LA RECUPERACIÓN ALTHUSSERIANA DE SPINOZA: EPISTEMOLOGÍA Y TOTALIDAD THE ALTHUSSERIAN RECOVERY OF SPINOZA: ESPISTEMOLOGY AND TOTALITY Gonzalo Ricci Cernadas Universidad de Buenos Aires [email protected] Resumen El presente trabajo busca restituir el movimiento realizado por Louis Althusser a fin de pensar un marxismo en términos no hegelianos. Esta apuesta, que no era solamente teórica sino también política, implicaba un desvío por la figura de Baruch Spinoza con el objeto de rescatar su pensamiento. Así, considerando los estudios de comentaristas especializados sobre el tema, hemos querido dar cuenta de cómo aquellos tópicos eminentemente spinozianos, la epistemología y la totalidad, resultan especialmente proficuos para llevar a cabo la empresa althusseriana propuesta. Abstract The paper aims to restitute the movement made by Louis Althusser for the purpose of thinking a non-Hegelian Marxism. This bet, not only theoretic, but political, means a detour by Baruch Spinoza, in order to rescue his thought. For this, considering studies of different commentators, we have proceeded to give an account of how those eminently spinozist topics, epistemology and totality, are specially fruitful to perform this althusserian task. Palabras Claves: Louis Althusser; Baruj Spinoza; epistemología; ideología; totalidad. Keywords: Louis Althusser; Baruj Spinoza; Epistemology; Ideology; Totality. 265 Introducción Ciertamente, el pensamiento de Baruj Spinoza no ha sido ajeno a la tradición marxista. El propio Karl Marx, en su juventud, habría sido un atento lector del Tratado teológico- político y del epistolario del holandés1 hacia 1841, siendo su principal interés la relación entre filosofía y religión, la democracia y el fin del Estado, para luego, tres años más tarde, en La sagrada familia —escrita junto a Friedrich Engels—, referirse a Spinoza como uno de los grandes metafísicos (Marx y Engels, 2014); Engels (2010: 26), en su Anti-Dühring, aludía al filósofo como uno de los “brillantes representantes de la dialéctica”; para Georg Lukács (2013), Spinoza fue un exponente del racionalismo dogmático; mientras que, en la lectura de Theodor Adorno (2011), el nacido en Ámsterdam era un fiel representante —y aún más, uno hiperbólico— de los sistemas racionalistas. Pero, de entre ellos, sobresale el estudio de Yuri Plejanov en Cuestiones fundamentales del marxismo: allí, Spinoza se ubicaría al comienzo de una tríada, que luego avanzaría con Ludwig Feuerbach y terminaría en el mismísimo Marx, lo que le permitiría afirmar que “el spinozismo de Marx y Engels representaba precisamente el materialismo más moderno” (Plejanov, 1978: 20). La reposición que hace Plejanov del filósofo es sumamente innovadora, principalmente por dos motivos: primero, antes que identificarlo con el idealismo, Spinoza vendría a ser un adalid del materialismo que establece la unidad del ser y del pensar2; y segundo, establecería que el filósofo es el precursor de una línea de pensamiento materialista que deriva en el humanismo de Feuerbach, que se despoja del apéndice teológico spinoziano, para concluir en el socialismo científico de Marx3. De esta manera, Spinoza, indirectamente, podría ser postulado como un antecesor de Marx, en clara disrupción con mentadas afirmaciones que postulan al filósofo de Tréveris como un heredero de G. W. F. Hegel. Si decíamos recién que la teorización de Plejanov resultaba innovadora, esto es principalmente a la luz del movimiento realizado por otro filósofo, pero 60 años más tarde, y en Francia: nos referimos a Louis Althusser. En efecto, una de las principales apuestas teóricas del franco-argelino fue la de postular como necesario realizar un detour por Spinoza para entender mejor la filosofía de Marx: un rodeo sobre un rodeo; un rodeo por Spinoza para vislumbrar mejor el rodeo de Marx por Hegel. Esto, en cierta manera, afirma algo que encontrábamos también en el ruso: ahora, antes que Hegel, parecería ser el clásico holandés la alfaguara de Marx, pero con la principal diferencia de que Spinoza no es aprehendido por Althusser como confundiendo el ser y el pensar ni bajo términos humanistas. Lo que proponemos realizar en el trabajo es entonces lo siguiente: dar cuenta 