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Lo que vi y lo que sé de la revolución de Trujillo (Perú). Relato de un militar venezolano testigo de la sublevación PDF

108 Pages·1934·2.242 MB·Spanish
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LO QUE VI Y LO QUE SÉ DE LA REVOLUCIÓN DE TRUJILL0 Félix león echagüe CARTA AL LECTOR Panamá, 13 de Diciembre de 1933. Sr. Dr. Don Alejandro Nureña de la Flor. México, D. F. Mi estimado amigo y camarada: Hace mucho tiempo que dejé el fusil subversivo, para dedicarme a buscarle calor a mi vejez. Tú sabes que por mis correrías revolucionarias me he quedado sin nada, y lo que es más grave, sin poder volver a mi Caracas, en donde me parece imposible que aún se soporte la presencia de un salvaje como Juan Vicente Gómez. Pero, no me arrepiento de lo hecho, cuando se ha visto tanto valor para arrostrar la muerte y tanta generosidad para perdonar la vida. Los que hemos sufrido la barbarie de Gómez, nos sentimos solidarios con todos los pueblos que en el mapa de América fi guran como víctimas de siniestras dictaduras. Acabo, mi querido Alejandro, de llegar del Perú, a donde fui después del fracaso de mi intento revolucionario con el General Uribe. Traigo un hij o de seis años, nacido en Lima. No quiero alargar esta carta relatándote mi residencia en el país hermano, porque los papeles que te adjunto te darán razón de todo ello. Son los originales de un libro que te pido lo edites, como un tributo de mi parte a la hospitalidad que he tenido en el Perú, y porque ahora que lo he abandonado, creo que ese pueblo es mi segunda patria y, por lo tanto, debo cumplir con un alto deber de gratitud, publicando lo que yo he presenciado, he visto, he sentido en la valiente ciudad de Trujillo, en los instantes más angustiosos de su historia política. Sobre ese movimiento, titulado por la reacción política del Perú como sublevación comunista, nada se ha escrito que pueda ser una expresión de la verdad, y si se ha dicho algo, ha sido con el pánico que hace ocultar injustamente el nombre de los verdugos para exhibir solo el nombre y el apellido de las víctimas. Testigo involuntario de esa jornada, en donde por poco me toca mi ración de plomo, siento en lo más profundo de mi ser esta necesidad de hacer justicia a una acción popular, en la que el derecho estuvo de parte ue los que, dentro del corto plazo de cinco días, fueron, a la vez, vencedores y vencidos. Se ha calumniado. Se ha subalternizado ese movimiento, pero te juro que muchas veces, cuando me pongo a pensar en los actos de valor, de nobleza, de respeto, de camaradería que yo vi allí, tengo la mala intención de creer que en el mundo no existe más justicia que la que uno puede hacerse por mano propia. La Revolución de Trujillo tuvo su justifi cación, y así como hizo de su derecho un fantástico atalaya de libertad, también por designios superiores, esa justicia se trocó en el calvario de su propia libertad. Y como he vivido en el Perú, como he comido el pan del destierro en ese país, no puedo permitir que ahora que salgo de allí, en esta América se ignore la verdad de un suceso de imponderable grandiosidad y merecedor de la época frondosa de los Bello y de los Díaz Mirón. Cumplo, pues, como te digo con ese gran deber, entregando por tu conducto, con tu ayuda y con el apoyo de tu situación, estos recuerdos para los pueblos del mundo. En Trujillo he vivido momentos muy agradables. He sido hospedado y atendido con el más hermoso desinterés. Por largos años, siempre encontré trabajo y ayuda, muchas veces hasta económica, de mis relacionados, y en todas partes por donde fui, era considerado, no como un extranjero, sino como un ciudadano peruano. En cambio, yo no he podido aun pagar esa hospitalidad. Ahora que estoy lejos, ausente quien sabe si para siempre, quiero cumplir con esa obligación moral, de testimoniar ante ef mundo un acontecimiento que es de gran interés para nuestra América, ya que esa acción de armas fue efectuada a