Estas lecciones se ocupan de la estética; su objeto es el vasto reino de lo bello, y, más precisamente, su campo es el arte, vale decir, el arte bello. Por supuesto, a este objeto, propiamente hablando, no le es enteramente adecuado el nombre de estética, pues «estética» designa más exactamente la ciencia del sentido, del sentir, y con este significado nació como una ciencia nueva o, más bien, como algo que en la escuela wolffiana debía convertirse en una disciplina filosófica en aquella época en que en Alemania las obras de arte eran consideradas en relación a los sentimientos que debían producir, p. ej., los sentimientos de agrado, de admiración, de temor, de compasión, etc. A la vista de lo inadecuado, o, mejor dicho, de lo superficial de este nombre, se intentó forjar otros, como, p. ej., calística. Pero también éste se muestra insuficiente, pues la ciencia que proponemos considera, no lo bello en general, sino puramente lo bello del arte. Nos conformaremos, pues, con el nombre de Estética, dado que, como mero nombre, nos es indiferente, y, además, se ha incorporado de tal modo al lenguaje común que, como nombre, puede conservarse. No obstante, la expresión apropiada para nuestra ciencia es «filosofía del arte», y, más determinadamente, «filosofía del arte bello». Georg Wilhelm Friedrich Hegel Lecciones sobre la estética ePub r1.1 Titivillus 29.08.16 EDICIÓN DIGITAL 3 Título original: Vorlesungen über die Ästhetik Georg Wilhelm Friedrich Hegel, 1835 Traducción: Alfredo Brotóns Muñoz Según la segunda edición de Heinrich Gustav Hothos (1842) Edición: Friedrich Bassenge Recopilación de las lecciones impartidas por Hegel en Heidelberg en 1818 y en Berlin en 1820/21, 1823, 1826 y 1828/29. Fue recopilado y publicado en 1835 por Heinrich Gustav Hotho, utilizando los propios manuscritos de Hegel y los apuntes que sus estudiantes tomaron durante las conferencias Editor digital: Titivillus ePub base r1.2 Edición digital: epublibre (EPL), 2016 Conversión a pdf: FS, 2020 4 Nota del traductor De los muchos escollos que en esta traducción me han salido al paso, sólo en un caso siento que he fracasado rotundamente: la distinción operativa entre Vorstellung y Darstellung, con sus respectivas familias. De todas las soluciones barajadas, la única que me ha parecido a cubierto de objeciones absolutamente contundentes, tratándose de un par de términos tan cruciales y frecuentes en esta obra, es la siguiente: Vorstellung se vierte como «representación*», con el significado de representación mental, subjetiva, interior…; Darstellung se vierte como «representación**», con el significado de representación fáctica, objetiva, exterior… «Representación» cubre el resto de acepciones. Los demás problemas los he resuelto como mejor he sabido, tratando de no sacrificar el contenido a la forma, ni a la inversa; de cualquier modo, prescindiendo de neologismos y distorsiones, semánticas o sintácticas, del castellano, recurriendo solo en los casos especiales a los giros de más solera de los acuñados por la tradición de la traducción filosófica, y, en última instancia, ateniéndome en todo momento al cambiante contexto (así, y para no citar más que un solo ejemplo, geistreich es traducido por «rico en espíritu» o «ingenioso», según el rigor terminológico que el pasaje requiera y las connotaciones más pertinentes en cada ocasión). 5 Las notas al texto son de tres clases: unas aportan datos sobre obras y personajes citados o aludidos por Hegel y que no me han parecido tan de dominio público como para considerar ocioso tener a mano fechas, hechos o circunstancias que faciliten una mejor comprensión del texto; otras ilustran sobre juegos de palabras o parentescos etimológicos intraducibles al castellano; las hay, por fin, que sugieren otras posibles lecturas del texto. En éstas últimas se transcriben con frecuencia, citadas por sus autores, las interpretaciones de los traductores inglés, italiano y francés que he consultado en los casos más conflictivos, y que son, respectivamente: T. M. Knox (O. U. P., 1975, 2 vols.), Nicolao Merker y Niccola Vaccaro (Einaudi, 1976, 2 vols.) y S. Jankélévitch (Flammarion, 1979, 4 vols.). 6 Introducción Señores: Estas lecciones se ocupan de la estética; su objeto es el vasto reino de lo bello, y, más precisamente, su campo es el arte, vale decir, el arte bello. Por supuesto, a este objeto, propiamente hablando, no le es enteramente adecuado el nombre de estética, pues «estética» designa más exactamente la ciencia del sentido, del sentir, y con este significado nació como una ciencia nueva o, más bien, como algo que en la escuela wolffiana debía convertirse en una disciplina filosófica en aquella época en que en Alemania las obras de arte eran consideradas en relación a los sentimientos que debían producir, p. ej., los sentimientos de agrado, de admiración, de temor, de compasión, etc. A la vista de lo inadecuado, o, mejor dicho, de lo superficial de este nombre, se intentó forjar otros, como, p. ej., calística. Pero también éste se muestra insuficiente, pues la ciencia que proponemos considera, no lo bello en general, sino puramente lo bello del arte. Nos conformaremos, pues, con el nombre de Estética, dado que, como mero nombre, nos es indiferente, y, además, se ha incorporado de tal modo al lenguaje común que, como nombre, puede conservarse. No obstante, la expresión apropiada para nuestra ciencia es «filosofía del arte», y, más determinadamente, «filosofía del arte bello». 