266 de la utilización por parte de Althusser de Spinoza, arrancándolo de cualquier interpretación hegeliana imperante [1], para luego reponer lo esencial de su teoría epistemológica [2], y de su concepción de totalidad [3], tópicos plenamente deudores a cercanías spinozistas. Crisis y Spinoza: una crítica a la lectura hegeliana Nos manifestamos en completo acuerdo con una afirmación de Moreau, a saber: “el spinozismo reaparecerá a intervalos regulares en la historia del marxismo, especialmente en los momentos de crisis, en los que servirá, como es habitual, a modo de elemento de reevaluación de los conflictos entre las diferentes tendencias” (Moreau, 2012: 158-159). Una crisis, precisamente, es la que contemplaba Althusser dentro del marxismo a fines de 1970, una crisis concerniente a las dificultades y contradicciones del movimiento obrero a escala mundial, pero una crisis también agravada por los vicios de la URSS y sellada por un silencio estalinista. Pero una crisis que no debe ser temida, sino recibida, casi a modo de Schandenfreude, con brazos abiertos: “¡Por fin la crisis del marxismo!” (Althusser, 2008: 283-298). Sólo de esta forma es posible que la crisis devenga en crítica, derivando en un verdadero cambio de posición, asunción de una nueva perspectiva (De Gainza, 2011.d). Para ello sería necesario convocar a la intervención a un autor que habría permanecido perennemente mudo, un llamado no ex nihilo sino inmanente, pues una certera lectura sintomática arrojaría que su discurso ya podría encontrarse allí, sepultado, soterrado por mor de una violencia que siempre está ocurriendo. Pero inmanente también por la propia estrategia implementada por Althusser, que consistía en la apertura de espacios de libertad, “que por sus efectos [se] abr[en] en el seno del espacio de las tesis ya afirmadas por los filósofos existentes en una coyuntura teórica dada” (Althusser, 2007: 134), sin oponer discursos en completa alteridad y exterioridad. Tal autor afásico habría sido Spinoza, lo que Althusser buscaba era entonces realizar “un rodeo por Spinoza para ver un poco más claro en el rodeo de Marx por Hegel” (Althusser, 2008: 195). Pero ello nos impone, antes, la tarea de describir la diferencia que el propio Spinoza le plantea a Hegel, diferencia que habría sido percibida, a ojos de Althusser, por un “Marx adulto”. Hay que restituir, así, muy brevemente la lectura que Hegel hace del holandés y esbozar una propedéutica para su refutación respecto de su lectura althusseriana. Ya en el prólogo de su Fenomenología del espíritu, Hegel se refería a Spinoza como aquel que había 267 “concebi[do] a Dios como la sustancia una [lo que] indignó a una época en que esta determinación fue expresada, [pues] la razón de ello estribaba, en parte, en el instinto de que dicha concepción de la conciencia de sí desaparecía en vez de mantenerse”. (Hegel, 2012: 15) La misma recensión se encuentra dos décadas más tarde, en las Lecciones sobre la historia de la filosofía. Destácase allí el paralelismo trazado entre la causa de la defunción del filósofo y su propio pensamiento: “Spinoza murió el 21 de febrero de 1677, a los cuarenta y cuatro años, víctima de la tuberculosis que desde hacía mucho tiempo venía minando su organismo; fue una muerte muy a tono con su sistema, en el que todo lo individual y todo lo particular desaparece en la sustancia una”. (Hegel, 1997: 282; cursivas nuestras) En el sistema ontológico spinozista, Hegel ve un sentido unívoco y descendente que atraviesa sus tres conceptos: parte de la sustancia (lo general) para pasar por los atributos (lo particular) y terminar en los modos (lo individual). Pero para el padre del idealismo alemán la clave descansa en que Spinoza nunca considera el modo como lo esencial, no detentaría el estatuto de esencial dentro de la esencia misma: todo queda subsumido bajo la sustancia, inmóvil, rígida, en el que no cabe lugar alguno para la conciencia4; en la individuación, el sistema spinozista revela su falla: “La individuación, lo uno, es una simple unión; es lo contrario del Yo o de la «mismidad» de Böhme, ya que en Spinoza sólo nos encontramos con la generalidad, el pensamiento, y no la conciencia de sí” (Hegel, 1997: 