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Las moradas: Del castillo interior PDF

474 Pages·1999·17.252 MB·Spanish
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LAS MORADAS DEL CASTILLO INTERIOR CLÁSICOS DE BIBLIOTECA NUEVA Colección dirigida por JORGE URRUTIA SANTA TERESA DE JESÚS LAS MORADAS DEL CASTILLO INTERIOR Edición de Dámaso Chicharro BIBLIOTECA NUEVA Diseño de cubierta: José María Cerezo © Introducción y notas de Dámaso Chicharro, 1999 © Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 1999 Almagro, 38 - 28010 Madrid (España) ISBN: 84-7030-637-5 Depósito Legal: M-7.418-1999 Impreso en Rogar, S. A. Impreso en España - Printed in Spain Ninguna parte de esta publicación, incluido diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, quími- co, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. INTRODUCCIÓN This page intentionally left blank Probablemente nadie conoce mejor a sus hijos que un padre, sean de la índole que fueren. Sin duda, pues, Teresa de Jesús te- nía más que sobrados motivos para saber, casi al final de su vida, allá por diciembre de 1577, cuáles de sus obras merecían la pena y cuáles no o, al menos, su juicio de buena madre se explayó sin el menor ambage al juzgar su obra literaria en fecha tan signifi- cativa. Importa, pues, constatar que hasta entonces la niña de sus ojos, «su mejor obra», había sido, sin lugar a dudas, el Libro de la Vida, no porque fuera precisamente obra de juventud (ya sabe- mos que la mayoría de los escritos teresianos son de madurez) sino porque en ella «vertió su alma» —como dice en alguna ocasión— y es la primera de las grandes, fuera de Cantares, Relaciones, etc. Y ya sabemos que todo padre guarda para su primer hijo un es- pecial cariño. Si a ello se añade que la obra andaba por aquellas fechas en poder de la Inquisición y que no podía tenerla cabe sí para la necesaria consulta, ni había perspectivas de una inmediata vuelta —sino todo lo contrario— estimaremos en su justa me- dida el valor que Teresa le confiere. En este sentido cobran el de- bido alcance las palabras que, en enero de 1577, escribe a su her- mano Lorenzo de Cepeda cuando todavía no le han mandado escribir Las Moradas aunque acaso ya ha pasado por sus mientes tal propósito: «Al obispo envié a pedir el libro —-dice— porque quizá se me antojara de acabarle con lo que después me ha dado el Señor, que se podría hacer otro y grande, y si el Señor quiere acertase a decir; y, si no, poco se pierde.» Aquel libro, tan solicitado y deseado, no le llegó por enton- ces. Pero ahora presiente que aquel hijo «juvenil» —es un decir—, necesita la debida compleción de madurez, es decir, otro libro, 9 io DÁMASO CHICHARRO según le ha dado el Señor vida y visiones, otro libro distinto «y grande». Nada sabía —digo— de lo que le deparaba el futuro inminente, el mandato que iba a recibir de sus superiores. Pero el hecho objetivo es que ya rondaba su mente la posibilidad de escri- bir «otro y grande». Y así lo confiesa a su hermano más querido. A fines de ese mismo año 1577, con Las Moradas concluidas hacía pocos días, escribe de nuevo a otro de sus hombres más amados, el padre Gaspar de Salazar, jesuita, a la sazón en Granada, y le pondera, como de costumbre, su obra más amada, la Vida, su primer hijo de envergadura, entre «sigilosa y satisfecha»: «Le hace saber que por el negocio que escribió desde Toledo a aquella per- sona, nunca ha habido efecto. Sábese cierto que está en poder del mismo aquella joya, y aun la loa mucho.» Aquella joya es el Libro de la Vida. Pero ahora ya tiene otro en el que fijarse y para él recla- ma la atención de una forma especial. Será el que conocemos como Las Moradas, abreviadamente, que editaremos a continua- ción: Las Moradas del Castillo Interior. Y como buena vendedora de sí misma y de sus «productos», descendiente