La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco Rodolfo Cerrón-Palomino Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima Correo electrónico: [email protected] «Y entonces en el Cuzco, que se llamaba Acamama, estaban poblados indios lares, poques y guallas, gente baja, pobre y miserable, y prendieron [los Ayar] a uno destos poques o guallas y lo mataron, y sacaron los bofes y los soplaron y, trayendo las bocas ensangrentadas, se vinieron hacia el pueblo de los guallas». Murúa ([1613] 1986, I, III, p. 55). Antecedentes Según la escasa información que tenemos de la situación lingüística del valle del Cuzco a la llegada de los incas míticos a la región, esta presentaría una realidad plurilingüe y pluriétnica. Por lo menos esa es la información que recoge Cabello Valboa, al relatar la ocupación de dicho territorio por parte de los acompañantes de Manco Capac. Refiere, en efecto, el cronista que en ese entonces el Cuzco quedaba menos de una legua [de Colcabamba], y muy poblado de naturales, y muy frequentado de estrangeros de tres y quatro leguas á la redonda […], a causa de las muchas, y muy diferentes lenguas y costumbres que a cada legua se yban allando ( énfasis agregado; cf. Cabello Valboa [1586] 1951, III, X, p. 269). Pues bien, no hace falta señalar que nunca sabremos cuáles habrían sido las «muchas y muy diferentes lenguas» que coexistían en las veinte leguas a la redonda que cubría aproximadamente el valle del Cuzco preincaico. Las evidencias con que contamos, ya sea debido a la pervivencia de una de tales lenguas, o bien a través de la documentación colonial, y, en el peor de los casos, gracias a la persistencia de ver- daderas toponimias de relicto, son muy escasas y su filiación no siempre es fácil de establecer, de manera que apenas podemos identificar tres de ellas: el quechua, que subsiste; el aimara cuzqueño, que se habría extinguido a mediados del siglo XIV; 69 Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria y el «lenguaje particular de los incas», que habría sido el puquina, igualmente extin- guido, aunque mucho antes que el aimara de la región. En trabajos anteriores, la mayoría de ellos reunidos en Cerrón-Palomino (2013), nos hemos ocupado de la identificación, coexistencia, y caracterización funcional de estas tres lenguas genética- mente diferentes, aunque tipológicamente próximas, como resultado de un dilatado proceso de contactos y convergencias seculares. En cuanto a la procedencia inicial de tales lenguas, conviene señalar que si hay algún punto en el que están de acuerdo los lingüistas históricos del área andina es en reconocer que ninguna de ellas sería originaria del valle del Cuzco. En efecto, según tales especialistas, y contra las posturas tradicionales aún en boga entre la mayoría de los científicos sociales, tanto el aimara como el quechua acusarían una procedencia centro-andina, mientras que el puquina tendría un origen altiplánico. En términos protohistóricos, lo que está en plena discusión es la cronología de los desplazamien- tos idiomáticos involucrados, la determinación de los agentes que los promovieron o impulsaron y su adscripción a las sociedades huari (aimara/ quechua), pucareña y tiahuanquense (puquina) e inca (quechua). Para los debates recientes en relación con algunos de los temas mencionados, pueden consultarse los trabajos aparecidos en Kaulicke, Cerrón-Palomino, Heggarty y Beresford-Jones (2010) y en Heggarty y Beresford-Jones (2012). Los trabajos de lingüística histórica y filología que hemos estado realizando en los últimos tiempos, con especial énfasis en el estudio de la onomástica andina, están demostrando el rol que desempeñó la lengua puquina en la