297). Con ello, Hegel no intenta recusar in toto el legado spinoziano, sino algo bien distinto. El nacido en Stuttgart afirmaba solemnemente “ser spinozista es el punto de partida esencial de toda filosofía” (Hegel, 1997: 285); esto es así porque: “Para Hegel, Spinoza ocupa entonces la posición de un precursor: con él comienza algo. Pero justamente, no es más que un precursor, lo que comienza con él no concluye, a la manera de un pensamiento fijado que cercena la posibilidad de alcanzar una meta indicada, sin embargo, por él”. (Macherey, 2014: 31) Spinoza, en efecto, habría dado el puntapié inicial para pensar lo absoluto, el punto de vista objetivo de la sustancia absoluta. Pero el problema está en los términos restrictivos de esta formulación: un pensamiento abstracto y sin movimiento. Aquí Hegel agrega que, para subsanar este defecto, es menester tener en cuenta y nunca olvidarse de lo siguiente: 268 “todo depende de que lo verdadero no se aprehenda y se exprese como sustancia, sino también y en la misma medida como sujeto. [… Siendo que d]e lo absoluto hay que decir que es esencialmente resultado, que sólo al final es lo que es en verdad”. (Hegel, 2012: 16-17) Si verdaderamente leemos al pie de la letra el discurso hegeliano, junto con la apropiación intentada por él de toda la tradición filosófica precedente, podría encontrarse en esta voz amedrentada pero no perimida de Spinoza el índice para plantear las objeciones a la lectura de Hegel5. A este respecto, dice Althusser: “Spinoza anticipaba a Hegel, pero él iba más lejos. Porque Hegel, quien ha criticado todas las tesis de subjetividad, no ha dejado de acomodar al Sujeto, no solamente dentro del “devenir-Sujeto de la Sustancia” (por lo que “reprocha” a Spinoza el “error” de permanecer dentro de la Sustancia), sino dentro de la interioridad de un Telos de un proceso sin sujeto, que realiza, por virtud de la negación de la negación, los designios y el destino de la idea. A través de ello, Spinoza nos descubría, entre el Sujeto y el Fin, la alianza secreta que «mistifica» la dialéctica hegeliana”. (Althusser, 1974: 73-74) Así se resume el movimiento delineado por Althusser: en este uso que Hegel hizo de Spinoza, el franco-argelino creyó ver, oculta, una filosofía con efectos propios que pudieran resultar de utilidad al materialismo. El mismo Spinoza prohibía el uso de todo fin, permitiendo dar el mentís a la dialéctica hegeliana mistificada. Pero también aportaría otro elemento invaluable: “Que el primero que haya planteado el problema de leer, y por consecuencia de escribir, Spinoza, haya sido también el primero en proponer a la vez una teoría de la historia y una filosofía de la opacidad de lo inmediato”. (Althusser, 2014.a: 8) Esto es, el reconocimiento de una necesaria opacidad entre “la inmediatez de lo objetivo y su lectura subjetiva” (De Gainza, 2011.c: 252), aquello inaudible e ilegible de una realidad cuyos efectos radican en una causa ausente. Lo invaluable de Spinoza habría sido, entonces, su aporte en lo que teoría del conocimiento refiere: conocimiento como producción, sin ninguna certeza dada de antemano, conocimiento “que raciocinia sobre el derecho de conocer, bajo la dependencia del hecho del conocimiento detentado” (Althusser, 2008: 232), que recusa toda noción de “sujeto”, “origen” o “fin”. Este mismo índice que proporciona Spinoza para refutar los forzamientos hegelianos también resulta proficuo para repasar lo innovador hacia la propia tradición materialista. Lo novedoso e innovador de la teoría del conocimiento spinozista se actualiza en una reinterpretación de la teorización tanto de la ideología como de la 269 totalidad hacia dentro del marxismo. En el próximo apartado, entonces, procederemos a explayarnos sobre la primera. Epistemología: ideología, imaginación Al describir el proceso de la práctica teórica, Althusser describía que la ciencia nunca trabajaba sobre un dato puro o dado, sino más bien sobre un universal previo y abstracto. Lo que hay no son hechos incontestables y concretos, antes bien “«hechos» ideológicos anteriores elaborados por la práctica teórica ideológica anterior” (Althusser, 2011.b: 151). Este es el tipo de generalidad denominado Generalidad I, la