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Los amores y desamores de Camila Candelaria PDF

111 Pages·2014·6.26 MB·Spanish
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Los amores y desamores de Camila Candelaria Gerardo Piña-Rosales ] s i d colección locados [ L C C os amores y desamores de amiLa andeLaria Gerardo Piña-Rosales literalpublishing Los amores.indd 3 09/03/14 07:46 Este libro fue posible gracias al apoyo del Humanities Research Center y la School of Humanities de Rice University. A Mariel y Eva, siempre Primera edición 2014 D.R. © 2013, Gerardo Piña-Rosales D.R. © 2013, Literal Publishing 5425 Renwick Houston, Texas, 77081 www.literalmagazine.com ISBN: 978-0-9897957-0-8 Ninguna parte del contenido de este libro puede reproducirse, almacenarse o trans- mitirse de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste electrónico, químico, me- cánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso de la casa editorial. Impreso y hecho en México / Printed and made in Mexico Los amores.indd 4 09/03/14 07:46 Este libro fue posible gracias al apoyo del Humanities Research Center y la School of Humanities de Rice University. A Mariel y Eva, siempre Primera edición 2014 D.R. © 2013, Gerardo Piña-Rosales D.R. © 2013, Literal Publishing 5425 Renwick Houston, Texas, 77081 www.literalmagazine.com ISBN: 978-0-9897957-0-8 Ninguna parte del contenido de este libro puede reproducirse, almacenarse o trans- mitirse de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste electrónico, químico, me- cánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso de la casa editorial. Impreso y hecho en México / Printed and made in Mexico Los amores.indd 5 09/03/14 07:46 Yo, múltiple como en contradicción, atada a un sentimiento sin orillas que me une y me desune, alternativamente, al mundo. Julia de Burgos Los amores.indd 6 09/03/14 07:46 Yo, múltiple como en contradicción, atada a un sentimiento sin orillas que me une y me desune, alternativamente, al mundo. Julia de Burgos Los amores.indd 7 09/03/14 07:46 Nací y me crié en San Juan de Puerto Rico, aunque he pasado la mayor parte de mi vida adulta en Nueva York. Soy la mayor de tres hermanos: mi hermana Milagros, que vive recluida en un convento de Carmelitas Descalzas, en Chicago, y mi herma- no Román, sin residencia fija. Mi padre era de Bayamón, de orígenes muy humildes, de clase trabajadora. A pesar de sus escasos estudios –por falta de medios no había podido ingresar en la universidad–, Papi había conse- guido un puesto de funcionario en el gobierno, el cual, aunque mal remunerado, le dejaba tiempo suficiente para sus aficiones, o mejor dicho, para su única y gran afición, la lectura. Sus ideas políticas y sociales eran muy avanzadas, muy progresistas, para aquella época, por lo que debió sufrir mucho al verse atrapado en las redes de la mediocre tiranía de los burrócratas; pero como era hombre de poco carácter, sin espíritu de lucha, poco a poco se había ido resignando irremisiblemente a la aplastante rutina de su vida. Mi padre se consideraba un fracasado, pero ni a mis hermanos ni a mí nos mostró nunca su amargura, su desengaño. Yo lo quería y admiraba muchísimo. Mi madre proviene de una vieja familia ponceña de cier- to abolengo –de ascendencia española–, venida a menos. Mi abuelo Anselmo había sido propietario de una central azuca- rera, pero en 1920, al quebrar la empresa, se trasladó con su familia a San Juan, donde tuvo que ponerse a trabajar como cualquier hijo de vecino. Mi madre, que se daba muchas ínfu- las de grandeza, no desperdiciaba ocasión de echarle en cara a papá que no abrigara más ambiciones, que se contentara con el modesto sueldo de funcionario, de chupatintas, como decía 9 Los amores.indd 8 09/03/14 07:46 Nací y me crié en San Juan de Puerto Rico, aunque he pasado la mayor parte de mi vida adulta en Nueva York. Soy la mayor de tres hermanos: mi hermana Milagros, que vive recluida en un convento de Carmelitas Descalzas, en Chicago, y mi herma- no Román, sin residencia fija. Mi padre era de Bayamón, de orígenes muy humildes, de clase trabajadora. A pesar de sus escasos estudios –por falta de medios no había podido ingresar en la universidad–, Papi había conse- guido un puesto