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lenguaje y objeto: materiales para una filosofía de arquitectura PDF

464 Pages·2007·4.34 MB·Spanish
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UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE FILOSOFIA Departamento de Filosofía IV LENGUAJE Y OBJETO: MATERIALES PARA UNA FILOSOFÍA DE ARQUITECTURA MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR PRESENTADA POR Daniel Mielgo Bregazzi Bajo la dirección del doctor: Jacobo Muñoz Veiga Madrid, 2007 ISBN: 978-84-669-3110-6 Universidad Complutense de Madrid Facultad de Filosofía y Letras Depto. de Filosofía IV (Crítica y Estética) LENGUAJE Y OBJETO Materiales para una Filosofía de la Arquitectura Tesis Doctoral Presentada por Daniel Mielgo Bregazzi. Dirigida por el Catedrático Jacobo Muñoz Veiga. Madrid, junio 2006. 2 Lenguaje y Objeto Materiales para una Filosofía de la Arquitectura. Daniel Mielgo Bregazzi. Introducción. 5 1ª Parte: Materiales para una Filosofía del Objeto. 15 1.1 ¿Qué es el Objeto? 16 1.1.1. Observaciones preliminares. 17 1.1.2. Algunos usos de “objeto” en Platón. 23 1.1.3. Breve etimología del término αντικείμενον. 36 1.1.4. La inmunidad de Berkeley. 57 1.1.4.1. Contexto intelectual de Berkeley. 58 1.1.4.2. Esse est percipi. 63 1.1.4.3. Dios como el en-sí. 67 1.1.4.4. La inmunidad de Berkeley. 78 1.1.5. Varios aspectos del concepto de objeto puro en Millán-Puelles. 80 1.1.5.1. Sobre el solipsismo absoluto. 95 1.1.5.2. Sobre el solipsismo relativo. 98 1.1.5.3. Observaciones generales. 101 1.2. El Objeto en Baudrillard. 107 1.2.1.El objeto como referente en Baudrillard. 108 1.2.2. El objeto subordinado: El Sistema de los Objetos. 114 1.2.3. El objeto como fuente de intercambio simbólico. 123 1.2.4. El objeto como fundamento a la crítica marxista. 142 1.2.5. El objeto como estrategia fatal. 160 1.2.6. La seducción del objeto. 168 1.2.7. El objeto como el final de la política: dos hipótesis. 175 1.2.8. Refutaciones. 188 3 2ª Parte: Materiales para una Filosofía de la Arquitectura. 199 2.1. Tres Visiones de Babel. 200 2.1.1. Situación del mito. 201 2.1.2. La problemática de ‘el pueblo elegido’. 209 2.1.3. Tres visiones de Babel. 218 2.1.3.1. Dios castigó a los mortales por aspirar al cielo. 220 2.1.3.2. Dios castigó a los mortales por perseguir un nombre común. 224 2.1.3.3. Dios recompensó a los mortales al ofrecerles los lenguajes. 243 2.1.4. Las dos torres de Bruegel. 254 2.1.5. Conclusiones de un mito. 265 2.2. Lenguaje y Objeto Arquitectónico. 283 2.2.1. La paradoja en Vitruvio. 284 2.2.2. Concinnitas. 290 2.2.3. Empezar de cero: manifiesto frente a tratado. 308 2.3. Un Caso Típico: los escritos de Daniel Libeskind. 321 2.3.1. La palabra como pretexto. 323 2.3.2. Torre de la Libertad: o de cómo construir para las buenas 333 víctimas. 2.4. Conclusión: el fetiche como destino de la arquitectura. 387 2.4.1. Precedentes: el fetichismo como forma de alienación. 388 2.4.2. La arbitrariedad según Moneo. 397 2.4.3. El fetiche y lo bello. 421 2.4.4. Algunos ejemplos de fetichismo. 426 2.4.5. El fetiche y el bien. 431 2.4.6. Arquitectura y lenguaje: tres fases. 437 Bibliografía. 442 4 Introducción. 5 La presente tesis tiene como propósito interpretar la arquitectura desde la perspectiva del significado originario del término “objeto”. La arquitectura es esencialmente un objeto, y como tal ha reproducido históricamente las diversas narrativas del término, adaptándolas a una estética particular que rara vez ha cuestionado la primacía de la intencionalidad sobre el objeto construido. De hecho, la arquitectura como disciplina carecería por completo de sentido sin la intencionalidad con la que siempre se presenta cualquier edificación. Construir no sólo supone satisfacer necesidades o perseguir ciertas formas estéticamente aceptables sino que implica primordialmente dar un sentido a las formas, hacer intencional lo construido, justo al igual que el discurso histórico del objeto se ha centrado sobre el hacer intencional lo que se nos ofrece a los sentidos. La disciplina arquitectónica se presenta aquí como un caso muy apropiado para ilustrar la intencionalidad con la que siempre se ha pensado el término “objeto”. Revisando algunos discursos básicos del objeto, podrá observarse que la característica determinante de los diversos planteamientos reside en pensar el objeto como un término intencional de nuestra conciencia. Tal es el común denominador del término, y no por capricho, sino sencillamente porque no hay alternativa a esta aproximación. Veremos al tratar el episodio babélico que, como objeto, la arquitectura está inevitable y a menudo inadvertidamente ligada