materia prima sobre la cual una Generalidad II (un medio de producción, como ser, una teoría) trabaja para producir así otra generalidad, esta vez concreta, un concepto específico, una Generalidad III, es decir, un conocimiento. El disparador que llevó a Althusser a delinear estas Generalidades fue, como él mismo admite en Éléments d’autocritique, los tres géneros de conocimientos de Spinoza, respectivamente: la imaginación, la razón, y la ciencia intuitiva (Spinoza, 2000)6. La apuesta de Althusser residía así en su comparación entre su Generalidad I y el primer género imaginario de conocimiento, relación sostenida en una admiración profunda hacia Spinoza por haber inaugurado lo que el franco-argelino denominó como “materialismo de lo imaginario”. ¿Cómo se cifraba esta admiración? Un verdadero Lebenswelt, el mundo de vida en su inmediatez; permítaseme citar in extenso: “[Y]o sostenía que el primer género de conocimiento no es de ningún modo un conocimiento (la imaginación no es un conocimiento) sino el mundo inmediato tal como nosotros lo percibimos, es decir, vivimos (siendo la percepción misma un elemento abstracto de la vida) bajo el dominio de la imaginación; es decir, no verdaderamente bajo la imaginación sino hasta tal punto penetrado por ella que, propiamente, es indisociable e inseparable de la misma, constituyendo la imaginación su esencia misma, el vínculo interno de todas sus determinaciones”. (Althusser, 2007: 135) En líneas similares, Pierre Macherey, discípulo y colaborador de Althusser, además de un reconocido comentarista de Spinoza, parecería coincidir con estas apreciaciones: “La filosofía de Spinoza, si puede atribuírsele un tema privilegiado, sería con todo una filosofía de la imaginación, en tanto esta última constituye la actividad principal, y puede decirse que también la actividad dominante del alma humana en tanto que ella es idea de un cuerpo”. (Macherey, 1997: 184) 270 En efecto, hay que tener precaución a la hora de referirse a la imaginación tal como Spinoza la conceptualiza, a fin de evitar cualquier interpretación bajo términos eminentemente negativos. Pues si nos fijamos en el Apéndice a la parte primera de la Ética, veremos que se describe que los hombres creen comportarse en forma incondicionada respecto del mundo, bien porque ellos piensan que el deseo surge espontáneamente, bien porque es producto de su libre arbitrio. Estos hombres, en verdad sumidos en la experientia vaga, desconocen el origen de las causas de las cosas y de su apetito. Creen así que las cosas son meros medios para satisfacer sus necesidades, pero ¿quién las dispuso a tales efectos? Admitir que las cosas de la Naturaleza portan ellas mismas su propio fin les resulta inconcebible: surgen así los Rectores de la Naturaleza, o dioses antropomorfizados, que todo lo dirigen en pos del beneficio y de la utilidad de los hombres. Más allá de que aquí se encuentra presente la recusación de Spinoza al voluntarismo cartesiano del sujeto con libre arbitrio, la imaginación parecería, de esta manera, retratada a modo de un vicio, una excesiva confianza de las personas en el conocimiento espontáneo, ignorando tanto la naturaleza real de las cosas como el conocimiento de sus causas. Por dicho motivo, no hay que olvidar que “las imaginaciones del alma, consideradas en sí mismas, no contienen error alguno, es decir, que el alma no yerra por imaginar, sino tan sólo en cuanto que se considera que carece de una idea que excluya la existencia de aquellas cosas que imagina presentes”. (Spinoza, 2000: 95) Esto es, la imaginación no es una potencia de error: no se trata de una crítica de la imaginación, sino en todo caso del uso que se da de sus producciones. Aún más, la imaginación, como bien remarca Martial Gueroult (1974), aparece como una virtud, que expresa la potencia de Dios, sin la cual el alma no podría conocer las cosas existentes en la duración, y que permite un comercio con las cosas existentes para conservar el ser. Ahora ya podemos retomar a Althusser: si él equipara la spinoziana imaginación con la ideología, y si en este apartado hemos comenzado refiriéndonos a la ideología a partir de las postulaciones del autor respecto de sus apuntes