de funcionario en el gobierno, el cual, aunque mal remunerado, le dejaba tiempo suficiente para sus aficiones, o mejor dicho, para su única y gran afición, la lectura. Sus ideas políticas y sociales eran muy avanzadas, muy progresistas, para aquella época, por lo que debió sufrir mucho al verse atrapado en las redes de la mediocre tiranía de los burrócratas; pero como era hombre de poco carácter, sin espíritu de lucha, poco a poco se había ido resignando irremisiblemente a la aplastante rutina de su vida. Mi padre se consideraba un fracasado, pero ni a mis hermanos ni a mí nos mostró nunca su amargura, su desengaño. Yo lo quería y admiraba muchísimo. Mi madre proviene de una vieja familia ponceña de cier- to abolengo –de ascendencia española–, venida a menos. Mi abuelo Anselmo había sido propietario de una central azuca- rera, pero en 1920, al quebrar la empresa, se trasladó con su familia a San Juan, donde tuvo que ponerse a trabajar como cualquier hijo de vecino. Mi madre, que se daba muchas ínfu- las de grandeza, no desperdiciaba ocasión de echarle en cara a papá que no abrigara más ambiciones, que se contentara con el modesto sueldo de funcionario, de chupatintas, como decía 9 Los amores.indd 9 09/03/14 07:46 ella. Mami era muy dominante, muy mandona, y cuando se en- yo. A1 principio, fueron sólo manitas y besuqueos a hurtadi- fogonaba, armaba unos revolús de los demonios. Mi padre se las llas, pero un día, en mi casa, mi primo me besó en la boca y veía y se las deseaba para escabullirse de su acoso: empezaba empezó a toquetearme de una manera muy rara. En eso estába- por encerrarse en su cuarto, refugiándose en sus librotes; pero mos cuando apareció mi madre, sorprendiéndonos in fraganti. después, como mi madre, empantalonada, seguía despotrican- A mi primo no le dijo nada, pero a mí tremenda pela que me do contra esto y aquello, mi pobre padre, desesperado, acababa dio, llevándome arrastrada hasta la iglesia, donde me obligó a por marcharse de casa, y no le veíamos el pelo en dos o tres confesarme. A Eduardo no lo vi más. Moriría en Vietnam pocos días. Sospecho que ya por aquel entonces se había echado una años más tarde. corteja, una querida –con la que años después se casaría–. Como sus relaciones habían terminado por ser un verda- Yo recibí una educación muy estricta, muy conservadora. dero infierno, mis padres, de mutuo acuerdo, y sin acrimonias, Durante cuatro años estuve internada en el Colegio de la In- acordaron divorciarse. Poco tiempo después, mi madre decidió maculada Concepción, pasando después a una escuela pública, emigrar, conmigo y mis hermanos, a Nueva York, donde tenía en Río Piedras, donde residíamos. una hermana solterona, mi tía Ernestina. A los trece años, era yo una muchachita bastante desa- rrollada para mi edad. Con mis grandes ojos negros y labios * * * pulposos, mi piel canela –de mamey, decía Papi–, mi melena azabache, ensortijada y sedosa, mis torneadas caderas, mis nal- A mí, Nueva York no me gustó ni pizca. Aquellas ondulantes gas paraítas y mis pechines en punta, causaba sensación entre multitudes, siempre atrafagadas, que iban y venían avenidas los muchachos. –¡¿Quién me iba a decir a mí que ese atractivo arriba y avenidas abajo, me parecían locas de remate, y los fa- físico habría de ser la razón principal de mis desdichas?!– En la mosos rascacielos de Manhattan me intimidaban con su sober- calle, los hombres me comían con la mirada, y algunos, los más bio colosalismo. desvergonzados, hasta se atrevían a lanzarme piropos y requie- Durante un par de meses nos quedamos con mi tía Er- bros subidos de tono. Yo procuraba ignorarlos, pero la verdad nestina, que vivía en un apartamento, chiquito como celda de es que aunque me daban un poco de miedo, en el fondo, me convento, en la calle 116. Pero cuando mi madre –que sabía halagaban. Mi madre, celosa guardiana de mi virtud, haciéndo- bastante inglés, mecanografía, taquigrafía y hasta su poquito se eco de los consejos y admoniciones monjiles, no se cansaba de contabilidad– consiguió trabajo en una compañía de segu- de repetirme que la virginidad era el tesoro más preciado de la ros, nos mudamos a nuestro propio apartamento, en el mismo mujer y que había que tener pero que muchísimo