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La Reconstruccion De La Filosofia PDF

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JOHN DEWEY LA RECONSTRUCCIÓN DE LA FILOSOFÍA PLAN ETA-AGO STINI Titulo original: Reconstruction ¡n Phitosophy (1920) Traducción: Amando Lázaro Ros Traducción cedida por Aguilar, S.A. de Ediciones Directores de la colección: Dr. Antonio Alegre (Profesor de Ha Filosofía, U.B. Decano de la Facultad de Filosofía) Dr. José Manuel Bermudo (Profesor de Filosofía Política, U.B.) Dirección editorial: Virgilio Ortega Diseño de la colección: Hans Romberg Cobertura gráfica: Carlos Slovinsky Realización editorial: Proyectos Editoriales y Audiovisuales CBS, S.A. ©The Beacon Press © Por la traducción Aguilar, S.A. de Ediciones © Por la presente edición: © Editorial Planeta-De Agostini, S.A. (1993) Aribau, 185, 1“ - 08021 Barcelona © Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V. (1993) Av. Insurgentes Sur # 1162. México D.F. © Editorial Planeta Argentina, S.A.I.C (1993) Independencia 1668 - Buenos Aires Depósito Legal: B-40.350/92 ISBN: 84-395-2217-7 ISBN Obra completa: 84-395-2168-5 Printed in Spain - Impreso en España (Febrero 1994) Imprime: Printer Industria Gráfica, S.A. Nota preliminar invitado a dar una serie de conferencias en la Universidad Imperial del Japón, en Tokio, durante los meses de febrero y marzo del año actual, traté de interpretar en ellas el movi­ miento de reconstrucción de las ideas y modos de pensar que actualmente se lleva a cabo en la filosofía. Es imposible evi­ tar que las conferencias en cuestión no delaten las señales del punto de vista personal de su autor, pero la finalidad que se persigue en ellas es el exponer los contrastes generales entre los tipos de problemas filosóficos antiguos y los recientes, y no el de hacer una defensa partidista de una u otra solución específica de dichos problemas. He procurado muy especial­ mente poner de relieve las fuerzas que hacen inevitable una reconstrucción intelectual, y prever algunas de las direccio­ nes en que forzosamente ha de realizarse. Cualquier persona que haya gozado de la hospitalidad sin par del Japón se sentirá abrumada de confusiones, si trata de agradecerla de una manera que corresponda a las amabi­ lidades de que fue objeto. A pesar de ello, tengo que expresar en un desnudo blanco y negro de papel impreso mi más ren­ dido reconocimiento, dejando especial constancia de la in­ deleble impresión que en mí produjeron la cortesía y la ayuda de los miembros de la facultad de filosofía de la Universidad de Tokio, y de mis queridos amigos el doctor Ono y el doctor Ni tobe. Septiembre, 1919. J. D. Introducción La reconstrucción, tal como la veo veinticinco años más tarde I El texto del presente libro se escribió hará unos veinti­ cinco años —es decir, poco después de la Primera Guerra Mundial—; ese texto se imprime aquí sin que haya sufrido ninguna revisión. Esta Introducción se halla animada del mismo espíritu del texto. Ha sido escrita con el firme con­ vencimiento de que los acontecimientos de ese interregno de años han creado una situación que hace tal reconstruc­ ción infinitamente más acuciante que cuando se compuso el libro primitivo; más concretamente, estoy convencido de que la situación actual señala con claridad mucho ma­ yor aún cuál ha de ser el punto céntrico de esa necesaria reconstrucción; cuál ha de ser el punto de arranque de los nuevos y detallados desenvolvimientos. Mejor que Re­ construcción en la Filosofía le convendría hoy el título de Reconstrucción de la Filosofía. Lo ocurrido de entonces acá ha definido netamente, ha llevado a punto de crisis, el postulado básico del texto del libro, a saber: que la tarea característica, los problemas y la materia de la filosofía surgen de las presiones y reacciones que se originan en la vida de la comunidad misma en que surge una filosofía determinada y que, por tal razón, los problemas específi­ cos de la filosofía varían en consonancia con los cambios que se producen constantemente en la vida humana, los que, en determinados momentos, dan lugar a una crisis y