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Las mujeres y los derechos del hombre: feminismo y sufragio en Francia, 1789-1944 PDF

262 Pages·2012·9.438 MB·Spanish
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Traducción de Stelia Mastrangelo LAS MUJERES Y LOS DERECHOS DEL HOMBRE feminismo y sufragio en francia, 1789-1944 joan wallach scott vyyi siglo veintiuno /XM editores X!V¡j^| grupo editorial s T s ^ l siglo veintiuno siglo xxi editores, méxico siglo xxi editores, argentina CERPlO DEL AGUA 248, HOVERO DE TERREROS GUATEMALA 482¿, Cl 425 -31,P 0431 0 MÉXICO, O.F. BUENOS Alft=S, ARGENTINA www.sigioxxieditores.com. mx www.sigioxxiecíi íores. com. ar salto de página biblioteca nueva anthropos ALKíAGRO 38 ALMAGRO 38 DIPUTACIÓN 266, BAJOS 28010 meso, espana 28010 maíkid, esraña 08007 SARCE-icm, españa www.saltodepagioa.com www.bibiiotecanueva.esvvww.arYi.hiopos-editorial.com Scott,Joan Waliach Las mujeres y los derechos del hombre: Feminismo y sufragio en Francia, 1789-1944-- ia ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2012. 272 p.; 21x14 cm- ~ (Historia y cultura // Dirigida por Luís Alberto Romero; 54) Traducido por: Stella Mastrangelo // ISBN 978-987-629-243-6 1. Historia del Feminismo. I. Stella Mastrangelo, trad. II. Título CDD 305.42 Título original: Only Panuloxei lo Offer: French Femhmts and the Righls of Man © ¡996, President and Fellows of Harvard College © 201 2, Siglo Veintiuno Editores S.A. Diseño de cubierta: Peter Tjebbes ISBN 978-987-629-243-6 Impreso en Al tuna impresores S.R.L. / / Doblas 1968, Buenos Aires, en el mes de octubre de 2012. Hecho el depósito oue marca la ley 1 1.723 Impreso en Argentina // Macle in Argentina Para Lizzíe, Tony y Don y Indice Prefacio 11 i. Releer la historia del feminismo 17 39 %. Los usos de la imaginación 3. Los deberes del ciudadano 83 4. Los derechos de “lo social” 123 5. El individualismo radical de Madeleine Peiletier 165 6. Ciudadanas pero no individuos 207 Notas 225 Prefacio A menudo ía lucha política es más intensa cuando los problemas que se debaten no pueden justificarse en la naturaleza o en la verdad. Históricamente, ese ha sido el caso de las discu­ siones en torno al género, tanto en relación con los derechos de las mujeres como con la educación o la ciudadanía. ¿La biolo­ gía determina la capacidad de razonamiento, de reflexión moral o de acción política? ¿La reproducción está en conflicto con la inteligencia? Como es imposible dar una respuesta definitiva a esas preguntas, los que proponían respuestas de signos opuestos trataron de determinar una solución, con frecuencia en forma de leyes o reglamentos. En consecuencia, la ley sustituyó a la verdad como guía de lá acción humana. Sin embargo, esa sustitución no era reconocida como tal sino que, por el contrario, la norma apro­ bada era presentada como basada en la naturaleza o en la verdad. Así, los triunfadores atribuyeron su victoria, no a la política, sino a la superioridad de su comprensión científica o moral y, de esa manera, se logró ocultarla influencia de la ley en las percepciones de ¡a naturaleza. En los debates sobre el género se invocaba a la “naturaleza” para explicar las diferencias entre los sexos, a la vez que se in­ tentaba establecer definitivamente esas diferencias por medios legales. Por una especie de lógica circular, una presunta esencia de los hombres y las mujeres pasaba a ser la justificación de leyes y políticas, cuando en realidad esa “esencia” (variable histórica y contextual) no era sino el efecto de esas leyes y políticas. Ese fue el caso cié la ciudadanía en Francia. Desde ía Revolu­ ción de 1789 hasta 1944, los ciudadanos eran los hombres. La ex­ clusión de las mujeres era atribuida, con distintas variantes, a la 1 2 LAS MUJERES Y LOS DERECHOS DEL HOMBRE debilidad de su cuerpo y de su mente, a una división del trabajo que hacía que las mujeres sólo fuesen aptas para la reproducción y la maternidad, y a las susceptibilidades emocionales, que las im­ pulsaban al exceso sexual o eí fanatismo religioso. Para cada una de esas razones, sin embargo, la autoridad última invocada era ía “naturaleza”. Y la naturaleza es una autoridad difícil de desaliar. Sin embargo, las feministas cuestionaron la práctica de excluir a las mujeres de la ciudadanía. Afirmaron que no había una co­ nexión lógica ni empírica entre el sexo y la capacidad