génesis y la formación del Imperio de los incas, y que identificamos como el llamado «lenguaje particular de los incas» (en expresión del Inca Garcilaso). No otra cosa lo demuestra, de manera taxativa, buena parte del léxico cultural e institucional del incario, tras someterlo a escrutinio riguroso. En efecto, el examen etimológico emprendido, tocante a la forma y el significado de dicho léxico, despojado del barniz con que lo cubrieron los lenguaraces de turno, incapaces ya de reconocerlo como ajeno a su lengua, revela una filiación distinta a la del aimara y del quechua. De esta manera, resulta de primera importancia destacar el aporte puquina mencionado, pues estamos hablando nada menos que del léxico fundacional y organizativo del Imperio incaico (ver Cerrón- Palomino, 2013, I Parte, en especial I-2, 3; 2016c). Por lo demás, sobra señalar que dicha impronta léxica no pudo haberse dado por simple ósmosis idiomática, sino que debió haber sido vehiculizada, en el plano extra- lingüístico, por movimientos de pueblos de habla puquina en dirección del Cuzco y territorios aledaños, como parecen sugerirnos los mitos de origen del Imperio incaico. En tal sentido, la revelación lingüística hecha hasta aquí constituye un reto para las ciencias sociales, particularmente la etnohistoria y la arqueología, pero también para 70 La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco / Rodolfo Cerrón-Palomino la genética, las cuales están llamadas a replantear sus modelos interpretativos de los orígenes del imperio incaico no ya de manera autosuficiente, como ha sido la vieja práctica, sino interdisciplinariamente, a la luz de las evidencias lingüísticas aportadas. Al respecto cabe recordar que, por nuestra parte, hemos venido formulando algu- nas correlaciones etnohistóricas, arqueológicas, y genéticas que permiten explicar el fenómeno lingüístico previamente descrito (confróntese Cerrón-Palomino, 2012; 2013, I-2; 2015). Lo dicho hasta aquí habla solo de la impronta léxica puquina en la dimensión ins- titucional del incario. Sin embargo, que tal presencia idiomática dejó sus huellas más allá del léxico sociocultural para dejarse entrever en la toponimia local, denunciando una cobertura regional de gran envergadura como efecto de un uso lingüístico no menos importante, es algo que quisiéramos demostrar en las secciones que siguen. Según lo hemos estado señalando en otros lugares, la tesis del Cuzco como cuna del quechua y la del altiplano como patria del aimara, elaboradas al calor de las ideologías nacionalistas en boga de los intelectuales criollos peruano-bolivianos, son las responsables indirectas de la persistencia en la negación de la existencia de una toponimia que no sea asignable a cualquiera de las lenguas mencionadas. Y no obs- tante que los estudios de filología y lingüística histórica del área andina demostraron hace medio siglo la falacia de tales posturas, asombra constatar que todavía subsis- tan, especialmente entre los investigadores de disciplinas afines, quienes permanecen aferrados a ellas y niegan la presencia de estratos toponímicos diferentes a los de las lenguas mencionadas. Contribuye a ello, sin duda alguna, el estado de postración en que se encuentran los estudios toponímicos de la región, todavía en manos de aficio- nados o, peor aún, de investigadores improvisados carentes de una mínima sindéresis deontológica y profesional. Pues bien, nos complace anunciar que los trabajos que estamos desarrollando en la materia1 están demostrando, de manera inconcusa, la presencia, compacta y recurrente, de una toponimia asignable al puquina en toda la región altiplánica, con un centro nuclear denso en torno a la hoya del lago