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Los Anales De Los Heechee PDF

372 Pages·2002·1.26 MB·Spanish
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Frederik Pohl LOS ANALES DE LOS HEECHEES Ultramar Editores Los anales de los Heechee Frederik Pohl Título original: The Annals of the Heechee. Traducción: Domingo Santos. Portada: Antoni Garcés. © 1987; Frederik Pohl. © 1988; Ultramar Editores. Colección Ultramar bolsillo CF nº 69. ISBN: 84-7386-501-4. Depósito legal: NA-978-1988. ÍNDICE Los anales de los Heechee 2 Contraportada 4 1 En roca rugosa 5 2 En la rueda 17 3 Habla Albert 41 4 Algunos grupos en la fiesta 47 5 La cresta de la marea 53 6 Amores 62 7 Fuera del núcleo 74 8 Arriba en el Central Park 84 9 En Moorea 93 10 En lo profundo del tiempo 102 11 Heimat 121 12 La JVA 130 13 Niños en cautividad 138 14 Polizones 154 15 Ratas asustadas corriendo 165 16 El largo viaje 167 17 En el trono 181 18 El final del viaje 192 19 La ultima lucha espacial 196 20 De vuelta a casa 198 21 Finales 199 22 Y no finales 204 Contraportada En las profundidades de una casi sólida esfera de energía llamada el Kugelblitz, inmediatamente fuera del halo de la Vía Láctea, se hallaban los potenciales destructores de! universo. Los humanos ¡os llamaban el Enemigo. Los Heechees los (¡amaban los Asesinos, Ninguna criatura que los hubiera visto había vivido lo suficiente para contarlo. Pero las antiguas ruinas dispersas por toda la galaxia, y los esparcidos restos de razas como los Perezosos y los Cerdos Vudú, mostraban pruebas del poder devastador del Enemigo..., y de su fría determinación de destruir toda vida inteligente. Ahora, desde hacía eones, el Enemigo había permanecido estratégicamente silencioso, pero la historia galáctica dejaba bien claro que podían golpear de nuevo en cualquier momento. Así que Heechees y humanos se habían unido en una vigilancia constante en los alrededores del Kugelblitz. La avanzada tecnología Heechee había permitido a Robinette Broadhead vivir más allá de su muerte como una personalidad albergada en una máquina. Pero ni siquiera é!, virtualmente inmortal y con un acceso ilimitado a milenios de datos acumulados, podía descubrir qué era el Enemigo..., o cómo detenerlo. Ahora parecía como si el Enemigo se hubiera aventurado a salir de nuevo. Mientras humanos y Heechees reunían sus fuerzas para defenderse contra una raza alienígena que nunca había conocido la derrota, Robín Broadhead descubría que él era e! único capaz de enfrentarse a! Enemigo cara a cara..., un enfrentamiento que determinaría el futuro de todo el universo. Con Los anales de los Heechees se cierra una de las sagas más famosas de la ciencia ficción contemporánea, que se inició con la multipremiada Pórtico y siguió con Tras el incierto horizonte y El encuentro, todas ellas publicadas en esta misma colección. 1 En roca rugosa No resulta fácil empezar. Pensé en un montón de formas distintas de hacerlo, como la ingeniosa: Ustedes no saben nada de mí si no han leído algunos de los libros escritos por el señor Fred Pohl. Contó la verdad, casi siempre. Hubo cosas que exageró un poco, pero en líneas generales contó la verdad. Pero mi amistoso programa de recuperación de datos, Albert Einstein, dice que de todos modos soy demasiado propenso a las oscuras referencias literarias, así que el juego a la Huckleberry Finn queda descartado. Y pensé en empezar con una emocionante expresión de la angustia cósmica que brota de lo más profundo de mi alma y que siempre (como Albert no deja de recordarme) forma parte de mi conversación normal: Ser inmortal y sin embargo estar muerto; ser más o menos omnisciente y casi omnipotente, y sin embargo no ser más real que el parpadeo fosforescente de una pantalla..., así es como existo. Cuando la gente pregunta qué hago con mi tiempo (¡tanto tiempo!, tanto comprimido en cada segundo, y una eternidad tan grande de segundos), doy una respuesta honesta. Les digo que estudio, juego, planeo, trabajo. De hecho, todo eso es cierto. Hago todas estas cosas. Pero durante y entre ellas hago otra cosa también. Me lamento. O podría simplemente empezar con un día típico. Como hacen en las entrevistas de la PV. «Una sincera mirada a un instante