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La señorita Amelia pesca a un duque PDF

2017·0.2822 MB·other
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“No tengo la costumbre de ir pidiéndoles a las damas que se casen conmigo. De hecho, sois la segunda mujer que ha recibido nunca tal… invitación.” Se aproximó un poco más a ella, hasta acercarse tanto que podía ver el leve temblor de su delicioso labio inferior. “Y me devolvió el beso, Amelia, no pretenda que no.” Vio indecisión, miedo, e incluso deseo en el rostro de ella, vuelto hacia él. Cav deseaba volver a besarla, pero temía que se asustase. Como si pudiera leer sus pensamientos, ella se giró hacia las puertas abiertas que daban al jardín. “Si bien hasta ayer por la noche nunca había sentido deseos de casarme, ahora sí los siento.” “¡Lo ve! Acaba de admitir que no desea casarse conmigo”, conjeturó ella. “Y yo no deseo casarme con un hombre solo porque haya sido sorprendido besándome. Bueno… Con las mismas, podría decirme directamente que yo era su segunda elección.” Cav intentó atraer su atención mientas ella recorría incansable el espacio entre el servicio de té y las puertas francesas. Pero ella ni se fijaba en él mientras continuaba. “No quiero ser el segundo plato de ningún hombre. Quiero, no… Merezco ser el único deseo de un hombre.” Se detuvo, le miró y añadió “Por ello, debo rechazar su generosa oferta, Excelencia.” Él no podía creer lo que estaba escuchando. Cualquier otra mujer habría aceptado su oferta de matrimonio, y las dos únicas mujeres a las que se había declarado, le habían rechazado. Oh, no dudaba que conseguiría hacerla entrar en razón. Cav sabía que todo lo que tenía que hacer era besar a Amelia, y ella diría que sí. Pero esto era diferente. Amelia era diferente. Con toda probabilidad, había cuidado de su familia incluso en vida de su padre. No conocía otra cosa. ¿Cómo iba a convencerla de que ella, la Señorita Amelia Manners-Sutton, era el objeto de su deseo? Le apartó un mechón rebelde de cabello de la cara, y cuando sus dedos tocaron la cálida piel de su mejilla, sintió que una especie de descarga le recorría, despertando sensaciones largo tiempo dormidas. “Amelia, no soy ningún jovencito. No juego a ningún juego. Llevo deseándola desde que nos conocimos en el laberinto del jardín, igual que deseaba besarla ayer por la noche. Ahora mismo, la deseo tanto que cierta parte de mí sufre una agonía constante, porque me gustaría tenerla desnuda, en mi lecho. Debajo de mí. Encima de mí. A mi lado.” “Y no voy a dejar de perseguirla hasta que me diga que sí.”
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