método- epistemológicos, el filósofo no quiere por ello quedar encerrado en disquisiciones sobre la ciencia, pues la ideología hace manifiesta su existencia y sus efectos en el terreno de la sociedad entera. “Las representaciones de la ideología se refieren al mundo mismo en el cual viven 271 los hombres, la naturaleza y la sociedad, y a la vida de los hombres, a sus relaciones con la naturaleza, con la sociedad, el orden social, con los otros hombres y con sus propias actividades, incluso a la práctica económica y la práctica política. Sin embargo, estas representaciones no son conocimientos verdaderos del mundo que representan. Pueden contener elementos de conocimientos, pero siempre integrados y sometidos al sistema de conjuntos de estas representaciones, que es, en principio, un sistema orientado y falseado, un sistema regido por una falsa concepción del mundo, o del dominio de los objetos considerados”. (Althusser, 2011.a: 49) Repetición entonces del viejo motivo spinoziano: ya lo hemos dicho, la imaginación no se equivoca (pues, en todo caso, el error es imputable al entendimiento), pero el conocimiento que ella brinda es necesariamente inadecuado, esto es, oscuro y confuso, son “consecuencias sin premisas” (Spinoza, 2000: 101), pero, precisamente, el alma no puede conocer de otra manera. La negativa del filósofo holandés a caer en un materialismo burdo, permitiéndonos reconocer el verdadero estatuto de la imaginación, al mismo tiempo que criticar el conocimiento inadecuado de las cosas que ella nos brinda, tiene por corolario también avizorar una distinción, a ojos de Althusser, capital; una diferencia que sería posteriormente reconocida por el propio Marx, entre lo real (u objeto real) y el discurso de su conocimiento (u objeto de pensamiento): “Nos encontrábamos evidentemente una vez más con Spinoza, cuyas palabras golpean la memoria: la idea de un círculo no es un círculo, el concepto de perro no babea, en resumen, no hay que confundir lo real y su concepto” (Althusser, 2008: 236). Con Spinoza, entonces, el marxismo se encontraba renovado no sólo en términos epistemológicos, al concebir el conocimiento como producción y al separarse del tándem empirismo-idealismo, sino también al incorporar una teoría de la ideología que la interpretara no en términos negativos, como un plus descartable (tal como lo era el estatuto del sueño en el período anterior a Freud), sino otorgándole carta de ciudadanía al reconocerla como sistema de representaciones, dotado de una existencia material y de un papel histórico en una sociedad dada. A la sustancia que Hegel pretendía hacer sujeto, esto es, un devenir que sólo es tal al final, Spinoza recusa la pareja Sujeto/Fin, pues se trata de oponerse tanto al sujeto con una prerrogativa de libre arbitrio y a las causas finales. Pero con ello se cierne al marxismo el peligro de “girar en el vacío del idealismo” (Althusser, 2008: 198); por dicho motivo, resulta necesario plantear el problema de la tópica marxista, esto es, el problema de la noción de totalidad. 272 Totalidad: causalidad metonímica, causa inmanente La postulación de Althusser de una totalidad compleja, estructurada, sobredeterminada y siempre ya dada, es desarrollada a partir de la crítica del concepto de tiempo histórico: para el filósofo franco-argelino ello es fundamental porque “las características esenciales del tiempo histórico van a remitirnos, como otros índices, a la estructura propia de la totalidad social” (Althusser, 2014.b: 276). Así, se detectarían dos características esenciales del tiempo histórico hegeliano: por un lado, entendido diacrónicamente, la continuidad homogénea del tiempo, la reflexión en la existencia de la continuidad del desarrollo dialéctico de la Idea; y por otro, ahora considerado sincrónicamente, la continuidad del tiempo, o la categoría del presente histórico, por la que los elementos de la estructura del tiempo histórico conviven y son contemporáneos en el mismo tiempo: un tiempo continuo-homogéneo. Habría, en Hegel, una presencia absoluta y homogénea de todas las determinaciones, y si se hiciera un corte de esencia transversal lo que se encontraría es que todos los elementos del tiempo histórico se encuentran en relación