Titicaca y sus proyecciones tanto cisandinas como transandinas. En efecto, así lo prueban, en el terreno léxico, la recurrencia jalonada de ocho elementos diagnósticos perfectamente identificados a la fecha como raíces puquinas; pero también, y de manera más interesante, el registro de por lo menos cuatro sufijos derivativos asignables a la lengua (confróntese Cerrón-Palomino, 2014; 2016d). El reconocimiento de tales formas como propias 1 Uno de nuestros asiduos contertulios en dicho afán, esta vez desde la disciplina arqueológica, es el colega y amigo Peter Kaulicke, en cuyo homenaje escribimos la presente contribución, que recoge algu- nos aspectos sobre los cuales venimos conversando desde hace ya un buen tiempo. 71 Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria del puquina no solo es el resultado de su factorización contrapuesta a las estructuras gramaticales y léxicas del quechua y del aimara en su profundidad histórica, sino tam- bién del manejo sistemático, como elemento de «control» y verificación, de algunas de las propiedades fonológicas y léxico-gramaticales del puquina que han podido ser inferidas a partir de los datos escuetos que tenemos de la lengua (confróntese Adelaar & van de Kerke, 2009). Sobra decir que, en virtud de tales procedimientos, es posi- ble devolverles a los topónimos su identidad idiomática, a menudo distorsionada en forma y significado como resultado de su quechuización o aimarización a fortiori. Toponimia puquina en el Cuzco Volviendo sobre el tema adelantado, buscaremos demostrar la presencia profun- damente enraizada de elementos léxicos y gramaticales asignables al puquina en pleno territorio del actual departamento del Cuzco y del de sus vecinos Apurímac y Arequipa. El procedimiento por seguir será el mismo que hemos estado empleando en los trabajos citados en la sección anterior. Cabe señalar que tanto los radicales como los sufijos puquinas identificados hasta la fecha ocurren igualmente en territo- rio cuzqueño. En esta oportunidad introduciremos seis radicales nuevos registrados, los que se dan también en el altiplano. Los materiales para ello provienen básica- mente de dos fuentes: la proporcionada por la documentación colonial (ver, por ejemplo, Villanueva Urteaga, 1982) y la que nos ofrecen los diccionarios geográficos, ya sean de orden general o regional. Sin ceñirnos necesariamente a la naturaleza de tales fuentes, nos ocuparemos, en primer lugar, de la toponimia del itinerario mítico de los hermanos Ayar; y, en una segunda instancia, abordaremos la toponimia vigente en la actualidad. En ambos casos procuraremos llamar la atención sobre la persistencia histórica de tales nombres identificables sistemáticamente no obstante su aimarización o quechuización. Itinerario mítico Como se sabe, el recorrido de los hermanos Ayar del espacio mítico comprendido entre Pacariytambo y el actual templo de Santo Domingo en la ciudad del Cuzco ha sido consignado por cronistas como Sarmiento de Gamboa ([1572] 1965, [12]), Cabello Valboa ([1586] 1951, I, 9, pp. 260-264) y Murúa ([1613] 1987, I, II); y lo hacen con mayor o menor detalle, con algunas omisiones de nombres de los paraderos del trayecto, amén de presentar variantes notorias en su registro. Lo último responde, en parte al menos, a la deficiente edición de las crónicas mencionadas, especialmente en lo referente al tratamiento de los nombres en lengua indígena, que, en ausencia de un enfoque filológico disciplinado, nunca han sido objeto de fijación seria. 