a estos discursos, al lenguaje y a la intencionalidad. No es posible construir sin hacer intencional y esta demanda de intencionalidad es una exigencia a priori del propio proceso arquitectónico, engranándose en su dinámica desde un primer instante. Se espera del arquitecto, del crítico y del público, que nos hagan entender el objeto de la arquitectura, que lo expliquen o critiquen, que lo puedan hacer inteligible en otro registro que no sea el tectónico. En su esencia, las diversas estéticas y movimientos, los modernismos y los estilos, los instantes de particularidad que forman lo que entendemos por la historia de la arquitectura, han sido, ante todo, ejercicios de intencionalidad, intentos de establecer una nueva primacía del sujeto sobre el objeto estético. Huelga decir que la validez, la necesidad, pertinencia o mérito de estos discursos no esta aquí ni mucho menos bajo sospecha, como tampoco cuestionaremos la necesidad de estudiar estos instantes históricos para comprender el desarrollo de la historia de la arquitectura, pues una cosa es la facticidad histórica de la disciplina y otra muy distinta el cuestionamiento de la misma desde prisma del objeto. Si admitimos que la 6 arquitectura es primariamente un objeto, su sentido hegemónico ha de ser paralelo al de ese término y tal será, en última instancia, la conclusión a la que conduciría el cuestionamiento radical del significado de la arquitectura. Aceptada esta premisa, la historia de la arquitectura la formarían esos instantes de intencionalidad reflejados en los objetos concretos de arquitectura, sin que el estudio de esa facticidad histórica jamás llegue a cuestionar el sentido hegemónico y subyacente de esos momentos. Vemos pues que, una vez agotadas las grandes narrativas estéticas, el cuestionamiento del significado de la arquitectura nos conduce irremediablemente al cuestionamiento del significado del objeto. Como actividad social de primera magnitud, podría afirmarse que la arquitectura representa el arte intencional por excelencia. Al contrario que otras artes, la arquitectura ha de dar respuesta a problemas concretos que yacen mucho más allá de la voluntad del arquitecto y que preexisten, con mucho, a las intenciones de un autor. Se da desde un inicio una paradoja en la arquitectura y es que la intencionalidad del arquitecto nunca puede sustituir el significado de la obra. Podría refutarse a esto que lo mismo atañe a otras artes, pero, como objeto social, la arquitectura es siempre susceptible de transformar su significado con total independencia de la voluntad con la que fuese originalmente concebida. En otras palabras, por requerir de un amplio consenso social, el espectro de interpretación en arquitectura es mucho más autónomo del creador que en otras artes. Los edificios cambian de uso, de inquilinos o de aspecto, pero siguen siendo objetos en sí mismos, objetos susceptibles de exceder la intencionalidad con la que fueran presentados, aunque esa intencionalidad siempre habrá de ser expuesta, no por medio del objeto, sino por medio del lenguaje. Como veremos, el lenguaje ha de anticiparse siempre al acto constructivo para garantizar un consenso sobre el significado y el propósito de la obra que evite a toda costa la indeterminación en la arquitectura. Ello nos invita a plantear la hipótesis de que, a diferencia de otros actos de creación, la arquitectura no puede ser arbitraria, y el ámbito en el que vendrá a darse este consenso será el lenguaje. La jerarquía del lenguaje sobre la obra es una de las diferencias más relevantes entre la arquitectura y las demás artes, pues, por su mero carácter social, la arquitectura es el único ámbito artístico en el que lo arbitrario no puede establecerse como criterio formal. Como se pretenderá hacer ver, tal dependencia establece varias fases en la relación entre la arquitectura y el lenguaje que reflejan, con más o menos fidelidad y acierto, las diversas narrativas del objeto. 7 No obstante, se advertirá en seguida que meditar la arquitectura desde esta perspectiva suscita varias preguntas. En primer lugar, si establecemos que la característica fundamental del término objeto ha sido su acepción como término intencional de la conciencia, se deduce que la arquitectura ha sido históricamente interpretada desde el primado de la intencionalidad. Pero, ¿y si la arquitectura, como objeto, respondiera a una dinámica alternativa a la de la intencionalidad? Llegados a este nivel de cuestionamiento parecería lógico sustituir el término “arquitectura” por “objeto”. ¿Es pues en absoluto posible pensar el objeto, y por tanto la arquitectura, más allá de o fuera de la intencionalidad? Ya que