inmediata unos con otros. Y ello, por supuesto, tiene consecuencias directas en la praxis, pues el presente se convierte en el horizonte absoluto de todo saber en el cual la filosofía no puede jamás trascender sus límites. Así, jocosamente, Althusser afirmará que por más que el búho de Minerva parta al atardecer, todavía no puede escapar a su propio día, por lo que, “en sentido estricto, no hay política hegeliana posible y, de hecho, jamás se ha conocido hombre político hegeliano” (Althusser, 2014.b: 278). Lo que debe emprenderse a esta conceptualización hegeliana es una crítica a modo de lectura sintomática, efectuada al pie de la letra, sin fondo, que descubre, en un mismo texto, en un mismo discurso, otro texto, presente en su ausencia necesaria. Pero se trata de impugnar la solución ideológica, impuesta de antemano a una pregunta por mor de los intereses prácticos, religiosos, morales o políticos, que aquí se hace notoria en la relación que el todo social tiene con el tiempo histórico7. Si perseveramos en continuar sin ningún tipo de interpelación la tradición que postula a Marx como sucesor directo de Hegel, sólo hallaríamos una tópica de cabeza, que empieza por lo material en lugar de por lo ideal, sin ningún tipo de interrogación de si allí precisamente, en ese cambio, en ese desplazamiento, no habrá habido, en efecto, cortes, disrupciones que hacen mella en cualquier identidad plena que intente presentarse como tal. Así, podría verse que la totalidad marxista se diferencia de la totalidad hegeliana expresiva, por la cual cada una de las partes expresa la esencia misma de 273 la totalidad. ¿Cuál sería entonces la propia totalidad marxista? Una totalidad no simple, sino compleja, en la que la unidad del todo estructurado, sobredeterminado en su principio, implica una diversidad de instancias con autonomía relativa y determinadas en última instancia por el nivel de la economía. No hay entonces la primacía de una instancia por sobre las otras, sino que hay una dominancia de una estructura que no puede reducirse a un centro: cada instancia tiene un índice de eficacia, sobredeterminándose entre sí, y donde las instancias no económicas se encuentran en última instancia determinadas por la económica, hecho que permite salvar a la postulación de desplazamientos arbitrarios en los niveles, puesto que ellos manifiestan dependencia respecto al todo. Baste aclarar que esta conceptualización de la totalidad compleja le permite a Althusser sostener una hermenéutica de la obra del Marx adulto en clave anti- humanista: Marx llega a una concepción concreta de las diferencias específicas de la práctica humana situadas en las diferencias específicas de la estructura social. Con ella, además, puede el nacido en Tréveris consagrarse como el descubridor del continente histórico, cuyos sujetos, las sociedades humanas, son consideradas en su complejidad con instancias que se sobredeterminan entre sí. Es a través de estos conceptos que puede Marx distanciarse de una filosofía humanista abocada a la problemática de la naturaleza humana que postulaba la existencia de una esencia universal del hombre como individuos considerados aisladamente. Pero Marx, dice Althusser, constantemente, mediante distintos conceptos (como ser, Darstellung), alude a algo muy particular, que es “a la vez ausencia y presencia, es decir, la existencia de una estructura en sus efectos” (Althusser, 2014.b: 405). Este punto viene a cuentas de lo siguiente: Spinoza —otra vez— habría sido el único filósofo que se habría empeñado en dilucidar una problemática de importancia capital: “Se propone pensar las determinaciones de los elementos de un todo por la estructura del todo, ese era plantearse un problema absolutamente nuevo dentro de la mayor confusión teórica, porque no se disponía de ningún concepto filosófico elaborado para resolverlo”. (Althusser, 2014.b: 403) Este “problema”, entonces, concernía al todo como estructurado, y lo que se intentaba evitar era que éste fuera reductible a una esencia interior que hacía de sus elementos meras expresiones fenomenales. Ya se estableció recién en qué modo se diferenciaba la totalidad compleja y 274
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