72 La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco / Rodolfo Cerrón-Palomino Por lo que respecta a la presente discusión, debemos señalar que, en ausencia de una auténtica edición crítica de la crónica de Sarmiento de Gamboa, echaremos mano de la copia del manuscrito existente en la biblioteca de Gottinga, cuyo texto tiene la virtud de relatarnos de manera más pormenorizada el referido itinerario2. De otro lado, como observa acertadamente Gary Urton, debe tenerse en cuenta que, en el plano interpretativo, el mito en su conjunto responde «a posturas ideológicas y elaboraciones históricas políticamente motivadas al interior de la emergente sociedad colonial, que como [sic] base para la reconstrucción de la “verdadera” historia del imperio inca» (confróntese Urton, 2004, cap. 4, p. 45). Las consecuencias de dicha elaboración inciden directamente no solo en la inseguridad de la localización de los nombres de lugar, sino también en su dudosa notación y, por consiguiente, en su historicidad geográfica y lingüística. Ahora bien, los ocho topónimos que jalonan el itinerario seguido por los Ayar, luego de emerger de su paqarina, son: <Guanacancha>, <Tamboquiro>, <Pallata>, <Quirirmanta>, <Guanacauri>, <Matagua>, <Guanaypata> y <Yarambuycancha>3. De acuerdo con las restricciones formales de toda palabra perteneciente a nues- tras lenguas andinas mayores, podemos estar seguros de que todos ellos, excepto el último, constituyen estructuras léxicas bimembres, descomponibles en <Guana- cancha>, Tambo-quiro>, <Pa-llata>, <Quirir-manta>, <Guana-cauri>, <Mata-gua> y <Guanay-pata>; el último topónimo, en cambio, está integrado por tres elementos, que analizamos como <Yaran-buy-cancha>. Cuatro de ellos integran compuestos que obviamente responden a su renominalización en quechua: tal los casos de<Gua- na-cancha>, <Tambo-quiro>, <Guanay-pata> y <Yaram-buy-cancha>; en todos ellos, al ignorarse el otro elemento del compuesto, se opta por la «redescripción» del topó- nimo, ya sea como una <cancha> ‘recinto’, como una <pata> ‘andén’, o un <tambo> ‘posada’. Los cuatro restantes, igualmente enigmáticos desde el punto de vista del quechua y del aimara --<Pa-llata>, <Quirir-manta>, <Guana-cauri> y <Mata-gua>--, tienen la particularidad de no haber sido manipulados por lo menos formalmente; 2 Sirva la ocasión para agradecer al colega y amigo Paul Heggarty por haber gestionado para nosotros copia del manuscrito mencionado (14-06-2015). 3 No discutimos aquí el caso de <Haysquisrro>, nombre de una parada entre <Pallata> y <Quirirmanta>, por ostentar una notación a todas luces grotescamente copiada, y de cuya restitución aproximada nos ocuparemos en otra ocasión. Adelantemos por ahora que, a la luz de la identificación plena del sufijo puquina –no y sus variantes, introducido en § 5.3.3, la terminación –rro del topónimo (que aparece regis- trado dos veces: <Haysquisrro>, fol. 25; y <HaysquisRo>, fol. 26) puede ser aislada y reconocida como una variante recurrente del mismo. Señalemos de paso que la forma consignada por Murúa, paleografiada como <Chasquito>, resulta a todas luces igualmente grotesca (confróntese [1613] 1987, I, II, p. 49). Por lo demás, la identificación que se ha propuesto de este con el topónimo actual de <Yaurisque> (con- fróntese Urton, 2004, cap. 2, nota 9) no resiste, por lo menos formalmente, la más mínima posibilidad. 