de la vida del célebre Robinette Broadhead, titán de las finanzas, gran figura política, creador y destructor de acontecimientos en una miríada de mundos.» Quizás incluyendo un atisbo de mi persona conferenciando y tratando... por ejemplo con las altas personalidades de la Junta de Vigilancia a los Asesinos o, mejor aún, en una sesión en el Instituto Robinette Broadhead para la Investigación Extrasolar: Subí al podio en medio de una tormenta de serios aplausos. Sonriendo, alcé las manos para acallarlos. «Señoras y caballeros —dije —, les doy las gracias a todos por hacer un poco de tiempo en sus apretados programas para reunirse con nosotros aquí. Constituyen ustedes un distinguido grupo de astrofísicos y cosmólogos, teóricos de fama y ganadores del premio Nóbel, y les doy la bienvenida a todos al Instituto. Declaro abiertas estas sesiones de trabajo sobre los detalles de la estructura física del universo primitivo.» Realmente digo este tipo de cosas, o al menos envío un dupli a hacerlo, y mi dupli lo hace. Tengo que actuar así. Es lo que se espera de mí. No soy un científico, pero a través de mi Instituto proporciono el dinero que paga las facturas que permiten que la ciencia siga adelante. De modo que quieren que me muestre para reunirme con ellos en sus sesiones de apertura. Luego desean que me vaya para así poder trabajar, y eso es lo que hago. De todos modos, no consigo decidir con cuál de estos enfoques empezar, de modo que no voy a utilizar ninguno de ellos. Todos son bastante característicos. Lo admito. A veces incluso me paso un poco de listo. A veces, quizás incluso a menudo, me muestro poco atractivamente lastrado por mi propio dolor interno, que nunca parece desaparecer. A menudo sólo soy un tanto pomposo; pero al mismo tiempo, honestamente, soy con frecuencia muy efectivo en asuntos de extrema importancia. El lugar donde voy a empezar realmente es con la fiesta en Roca Rugosa. Por favor, acompáñenme. Sólo serán unos momentos, y de todos modos tengo que hacerlo. Iría casi a cualquier parte por una fiesta realmente buena. ¿Por qué no? Resulta bastante fácil para mí, y algunas fiestas ocurren sólo una vez. Incluso piloté mi propia espacionave hasta aquí; eso fue fácil también, y en realidad no me tomó nada de tiempo de las otras dieciocho o veinte cosas que estaba haciendo a la vez. Incluso antes de que llegáramos aquí pude notar el inicio del hormigueo provocado por esa encantadora fiesta, porque habían adornado el viejo asteroide para la ocasión. En sí mismo, Roca Rugosa no tenía mucha cosa que ver. Era de un color negro desigual, manchado de azul, y tenía diez kilómetros de longitud. Su forma aproximada era la de una pera mal diseñada que los pájaros hubieran estado picoteando concienzudamente. Por supuesto, esas huellas de viruela no eran picotazos de ningún pájaro. Eran alvéolos de aterrizaje para naves como la nuestra. Y, sólo para la fiesta, la Roca había sido adornada con grandes y parpadeantes letras luminosas «Nuestra Galaxia Los primeros 100 años son los más difíciles» girando en torno a la roca como un cinturón de luciérnagas amaestradas. La primera parte de lo que decía no era diplomática. La segunda parte no era cierta. Pero de todos modos resultaba agradable mirarlo. Se lo dije a mi querida esposa portátil, y ella gruñó cómodamente, sujetándome del brazo. —Es chillón. ¡Auténticas luces! Podrían haber usado hologramas. —Essie —dije, volviendo la cabeza para mordisquear su oreja—, tienes el alma de un cibernetista. —¡Ja! —respondió, y se volvió para devolverme el mordisqueo..., sólo que ella muerde mucho más fuerte—. No soy más que el alma de un cibernetista, al igual que tú, querido Robin..., y por favor, presta atención a los controles de la nave en vez de hacer el tonto. Era sólo un chiste, por supuesto. Nuestra trayectoria era exacta, y nos llevaba directamente al muelle de anclaje con esa agónica lentitud de todos los objetos materiales; me sobraban centenares de milisegundos antes de darle a la Único Amor su empujón final. Así que le di a Essie un beso... Bueno, no le di exactamente un beso, pero dejémoslo así por el momento, ¿de acuerdo? ...y ella añadió: —Estás haciendo un gran asunto de todo