directísima de conversos, que de comercio sabían algo, ahora vende su nueva mercancía espiritual con las mejores galas retóricas. Primero pon- dera la Vida como «una joya», precisamente para que resalte por contraste su nueva obra. Ya estamos con ese lenguaje de pedrería que no faltará en su boca; y luego, escogida la ponderación, se refiere a esa otra obra (Las Moradas) «que, a lo que se puede enten- der, le hace muchas ventajas porque no trata de otra cosa sino de lo que es Él y con más delicados esmaltes y labores». Así lo dice. Y además le parece bien, insisto, le parece bien a ella, tan poco dada a presunciones y halagos. ¿Quién lo iba a decir? Teresa de Jesús vendiendo sus géneros literarios y estableciendo diferencias tales de unos a otros, ponde- rando hasta el extremo Las Moradas porque —comenta— es «el oro de más subidos quilates» que en la anterior, que había sido hasta entonces la niña de sus ojos, y considerando que el platero que fundió aquel libro, o sea, el Libro de la Vida, no sabía tanto, mientras que éste, o sea, ella misma pero con quince años más, lo fundió «con más delicados esmaltes y labores». Y además con una ventaja: que, siendo de tal calidad, no se notan esas labores, no se perciben a la primera tales brillanteces, ni siquiera a los ojos de los entendidos, porque para penetrar en él hace falta una cierta pre- INTRODUCCIÓN n paración intelectual, no como el otro, que era tan fácil y directo que se daba a todos. Ahora es otra cosa. José Vicente Rodríguez, que contrapone ambos textos, según veremos después, se extraña de tales ponderaciones en la habi- tualmente comedida y humilde, tal vez por obligación, Teresa de Jesús. Y por eso escribe: «De este modo en términos de joyería y orfebrería y así de eufórica enjuiciaba su autora y lo enjuiciaban otros, ya a los ocho días de concluido, el libro de El Castillo Interior o Las Moradas.» Más aún: el mismo día que lo concluía, el parecer escrito de la autora era: «Después de acabado me ha dado mucho contento y doy por bien empleado el trabajo, aun- que confieso que ha sido harto poco.» Como después comentare- mos con detalle, dice que no le ha costado demasiado esfuerzo. Teresa dice, una vez que ve su obra escrita, que le ha parecido tan perfecta, que ya no recuerda siquiera el esfuerzo de pergeñarla, al menos ya no lo siente, aunque sea fingido. Por eso llama la atención que el libro que se estima en tanto por la autora y sus contemporáneos haya sufrido una cierta desdicha editorial exenta hasta 1990 exactamente en que se publica la gran edición facsimilar, paleográfica y actualizada, de Tomás Álvarez Fernández y Antonio Mas Arrondo (Monte Carmelo, Burgos, 1990); pero incluso la última edición que conocemos, la de Alba, Madrid, 1997, apenas es un traslado sin introducción ni mínimas garantías editoriales, sin contar con la facsimilar de Tomás Álvarez. Facilitemos otro dato que no debe faltar en esta presentación: Las Moradas constituye el auténtico testamento espiritual de Santa Teresa, ya que, aunque faltan casi cinco años para su muer- te cuando la concluye, o sea, el 29 de noviembre de 1577, ya entonces ha acabado su producción literaria en sentido estricto. Desde aquella fecha ya no escribe nada importante: algunas car- tas, algunos avisos, pero nada relevante. Ello —creemos— con- fiere un especial significado testamentario a Las Moradas, vinien- do de quien viene, que no se sintió «obligada» a escribir nada más. Es como si mascullara para sus adentros: después de esto, ya está todo dicho. Debemos terminar esta presentación con dos alusiones que nos parecen de obligada referencia. La primera, el carácter uni- versalista del libro. Durante muchos años ha sido su gran obra tra- ducida al extranjero y tenida como moneda de cambio universal

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