73 Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria y, en el caso de <Quirir-manta>, fue tal vez la falsa identificación de su elemento <-manta> con el sufijo ablativo quechua lo que lo dejó intacto; sin embargo, se pasó por alto el hecho de que una expresión ablativa nunca puede constituir un topónimo. Pues bien, lo que quisiéramos señalar aquí es que todos los nombres mencionados contienen un elemento ajeno al quechua y al aimara, y, por consiguiente, deben atri- buirse a la tercera lengua, es decir el puquina. Tal es el caso, para comenzar, con los compuestos que portan el radical <guana> que, conforme lo hemos demostrado al eti- mologizar los topónimos <Tiahuanaco> y <Guanacauri>, es de puro cuño puquina, el mismo que significaría ‘nuevo, hermoso, galano’ (confróntese Cerrón-Palomino, 2016a, pp. 20-21, 22-23). Por lo demás, la motivación del recurso al adjetivo en cuestión resulta coherente dentro del contexto del relato mito-histórico, en la medida en que todo debió ser nuevo y atractivo a la vista de los advenedizos altiplánicos. No debe extrañar entonces que, al haberse tornado obsoleta la lengua, el atributo haya sido asociado con una palabra familiar quechua: de allí, como observa Bauer, que <Guanacancha> aparezca como <Guaman-cancha> en Cabello Valboa y como <Guayna-cancha> en Murúa (confróntese Bauer, 1992, cap. 4, p. 65); lo propio puede decirse de <Guanaypata>, que debió ser <Guana-pata> ‘Andén galano’. En cuanto a <Pa-llata>, <Mata-gua> y los dos primeros componentes del com- puesto <Yaram-buy-cancha>, hay que señalar, en primer lugar, que los dos primeros nombres ya han sido etimologizados previamente como *<Paya-llata> ‘Dos Cerros’ (confróntese Cerrón-Palomino, 2013, I-2: § 6.1.2, p. 74) y *<Mata-guaya> ‘Cuesta pelada’ (confróntese Cerrón-Palomino, 2016a, pp. 23-24), respectivamente. Baste con notar aquí que el primero es un híbrido puquina-aimara, donde <paya> es ‘dos’ y la forma <llata> es una variante sistemática del puquina <ch’ata> ‘cerro’; el segundo, a su turno, es íntegramente puquina, donde <gua> es forma sincopada de <guaya> ‘cuesta, pendiente’, en labios de hablantes de aimara; y el tercero, finalmente, se analiza como <Yara-n-bay(a)> ‘cuesta de yaras’, donde la forma <bay> de <baya>, variante más conservada que <guaya>, aparece sincopada por regla sistemática del quechua (para este componente puquina, ver § 5.2.1, más abajo). Para terminar con esta sección, falta ver los casos de <Tambo-quiro> y <Quirir- manta>. En cuanto al primero, caben dos alternativas de interpretación, según el elemento <quiro> sea relacionado con el quechua qiru ‘madera’ o con el puquina <quiru>, que según Bertonio significa «mercader del Coca que va muchas vezes a los Yungas» (confróntese [1612] 1984, II, p. 298). Descartamos la primera alternativa, pues su lectura como ‘madero del tambo’, aparte de ser una designación a todas luces tardía, no parece tener motivación natural, mientras que, interpretado como una designación metonímica del lugar, a estar por la expresión netamente puquina < quiruyki> «el que ha enriquecido con el trato de la coca» ( confróntese [1612] 1984, II, 74 La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco / Rodolfo Cerrón-Palomino pp. 298-299), es decir /kiru-iki/ ‘señor de la coca’, resulta menos forzado, de manera que pueda glosarse como ‘Coca del mesón’. En relación con el segundo topónimo, debemos señalar que Molina (1573, fol. 21v) lo registra como <Quiras-manta>. Dejando de lado la diferencia mostrada por el primer elemento del compuesto, no es aventurado señalar que estaríamos ante una misma forma. De asumirse que la versión de Molina es la más fidedigna, entonces <quira>, interpretable como khira, podría glosarse como ‘palizada’ (confróntese Bertonio, [1612] 1984, II, p. 298); y el segundo componente del topónimo, es decir <manta> vendría a ser ‘lugar, sitio’, voz puquina preservada por el callahuaya (confróntese Girault, 1989, p. 53), de manera que el lugar podría haber significado ‘Sitio de palizadas’. En relación con el sufijo del primer elemento, resulta difícil decir si fue -ro o -si, ambos sufijos puquinas, en sus versiones sincopadas. Toponimia puquina presente en el