forman un recodo en la historia de la humanidad. La Primera Guerra Mundial fue una sacudida violenta para el período de optimismo que la precedió. Era enton­ ces extensísima la creencia en un avance continuo hacia una mutua comprensión entre los pueblos y las clases, que llevaría de manera segura hacia la armonía y la paz. Aque­ lla sacudida es hoy casi increíblemente más fuerte. La in­ seguridad y la lucha se han hecho tan generales, que la actitud dominante es de zozobra, de ansiedad y pesi­ mismo. La zozobra de lo que pueda reservarnos el porve­ nir proyecta una sombra negra y espesa sobre todas las facetas del presente. No son muchos en el campo de la filosofía los que mues­ tran confianza en que aquélla sea capaz de abordar de una manera competente los graves problemas actuales. Ma­ nifiéstase la falta de confianza en la preocupación refe­ rente a la mejora de las técnicas, y en la rigurosa discusión a que se someten los sistemas del pasado. Tanto una acti­ vidad como otra están en cierto sentido justificadas. Ahora bien, y por lo que se refiere a la primera de ellas, no se llega a la reconstrucción si se atiende a lo formal a ex­ pensas del contenido sustancial, como ocurre con las téc­ nicas cuando se emplean únicamente en desarrollar y afi­ nar aún más las habilidades puramente formales. Por lo que se refiere a la segunda de estas actividades, tampoco se llega a la reconstrucción por el incremento de los estu­ dios eruditos acerca de un pasado que no arroja luz sobre los problemas que hoy traen inquieta a la humanidad. No exageramos al decir que en tanto que predomine el interés por esas dos actividades que acabamos de mencionar, este apartamiento cada vez mayor del escenario de la actuali­ dad, que se advierte claramente en la filosofía, constituye en sí mismo una señal del alcance a que han llegado la inquietud y la inseguridad que hoy caracterizan a los de­ más aspectos de la vida del hombre. Podemos ir más lejos todavía, afirmando que tal apartamiento es una manifes­ tación de los fallos de los sistemas pasados, que los hacen de muy poca utilidad en la confusa situación actual: con­ cretamente, que no responden al deseo de encontrar algo inconmovible y firme que sirva de refugio seguro. Los pro­ blemas con que ha de encararse una filosofía que tenga en cuenta el presente son los que surgen de las mutaciones que tienen lugar, con rapidez cada vez mayor, en un ám­ bito humano-geográfico cada día más amplio, y con una intensidad de penetración cada vez más profunda; este hecho viene a señalarnos con fuerza la necesidad de una clase de reconstrucción muy distinta de la que en la actua­ lidad se dibuja de modo más destacado. Cuando, en ocasiones anteriores —una de ellas el texto de este libro—, hemos expuesto esos puntos de vista, se nos ha hecho objeto de censuras por adoptar una «actitud agria» hacia los grandes sistemas filosóficos del pasado —y cito la frase de uno de los críticos más bondadosos—. Es, pues, oportuno, al tratar del tema de la reconstrucción necesaria, que digamos que los ataques a las filosofías del pasado no tienen por blanco los sistemas en cuanto éstos se hallaban ligados a los problemas intelectuales v mora- Ies de^su tjpmnn.v lugar, sino en cuanto son ineficaces dentro de una situación humana distinta. Son precisa­ mente las cosas que hicieron dignos de aprecio y de ad- miración a los grandes sistemas dentro de sus contextos sociales y culturales, lasque Jos despojan de tod^« actua­ lidad» en un mundo cuyas principales características di­ fieren muchísimo de aquéllos, como lo demostramos al hablar de la «revolución científica», la «revolución indus­ trial» y la «revolución política» de estos últimos siglos. Yo no veo que pueda tratarse de una reconstrucción sin pres­ tar considerable atención crítica al panorama dentro del cual, y con relación al cual, ha de tener lugar esa recons­ trucción. Muy lejos de ser una señal de menosprecio, esa atención crítica es un indispensable factor de interés en el desarrollo de una filosofía que representará para nuestro tiempo y lugar el papel que las grandes doctrinas