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Lacaniana I Los Seminarios De Jacques Lacan 1953 PDF

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Moustapha Safouan LACANIANA Los seminarios de Jacques Lacan 1953-1963 f) PAIDÓS Buenos Aires Barcelona México Título original: Lacaniana. Les séminaires de Jacques Lacan (1953-1963) Publicado en francés por Éditions Fayard, París, 2001 Traducción: Nora González Cubierta: Gustavo Macri Esta obra, publicada en el marco del Programa de Ayuda a la Publicación Victoria Ocampo, cuenta con el apoyo del Ministerio de Asuntos Extranjeros y del Servicio Cultural de la Embajada de Francia en la Argentina. 150.195 Safouan, Moustapha SAF Lacaniana : los seminarios de Jacques Lacan 1953-1963.-1* ed. 2’ reimp.- Buenos Aires : Paidós, 2008. 272 p. ; 22x13 cm.- {Psicología profunda) Traducido por: Nora González ISBN 978-950-12-4243-0 1. Titulo 1. Psicoanálisis Ia edición, 2003 2“ reimpresión, 2008 © 2003 de todas las ediciones en castellano, Editorial Paidós SAICF, Defensa 599, Buenos Aires e-mail: [email protected] www.paidosargentina.com.ar Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en la Argentina - Printed in Argentina Impreso en Gráfica MPS, Santiago del Estero 338, Lanús, en julio de 2008 Tirada: 1000 ejemplares ISBN 978-950-12-4243-0 ÍNDICE Introducción..................................................................... 9 1. Los escritos técnicos de Freud (1953-1954)........ 17 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica (1954-1955)..................................... 31 3. Las psicosis (1955-1956)........................................ 43 4. La relación de objeto (1956-1957)......................... 59 5. Las formaciones del inconsciente (1957-1958) ... 75 6. El deseo y su interpretación (1958-1959)............ 105 7. La ética del psicoanálisis (1959-1960)................. 135 8. La transferencia (1960-1961)................................ 151 9. La identificación (1961-1962)................................ 177 10. La angustia (1962-1963)........................................ 219 Glosario............................................................................ 241 Bibliografía...................................................................... 255 índice de conceptos........................................................ 263 7 INTRODUCCIÓN Este libro contiene una presentación de los diez prime­ ros seminarios que Jacques Lacan dio en el hospital Sain- te-Anne entre 1953 y 1963. Posee la forma de reseñas de los volúmenes establecidos y publicados en las ediciones del Seuil por Jacques-Alain Miller, a quien Lacan había confiado la responsabilidad del establecimiento del texto oral. Para aclarar las razones de esta empresa, quisiera decir algunas palabras sobre mi formación de analista, así como sobre algunos de mis contemporáneos. Comencé mi análisis en marzo-abril de 1946. Muy afor­ tunadamente para mí, Marc Schlumberger ejercía el análisis como filólogo más que como psicólogo; sabía señalar un equívoco, explicitar una ambigüedad, interpelar un doble sentido, suspender una certeza, y su interpretación de los sueños consistía en leerlos como jeroglíficos. Re­ cuerdo su sorpresa cuando le relaté un sueño que no era más que una imagen calcada de una locución corriente cuya existencia yo, sin embargo, ignoraba. Este sueño consistía en la imagen de un pelo en la palma de la mano,1 lo que 1. En francés existe la expresión avoir un poil dans la main (lite­ ralmente, tener un pelo en la mano), que significa “ser muy vago, muy perezoso”. [N. de la T.] 9 resultaba tanto más interesante cuanto que una de las razones que me habían conducido al análisis era una pereza rayana en el pecado. Por otra parte, sabía hacerles comprender a sus pacientes con sumo cuidado que no era a él a quien se dirigían, sin por eso pretender decirles a quién se dirigían “transferencialmente”. Los recibía como