nombre del Partido Aprista Peruano, que lo forman la gran mayoría de la costa, de la sierra y de la montaña del Perú. Dejo esta edición a tu criterio, pero a la vez exij o de ti una apreciación que me anticipe el favor del público, ya que siendo para ti el viejo revolucionario venezolano, soy para mis lectores un perfecto desconocido intelectual. Quiero que su título sea: “LO QUE VI Y LO QUE SÉ DE LA REVOLUCIÓN DE TRUJILLO”. (Relato de un militar venezolano testigo de la sublevación). Pero eso sí, querido Alejandro, que el libro vaya por toda América y el mundo, porque tengo arraigado en mí, el deseo de que se sepa que en el Perú hay una juventud formando un Partido Político, un Gran Partido, que sólo la mentalidad de Haya de la Torre puede amparar disciplinariamente a costa de innumerables sacrifi cios, escribiendo vibrantes páginas en su historia política y elevándolas a un tono especial de sublimidad con la sangre de sus héroes. Con la fe de siempre en nuestra causa, con el anhelo de que estos relatos sirvan de ejemplo para la juventud americana, dejo en ti, como siempre, mi amistad y mi cariño invariables. Tuyo, Félix León Echagüe Coronel del Ejército Venezolano. A LOS LECTORES Unas palabras de presentación Es posible que Dn. Rufi no Blanco Fombona, aun recuerde del Coronel Félix León Echagüe. Más o menos, desde la época en que el ilustre literato venezolano abrió combate contra la tiranía de Gómez, el Coronel Echagüe había, por varias veces, intervenido en escaramuzas armadas, con fatales resultados para muchos de sus compañeros y para él mismo, si es que no logra fugar de la Rotonda, perdiéndose en el laberinto de nuestra América India. Y no lo vi más desde esa fecha. Hay muchos venezolanos a quienes el impulso de su aventura los ha llevado a formar parte de infi nitas correrías políticas en Centro y Suramérica. Con Sandino estuvieron algunos en La Segovia. Para otros, el mapa de América del Sur ha sido su último reducto material. Hoy, resulta que el Coronel León Echagüe, ha estado en el Perú, y me alcanza para su publicación los originales de este libro, sobre cuyo valor intelectual, adrede, no quiero hacer referencia, porque trae sobre sí una fi nalidad mucho más elevada que un triunfo literario: es la de rendir homenaje a la tierra que cobij ó al fugitivo, abriéndole franca hospitalidad en su huida después de un fracaso revolucionario que puede ser el último. Conozco a muchos escritores peruanos. Entre ellos a Gastón Roger, a Carlos Manuel Cox, a Manuel Seoane, a Bustamante y Ballivián, a Blanca Luz Brum, etc. Nada menos que con Lleras Camargo en Colombia, y con García Monje, en Costa Rica, hemos conferenciado largo sobre la labor que realiza Haya de la Torre en el Perú. Ahora, siento una gran alegría de ser portavoz de un libro, que, precisamente, hace honor al Partido Aprista del que es Jefe Víctor Raúl Haya de la Torre, en el que militan muchos amigos míos y en cuya lucha participan los Jefes, no desde la altura, como es convencional y reglamentario en nuestra América, sino bajando al llano, entrando a las cárceles y abriendo el sendero del sacrifi cio como cualquier anónimo hij o del pueblo. Por eso, siento alegría de servir en esta oportunidad al compañero Coronel León Echagüe, ayudándolo en su homenaje al pueblo peruano, cuya historia política seguimos muy de cerca todos los que en este continente nos dedicamos a la lucha social. Estos relatos de León Echagüe, han sido escritos en el mismo lugar de la contienda. Él fue un testigo presencial de la Revolución de Trujillo, que tantas inocentes víctimas le cuesta al Perú. Esa acción pretendió ser desfi gurada a base de una inicua campaña de difamación. La diplomacia del Perú se prestó cínicamente para ello, ya que la totalidad de sus miembros pertenecen al Partido reaccionario y fueron nombrados por el régimen que ellos, ciega y obstinadamente, han defendido ante el pavor de nuestra América. León Echagüe ha traído un hij o del Perú. Los seis años de ese