LA RISA DE LA MUCHACHA TRACIA Una protohistoria de Li teoría I Ians Bin men berg PRF-TF.XTÖS Hans Blumenberg (Lübcck 1920-Altenberge 1996) re corre en este libro toda la historia del pensamiento oc cidental al hilo de la recepción que se ha hecho en ella de la anécdota platónica de Tales de Mileto, quien por mirar al cielo estrellado en sus paseos nocturnos cae un día en un pozo y suscita con ello las risas de su joven criada tracia, que le acompañaba. Esta “pequeña histo ria” significa el acontecimiento fundacional de la rare za, respeto, incomprensión o ridículo del comporta miento del investigador teórico para el mundo: la protohistoria de la teoría. Según las mentalidades que han dominado a lo largo de la historia a los sabios y sus épocas, esta anécdota se interpreta de un modo o de otro. Resulta sumamente instructivo y atrayente seguir el erudito e inteligente camino que nos depara Blumen- berg en estas páginas, de especial interés cuando tratan de otras imágenes paradigmáticas de Tales, en el mismo sentido de la anécdota, a lo largo de la historia: Sócra tes, Alfonso X el Sabio, Tico Brahe, Alexander von Hum boldt. LA RISA DE LA MUCHACHA TRACIA Una protohistoria de la teoría Hans Blumenberg Versión castellana de Teresa Rocha e Isidoro Reguera PRE-TEXTOS La reproducción total o parcial de este libro, no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. Diseño cubierta: Pre-Textos (S. G. E.) Título de la edición original en lengua alemana: Das Lachen der Ihrakerin (Eine Urgeschichte der Theorie) © Traducción: Teresa Rocha e Isidoro Reguera © Suhrkamp Verlag Frankfurt am Main 1987 © de la presente edición: PRE-TEXTOS, 2000 Luis Santángel, 10 46005 Valencia IMPRESO EN ESPAÑA / PRINTED IN SPAIN ISBN: 84-8191-261-1 Depósito legal: V-456-2000 Graphic 3, S. A. Pintor Sorolla 12- Pol. Ind. Ciudad Mudhco 46930 Quart de Poblet (Valencia) SOBRE ESTE LIBRO Puesto que no podemos saber nada de la protohistoria de la teoría habremos de seguir prescindiendo de ella. Faltó el estímulo teórico para dejar testimonio suyo. Una protohistoria de la teoría no puede sustituir a la protohistoria, sólo puede evocar lo que se nos ha perdido. Dado que se trata sólo de una protohistoria, podría haber sido otra. Pero difícilmente una que hubiera puesto de relie ve más adecuadamente, y por ello con mayor empeño, el bul to de aquel vacío. Ese empeño en contra de la lenta desapa rición o de la mera pervivenda, muestra la “calidad” de aquello que ha seguido los pasos de la reflexión y que no cesa de se guirlos. Se trata de una historia que ha probado su interés en la historia. En lugar de lo que ya no es posible saber, esa his toria puede ofrecer, al menos, lo que aún mantiene viva la extrañeza de que haya algo así como “teoría”, su falta de ob viedad. Surge entonces un “enfoque”, un propósito que atraviesa nu merosos quehaceres concretos, y de ese enfoque, un torrente de afirmaciones, doctrinas y colecciones de doctrinas y escue las, así como lo que rivaliza con todo ello en cada caso: un mo vimiento de la historia que va arrojando productos incesante mente. Y que siempre vuelve al enfoque, acuñado un día, del theoros, del espectador del mundo y de las cosas. Es él, y no su producto, lo que presenta la protohistoria: la rareza del es 9 pectador nocturno del mundo y su choque con la realidad, que se refleja en la risa de la espectadora del espectador. Que cual quier teórico pudiera todavía reconocerse hasta el día de hoy ahí, aunque no suceda ni tenga por qué, es la prueba insidio sa a la que puede someterse la extrañe/a de la teoría en cual quier mundo “realista”. Que se trate de una historia del que se considera general mente el primer filósofo, Tales de Mileto, confiere la gracia, só lo accidental para la historia, de conocer las dos proposiciones entre las que la lógica permite colocar el origen de la teoría: Todo está lleno de dioses, dice una. Todo proviene del agua y está sobre ella, reza la otra. Que todo esté lleno de dioses pue de ser un enunciado tanto de satisfacción como de fastidi«. Si fuera de satisfacción no tendría por qué existir el otro. El