Cuzco Conforme lo anunciamos, en esta sección comprobaremos no solo el registro cuz- queño de cuatro radicales ya establecidos para el área puquina en su conjunto sino también la consignación de seis nuevas raíces atribuibles a la lengua, que obviamente recurren no solo en el altiplano sino también, fuera del Cuzco, en los departamen- tos vecinos de Apurímac y Arequipa. Asimismo, comprobaremos el registro de los cuatro sufijos puquinas identificados hasta ahora y que asoman frecuentemente en la formación de topónimos. Radicales puquinas. Los cuatro radicales puquinas cuyos prototipos ya fueron esta- blecidos son: *phaya ‘cuesta, pendiente’; *phara ‘río’; *ch’ata ‘cerro’; y *kachi ‘cerco’. Todos ellos aparecen, algunos de manera más recurrente, en las provincias propia- mente andinas del Cuzco, pero también en los departamentos vecinos de Apurímac y Arequipa. 1. En cuanto a *phaya, corroborando su conocido polimorfismo, se manifiesta varia- damente como: (a) <paya> ~<pay> ~ <pa>;(b) <baya> ~ <bay>; y (c) <guay> ~ <gua> ~ <hua>. Sobra señalar que todas estas formas se explican de manera siste- mática a partir del prototipo mencionado previamente. El radical puede aparecer como elemento inicial de un compuesto, como en <Huaya-puquio>(Paucartambo) y <Huaya-pata> (Chumbivilcas), por ejemplo; pero su mayor recurrencia se da como segundo elemento, es decir como núcleo del topónimo, ya sea formando nombres íntegramente puquinas o híbridos puquina-aimaras o puquina-quechuas. Así tenemos, por ejemplo: <Chaco-paya> (Chumbivilcas), <Suntur-pay> (Urcos), <Chuqui-pay> (Anta), <Mayu-pay> (Calca), <Poma-huaya> (Quispicanchis), <Hila-hua> (Canas), etcétera. 75 Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria 2. Respecto a *phara, este se da por lo general como segundo elemento de nombres formados por composición; así, tenemos: <Aco-para> (Chumbivilcas) y<Llalla- para> (Canas), en los que aparece en su variante no lenizada o debilitada, mientras que en<Caca-huara> (Anta), <Calla-huara> (Acomayo), <Quispi-huara> (Santa Ana, Cuzco), <Yana-huara> (Lares), <Vilca-huara> (Paruro), se manifiesta en su versión debilitada. Sobra señalar que, tradicionalmente, esta segunda variante ha sido identificada como la voz quechua wara ‘pantaloneta’, sin importar las aberra- ciones semánticas que ello acarrea al glosar los topónimos involucrados4. 3. En cuanto al radical ch’ata y su variante <llata>, los encontramos no solo en el itinerario mítico ya visto sino también en la nomenclatura de los santuarios del Cuzco incaico; y así tenemos: <Yaca-chata> (Paruro), <Quimsa-chata> (Canchis), <Pa-llata> (Ollantaitambo), <Chata-guarque> (Cu-1: 8)5. En cuanto a la segunda variante, cabe señalar que, por etimología popular, fue muchas veces interpretada como errata por la voz del quechua sureño <llacta> ‘pueblo’. Así, por ejemplo, en la «Descripción» del corregimiento de Abancay, donde se informa que el topó- nimo <Patallata> estaría formado por <pata> «andén» y <llata> «pueblo», y por tanto tendría el significado de ‘pueblo del andén’, en lugar del correcto ‘Cuesta de andenes’ o simplemente ‘Andenería’ (confróntese Fornee, [1586] 1965, p. 24)6. 4. Finalmente, respecto al elemento <cachi>, pareciera que estuviera presente solo en escasos ejemplos como <Cachi-cata> y <Tara-cache> (Urubamba), pero también en el adoratorio designado como <Chusa-cachi> (An-2: 3). Sin embargo, al igual que en la alternancia <chata> ~ <llata>, en la que se observa la fluctuación /c h/ ~ /ll/ propia del puquina, no debe sorprender que encontremos, en el Cuzco y fuera de él, la variación entre <cachi> y <calli>, según se ve en <Calli-pata> (Paucartambo), 4 El caso más escandaloso es el de <Yana-huara>, presente también en Arequipa y en Yamparáez (Chuquisaca), y que suele traducirse por ‘pantaloneta negra’, significado reñido con los principios natu- rales y elementales que gobiernan todo proceso de nominación toponímica. Nótese, de paso, que en la variante no lenizada, es decir <para>, puede estar la etimología de la voz para ‘lluvia’ del quechua sureño. 