se recibe a alguien que se espera, sin olvidar la firmeza a veces necesaria para rechazar tal o cual demanda, como sucede casi siempre en todo análisis. No obstante, no tenía la teoría de su técnica. Fuera de alguna excepción, y esa vez retomó por su cuenta la idea del analista-espejo, nunca lo escuché tocar este tema. En resumen, para ir más lejos, yo debía proceder de otro modo. Mi análisis personal se transformó en el camino en análisis didáctico. ¿Otro método habría conducido al mismo resultado? ¿Cómo saberlo? Lo cierto es que mi análisis me preparó bien para recibir la enseñanza de Lacan, a quien elegí como analista para supervisar por diversas razones, siendo la principal el hincapié que él hacía en la función “normativizante” del padre en su famoso artículo sobre los complejos familiares.2 Se sabe que a partir de 1951 Lacan presentó su enseñan­ za como un retorno a Freud. Este retorno no consistía en una simple lectura, ni en un acercamiento nuevo a la obra del maestro, sino en un comentario que se refería constan­ temente a la experiencia psicoanalítica definida como una experiencia de discurso. Hoy esta definición parece tan clara que no se entiende qué otra cosa se podría analizar. Pero, de hecho, se analizaban muchas otras cosas: la per­ sonalidad, el carácter, la conducta, la transferencia, la di­ námica del inconsciente, etc. Además, uno se preguntaba qué valor puede tener el discurso si no es la expresión de una 2. Véase Jacques Lacan, Les complexes familiaux (1938), París, Navarin, 1984. 10 realidad de este orden. La tesis de Lacan debía ser formu­ lada. Hoy conocemos la formulación: el desconocimiento que caracteriza a la función del yo3 no podría ser corregido por la realidad común. En su tesis sobre la psicosis paranoica y sus relaciones con la personalidad, Lacan ya había rechazado la idea misma del yo como función de realidad para conservar solamente la definición freudiana de objeto narcisista. Y en 1946, en “Acerca de la causalidad psíquica”, escribe: “Ningún lingüista ni ningún filósofo podría ya sostener, en efecto, una teoría del lenguaje como de un sistema de signos que doblara el de las realidades, definidas por el común acuerdo de mentes sanas en cuerpos sanos”.4 Una reflexión sobre la multiplicidad de las significa­ ciones de una palabra como rideau5 lo condujo a esta con­ clusión: “¡Telón! Es, por fin, una imagen del sentido como sentido, que para descubrirse tiene que ser develado”. De ahí se ve que si desconocer supone un reconocimiento, entonces éste puede expresarse en el lenguaje siempre que su función no esté limitada a la comunicación de las inten­ ciones conscientes y que la palabra sea pensada como la imagen del sentido considerado como sentido antes de ser la de una realidad. En todo caso, en 1951 Lacan fundamentaba sus propias tesis en los trabajos de Freud, y no debe sorprendernos encontrar en este último un texto que apoya su definición. Se trata del pasaje de los Estudios sobre la histeria,6 donde 3. Moi, yo como construcción imaginaria, instancia psíquica que debe diferenciarse del je, yo como categoría gramatical, que remite a la posición simbólica del sujeto. Dado que en castellano tanto moi como je son “yo”, y teniendo en cuenta razones de orden práctico, en lo sucesivo se le^rá “yo” a secas cuando se trate del moi y yo (je) para je. [N. de la T.] 4. Véase Jacques Lacan, Écrits, París, Seuil, 1966, p. 166. 