de partici­ par políticamente, y que ía diferencia sexual no era un indicador de capacidad social, intelectual ni política. Sus argumentos eran vigorosos y convincentes, como se hará evidente en el curso de este libro. Pero también eran paradójicos: para protestar contra la exclusión de las mujeres, debían actuar en su nombre y, de ese modo, terminaban por invocar ía misma diferencia que preten­ dían negar. Los términos de la exclusión de las mujeres de la vida política incluyeron intentos de producir una definición de género que fuera ampliamente reconocida. Esos términos hacían que las fe­ ministas se enfrentaran a un dilema imposible de resolver, que ha llegado hasta nosotros en forma de debates sobre ía '‘igualdad” o la “diferencia”. ¿Son las mujeres lo mismo que los hombres? ¿Esa mismidad es la única base sobre la cual puede afirmarse la igual­ dad? ¿O son diferentes y, debido a sus diferencias o a pesar de ellas, tienen derecho a un tratamiento igualitario? Cualquiera de estas posiciones atribuye identidades fijas y opuestas a las mujeres y los hombres, y respalda implícitamente la premisa de que puede haber una definición generalmente aceptada de la diferencia se­ xual. En consecuencia, la diferencia sexual es vista como un fenó­ meno natural que es preciso tomar en cuenta y que en sí mismo es inrnodificable, cuando en realidad es uno de esos fenómenos indeterminados (como la raza y la etnicidad) cuyo significado siempre está en discusión. La intensidad de la política feminista -de las acciones feminis­ tas y las reacciones antifeministas- deriva de esa incíecidibilidad de la diferencia sexual. Lo mismo ocurre con la esencia paradó­ jica de los reclamos feministas de derechos: arrastradas a debates PREFACIO i 3 sobre la mismidacl o la diferencia que ellas no habían iniciado, las feministas francesas que examino en este libro trataron de invertir los términos empleados para discriminarlas a ellas. No obstante, al igual que los negros o los judíos o los musulmanes en otras circunstancias históricas, adoptaron la identidad de grupo que se les atribuía, aun cuando rechazaban sus características negativas. Esa afirmación de la identidad de grupo hizo imposible declararla totalmente irrelevante a los fines políticos. Sin embargo, las dificultades no arredraron al feminismo; de hecho, sostengo que le imprimieron parte de su fuerza política. La posición de las feministas era contradictoria: en las palabras de ía revolucionaria francesa Olympe de Gouges, eran mujeres que tenían “sólo paradojas para ofrecer”. Por un lado, parecían acep­ tar ías definiciones dominantes del género y, por otro, las rechaza­ ban. Esa aceptación y rechazo simultáneos ponían de manifiesto las incoherencias y omisiones de las definiciones del género que se proponían en nombre de la naturaleza y se imponían a través de la ley. Los reclamos de las feministas revelaban los límites de los prin­ cipios de libertad, igualdad y fraternidad, y planteaban dudas acerca de su aplicabilidad universal. Proponían una crítica no sólo de cómo se habían manipulado las ideas sobre la diferencia sexual, sino del intento mismo de basar la diferencia sexual en la autoridad de la naturaleza. Por esa razón, su historia es suma­ mente relevante para nosotros hoy, cuando los políticos intentan legislar el significado del género apelando a la naturaleza supues­ tamente inmutable de las mujeres y los hombres. Si logramos en­ tender las luchas de las feministas francesas en los términos de la política de indecidibilidad, quizá podamos comprender mejor, y así enfrentar mejor, los conflictos, dilemas y paradojas de nuestro propio tiempo. Este libro tomó forma en un contexto en que se teorizaba, se dis­ cutía y se examinaba el uso de Ja diferencia de género. Durante un seminario realizado en el Institute for Advanced Study, entre 1987 y 1988, presenté un trabajo sobre Olympe fie Gouges con la idea de pensar la teoría feminista en términos históricos con- I 4 LAS MUJERES Y LOS DERECHOS DEL HOMBRE ere tos. (Esa preocupación por demostrar las posibilidades de una historia teóricamente informada era también una respuesta a la feroz resistencia que mi interés por la teoría posestructuralista ha despertado entre muchos historiadores.) Ya había decidido escri­ bir sobre De Gouges para una conferencia organizada por Leslie Rabine y Sarah Melzer, sobre