5 De aquí en adelante, la abreviatura de este nombre y de otros semejantes refiere a la lista de los santuarios del Cuzco imperial, siguiendo la convención iniciada por Rowe, según la cual se alude pri- meramente a la orientación cardinal en forma abreviada (así, Ch= Chinchaisuyo, Cu = Cuntisuyo, Co= Collasuyo y An= Antisuyo), luego el número del clasificador y finalmente el del santuario. De paso, notemos que un alto porcentaje de la toponimia de los ceques acusa, como debía esperarse, procedencia puquina, y ello se hará evidente, a manera de adelanto, a lo largo de nuestra discusión. Sobra señalar que la recta interpretación de los nombres sagrados en cuestión, contrariamente a lo que se piensa (con- fróntese Bauer, 2000, cap. 2, p. 13), no puede hacerse exclusivamente a partir del quechua, de manera que las glosas que ofrece Beyersdorff (2000), por ejemplo, resultan harto ingenuas, por decir lo menos. 6 El editor de la «Relación» citada, don Marcos Jiménez de la Espada, inserta, tras el elemento descompuesto <llata>, la forma que supone que es la correcta, es decir «[llacta]», consolidando de esta manera el entuerto. 76 La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco / Rodolfo Cerrón-Palomino pero también en un nombre tan caro a los arqueólogos: <Cota-calli>, que hace alusión al estilo alfarero cuzqueño pre-inca. Incidentalmente, los partidarios del quechuismo primordial creen identificar en tales nombres la palabra quechua <cachi> ‘sal’. Según esta lógica, por ejemplo, el topónimo <Tara-cache> debería glosarse como ‘Sal de tara’, lo cual es sencillamente un absurdo. Nuevos radicales. Los siete nuevos radicales que introducimos en esta oportunidad, y que se dan también en el resto del área puquina, son: <calla>, <parqui>, <quira>, <tira>, <cati>, <tiy> y <cari>. En lo que sigue nos ocuparemos de cada uno de ellos. 1. En cuanto al radical <calla>, este se encuentra en topónimos corrientes del tipo <Parpa-calla> (Calca), <Acha-calla> (Paucartambo), <Concha-calla> (Anta), <Huancu-calla> (Chumbivilcas), pero también en los de corte sagrado, verbi- gracia <Collo-calla> (Co-2: 8), <Cota-calla> (Co-7: 2), <Tiu-calla> (Cu-5: 2). Justamente, en virtud de su ocurrencia en <Yuncay-calla> (An-3: 9) y en <Cahua-d calla> (Cu-8:14), que se glosan como «pasajes» entre dos cerros, lo interpretamos como *khalla ‘pasaje, desfiladero’. 2. Por lo que respecta a <parqui>, que varía con su forma lenizada <huarque>, y cuyo prototipo vendría a ser *parki «ladera del cerro» (cf. Bertonio, op. cit., II, 250), se lo registra en <Ama-huarqui> (Acomayo), <Sayana-huarqui> (San Jerónimo), <Illan-guarque> (Ch-8:1), <Ana-huarque> (Cu-1: 7), <Chata-guarque> (Cu-1: 8), e incluso <Illa-huallqui> (Urubamba), que puede ser variante perfectamente predecible del nombre del santuario <Illan-guarque>. Aquí también hay que seña- lar que los aimaristas improvisados de etimólogos suelen interpretar la variante <parqui> como préstamo del castellano parque (!). 