5. Rideau significa “telón” pero también “cortina”, “visillo”, “pantalla”, etc. [N. de la T.] 6. Véase Sigmund Freud y Josef Breuer, Etudes sur l’hystérie (1895), París PUF, 1956, p. 233 y sigs. 11 Freud describe el agrupamiento de recuerdos en temas con­ céntricamente dispuestos en torno del núcleo patógeno. A medida que las líneas ramificadas y sobre todo conver­ gentes del “encadenamiento lógico” atraviesan las capas internas, las cruzan otras líneas de una resistencia cre­ ciente que asume diversas formas, entre ellas especial­ mente la aparición del síntoma, que parece tener “algo que decir”. Esta concepción de la experiencia analítica cambia completamente nuestra visión de la técnica del análisis de la resistencia. Las manifestaciones de esta última (silencio, interrupción del hilo del pensamiento, senti­ miento súbito de la presencia del analista, etc.) no son refe­ ridas a nuestras interpretaciones, sino al discurso mismo del analizante y a su apuesta del momento. Pero el prestigio del análisis, y por consiguiente el del analista, se funda­ mentaba en su presentación como un método que, gracias a la interpretación, anuncia la verdad oculta, la “verdadera verdad”. Se comprende, entonces, la resistencia que pudo suscitar en los analistas una concepción que implicaba la ruptura de toda connivencia con la verdad y la renuncia a toda pretensión de saber. En el fondo, ya se proponía al analista una elección entre su deseo y su narcisismo. En efecto, esta conclusión relativa al análisis de la re­ sistencia estaba ligada a una concepción inédita de la alteridad. En su tesis sobre la psicosis paranoica, Lacan sugiere que para el hombre el conocimiento es conocimiento de la persona antes de ser el de un objeto. Pero como consecuencia del descubrimiento del estadio del espejo, el yo se volvió la matriz de las identificaciones imaginarias, caracterizadas por un transitivismo nunca del todo elimi- nable de las relaciones humanas. Por consiguiente, este conocimiento de la persona, entendido como el del semejan­ te, equivale a lo que Lacan atrapó con el término “conoci­ miento paranoico”. En cambio, en la medida en que el discurso deja oír los significantes del deseo reprimido, se 12 perfila otro horizonte: el de un lugar donde se constituye la palabra del sujeto para volverle como de “otra escena”. La introducción de este lugar del Otro con mayúscula, para distinguirlo del otro en el sentido del semejante, tuvo a su vez consecuencias considerables sobre la concepción del objeto del deseo, ese mismo del análisis. Lacan siempre sostuvo esta tesis: nuestra relación con el objeto no podría basarse en una referencia al objeto como objeto de conocimiento. Demasiados fenómenos se oponen a ello (angustias, alucinaciones, sensaciones de extrañeza o de ya visto, etc.), que seguirían siendo un enigma en esta perspectiva y que apuntan a un objeto más primitivo, ese que él atrapará más tarde como el objeto del deseo. Esta convicción, por no decir esta constatación, ya implicaba una discusión de la concepción según la cual el objeto del deseo se constituye simplemente en el registro de la riva­ lidad como objeto de competencia. Pero que el deseo sea el deseo del otro, en el sentido hegeliano, no es más que algo muy natural, y los analistas sólo se encontraban verdade­ ramente cómodos allí donde el “material” cuadraba con las referencias edípicas acostumbradas. Sin embargo, la experiencia analítica también hacía sentir el peso de otro objeto, llamadopregenital, regresivo o incluso parcial, que, reconozcámoslo, más bien nos estorbaba, a falta de un método para manejarlo. Por supuesto, no nos precipitá­ bamos para nombrarlo. Pero la experiencia misma habría bastado para enseñarnos esta prudencia; no necesitábamos en absoluto la enseñanza de Lacan. Podíamos constatar que cada vez que se pretendía nombrarle al sujeto el objeto de su deseo o bien nuestra interpretación quedaba como letra muerta, o bien daba lugar a resultados no queridos. En estas condiciones, la introducción de otra alteridad, una alteridad simbólica, renovó completamente el sentido de la fórmula hegeliana. Ya no se trataba de un objeto que, si me permiten, salta a la vista como objeto de rivalidad, de intercambio o de reparto. El Otro escapa a la transparencia 13 de la imagen, como rechaza su reducción al simple proceso del enunciado. El deseo sólo puede constituirse situándose como una pregunta referida a