1 2 3 4 Titulo original en francés: Les âmes Blessées © 2014 Éditions Odile Jacob, París © De la traducción: Alfonso Diez, 2015 Corrección: Marta Beltrán Bahón De la imagen de cubierta: Equipo Gedisa, 2015 Del montaje de cubierta: David Gutti Primera edición: noviembre de 2015, Barcelona Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © Editorial Gedisa, S.A. Avda. Tibidabo, 12, 3º 08022 Barcelona (España) Tel. 93 253 09 04 Correo electrónico: [email protected] http://www.gedisa.com Preimpresión: Editor Service S.L. Diagonal 299, entresòl 1ª – 08013 Barcelona www.editorservice.net eISBN: 978-84-9784-961-6 IBIC: JM / BGA Esta obra se benefició del apoyo de los programas de ayuda a la publicación del Institut Français. Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma. 5 Índice Prólogo 1 Psicoterapia del Diablo Comprender o cuidar Todo innovador es un transgresor Un monstruo de dos cabezas: la neuropsiquiatría Tratamiento violento para cultura violenta Sainte-Anne: célula madre en psiquiatría Lacan (Guitry) y Henry Ey (Raimu) El sueño no es a toda prueba Una fascinación llamada «hipnosis» Algunos hombres fascinantes Lacan fascinado por Charles Maurras, un simio y algunos peces El instinto, noción ideológica Etología y psicoanálisis Pensamiento científico y contexto cultural Doxa y rebelión Todo objeto de la ciencia es una confesión autobiográfica Farsas edificantes 2 Locura, tierra de asilo Descubrimientos serendípicos El cerebro sabe gramática Historia vital y elección teórica Hibernación del cerebro y de las ideas Trauma y cambio de teoría Azar científico e industria Incongruencia entre la psiquiatría y la cultura Dos niños de pecho peleones: los psicotropos y el psicoanálisis Cuando el loco nos asusta Explicaciones totalitarias Psiquiatría campestre en la Provenza ¿Curar a la izquierda o a la derecha? Sexología y glotonería Revolución cultural y nueva psiquiatría La denegación protege a los no-locos Relato cultural y vida cotidiana 6 Abrir el asilo es angustiar a los normales ¿Locura o sufrimiento? El laboratorio en la naturaleza Ciencia, cultura e ideología El pensamiento causal ha muerto, viva el pensamiento sistémico Macaco en el país de las maravillas Objeto puro de laboratorio, sujeto impreciso para los médicos 3 Una historia no es un destino La nave de los locos Tarzán, niño salvaje Pensamiento sin palabra Razones totalitarias Osar pensar el maltrato Violencia educativa La república de los niños El vals de los niños heridos Reparar un nicho afectivo Incluso los objetos tienen algo que decir Prototeorías Incesto y resiliencia Abotargamiento semántico Ciencia y resiliencia Epílogo 7 Prólogo Al fondo del desván, una extraña cartera de colegial. La reconocí gracias al asa de cuerda que yo mismo había fabricado cuando la original se rompió. Es curioso experimentar placer al encontrar un objeto viejo. Había vivido siete años con esa cartera gastada. Aquel compañero de infancia evocaba un no sé qué: algo de tristeza y belleza. Yo acababa de asumir la responsabilidad de un centro psiquiátrico de poscura1 en Revest, cerca de Toulon. Un único médico para setenta camas, así se hablaba en 1970. Había pasado por Sannois para saludar a Dora, la hermana de mi madre que me acogió después de la guerra. Fue entonces cuando me encontré vagando por el desván, ya ni recuerdo por qué. Desempolvé la vieja cartera con mucha ternura y al abrirla descubrí un estuche de lápices, de plumas estilográficas y un compás. Un tesoro de memoria. También había dos o tres redacciones de esas que nos hacían hacer en aquella época, en 1948. Una de ellas preguntaba: «¿Qué quieres ser de mayor?» Me divertía pensar en la respuesta que estaba a punto de leer, esperando las palabras «bombero», «explorador» o «doctor», cuando vi, estupefacto, que quería ser psiquiatra. Tenía once años. Lo había olvidado por completo. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo podía yo preocuparme por la locura y desear curarla, en una época en la que yo estaba entrando dolorosamente en la existencia? ¿Dónde había oído esta palabra, pronunciada en aquel entorno que, desesperadamente, buscaba recuperar un poco la alegría de vivir? De muy joven yo ya era como un viejecito. La guerra me había obligado a preguntarme cosas que normalmente no interesan a los niños: «¿Por qué han hecho desaparecer a mis padres? ¿Por qué han querido matarme? Quizás haya cometido un crimen, pero no sé cuál». En mi lenguaje interior, no cesaba de contarme a mí mismo un relato lancinante que no podía expresar. Repasaba la escena de mi arresto, una noche, cuando hombres armados rodearon mi cama, linterna en una mano, revolver en la otra y gafas de sol en la oscuridad, para arramblar con un niño de seis años. En el corredor, algunos soldados alemanes casi firmes. En la calle, camiones abarrotados de gente junto a la acera, dos Citroën esperaban para llevarnos. Id a contar eso y veréis que cara pone la gente. ¿Cómo explicar que no tuve miedo, que me pareció interesante mi arresto y que, más adelante, estuve orgulloso de haberme podido escapar? Me desconcertaban los adultos que me protegían explicándome que yo era un niño 8 peligroso. Me sentía desorientado ante los soldados que debían matarme y que me hablaban amablemente mientras me mostraban la foto de su hijo pequeño. ¿Cómo entender esto? Era apasionante, era terrible. No veía a mi alrededor más que un mundo de adultos confusos, amables y peligrosos. En una situación así, debía callar para no morir. Sentía en mí un enigma dramático y cautivador por algo que le condenaba a uno a muerte debido a la palabra «judío», cuyo significado yo no conocía. Quizás era esto a lo que se le llamaba «locura»: un mundo increíble donde los adultos incoherentes me protegían, me insultaban, me querían y me mataban. Era, en la mente de los otros, algo que yo mismo no sabía, y este enigma me perturbaba, delicioso e inquietante. Para dominar ese mundo y no morir, era preciso comprender. Esa era mi única libertad. Niño en esas condiciones, creí que la psiquiatría, ciencia del alma, podía explicar la locura del nazismo y la incoherencia de la gente que me quería sufriendo. La necesidad de volver coherente ese caos afectivo, social e intelectual, me hizo psiquiatra desde mi infancia. A mi alrededor, se explicaba la guerra y el inmenso crimen de los nazis afirmando que Hitler era sifilítico. Esta enfermedad lo había vuelto loco y como él era el «Führer», tenía el poder de dirigir los ejércitos e inducir pensamientos locos en la mente de la gente que debía matarnos para obedecerle. Esta explicación tenía la ventaja de despreciar a aquél que nos había despreciado, como si se pensara: «Tiene una vergonzosa enfermedad que le roe el cerebro y eso explica las locuras que ha ordenado». Los progresos médicos de los años 1950 estructuraban los relatos culturales, dando argumentos fáciles para explicar la locura social del nazismo. Un poco más tarde, durante los años 1960, cuando el psicoanálisis empezó a participar en los debates culturales, se afirmó que Hitler era histérico, y cuando la psiquiatría aportó su grano de arena, se dijo que era paranoico. Después, en el año 1970, el descubrimiento de la alteración de las neuronas motrices de la base del cerebro en la enfermedad de Parkinson explicó el temblor de la mano izquierda que Hitler escondía detrás de su espalda, y eso fue suficiente para explicar las decisiones de un hombre cuya demencia había provocado la Guerra Mundial. Estas explicaciones no explicaban nada, pero aportaban una forma verbal en una sociedad cartesiana que, al constatar un fenómeno de locura, como la guerra o el racismo, debía encontrarle una causa loca, tomada de los estereotipos que recitaba la cultura ambiente. Nos creíamos esas palabras y eso nos convenía, ya que así podíamos explicar lo incomprensible gracias a una idea simple y, por lo tanto, abusiva. Hoy en día, en un contexto científico en el que la neuroimagen descubre las alteraciones cerebrales y psicológicas provocadas por todas las 9