del pa­ sado representaron dentro y para el medio cultural del que surgieron. Otra censura muy emparentada con la que acabo de ex­ poner, es la de que el criterio que aquí adopto sobre la tarea y la función de la filosofía, se basa en una exagera­ ción romántica de lo que es capaz de realizar la «inteli­ gencia». Si se emplease este último vocablo como sinó­ nimo de lo que una importante escuela de otras épocas llamaba «razón» o «puro intelecto», esa crítica estaría so­ bradamente justificada. Pero con aquel vocablo damos a entender algo muy distinto de lo que está considerado como el órgano o «facultad» más elevada para adueñarnos de las verdades últimas. Es una designación taquigráfica con la que indicamos métodos elevados, y cada vez más extensos, de observación, experimentación y razona­ miento reflexivo, que han revolucionado en un breve lapso las condiciones físicas de la vida —y, en un grado impor­ tante, las fisiológicas—, pero que hasta ahora no han sido puestos a punto para su aplicación en lo que es caracterís­ tica y básicamente humano. Esa «inteligencia» es una re­ cién llegada, incluso en el campo de la investigación física, y hasta ahora no ha sido ejercitada en los varios aspectos del escenario humano. La reconstrucción que hay que aco­ meter no consiste en aplicar la «inteligencia» como pro­ ducto de confección, sino en aplicar a todas las investiga­ ciones relacionadas con temas humanos y morales la misma clase de método (el método de observación, la teo­ ría sobre las hipótesis y la comprobación experimental), gracias al Cual los conocimientos sobre la naturaleza física han alcanzado su actual altura. De manera idéntica a como las teorías relativas al co­ nocimiento, que fueron expuestas y trabajadas con ante­ rioridad a la existencia de la investigación científica, no nos proporcionan un patrón o modelo para una teoría del conocimiento asentada sobre la manera actual de llevar una investigación, también los sistemas filosóficos pasa­ dos son un reflejo de puntos de vista precien tíficos acerca del mundo natural, de un estado pretecnológico de la in- cIusTria, y de un estado predemocrático de la política, pro­ pios del período en que esas doctrinas se formularon. Las condiciones de vida que remaban en Grecia, especial­ mente en Atenas, cuando se formuló la filosofía clásica europea, establecían una división tajante entre el obrar y el conocer, y esta división se extendió hasta convertirla en una separación completa entre la teoría y la «práctica». Esto venía a ser un reflejo de la organización económica de aquel tiempo, en la que el trabajo «utilitario» era en su mayor parte realizado por esclavos, quedando de ese modo los hombres libres relevados del trabajo; «libres» por esta razón. Salta a la vista que esa situación es tam­ bién predemocrática. Ahora bien: los filósofos mantuvie­ ron en los asuntos políticos esa separación entre la teoría y la práctica hasta mucho después de que el herramental y los procedimientos derivados de las actividades indus­ triales habían llegado a ser elementos indispensables para poner por obra las observaciones y la experimentación, que constituyen el meollo del conocimiento científico. Resulta razonablemente evidente que un aspecto im­ portante de la reconstrucción que es preciso llevar a cabo en la actualidad se relaciona con la teoría del conoci­ miento. Se requiere un cambio radical en la misma, por lo que se refiere a la materia sustancial en que ha de ba­ sarse dicha teoría; esta nueva teoría estudiará de qué ma­ nera se lleva a cabo el conocimiento (es decir, la investi­ gación adecuada), en lugar de partir de la suposición de que tiene que realizarse de acuerdo con puntos de vista relativos a las facultades u órganos que se han formado de una manera independiente. Pero, aunque el sustituir la «razón» por la «inteligencia», tomada la palabra en el sen­ tido que acab<í^3tri«dícar, es un elemento importante en el cambio que pedimos, la reconstrucción no se limita a eso. Las llamadas teorías «empíricas» del conocimiento, aunque rechazaban la posición de la escuela racionalista, actuaban