había estudiado. El análisis histórico compara­ do me pareció un medio ideal para proceder. Para mi buena fortuna, las tres revoluciones que quise incluir en mi análisis comparativo habían sido extensamente investiga­ das por los historiadores y especialistas. Una vasta bibliografía puede ser una barrera para el especialista que espera aportar PRÓLOGO 13 alguna nueva contribución basada en testimonios básicos, no descubiertos ni explotados; pero para el sociólogo comparativo ésta es la situación ideal. De manera inevitable, los proyectos de historia comparada concebidos con amplitud obtienen sus tes timonios casi exclusivamente de "fuentes secundarias"; es decir, de monografías y síntesis de investigación ya publicadas en libros o artículos por los más destacados especialistas del campo his tórico o cultural en cuestión. La labor del historiador que hace estudios de comparación —y su contribución potencial— no estriban en revelar nuevos datos acerca de aspectos particulares de los diversos periodos y lugares analizados en el estudio com parativo sino, antes bien, en establecer el interés y la validez pri ma facie de un argumento general acerca de las regularidades causales, a través de los diversos casos históricos. El "comparati- vista" no tiene ni el tiempo ni (todas) las capacidades apropia das para efectuar la investigación básica que necesariamente constituye, en gran medida, el. fundamento sobre el cual se edi fican los estudios de historia comparada. En cambio, el "compa- rativista" debe concentrarse en escudriñar y revisar sistemática mente las publicaciones de los especialistas que tratan de los asuntos definidos como importantes, por las consideraciones teóricas y por la lógica del análisis comparativo. Si, como a me nudo ocurre, los puntos debatidos por los especialistas acerca de una época histórica o de un acontecimiento, en particular, no son exactamente los mismos que parecerían de mayor im portancia desde la perspectiva comparativa, entonces el analista comparativo debe estar dispuesto a adaptar las pruebas pre sentadas en las obras de los especialistas con fines analíticos y un tanto tangenciales a las que originalmente había pensado. Y deberá ser tan sistemático como le sea posible al buscar infor mación sobre los mismos temas, de un caso a otro, aun cuando los especialistas probablemente subrayen varios temas en su investigación y en su polémica de un país al otro. Claro está que la labor del "comparativista" sólo es posible después de que los especialistas han puesto a su disposición una gran literatura básica. Sólo entonces puede tener esperanzas de encontrar al menos cierto material pertinente a cada tema, que debe investi garse según los dictados del argumento comparativo y explicati vo que esté tratando de desarrollar. Como pretende indicarlo la bibliografía de este libro, he logra do basarme extensamente en ricas literaturas acerca de Francia, Rusia y China. Cada literatura tiene gran envergadura y profun didad, y cada una incluye muchos libros y artículos originalmente 14 PRÓLOGO publicados en inglés y. francés, o traducidos a estas lenguas, los dos idiomas que yo leo con mayor facilidad. Con excepciones ocasionales, atribuibles al escaso interés en ciertos temas parti culares de una u otra literatura historiográfica, los desafíos que he tenido que recoger no se han debido a la dificultad de en contrar información básica; antes bien, han sido desafíos con sistentes en revisar enormes literaturas de historia y en sopesar y utilizar apropiadamente las aportaciones de los especialistas, para poder desarrollar un argumento histórico comparativo co herente. Los lectores (incluso los historiadores y los especialis tas en el campo) juzgarán si he logrado recoger estos retos. En cuanto a mí, quedaré satisfecha si el libro sirve, aunque sea en alguna medida, para provocar debates e inspirar nuevas investi gaciones, tanto en los interesados en una u otra revolución en particular cuanto entre las personas que deseen comprender las revoluciones modernas en general, sus causas pasadas y sus rea lizaciones, así como sus perspectivas futuras. La historia compa rada crece de la interacción de teoría e historia y, a su vez, debe contribuir al enriquecimiento de ambas. Al elaborar y reelaborar el argumento de este libro durante los últimos años me ha parecido, a menudo, una interminable lucha solitaria con un gigantesco rompecabezas. Pero en reali dad, muchas personas me han tendido la mano, ayudándome a ver mejor el diseño general e indicándome dónde embonaba, o no, alguna pieza en particular. Mi principal deuda académica es para con Barrington Moore, Jr. Fue mi lectura de su obra Social Origins of Dictatorship and Democracy, mientras era yo aún pasante en la Michigan State University, la que me hizo comprender por vez primera el mag nífico alcance, de la historia comparada, y me enseñó que las estructuras y los conflictos agrarios ofrecen importantes claves a las pautas de la política moderna. Más aún, los seminarios para graduados que dirigía Moore en Harvard fueron los crisoles en que se forjaron mis capacidades de efectuar análisis comparati vos, aun cuando tuviera espacio para desarrollar mis propias in terpretaciones. Moore fijaba tareas rigurosas y reaccionaba con críticas reveladoras. Y el compañerismo estudiantil en los se minarios creó una atmósfera intelectualmente viva y alentadora. En realidad, dos amigos entre mis condiscípulos de los semina rios de Moore: Mounira Charrad y John Mollenkopf, me han dado su consejo y aliento a través de todas las etapas de esta obra sobre las revoluciones comparadas.

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