7 I. D E ELIMITACIÓN DE LA STÉTICA Y REFUTACIÓN DE ALGUNAS OBJECIONES A LA F ILOSOFÍA DEL ARTE 1. Lo bello natural y lo bello artístico Ahora bien, con esta expresión excluimos al punto lo bello natural. Tal delimitación de nuestro objeto puede por una parte aparecer como una determinación arbitraria, tal pues como cada ciencia tiene derecho a trazar discrecionalmente su alcance. Pero no debemos tomar en este sentido la limitación de la estética a lo bello del arte. En la vida corriente se suele ciertamente hablar de un bello color, de un cielo bello, de un bello río y asimismo de bellas flores, de animales bellos y aun de seres humanos bellos, pero, aunque no queremos entrar en la controversia sobre hasta qué punto se justifica la atribución de la cualidad de la belleza a tales objetos y hasta qué punto deben en general ubicarse en un mismo plano lo bello natural y lo bello artístico, puede sin embargo afirmarse ya de entrada que lo bello artístico es superior a la naturaleza. Pues la belleza artística es la belleza generada y regenerada por el espíritu, y la superioridad de lo bello artístico sobre la belleza de la naturaleza guarda proporción con la superioridad del espíritu y sus producciones sobre la naturaleza y sus fenómenos. En efecto, formalmente considerada, cualquier ocurrencia, por desdichada que sea, que se le pase a un hombre por la cabeza será superior a cualquier producto natural, pues en tal ocurrencia siempre estarán presentes la espiritualidad y la libertad. Según el contenido, el sol, p. ej., aparece ciertamente como un momento absolutamente necesario, mientras que una ocurrencia desatinada se desvanece como contingente y 8 efímera; pero, tomada para sí, una existencia natural tal como el sol es indiferente, no en sí libre y autoconsciente, y si la consideramos en la necesidad de su conexión con otro[1], entonces no la estamos considerando para sí ni, por consiguiente, como bella. Ahora bien, decir en general que el espíritu y su belleza artística son superiores a lo bello natural es por cierto constatar bien poca cosa, pues «superior» es una expresión enteramente indeterminada que se refiere a la belleza natural y a la artística como si todavía estuvieran juntas en el espacio de la representación*, y sólo denota una diferencia cuantitativa y, por tanto, exterior. Pero la superioridad del espíritu y de su belleza artística frente a la naturaleza no es sólo relativa, sino que el espíritu es lo único verdadero, lo que en sí todo lo abarca, de tal modo que todo lo bello sólo es verdaderamente bello en cuanto partícipe de esto superior y producto de lo mismo. En este sentido, la belleza natural aparece como un reflejo de la belleza perteneciente al espíritu, como un modo imperfecto, incompleto, un modo que, según su sustancia, está contenido en el espíritu mismo. Además, la limitación al arte bello se nos antojará muy natural, pues, por mucho que se hable de bellezas naturales —menos entre los antiguos que entre nosotros—, hasta ahora a nadie se le ha ocurrido adoptar el punto de vista de la belleza de los objetos naturales y elaborar una ciencia, una exposición sistemática de estas bellezas. Sí se ha asumido el punto de vista de la utilidad, y se ha compilado, p. ej., una ciencia de los objetos naturales útiles contra las enfermedades, una materia médica, una descripción de los minerales, de los productos químicos, de las plantas, de los animales provechosos para la salud, pero no se han clasificado y evaluado los reinos de la naturaleza desde el punto de vista de la belleza. Ante la belleza natural nos sentimos demasiado inmersos en lo indeterminado, 9 carentes de criterio, y es por eso que tal clasificación resultaría tan poco interesante. Estas observaciones preliminares sobre la belleza en la naturaleza y en el arte, sobre la relación entre ambas y la exclusión de la primera del ámbito de nuestro objeto propiamente dicho deberían desterrar la idea de que la limitación de nuestra ciencia no hace más que revertir en el arbitrio y la discrecionalidad. No es aquí donde debe mostrarse esta relación, pues su examen compete a nuestra ciencia misma, y por ello sólo más adelante será sustanciada y demostrada con mayor precisión. 2. Refutación de algunas objeciones contra la Estética Pero, ahora bien, ya este primer paso constituido por nuestra limitación preliminar a la belleza artística nos plantea nuevas dificultades, a saber. Lo primero con que podemos toparnos es la duda sobre si el arte bello se muestra digno de un tratamiento científico. Pues lo bello y el arte intervienen cuales genios benévolos en todos los asuntos de la vida y adornan jovialmente todos los entornos externos e internos, mitigando la seriedad de las relaciones y las complicaciones de la realidad efectiva, sustituyendo la ociosidad por el entretenimiento y, allí donde nada bueno puede aportarse, ocupando al menos el lugar del mal siempre mejor que éste. Pero aunque el arte se mezcla en todo con sus gratas formas, desde los rudos atavíos de los salvajes hasta el fasto de los templos ornamentados con toda riqueza, estas formas mismas no parecen sin embargo tener que ver con los verdaderos fines últimos de la vida, y aunque las creaciones artísticas no son perniciosas para estos serios fines y a veces incluso, al menos en su función de mantener 10