el pensar requiere del lenguaje, y ya que el lenguaje es necesariamente intencional, la imposibilidad que presenta este planteamiento será obvia. ¿Cabría entonces plantear la hipótesis de un primado del objeto sobre el sujeto, de una especie de déficit de intencionalidad en la relación sujeto-objeto? Trasladada al ámbito arquitectónico, se deduce que esta hipótesis habría de interpretar los diversos discursos arquitectónicos bajo la perspectiva del sentido originario del término “objeto”. ¿Y si la característica esencial del objeto no fuese entonces la de ser intencional sino precisamente la de exceder a la intencionalidad? De forma provisoria, mantengamos por tanto una hipótesis de trabajo inteligible y alternativa. Pensemos el objeto, no como término intencional de la conciencia, sino como aquello que precede, excede, permanece y como aquello que se resiste a la interpretación. Esta premisa parecería ajustarse al significado originario del la voz “objeto”, estrechamente ligado al significado de “oposición” del cual deriva el término griego antikeimenon (αντικείμενον), significado que luego sería adaptado como “lo contrapuesto” por la voz latina objectus-a-um de la que nos llega nuestro concepto de objeto. Por tanto nuestro proyecto queda dividido en dos partes. En la primera parte se ofrece una muy sumaria selección de aquellos instantes filosóficos en los que el sentido de “oposición” ha integrado la interpretación del objeto, comenzando por la etimología del recién citado término griego antikeimenon, su acepción latina como objectus y algunas de sus más palmarias repercusiones de las que trataremos de dar cuenta en el primer capítulo. Se verá que el pasaje del término griego al latino conlleva un cambio en el sentido de esa “oposición”, que ahora pasa a tener una connotación marcadamente hostil o de contrariedad, no como algo con lo cual se convive sino más 8 bien como algo que nos sobreviene y ante lo que hemos de defendernos al igual que se hace con un contrario o un enemigo. Se verá también que el carácter de hostilidad que enfatiza la voz latina descansa sobre el reconocimiento de la extensión como la característica esencial del objeto y principal fuente de extrañamiento. Aquí también destacarían las tentativas de negar este carácter de oposición inherente a la extensión, como por ejemplo ilustra el caso extremo de Berkeley y su concepto totalizante de la divinidad, o las reflexiones de Millán-Puelles sobre el concepto de “objeto-puro” de las que nos ocuparemos. Nótese que pensar el objeto en su sentido originario de opuesto tampoco equivale a defender un primado del noúmeno kantiano, del “objeto en-sí” como límite de nuestro pensar o como aquello que no nos puede ser dado en la experiencia. Al contrario que en Kant, el sentido de oposición que contiene el mentado término griego está íntimamente relacionado con la experiencia y los sentidos, no tiene connotaciones necesariamente hostiles ni negativas sino que más bien refleja la radical inaccesibilidad del objeto con el cual hemos de convivir. La voz griega antikeimenon se refiere pues a un término relacional de la experiencia y sería su adopción latina como “lo contrapuesto” lo que establecería ese cariz de confrontación, dominio o subyugación que culminará con el racionalismo del siglo XVII y la modernidad. Por el contrario, traducimos el término originario de antikeimenon como “lo opuesto a aquello que yace”, lo que introduce, no sólo una relación más pareja entre los polos enfrentados, sino también otro término de particular relevancia en este contexto como es el de oposición. El carácter de objeto como opuesto vendría a significar, como dice Millán-Puelles, algo así como su “no agotarse en ser pensado”, o lo que también se ha denominado como “transobjetualidad”.1 Uno de los ejemplos contemporáneos más interesantes ha sido en nuestra opinión el de Jean Baudrillard, que será abordado en el segundo capítulo. La tesis del intercambio simbólico, extendida por Baudrillard a la práctica totalidad de todos los fenómenos sociales, políticos, estéticos y culturales de nuestra época, fue en un principio sistematizada por Marcel Mauss para explicar el sistema de intercambios y obligaciones en ciertas economías preindustriales. Elegimos esta vertiente filosófica, 1 Véase Antonio Millán-Puelles, Teoría del Objeto Puro, Ediciones RIALP, Madrid 1990, capítulo IX e infra, capítulo 1.1. 9

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(Crítica y Estética). LENGUAJE Y OBJETO. Materiales para una Filosofía de la Arquitectura. Tesis Doctoral. Presentada por Daniel Mielgo Bregazzi.
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