3. Por lo que concierne a <quira>, que postulamos como *khira ‘palizada’ (con- fróntese Bertonio, [1612] 1984, II, p. 298: «varas con que cruzan las tixeras del techo»), y que por lo regular aparece seguido de los reflejos del morfema ubicativo aimara *-wi (ver Cerrón-Palomino, 2008, II-3, § 2), tenemos, como elemento inicial en <Quira-coma> (Co-6: 4), pero de manera más recurrente como segundo formante de compuesto: <Callan-quira-y> y <Toco-quira-y> (Anta), <Ayu-quira-y> y <Uro-quiray> (Urcos), <Raorao-quira-y> (Co-4: 7), <Cahacha-quiray> (Co-7: 3), <Chuqui-quira-o> (Vilcabamba), <Huaca-quira-o> (San Jerónimo). Para la alternancia de los reflejos <–y> y<–o> del ubicativo aimara –wi, ver Cerrón-Palomino (2008, II-3, § 2). 4. Por lo que toca a <tira>, lo encontramos formando compuestos, bien como modi- ficador bien como núcleo, como en <Tira-canchi> (Pisac, Calca), <Tira-ypu> 77 Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria (Urcos, Quispicanchis), <Chuqui-tira> (Vilcabamba, La Convención), <Colpa- tira> (Canchis, Sicuani), etcétera. El significado de ‘riachuelo’, que postulamos para él, parece insinuarse a partir de su ocurrencia en compuestos como los de <Huaña-tira> (Llanque, Cailloma) ‘Riachuelo seco’ y <Palca-tira> (Ayapata, Carabaya) ‘Riachuelo en forma de delta’ (en verdad un divortium aquarum). 5. El siguiente radical, es decir <cati>, se muestra bajo tres variantes: (a) en forma ente- riza, como en <Aya-n-cati> (Santa Ana), <Pallar-cati> (Apurímac); (b) sonorizada, como <gati>, en <Ausa-n-gate> (Paucartambo), <Oco-n-gate> (Quispicanchis)7; y (c) sincopada en <cti>, como en <Amaro-cti> (santuario, Cu-4: 2), <Guano-cti>, <Collo-cti> (Calca), <Pache-cti> (Paruro). Como puede verse, la forma sincopada, sin duda como efecto de su aimarización, se da cuando la base termina en conso- nante. En cuanto a su consonante inicial, por la apertura que causa sobre la vocal radical, como se puede ver en los casos de (c), podría postularse *qati, como la forma originaria8. De otro lado, es de notarse que el cronista Santa Cruz Pachacuti registra <Aosancata>, y no <Ausancati>; además, nos proporciona un nuevo topó- nimo: <Quiyancata>, en ambos casos con la variante enteriza <cata> (confróntese Santa Cruz Pachacuti [1613] 1993, fol. 15v). Si bien <cata> puede reinterpretarse como /qhata/ ‘cuesta’, no hemos podido aún dar con el significado de <cati>, que sin embargo recurre en toda el área puquina (rebasando el Cuzco por el Oeste), ya sea como primer o segundo elemento de compuesto9. 6. El sexto de los radicales es <tiy>, que tiene la forma breve de un sufijo, ya que se manifiesta como <ti> o <te>; y, sin embargo, se trata de una forma léxica, que fun- ciona como cabeza o núcleo de los compuestos en los que interviene. Lo registra Bertonio, quien lo glosa como «cueua, o concauidad en las peñas donde pueden dormir algunas personas» (confróntese [1612] 1984, II, 350), significado que les da pleno sentido a topónimos como<Zuri-te> (Anta), <Poma-ti>, < Huanlla-ra-ti> (Paruro), <China-y-ti> (Canchis) y <Coclla-ti> (Chumbivilcas). 7 Nótese que aquí no entra el topónimo <Callangati> (nevado en Quispicanchis), pues este se analiza como <Callanga-ti(y)>, cuyo segundo elemento ilustra el radical siguiente. El primer componente es la versión «chinchaisuya» de <Callanca>. 8 De allí que no parece que <Huanu-quite> (Paruro) sea la forma enteriza de <Huano-cti>, pues, en el primer caso, el elemento <quiti> se puede glosar como ‘hueco, espacio, sitio’ (confróntese Gonçález Holguín ([1608] 1952, I, p. 310); en el segundo caso, ya vimos que la forma sincopada <-cti>, es decir */q-ti/, abre la vocal radical. A menos que <Huanu-quiti> sea forma castellanizada, con vocal epentética, de <Huano-cti>. 9 En un trabajo anterior postulábamos una etimología distinta para <Ausangate> y <Ocongate> (con- fróntese Cerrón-Palomino, 2008, II-4, § 1.2.2, 221), de la que nos rectificamos ahora. Ocurre que por entonces no sospechábamos que la presencia puquina en el Cuzco fuera realmente impresionante. 78