su deseo. A partir de allí, a partir de che vuoi?, y no de la lucha por el prestigio, comienza otra dialéctica que conduce, como se verá, a poner en fun­ ciones un objeto que se caracteriza por no tener una imagen especular y que, en lugar de colmar la falta a la manera de un objeto de necesidad, la anuda y permanece reacio al don. Muy particularmente desde el seminario sobre el deseo y su interpretación hasta el seminario sobre la angustia (1958-1963), Lacan se consagró a la elaboración de este objeto que designó con la letra a. No sin razón: ya que, en sus diferentes aspectos, este objeto es la forma que asume -mucho antes de la construcción de la persona- lo que del ser del sujeto elude la nominación. Se supone que esta elaboración no fue nada fácil. En primer lugar, para el pro­ pio Lacan, quien debía de alguna manera decir lo indecible mismo. De ahí su obstinación en recurrir a la letra, a los diagramas y a los modelos topológicos, como para separar su discurso de lo que las palabras implican siempre de equívoco o de metafórico. En segundo lugar, las dificultades eran por lo menos igualmente grandes para los oyentes, que debían aceptar la idea de un objeto sin objetividad y sin imagen especular, que determina el deseo escapando a la intencionalidad. Como ejemplo de estas dificultades, mencionaré la manera en que la fórmula que Lacan anti­ cipa al final de su seminario sobre la ética del psicoanálisis, referida a la certeza que se puede tener en cuanto a la existencia de la culpabilidad allí donde el sujeto cede en su deseo, se transformó en un undécimo mandamiento: ¡No cederás en tu deseo! No es seguro que el machaqueo de las fórmulas lacanianas haya atenuado estas dificul­ tades. Para dar un ejemplo que toca de cerca el problema actual de la reglamentación del psicoanálisis por el Estado, sabemos cómo el principio según el cual el analista sólo se autoriza a sí mismo -que no apuntaba en el fondo más 14 que a prohibir al analista refugiarse en el semblante para ahorrarse su deseo- resonó como una exhortación maníaca a prescindir de todo reconocimiento. Con el objeto de contribuir a superar estas dificultades, emprendí un trabajo que consiste en seguir el desarrollo de la enseñanza de Lacan en el transcurso de los años para mostrar de qué manera él responde a los problemas plan­ teados por la experiencia freudiana, respecto de la cual las otras teorías resultan a menudo poco satisfactorias, cuan­ do no desvirtúan esta experiencia misma. Considerado des­ de esta perspectiva, este libro constituye también una mira­ da retrospectiva sobre mi propia formación: es una prolon­ gación evidente de ella. Espero, sin embargo, que, paralela­ mente a su interés como relato de un recorrido, sirva para mostrar el modo en que la teoría psicoanalítica se articula con una práctica que se define ante todo como sumisión al discurso. La idea de este libro es el fruto de un trabajo colectivo. Somos algunos colegas que nos encontramos periódica­ mente en torno de la reseña propuesta por uno de nosotros de una obra de su elección. Yo elegí los seminarios de Lacan tal como los estableció y publicó Jacques-Alain Miller. Pero durante su ejecución el proyecto se modificó en dos puntos. Primero, rápidamente se impuso la necesidad de ofrecer una presentación continua de los diez primeros seminarios de Lacan, porque no se comprende el seminario 7 sobre la ética si no se tiene ninguna idea del que lo precede, y que está dedicado al deseo y su interpretación (seminario 6). Del mismo modo, el seminario 8 sobre la transferencia sólo adquiere todo su sentido con los dos seminarios que siguen. Además, esta presentación de los diez primeros semi­ narios dentro del grupo incitó a mis colegas a seguir la tarea y a hacerse cargo de presentar los siguientes semina­ rios. Un segundo volumen continuará entonces a éste; será colectivo. 15

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