las mujeres y la Revolución francesa, que se celebró en la Universidad de California, en Irvine, duran­ te la conmemoración del bicentenario en 1989. El tema que me habían asignado era “Jos efectos de la Revolución en las mujeres del siglo XIX'’, pero me resultó imposible considerar esos efectos sin examinar antes la Revolución misma, y De Gouges parecía un buen punto de partida. Tiempo después le presenté el trabajo a Donna Haraway, y tuvimos una de esas largas conversaciones que sólo retrospectivamente llegan a ser forma ti vas. Ella me alentó a investigar más casos de los siglos XIX y XX, y a escribir un libro sobre la historia del feminismo francés, continuando la decons­ trucción de la oposición igualdad/diferencia que había iniciado en el ensayo sobre De Gouges. Bajo la influencia del entusiasmo que con frecuencia genera ese tipo de intercambios, empecé a pensar en qué otras feministas podía incluir. En abril de 1991, mientras dictaba las conferencias “Tobías and Hortense Cohén Lewin” en la Washington University, en Saint Lotus, hice las primeras investigaciones y escribí el borrador pre­ liminar de lo que serian los capítulos 2, 3, 4 y 5 de este libro. Y el otoño siguiente, presenté versiones revisadas de lo que ahora son los capítulos 3, 4 y 5, como ponencias de las conferencias “Cari Becker”, en Cornell University. Más tarde ofrecí una nueva ver­ sión de los capítulos 1, 3, 5 y 6 en el ínstitute for Human Sciences de Viena. Esas conferencias no sólo me permitieron cristalizar el proyecto, sino que me proporcionaron públicos muy sagaces de profesores y estudiantes. Sus intervenciones críticas, las preguntas y sugerencias de estu­ diantes, colegas y amigos, en el contexto de las constantes activi­ dades académicas, en general, y de los estudios feministas, en par­ ticular, ayudaron a ciar forma a las ideas y los argumentos de este libro. El hecho de que muchos de los intercambios más fructíferos hayan tenido lugar en los centros feministas (el Pembroke Ceríter I'k F.FAOtO for Teaching and Research on Women, en Brown University,y el Women’s Studies Program, de la Universidad de California, en Santa Cruz, para mencionar sólo dos) es testimonio de la vital importancia que han alcanzado estas instituciones. Entre mis mejores críticos ha habido estudiantes, muchos de los cuales son ahora estudiosos por derecho propio; sus preguntas y sus desafíos me ayudaron a aclarar mis argumentos y a retinar mis interpretaciones. También me dirigieron hacia fuentes que desconocía o había pasado por alto, compartieron generosamen­ te referencias e ideas, y aportaron la amistad y el compromiso crí­ tico que hacen de la enseñanza una parte integral e indispensable de mi vida académica. Por sus sugerencias y su ayuda, agradezco a los siguientes estu­ diantes, colegas y amigos: Andrew Aisenberg, Leora Auslander, James Bono, Wendy Brown, joshua Colé, Marianne Constable, Drucilla Cornell, Paul Friedland, Don na Haraway, Steven Hause, Carla Hesse, Jonathan Kahana, Lloyd Kramer, Ruth Leys, Harold Mah, Claire Moses, Mary Louise Roberts, Sylvia Schafer, Charles Sowerwine y Havden White. Debra Reates contribuyó con traduc­ ciones útiles, asistencia en la investigación y consejo editorial. Por sus lecturas extraordinariamente cuidadosas y exigentes de todo el original, agradezco a ían Burney, Judith Butler, Christi.ua Crosby, Laura Engelstein, Donald Scott y Elizabeth VVeed. Denise Riley merece un reconocimiento aparte, por su minuciosa lectura crítica del original durante lo que supuestamente debían haber sido sus vacaciones de verano. Dos anónimos lectores de Harvard University Press señalaron inconsistencias en el estilo o en la argu­ mentación, con un enfoque útil y solidario. Los investigadores no pueden trabajar sin bibliotecas, y yo he- asistido a varias mientras escribía este libro: en París, a la Biblio- théque Nationale, la Bibliothéque Marguerite Durancl y la Biblio- théque Historique de la Ville de París; en Princeton, a la Fírestorie Libran' de la Universidad de Princeton y la Historieal Sciences' Social Sciences Libran', del Institute for Advanced Study. En la Insdtute Libran’, debo agradecer especialmente a El lío tt S lio re, Faridah Kassirn, Marsha Tucker y Rebecca Bushby. quienes me ayudaron a ubicar fuentes recónditas y me enseñaron a usar las

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