de acuerdo con lo que creían que era una facul­ tad necesaria y suficiente del conocimiento, adaptando la teoría del conocimiento a creencias previamente forma­ das sobre la «percepción de los sentidos», en lugar de ex­ traer su criterio sobre la percepción sensorial de lo que ocurre en la realización científica.1 Obsérvese que las críticas que se exponen en los párra­ fos anteriores no tienen por objeto contestar a las otras críticas, sino que son, en primer lugar, ejemplos ilustra­ tivos de por qué es tan urgente llevar a cabo la reconstruc­ ción: y, en segundo lugar, ejemplos ilustrativos de dónde es necesaria. Porque no hay esperanza de que surja y se desarrolle una filosofía que guarde relación con las condiciones que suministran en la actualidad los materiales de las cuestio­ nes y problemas de la filosofía, a menos que la tarea de reconstrucción tome seriamente en cuenta el cómo y el dónde los sistemas filosóficos del pasado señalan la nece­ sidad de reconstrucción en el presente. II Se afirmó más arriba que la filosofía surge de los pro­ blemas humanos, y que está ligada en intención a ellos. Este punto de vista lleva implícito otro más, el de que mientras el reconocimiento de este hecho es condición previa de la reconstrucción que hoy hace falta realizar, significa, con todo, algo más que el que la filosofía debería 1. La evidente insuficiencia de las teorías psicológicas sobre este punto, ha desempeñado un papel en el desarrollo de los formalismos que hemos hecho notar. En lugar de servirse de esa insuficiencia como de argumento para la reconstrucción de la teoria psicológica, se dio por bueno el error, por el hecho de ser psicología, y sirvió de base para una teoría «lógica» del conocimiento que hizo a un lado por completo toda referencia a la realidad de los modos que tiene de progresar el conoci­ miento. estar ligada en el porvenir a las crisis y tensiones que se manifiestan en la marcha de los problemas humanos. Por­ que se afirma que los grandes sistemas filosóficos del Oc­ cidente han surgido de ese modo y mantuvieron esaTiga- zón.en la realidad, aunque no hiciesen confesión pública de ello. Sería, desde luego, absurdo el afirmar que esos sistemas tuvieron siempre perfecta conciencia de que, en efecto, desempeñaban ese papel. Ellos creyeron, y así se lo hicieron ver al público, que trataban de algo que ha reci­ bido nombres variados, tales como el Ser, la Naturaleza o el Universo, el Cosmos en general, la Realidad, la Verdad. Cualesquiéra que fuesen los nombres empleados, todos ellos tenían una cosa en común: empleábanse para desig­ nar algo que se consideraba como fijo, inmutable, y por consiguiente, fuera del tiempo; es decir, eterno. Este ser eterno, al que se concebía como universal y que lo ence­ rraba todo dentro de sí, hallábase por encima y más allá de toda clase de cambios en el espacio. Los filósofos refle­ jaban y generalizaban en este asunto las creencias popu­ lares corrientes de que los hechos se realizaban dentro del espacio y del tiempo, los que venían a ser como envoltorios que lo abarcaban todo dentro de sí. Es un hecho conocido de todos el que los hombres que iniciaron la revolución en las ciencias naturales estaban convencidos de que el es­ pacio y el tiempo eran independientes el uno del otro, y que dentro de ellos existen las cosas y ocurren los hechos. No es, pues, de extrañar el que, imperando en las ciencias «naturales» esas inmutabilidades básicas —de las que la materia del espacio y del tiempo y los átomos inmutables pueden servir de ilustración—, constituyesen también, en una forma más generalizada, el fundamento sobre el que la filosofía daba por cosa aceptada que debía levantar su propia estructura.fLas doctrinas filosóficas, que estaban virtualmente en desacuerdo acerca de todo lo demás, coin­ cidían en partir del supuesto de que su labor característica era la de la búsqueda de lo inmutable^ últimoT^es decir? He lo que es—, sin preocuparse ni de lo temporal ni de lo espacial. Así estaban las cosas en las ciencias naturales, y

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