pequeño, son testigos elocuentes del amor y el cariño que le profesa a ese pueblo. Por eso, y porque su estadía en la tierra de González Prada y de Mariátegui ha sido muy amable para él, se cree en el deber de decir la verdad ante el mundo, trayendo a un encuadernado editorial los relatos que titula “LO QUE VI Y LO QUE SÉ DE LA REVOLUCIÓN DE TRUJILLO”. Posiblemente, nada verídico se ha escrito aun sobre este particular. León Echagüe hace un estudio completo de la situación del Perú. Para llegar al capítulo de la revolución de Trujillo, se desdobla en una serie de consideraciones políticas desde la época en que gobernaba don Augusto B. Leguía. Antecedentes y causales de muchos aspectos de la política peruana. Referencias de hombres. Historia de los partidos. Anotaciones, fechas, etc. Si el libro afl oja en específi cos incidentes de índole personal, en cambio asume en su totalidad el carácter de un formidable relato histórico que, como obra literaria, tiene posiblemente defi ciencias, pero en cambio, como una tradición abre muchos aspectos para una documentación muy importante. Como todo pueblo joven, el Perú está llamado a cumplir su cometido histórico en estos momentos de grandes transformaciones sociales. Allí, como en Chile, en Cuba y en México, se siente a intensidad de ese materialismo histórico de que habla Marx. Acosada por el colonialismo feudal, la juventud, inevitablemente, tiene que sentir la necesidad de evadirse de ese ambiente, de renovar, de transformar construyendo un nuevo Estado sobre las ruinas del conservadorismo criollo. Ese es el plan del Aprismo, generalizado en toda su acción a cuya resistencia se prepara la oligarquía con los resultados que todos conocen, siempre a base de una injusticia bárbara y a costa del dolor de la peruanidad. León Echagüe apunta en su obra algunas censuras a la política peruana. Pretendiendo ser imparcial y sereno en estos relatos, se ha revestido de toda la sangre fría necesaria para poder abordar las cuestiones de que trata con la mayor sujeción a la verdad. Pero, fatalmente, la verdad que existe en la historia de ese pueblo ha señalado dos fl ancos: el del sacrifi cio y la justicia para el Aprismo —que es la gran mayoría popular— y el del verdugo y la injusticia representados por el conservadorismo peruano. Como militar. León Echagüe trata en esta obra de la cuestión técnica de la defensa revolucionaria de Trujillo. Ese movimiento, según nuestro relator, se perdió por falta de dirección militar. El orden civil lo impuso el mismo pueblo, pero la disciplina militar, la orientación técnica faltó, porque los directores del movimiento, fatalmente, perdieron la vida al iniciarse la sublevación. Hay interesantes, sugestivos y emocionantes capítulos en este libro. Es un magnífi co homenaje al Perú. No al Aprismo en particular, sino a la Nación en general, porque si es cierto que una gran mayoría popular de ese país forma el Aprismo, en cambio, en los sectores adversarios, tiene forzosamente que existir el desconocimiento de la doctrina de ese Partido, debido al espíritu timorato y asustadizo de unos y a la falta de aptitud de otros, fomentado por la campaña de “El Comercio”, de propiedad de unos señores Miró Quesada, de procedencia colombiana, quienes han servido de vehículo para tergiversar el verdadero espíritu del Aprismo. Muchos que han intervenido en el Gobierno del General Sánchez Cerro, leyendo este breviario suscrito por un extranjero, llegarán a la recapacitación, y, quizás, al arrepentimiento ante tanta barbarie de parte del Estado y frente a la valentía y nobleza de su víctima: el pueblo. Cumplo pues un deber, anteponiendo a este relato valioso, el aporte de mi amistad, para mi ilustre amigo, el Coronel Félix León Echagüe, que muy bien ha sabido captar la exaltación civil del pueblo hermano, en la famosa jornada reivindicacionista de Trujillo. Alejandro Nureña de la Flor México, D. F.— Enero 20 de 1934.

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