Para Lizardo Domínguez, todos los caminos son largos. Cansado de tropiezos y caídas, sujeto en su discapacidad, en un cuerpo que ha sido también un campo de batalla, se niega a continuar andando. Es momento, por eso, de contar su historia. Pero no solo la suya, sobre las tres veces que debió aprender a caminar; o sobre aquello a lo que tuvo que renunciar por la debilidad de sus piernas, por su paso inestable; o sobre los obstáculos que supo sortear para, después de todo, después de tanto, seguir adelante. No. Aquí, en esta primera novela de Augusto Rodríguez, está la historia familiar, una saga nostálgica y lúcida sobre varias generaciones, un recorrido a través del cual los destinos de abuelos, padres e hijos, como el del propio Lizardo, se entretejen con los escenarios de la ciudad, de una Lima que, al igual que ellos, va encontrando entre traspiés y aciertos las rutas de su futuro, de su modernidad.