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La vida eterna y la profundidad del alma. PDF

351 Pages·2010·13.24 MB·Spanish
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I GARR1G0U LAGRAN6E HE m / Segunda edición P A T MO S LIBROS DE ESP1RITVAL1DAP 5 RAIMUNDO PANIKER I. EUGENIO ZOLLI : Mi encuentro con Cristo. Prólogo de FRANCISCO CANTERA BURGOS. II. P. BRUCKEERGER : El valor humano de lo santo. (Se gunda edición, en prensa.) III. GUSTAVE THIBON : El pan de cada día. Prólogo de RAIMUNDO PANIKER. IV. JACQUES LECLERCQ : El matrimonio cristiano. (Segunda edición.) Prólogo de FRANCISCO MARCO MEREN- CIANO. V. R. GARBIGOU-LAGRANGE, O. P.: La vida eterna y la profundidad del alma. (Segunda edición.) VI. JESÚS URTEACA LOIDI : El valor divino de lo humano. (Segunda edición.) VII. NICOLÁS CABASILAS ; La vida en Cristo. Traducción directa del texto griego y Estudio pre liminar*, de los PP. L. GUTIÉRREZ-VEGA, C. M. F., y BUENAVENTURA GARCÍA RODRÍGUEZ, C. M. F. VIII. La vida en Dios. Original de un cartujo alemán anó nimo, publicado por F. KRONSEDER, S. J. Prólogo de JUAN BAUTISTA TOHELLÓ. IX. JOSEF PIEPER : Sobre la esperanza. Prólogo de JOAN B. MANYA, PBRO. X. EUCENE BOYLAN, O. Cist. R.: Dificultades en la oración mental. EN PRENSA: JOSEF HOLZNER : El mundo de San Pablo. ANSELMO STLOZ : Teología de la Mística. LA V I DA E T E R NA Y LA PROFUNDIDAD DEL ALMA EDICIONES RIALP, S. A. M A D R ID * 9L3 * TRADUCCIÓN D£ ARSENIO PAGIOS LÓPEZ TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS PARA TODOS LOS PAÍSES DE LENGUA CASTELLANA POR EDICIONES RIALP, S. A. PBKCIADOS, 35. - MADRID GRÁFICAS «OKBB», S. A,, - PADgi^ 82. - TKlM. 261284. - MADRID Intentamos hablar en esta ocasión de la vida futu ra y de la luz que de ella se desprende: para nosotros, sobre todo considerando la profundidad del alma, en primer término en la vida terrena, ]¡vuego respecto al juicio particular, y en el instante en que el alma se separa del cuerpo. De esto modo podremos forjarnos una idea más veraz del infierno: vacío inmenso que m jamás será colmado, abismo profundo del alma, pri vado del Bien soberano, que únicamente puede col marlo. Comprenderemos lo que es el Purgatorio, la pena que en él sufre el alma al no poder aún poseer a Dios, de cuya visión se verá privada durante cierto tiempo para expiar la culpa de no haber respondido a sus llamadas. Por fin, nos hallaremos en condiciones de apreciar mejor el feliz instante en el cual aquélla en tra en el Cielo, instante que jamás se acaba, el de la vida eterna o de la visión beatífica, de la posesión inmediata de Dios visto cara a cara, único que puede colmar la profundidad inconmensurable de nuestra voluntad. Y veremos cómo esa misma profundidad se debe a que nuestro querer, ya en el orden natural, es iluminado no sólo por los sentidos y por la ima- 7 f. HISlrlI'IALiVU bAHDlbUU-liAbll^tfA, U. f. ginación, sino por la inteligencia, que concibe el ser en su universalidad y, por tanto, también el bien universal e ilimitado, el cual sólo se realiza de hecho en Dios, Bien infinito. La vida futura nos baña, pues, con haces de luz que ayudan a vivir bien antes de morir; nos saca de nues tra habitual superficialidad, de nuestra somnolencia, revelándonos la profundidad sin medida del alma, que permanecerá en un desolador vacio por toda la eternidad, o se verá, por el contrario, colmada con la posesión eterna de Dios, Verdad suprema y Bien sumo y absoluto. Los místicos, en particular Taadlero y Luis de Blois (1), han hablado, a menudo metafóricamente, del «fondo del alma», contraponiéndolo a las cosas exteriores: lo llaman también «cima o ápice del alma» en oposición a estas mismas cosas sensibles considei- radas como inferiores. Es menos conocido lo que ha dicho Santo Tomás, en lenguaje menos metafórico* sobre la profundidad de la voluntad y sobre su modo sin medida. Este punto doctrinal es, no obstante, ca paz de iluminar, facilitándola así, la solución de mu chos grandes problemas, impidiendo a los estudiosos detenerse en consideraciones superficiales. Estas páginas han sido escritas cuidando constante mente la exactitud teológica y la propiedad de los términos, no recurriendo a la metáfora más que muy raras veces, sólo cuando no hay otro nvedio de expre sión, y haciendo la advertencia de que se trata de una metáfora. Un libro así resulta un tratado de Los Novísimos, o de los últimos fines. N Su fin es iluminar las almas dándoles el sentido de (1) Sermones de Taulero, traducidos por Hungueny, 1935, tomo I, p. 76 ES., 201-203; tomo III, p. 52. 