he cho de que exista delata que la plenitud de dioses se conside raba como un exceso con el que ya no podía comprenderse nada. Se necesitaban proposiciones de otro tipo que las for madas con nombres de dioses, y un ejemplo modélico de ellas fue la tesis general del agua. En la ciudad portuaria de Mileto bastaba con abrir los ojos -de día, por cierto- para encontrar la nueva proposición. Lo que “sucedió” entre las dos proposiciones es el asunto de la protohistoria: el filósofo no mira de día al agua, cae en ella de noche porque convierte también el cielo estrellado en asun to del espectador del mundo. Esto no es casual. El que así mi ra al cielo había logrado el primer “éxito” de la teoría, en ge neral, al quitar a sus conciudadanos el temor ante un suceso natural de un modo nuevo: consiguiendo predecir un eclipse de sol. Que la teoría es buena contra el miedo valdrá en ade lante durante milenios hasta los cometas de Halley, los micro bios de Pascal, los rayos de Röntgen e incluso, un día, hasta la fisión del uranio de Hahn. Pero la desconfianza de la mujer tra cia frente a las maquinaciones teóricas, su risa por el rebote de 10 la teoría hacia su practicante -al transferir su exotismo al su- yo-, todo este estado de cosas fundamental habría de encon trar todavía su mártir en Sócrates. Estado de cosas que no des aparecerá del mundo ni siquiera cuando un día el incremento de teóricos acabe por degenerar en su mayoría. Ellos encon trarán sus mujeres tracias donde menos las habían esperado. Pues el moderno creador del producto “teoría” resulta mu cho más cómico que su antiguo ancestro, y lo será tanto más en la medida en que los medios para perseguir su “enfoque” se vuelvan más abstractos. Contemplar a los espectadores de un tipo de deporte del que no se conocen ni el desarrollo ni las reglas puede incitar a la risa, y .sólo una cultura del respe to nos impide percibir como una tragicomedia del absurdo el fervor con el que los creyentes de una religión extraña siguen su culto. La mayoría de las veces la teoría domesticada no nos permite mirar en medio de nuestro mundo, porque se ejercita en departamentos estancos, tan semejantes a los de nuestras burocracias que se confunden con ellos. Pero también la se riedad profesional acredita lo no disimulable en las formas de comportamiento de la teoría como componente de una reali dad que depende de tantas condiciones existenciales desco nocidas que hace que pertenezca a la forma y sabiduría de vi da no reírse, mejor, de lo extraño. 11 ¡Tenéis que construir más pozos! Hfinrich Lübke I. La teoría como comportamiento exótico La teoría es algo que no se ve. Es verdad que el comportamiento teórico consiste en acciones que están sujetas a reglas intencio nales y que conducen a complejos de enunciados en conexio nes reguladas, pero esas acciones sólo por su lado externo son interpretables como “ejecuciones” de algo. A alguien no inicia do en su intencionalidad, que ni siquiera sea capaz de suponer por su modalidad que pertenecen a la “teoría”, tienen que re sultarle enigmáticas y pueden parecerle chocantes y hasta ridi culas. Para eso no hace falta, en absoluto, llegar a la desconcer tante ostentación de una cientificidad altamente institucional y “aparatizada”. Desde la Ilustración y sus imaginaciones sobre visitas de extraños habitantes de otros mundos a la tierra —co mo amplificación de ficticias descripciones de viajes hechas por exóticos visitantes de las metrópolis europeas- se ha acostum brado uno a representar en la óptica de los visitantes de otras estrellas el aspecto de las operaciones que constituyen justa mente lo “moderno” de nuestra vida; y tan intensamente que algunos contemporáneos son incapaces de soportar la impa ciencia de la espera de tales visitas a medida en que se han he cho más improbables. Dado el caso, por lo demás, la teoría or ganizada y practicada en masas parecería algo así como el ritual más abstruso ejercido según la ley de una divinidad desconocida. Para los contemporáneos de la ciencia, habitantes del mismo mundo que el suyo, el exotismo de los fenómenos que ella 15