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Las cartas de Groucho PDF

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Además de ciertas debilidades disculpables —como los buenos cigarros, la buena mesa y Jean Harlow—, Groucho Marx ha mostrado, en ocasiones, sospechosas tendencias hacia la literatura. Tras acreditarse en sus libros como egocéntrico ejemplar y amante sarnoso, Las cartas de Groucho constituyen hoy un documento revelador de sus aficiones, odios y amistades, susceptibles de poner en tela de juicio su reputación como estrella del teatro y del cine, en cuanto hacen evidente que el autor ha dedicado prácticamente toda su vida a la correspondencia. Pero un hombre cuyo apodo ha sido convertido en verbo por James Joyce en Finnegans Wake —una de las revelaciones, y no la menor, de este libro— estaba irremisiblemente predestinado a la literatura. A lo largo de más de veinticinco años, Groucho Marx ha escrito cartas infatigablemente a sus hermanos, a su hijo, a su médico, al boyfriend de su hija —discutiendo detalles domésticos con un celo raras veces alcanzado por Hölderlin o Madame de Sevigné—, a sus amigos —entre los que se cuentan personajes tan divertidos como Arthur Seekman, Harry Kurnitz, Norman Krasna, Fred Allen o Goodman Ace—, a sus compañeros de profesión —Eddie Cantor y Jerry Lewis entre ellos—, a negociantes varios —desde Howard Hughes al presidente de la Chrysler—, a numerosos hombres de letras —como E. B. White, James Thurber, Booth Tarkington, Colin Wilson, T. S. Eliot—, a la mayoría de los periodistas de América —a quienes dedica amables denuestos—, amén de gobernadores y políticos varios, incluyendo al Presidente Truman. Dentro de esta masiva correspondencia se deslizan páginas memorables, en cartas dirigidas ya sea a un club de Hollywood («no me interesa pertenecer a ninguna organización social capaz de aceptarme como miembro»), ya sea a la Warner Brothers («Ustedes pretenden ser los propietarios de Casablanca y nadie puede utilizar ese nombre sin su permiso. ¿Y qué hay de la Warner Brothers? ¿También son propietarios de eso? Probablemente tengan derecho a utilizar el nombre de Warner, pero ¿y el de Brothers? Profesionalmente nosotros éramos Brothers mucho antes que ustedes»), ya sea a T. S. Eliot («no sabía que fuera usted tan guapo»). Irónicas, feroces, tiernas, sarcásticas, desdeñosas, agudas, siempre divertidas, Las cartas de Groucho —cuyos originales se conservan en la Biblioteca del Congreso— no sólo son una obra maestra de la literatura epistolar, sino también expresión particularmente afortunada del ingenio de uno de los grandes humoristas de nuestro tiempo.
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