8 su propia responsabilidad; intenta evitar que se pre cipiten en el abismo aquellas que se hallan en cami no de condenarse, instruir con la doctrina sobre el Purgatorio a aquellas que cometen a menudo el pe cado venial deliberado y no piensan en expiar sus culpas mortales ya perdonadas en el tribunal de la Penitencia. Pretende, sobre todo, dar una elevada idea del Cielo y de la eterna bienaventuranza, sea por oposición al infierno, sea por respecto a la visión de Dios, por lo que tanto hace sufrir, por breve que sea, cualquier dilación en el Purgatorio, sea, en fin, por la elevación infinita de, nuestro último fin sobre natural, qué es Dios mismo: Dios visto claramente como El se ve y amado como necesariamente El se ama: Dios poseído sin posibilidad alguna de perder lo jamás. i Nuestro Señor Jesucristo y su Santa Madre se dig nen bendecir estas páginas para que produzcan ver dadero bien, duradero para la eternidad, a un gran número de almas. 9 rw.ijM.uxui. rAniü LA PROFUNDIDAD DEL ALMA HUMANA Y LA VIDA PRESENTE Para proceder con orden, consideremos antes de nada cuan profunda es la sensibilidad iluminada por el conocimiento sensible, luego cuan profunda es la voluntad iluminada por la inteligencia. El progreso de las virtudes adquiridas, en mayor grado que el de las virtudes infusas o sobrenaturales, nos manifiesta estos abismos espirituales, y particularmente el pro greso de la caridad en el alma de los Santos, bien en la hora de la prueba, bien en las del gozo en que abunda su apostolado. CAPITULO PRIMERO SENSIBILIDAD t CONOCIMIENTO SENSIBLE La sensibilidad, principio de las emociones y de las pasiones, es, lo mismo que los sentidos y la imagina ción, común al hombre y al animal. Se llama también apetito sensitivo, para distinguirlo de la voluntad es- 11 P. REGINALDO CARRICOU-LAGRANGE, O. P. piritual, común al hombre, al ángel y a Dios, y que en nosotros merece el nombre de apetito rcudonal. Los movimientos del apetito sensitivo—emociones y pasiones—se producen cuando, los sentidos y la imaginación nos colocan ante un objeto sensible que o nos atraiga o nos produzca repulsión. Así es como se despierta en el animal la necesidad de alimento; y, en él, las emociones y las pasiones asumen unas veces una forma dulce y tranquila, como en la palo ma y el cordero; otras, una forma voraz y violenta, como en el lobo, en el tigre y en el león. Entre las pasiones, la primera de todas y que todas presuponen, es el amor sensitivo; en el animal, por ejemplo, el amor del alimento de que siente necesi dad. De este amor nacen el deseo, la alegría, la espe ranza, la audacia, o el odio de lo que es contrario, la aversión, la desesperación, el temor, la ira. La pasión no siempre es viva, vehemente, domina dora, pero puede llegar a serlo. En el hombre las pa siones deben ser reguladas y disciplinadas por la rec ta razón y por la voluntad; y en tal caso se convierten en fuerzas útiles para defender una gran causa. Por el contrario, las pasiones desordenadas e indiscipli nadas vienen a ser vicios : el amor sensitivo degenera en glotonería, en lujuria; la aversión toma el torvo color de la envidia y de los celos; la audacia se trans forma en temeridad; el temor degenera en pusilani midad. Así se advierte, lo mismo en el bien que en el mal, cuan profunda puede ser la sensibilidad. Y ésta se re vela ya en el animal, tanto en el amor como en el odio: ved, por ejemplo, el león que se arroja sobre su presa, la leona que deñende sus cachorros: en el uno obra el instinto de conservación de la vida; en la otra, el instinto de conservación de la especie. 12 LA VIDA ETERNA Y LA PROFUNDIDAD DEL ALMA Pero esta profundidad del sentir se revela aún me jor en el hombre, ya que, en él, sobre la imaginación, está la inteligencia, que concibe el bien universal, y la voluntad, que desea un bien sin límites, que sólo en Dios puede tener realización. Si, pues, el hombre no se encamina por el 6endero recto, si se forja un bien supremo, y lo busca no ya en Dios, sino en las t criaturas, entonces su concupiscencia se hace imposi ble de satisfacer, puesto que anhela un bien sólo apa rente y lo desea insaciablemente. I Si la voluntad, hecha para amar el bien Supremo y su universal irradiación, está extraviada, entonces su tendencia hacia lo universal adolece de la misma des viación : asistimos al desdichado espectáculo de una facultad superior enloquecida y que influye, desgra ciadamente, sobre las demás facultades. Es una triste prueba, pero prueba, sin embargo, de la espirituali dad del alma, como un recuerdo conservado, en la decadencia, de la propia grandeza. Santo Tomás dice a este propósito: «La concupis cencia natural o—para decir la verdad—fundada so bre nuestra naturaleza, no puede ser infinita, ya que está restringida a las exigencias de la misma natura leza y ésta no pide más que un bien limitado; del mismo modo que el hombre no desea un alimento in finito, ni una bebida infinita. Por el contrario, la con cupiscencia que no es natural, esto es, no basada so bre nuestra naturaleza, puede ser infinita, al proce der de una razón desviada que concibe lo universal sin limites. Así, el que desea las riquezas, puede de searlas sin fin, puede ansiar hacerse cada vez más rico. Es esto precisamente lo que le acontece a quien colo ca su fin supremo en las riquezas» (2). (2) Cfr. Santo Tomás, I, II, q. 30, a. 4. 13

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