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La Unión del Sacerdote con Cristo Sacerdote PDF

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REGINALD GARRIGOU - LAGRANGE, O. P. i * LA UNION DEL SACERDOTE CON CRISTO, SACERDOTE Y VICTIMA — r morgan EDICIONES RIALP, S. A. MADRID. -19G2 Título original italiano: De unione sacerdote cum Chrísto sacerdote et victima (Editorial Marietti, Turín, Roma.) Traducción de Fray Generoso Gutiérrez , O. P. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS PARA TODOS LOS PAISES DE HABLA CASTELLANA POR EDICIONES RIALP, S. A. — Preciados , 44. — MADRID Depósito legal: M. 4.789.—1962 Núm. de registro: 1703-62 / N T R O D V C C l O N Publicábamos, hace algún tiempo, un breve tra­ tado sobre la Santificación del sacerdote en el mundo de nuestro tiempo, del que se ha hecho ya edición española1. Planteamos en él los siguientes temas: necesidad de una ie más profunda en los fieles para resistir los gravísimos errores modernos., en particular el mate­ rialismo y ateísmo de los comunistas. De aquí nacía la necesidad de una fe más profunda y viva en el sacerdote, a fin de comunicarla al pueblo cristiano. Expusimos también la obligación del sacerdote, sea secular o diocesano, según se dice hoy, de aspirar a la perfección cristiana. Declaramos entonces la grandeza de la perfección cristiana conforme a las bienaventuranzas evangéli­ cas—expresión concreta de la misma—y según el supremo precepto del amor de Dios y del prójimo. Señalamos con insistencia que la perfección de la 1 Colección Patmos , núm. 21. 14 REGINALD ^ GARRIpOU-LAGRANGE, O. F. caridad entra en el ámbito de este supremo precep­ to, no como materia, o sea como algo que se ha de conquistar ai punto, sino como fin, ai que deben as­ pirar todos los fieles, cada cuál según su condición: en el matrimonio muchos, otros en la vida sacerdo­ tal, o en el estado religioso, sean sacerdotes o no. Si, pues, los simples fieles, según su condición propia, deben aspirar a amar cada vez más a Dios y al prójimo, mucho más obligados están los sacer­ dotes si hcm de ser luz del mundo y sai de la tierra. En esta nueva obra sobre la unión del sacerdote con Cristo, sacerdote y víctiíha, tratando de la vida íntima del sacerdote y de su actividad estrictamente sacerdotal, nos proponemos tres cosas: Que hoy, como siempre, el sacerdote debe tener muy presentes las palabras del Salvador: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo de­ más—alimento y vestido—-se os dará por añadidu- durao) 2. En otros términos: sea nuestro intento en primer lugar, hoy como siempre, no la felicidad te­ rrestre de las pueblos pea-a librarlos de toda opre­ sión, sino la vida eterna, el reino de Dios, que, como fin último, debe ser lo primero intentado, aunque sea lo último en conseguirse. Cierto que a conse­ guirlo ayuda no poco una relativa . felicidad^ teñir portd, con tai de estar subordinada al último fin. En el pasado, los sacerdotes de la. -Sinagoga per­ dieron el caminoprendidos en alas de un mesianis- mo. terreno, como. si el Mesías viniera a instauraf el reino terrestre de Israel. Hoy, como observan tan­ tos pbispos de muy diversas' regiones, existe otro 2 Mu, vi, 33. INTRODUCCIÓN 15 peligro, en algún modo semejante al peligro de otro .mesianismo temporal: él encumbramiento del obrero. Hace algunos años existía el error opuesto. Eran muchos los que despreciaban el apostolado obrero. Ahora existe el peligro de caer en el naturalismo, en la . 'práctica de este apostelado. Fue el error de- La mennais: casi insensiblemente descuidó la conside­ ración del fin último de la Iglesias-la vida eterna— para centrarse en la felicidad, temporal de los pue­ blos, librándolos de toda opresión. Claramente des­ cubre este error A. Fonck en el Diccionario de Teo­ logía, en el artículo «Lamennais», col. 2.478, 2.493 y■ siguientes. El germen de este error vivía en La­ mennais ya antes de su apostasía, y se manifestó más claramente después en. su libro Las palabras de un creyente, imitación naturalista del Evangelio bajo el influjo de las doctrinas de J. J. Rousseau y del ro­ manticismo. Al final de su vida Lamennais negó la distinción entre él orden de la gracia y el orden de la naturaleza. Ya al principio reducía la fe, nece­ saria para la' salvación, a un sentido común a razón natural de todos los pueblos de la humanidad; sen­ tido o razón que ’ tendría su origen en la revelación primitiva. Hoy existe un peligro, en cierto modo semejante, según han manifestado numerosos obispos reciente- ' menté: él mesiunisma de todos los que, buscando un r■ emedio a los niales presentes, intentan bautizar el r marxismo" o.. comunismo,. preocupados. excesivamente de la felicidad temporal de los pueblos, y olvidados de ■la vida eterna, del fin. último, que debe ser lo pri­ mero intentado, oigo .querido eficazmente, y 'no sólo soñado en momentos de exaltación. 16 REGINALD GARRIGOU-LAGRANGE, O. P. En la vida sacerdotal, pites, para realizar una jun­ ción sobrenatural y fructuosa, la primera intención ha de ser la de conseguir el último fin, ya que de su eficacia dependen las demás intenciones subordi­ nadas, las elecciones y las acciones. Cristo ha di­ cho: «.Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura»; el alimento y el vestido y una cierta felicidad temporal de los pueblos, aunque no libre de la cruz de cada día, estigma de esta vida terrenal. Esto es lo que ha de tener siempre presente el sacerdote católico a fin de llegar a la verdadera unión con Cristo, Sacerdote y Hostia, para que su apos­ tolado sea sobrenatural y fecundo. Insistiremos también en la misión que Cristo trajo a este mundo. Cristo, Salvador y. Sacerdote, vino principalmente a manifestar el amor de Dios a los hombres: para que tengan vida y la tengan más abundante; para que vivan plenamente la vida de la eternidad, a la que se ordena la vida de la gracia, en cuanto semilla de la gloria. Esta vida superabun­ dante sobrepuja en mucho la felicidad terrestre, po­ seída en parte por leus buenos cristianos, incluso en las dificultades de la vida presente; pero en el sen­ tido evangélico, que niega el comunismo: «bienaven­ turados los pobres, los mansos, los que lloran, los limpios de corazón, los pacíficos y también los que padecen persecución por la justicia». Estos teles re­ cibieron la vida, y abundantemente, como incoación de la vida eterna. ■ Esto es lo que ha de decir a todos .el sacerdote, pues siempre debe recordar, contra los errores pro­ testantes y jansenistas, que «Dios no manda lo im­ INTRODUCCIÓN 17 posible. Cuando manda, impulsa a hacer lo que pue­ das y a pedir lo que no puedas, ayudando para que puedas», según dice San Agustín, citado por el Con­ cilio Tridentiino3. Quienes lo escuchan y lo ponen en práctica recibirán, y abundantemente, la vida. Es él tema de la predicación de siempre. Finalmente, demostraremos que Cristo quiere vivir en nosotros, particularmente en los sacerdotes, como en sus miembros, a fin de manifestar su amor a los hombres redimidos. Hemos, pues, de recordar, de una numera especial, que el sacerdote debe vivir en una unión cada vez más íntima con Cristo, y en todo momento: celebrando la Misa, predicando, oyen­ do confesiones, dirigiendo cimas. Así será realmente otro Cristo, su ministro, no un mero funcionario eclesiástico. Cristo quiere vivir en él para santificarlo y salvar las almas. De este plan propuesto nace la división de la ma­ teria. Es un tratado cuyo contenido pertenece en casi todas sus partes al curso de Teología espiritual, pu­ blicado en francés con el título de Tratado de Teo­ logía ascética y mística: las tres edades de la vida interior. 3 Dz., 804 2 primeraparpe FUNDAMENTO DOGMATICO: DIGNIDAD DEL SACERDOCIO DE CRISTO Y DE NUESTRO SACERDOCIO Para tratar dogmáticamente este tema—fundamen­ to doctrinal de todo el tratado—nos ocuparemos, en primer término, del sacerdocio de Cristo, y después de nuestro sacerdocio, que no es sino una parti­ cipación del sacerdocio de Cristo. Consideramos no sólo su naturaleza, sino la fina­ lidad de ambos. El término será que ambos, son ma­ nifestaciones de la bondad y amor de Dios para con los hombres que se han de salvar; para que tenga- nos vida y la tengamos abundantemente. 7 Capítulo I El sacerdocio de Cristo Salvador Véanse la Epístola a los hebreos, los comentados de los Padres a esta epístola, así como el comenta­ rio de Santo Tomás a Ja misma y en la Summa, III, 22. Es de fe que Cristo, nuestro Salvador, es sacer­ dote, el Sumo Sacerdote, y que su sacerdocio es eterno. «Tenemos un gran. Pontífice que penetró en los cielos, Jesús, el Hijo de Dios» *; «Es sacerdote para siempre»1 2; «Vive siempre para interceder por nosotros» 3. Lo mismo enseñan el Concilio de Efeso 4 y el Tridentino5. Cristo es sacerdote como hombre, pues el oficio propio del sacerdote es ser mediador entre Dios y el pueblo; dar cosas sagradas al pueblo: dar la doc­ trina sagrada, la gracia—mediación descendente—, 1 Hebr., iv, 14 2 Ib., vil, 3. 3 Ib., vil, 25. 4 Dz., 122. 5 Dz., 938. 22 RESINALO GARRIGOtJ-LAGRANGE, O. P. y ofrecer a Dios las oraciones y el sacrificio del pueblo—mediación ascendente—. Todo esto le com­ pete de un modo singular a Cristo en cuanto hom­ bre, en cuanto que su humanidad, situada en un orden inferior a su naturaleza divina, está unida personal o hipostáticamente al Verbo, y recibe ade­ más, como cabeza de la Iglesia, la plenitud de la gracia. En esto mismo se patentiza, ya que su sacer­ docio se ordena a manifestar el amor de Dios para con nosotros. De ahí que Santo Tomás, preguntan­ do si convenía que. Cristo fuera sacerdote, cita estas 8 palabras de San Pedro7: «Nos hizo merced de pre­ ciosas y ricas promesas para hacernos así partícipes de la divina naturaleza». Así cumplió su oficio de donar cosas santas: dio la gracia, semiUa de la glo­ ria o vida eterna. En el mismo lugar Santo Tomás cita la Epístola a los colosenses *: «Plugo al Padre que en Él—Cristo—habitase toda la plenitud y por Él reconciliar consigo todas las coséis». Es, pues, sacerdote y mediador como hombre, sien­ do en esté aspecto inferior a Dios. Mas aun como hombre es superior a los ándeles, no por razón de la naturaleza, sino por la uruón hipostática y por la plenitud de la gracia y de la gloria. ¿Por qué se dice que su sacerdocio es eterno? Santo Tomás enseña que se dice eterno por un 9 triple motivo: ) Por razón de la unción imperecedera, es decii, 1 por razón de la unión hipostática, a la que sigue 6 III, 22, 1. 7 II Petr., i, 4. 8 Col., I, 19. 8 5 n i, 22, ,

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