esto, ¿sabes? —Es un gran asunto —respondí, y la besé un poco más fuerte; y, puesto que teníamos tiempo de sobra, ella me devolvió el beso. Dejamos transcurrir todo el cuarto de segundo o así mientras la Único Amor se deslizaba a través del intangible brillo del cartel de la fiesta de la manera más suave y agradable que uno pueda imaginar. Es decir, hicimos el amor. Puesto que ya no soy «real» (pero tampoco lo es Essie), puesto que ninguno de los dos es ya realmente carne, uno puede preguntarse: «¿Cómo lo hacéis?» Tengo una respuesta para esta pregunta. La respuesta es: «Maravillosamente». También «copiosamente», «amorosamente», y, por encima de todo, «rápidamente». No quiero decir que nos apresuremos. Simplemente quiero decir que no nos toma mucho tiempo hacerlo; y así, después de habernos dado placer energéticamente el uno al otro, y haber remoloneado un poco después, lánguida y perezosamente, e incluso habernos duchado juntos luego (un ritual completamente innecesario al que, como la mayor parte de nuestros rituales, nos dedicamos únicamente por pura diversión), todavía nos quedaba tiempo suficiente de este cuarto de segundo para estudiar los demás fosos de anclaje de la Roca. Delante teníamos una interesante compañía. Observé que una de las naves amarradas delante de nosotros era una enorme y antigua nave original Heechee, del tipo que hubiéramos llamado una «Veinte» si hubiéramos sabido que existía una nave tan enorme, allá en los viejos tiempos. No nos pasamos todo ese tiempo curioseando, de todos modos. Somos programas de tiempo compartido, ya saben. Podemos hacer fácilmente una docena de cosas a la vez. Así que me mantuve simultáneamente en contacto con Albert, para comprobar si había nuevas transmisiones del núcleo, y asegurarme de que no había nada de la Rueda, y mantenerme en contacto con una docena de otros intereses de uno u otro tipo; mientras Essie se ocupaba de sus propios scanners de búsqueda y mezcla. Así que cuando nuestro anillo de anclaje encajó con uno de esos agujeros en forma de pico de pájaro que eran en realidad las portillas de desembarco del asteroide, ambos estábamos de buen humor y preparados para la fiesta. Una de las (muchas) ventajas de ser lo que somos la querida Essie-Portátil y yo es que no tenemos que quitarnos los cinturones de seguridad y comprobar cierres y abrir portillas. No tenemos que hacer nada de eso. No tenemos que llevar nuestras placas de almacenamiento a ninguna parte..., se quedan exactamente allá donde están, y nosotros vamos donde queremos a través de los circuitos eléctricos de cualquier tipo del lugar donde estemos conectados. (Normalmente son los de la Único Amor cuando estamos viajando, como ocurre casi siempre.) Si queremos ir más lejos que eso, podemos ir por radio, pero entonces tenemos que enfrentarnos con esas tediosas demoras del circuito de comunicaciones. Así que amarramos la nave. Nos conectamos a los sistemas de Roca Rugosa. Habíamos llegado. Especificando, nos hallábamos en el Nivel Tango, Cubierta Cuarenta y algo del viejo y cansado asteroide, y no estábamos en absoluto solos. La fiesta había empezado. La gente estaba bailando. Se reunió una docena de personas para darnos la bienvenida —personas como nosotros, quiero decir—, llevando sombreros de fiesta o con bebidas en las manos, cantando, riendo. (Incluso había una pareja de carne al alcance de la vista, pero todavía necesitarían otros varios milisegundos antes de que se dieran cuenta de que habíamos llegado.) —¡Janie! —exclamé a una de las figuras que habían acudido a recibirnos, abrazándola; y—: ¡Sergei, golubkal —exclamó Essie, abrazando a otra; y en aquel momento, cuando nos hallábamos en medio de los saludos y abrazos y frases de congratulación, una fea voz restalló a mi lado: —Hey, Broadhead. Conocía aquella voz. Sabía incluso lo que iba a venir a continuación. ¡Vaya malas maneras! Parpadeo, destello, pop, y ahí estaba el general Julio Cassata, mirándome con el contenido (y apenas disimulado) desdén del soldado al civil, al otro lado de un enorme y despejado escritorio que no estaba allí hacía un momento. —Quiero hablar con usted —dijo. —Oh, mierda —respondí.

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