cuidado con edificio. los hombres, porque el demonio andaba de continuo al acecho. Aquel invierno de 1960 me lo pasé encerrada en casa, llo- rando cada dos por tres y sin querer ver a nadie. Separada de Mi primera experiencia amorosa –si es que puedo llamarla así– mi padre, me sentía sola, desamparada, perdida. Durante varios la tuve con Eduardo, un primo mío, dos o tres años mayor que meses estuve escribiéndole cartas y más cartas, en las que le 10 11 Los amores.indd 10 09/03/14 07:46 ella. Mami era muy dominante, muy mandona, y cuando se en- yo. A1 principio, fueron sólo manitas y besuqueos a hurtadi- fogonaba, armaba unos revolús de los demonios. Mi padre se las llas, pero un día, en mi casa, mi primo me besó en la boca y veía y se las deseaba para escabullirse de su acoso: empezaba empezó a toquetearme de una manera muy rara. En eso estába- por encerrarse en su cuarto, refugiándose en sus librotes; pero mos cuando apareció mi madre, sorprendiéndonos in fraganti. después, como mi madre, empantalonada, seguía despotrican- A mi primo no le dijo nada, pero a mí tremenda pela que me do contra esto y aquello, mi pobre padre, desesperado, acababa dio, llevándome arrastrada hasta la iglesia, donde me obligó a por marcharse de casa, y no le veíamos el pelo en dos o tres confesarme. A Eduardo no lo vi más. Moriría en Vietnam pocos días. Sospecho que ya por aquel entonces se había echado una años más tarde. corteja, una querida –con la que años después se casaría–. Como sus relaciones habían terminado por ser un verda- Yo recibí una educación muy estricta, muy conservadora. dero infierno, mis padres, de mutuo acuerdo, y sin acrimonias, Durante cuatro años estuve internada en el Colegio de la In- acordaron divorciarse. Poco tiempo después, mi madre decidió maculada Concepción, pasando después a una escuela pública, emigrar, conmigo y mis hermanos, a Nueva York, donde tenía en Río Piedras, donde residíamos. una hermana solterona, mi tía Ernestina. A los trece años, era yo una muchachita bastante desa- rrollada para mi edad. Con mis grandes ojos negros y labios * * * pulposos, mi piel canela –de mamey, decía Papi–, mi melena azabache, ensortijada y sedosa, mis torneadas caderas, mis nal- A mí, Nueva York no me gustó ni pizca. Aquellas ondulantes gas paraítas y mis pechines en punta, causaba sensación entre multitudes, siempre atrafagadas, que iban y venían avenidas los muchachos. –¡¿Quién me iba a decir a mí que ese atractivo arriba y avenidas abajo, me parecían locas de remate, y los fa- físico habría de ser la razón principal de mis desdichas?!– En la mosos rascacielos de Manhattan me intimidaban con su sober- calle, los hombres me comían con la mirada, y algunos, los más bio colosalismo. desvergonzados, hasta se atrevían a lanzarme piropos y requie- Durante un par de meses nos quedamos con mi tía Er- bros subidos de tono. Yo procuraba ignorarlos, pero la verdad nestina, que vivía en un apartamento, chiquito como celda de es que aunque me daban un poco de miedo, en el fondo, me convento, en la calle 116. Pero cuando mi madre –que sabía halagaban. Mi madre, celosa guardiana de mi virtud, haciéndo- bastante inglés, mecanografía, taquigrafía y hasta su poquito se eco de los consejos y admoniciones monjiles, no se cansaba de contabilidad– consiguió trabajo en una compañía de segu- de repetirme que la virginidad era el tesoro más preciado de la ros, nos mudamos a nuestro propio apartamento, en el mismo mujer y que había que tener pero que muchísimo cuidado con edificio. los hombres, porque el demonio andaba de continuo al acecho. Aquel invierno de 1960 me lo pasé encerrada en casa, llo- rando cada dos por tres y sin querer ver a nadie. Separada de Mi primera experiencia amorosa –si es que puedo llamarla así– mi padre, me sentía sola, desamparada, perdida. Durante varios la tuve con Eduardo, un primo mío, dos o tres años mayor que meses estuve escribiéndole cartas y más cartas, en las que le 10 11 Los amores.indd 11 09/03/14 07:46

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porque al principio, el acto sexual me procuraba más dolor que placer, como si en .. de las Confessions of an English Opium Eater, de De Quincey,.
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