Libro proporcionado por el equipo Le Libros Visite nuestro sitio y descarga esto y otros miles de libros http://LeLibros.org/ Descargar Libros Gratis, Libros PDF, Libros Online Los tripulantes del Argo II han salido victoriosos de sus misiones, pero están lejos de derrotar a Gaia, la madre Tierra. Ella ha conseguido alzar a todos sus gigantes y planea sacrificar a dos semidioses en la festividad de Spes: necesita su sangre, la sangre del Olimpo, para despertar. Por otro lado, la legión romana del Campamento Júpiter, liderada por Octavio, está cada día más cerca del Campamento Mestizo. La Atenea Partenos deberá dirigirse al oeste para impedir la guerra entre los campamentos, mientras el Argos II navega hacia Atenas… ¿Cómo podrán los jóvenes semidioses derrotar a los gigantes de Gaia? Ya han sacrificado demasiado, pero si Gaia despierta… será el final. Rick Riordan La sangre del Olimpo Héroes del Olimpo V Para mis maravillosos lectores. Perdón por disculparme por el suspense final en el último libro. En este trataré de evitar el suspense. Bueno, menos en algún que otro momento…, porque os quiero, chicos. SIETE MESTIZOS RESPONDERÁN A LA LLAMADA. BAJO LA TORMENTA O EL FUEGO, EL MUNDO DEBE CAER. UN JURAMENTO QUE MANTENER CON UN ÚLTIMO ALIENTO, Y LOS ENEMIGOS EN ARMAS ANTE LAS PUERTAS DE LA MUERTE. I Jason Jason odiaba ser viejo. Le dolían las articulaciones. Le temblaban las piernas. Mientras intentaba subir la colina, los pulmones le sonaban como una caja llena de piedras. Afortunadamente, no podía verse la cara, pero tenía los dedos retorcidos y huesudos. Unas abultadas venas azules se extendían como una red por el dorso de sus manos. Incluso desprendía olor a viejo: bolas de naftalina y sopa de pollo. ¿Cómo era posible? Había pasado de los dieciséis a los setenta y cinco años en cosa de segundos, pero el olor a viejo había sido instantáneo. En plan: «Zas. ¡Enhorabuena! ¡Apestas!». —Ya casi hemos llegado —Piper le sonrió—. Lo estás haciendo muy bien. Para ella era muy fácil decirlo. Piper y Annabeth iban disfrazadas de preciosas doncellas griegas. Incluso con sus túnicas blancas sin mangas y sus sandalias con tiras, no tenían problemas para andar por el sendero rocoso. Piper llevaba su cabello color caoba recogido en una trenza en espiral. Unas pulseras de plata decoraban sus brazos. Parecía una estatua antigua de su madre, Afrodita, cosa que a Jason le intimidaba un poco. Salir con una chica preciosa ya era estresante. Salir con una chica cuya madre era la diosa del amor… Jason siempre tenía miedo de hacer algo que fuera poco romántico y que la madre de Piper lo mirase ceñuda desde el Monte Olimpo y lo convirtiese en un cerdo salvaje. Jason miró cuesta arriba. La cima estaba todavía cien metros por encima. —Ha sido la peor idea de la historia —se apoyó en un cedro y se secó la frente—. La magia de Hazel es demasiado potente. Si tengo que luchar, no serviré de nada. —No se dará el caso —prometió Annabeth. Parecía incómoda con su disfraz de doncella. Mantenía sus hombros encorvados para evitar que el vestido se le deslizara. Su moño rubio recogido con horquillas se había deshecho, y el pelo le colgaba como unas largas patas de araña. Sabiendo el odio que les tenía a las arañas, Jason decidió no mencionar ese detalle. —Nos infiltramos en el palacio —dijo ella—, conseguimos la información que necesitamos y nos largamos. Piper dejó el ánfora, la alta vasija de cerámica en la que estaba escondida su espada. —Podemos descansar un momento. Recobra el aliento, Jason. Del cordón de su cintura colgaba su cornucopia: el cuerno de la abundancia mágico. Metida entre los pliegues del vestido estaba su daga, Katoptris. Piper no tenía aspecto peligroso, pero si la ocasión lo requería podía blandir sendas hojas de bronce celestial o dispararles a sus enemigos mangos maduros a la cara. Annabeth descolgó el ánfora de su hombro. Ella también tenía una espada escondida, pero, incluso sin armas visibles, poseía un aspecto letal. Sus turbulentos ojos grises escudriñaban el entorno, atentos a cualquier peligro. Jason se imaginaba que si un chico invitase a Annabeth a una copa, lo más probable era que ella le diera una patada en el bifircum. Trató de respirar de forma regular. Debajo de ellos relucía la bahía de Afales; el agua era tan azul que bien podrían haberla teñido con colorante. A unos pocos cientos de metros de la costa estaba anclado el Argo II. Sus velas blancas no parecían más grandes que sellos de correos, y sus noventa remos asemejaban mondadientes. Jason se imaginó a sus amigos en la cubierta siguiendo su progreso, turnándose para mirar con el catalejo de Leo, procurando no reírse mientras observaban como el abuelete Jason ascendía cojeando. —Estúpida Ítaca —murmuró. Se figuraba que la isla era bastante bonita. Un espinazo de colinas cubiertas de bosques serpenteaba por el centro. Blancas pendientes calcáreas descendían hasta el mar. Las ensenadas formaban playas rocosas y puertos donde las casas de tejado rojo y las iglesias blancas de estuco se arrimaban a la línea de la costa. Las colinas estaban salpicadas de amapolas, azafranes y cerezos silvestres. La brisa olía a arrayanes en flor. Todo muy bonito…, exceptuando que la temperatura era de unos cuarenta grados. El aire era húmedo y caluroso como unos baños romanos. Jason habría podido controlar los vientos y volar hasta la cima de la colina sin ningún problema, pero «nooo». Para ser más sigiloso, tenía que avanzar a trancas y barrancas como un vejestorio con las rodillas delicadas y olor a sopa de pollo. Pensó en su última ascensión, hacía dos semanas, cuando Hazel y él se habían enfrentado al bandido Escirón en los acantilados de Croacia. Al menos entonces Jason estaba a pleno rendimiento. Lo que les esperaba sería mucho peor que un bandido. —¿Seguro que no nos equivocamos de colina? —preguntó—. Parece un poco…, no sé…, tranquila. Piper examinó la cordillera. Llevaba una pluma de arpía de vivo color azul trenzada en el pelo: un recuerdo del ataque de la noche anterior. La pluma no combinaba precisamente con su disfraz, pero Piper se la había ganado venciendo
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