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La Nueva España. Patria y religión PDF

227 Pages·2015·1.653 MB·Spanish
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DAVID A. BRADING (Londres, 1936), historiador formado en la Universidad de Cambridge, ha dedicado su vida a la historia de México. Su profundo interés por el pasado de nuestro país se ve reflejado en los diversos temas que ha estudiado: desde la minería en la época borbónica hasta los principios del nacionalismo mexicano y los actores de la Revolución mexicana. Su prolífica trayectoria ha sido laureada con el ingreso a la Academia Británica y en 2002 con la Orden del Águila Azteca. Entre sus obras más importantes están Mito y profecía en la historia de México, Los orígenes del nacionalismo mexicano, Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), La Virgen de Guadalupe: imagen y tradición y Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867. 2 SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA LA NUEVA ESPAÑA 3 Traducción DENNIS PEÑA JOSÉ RAGAS FERNANDO CAMPESE MARÍA PALOMAR ELENA ALBUERNE Revisión de la traducción FAUSTO JOSÉ TREJO 4 DAVID A. BRADING 5 La Nueva España PATRIA Y RELIGIÓN 6 Primera edición, 2015 Primera edición electrónica, 2015 Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit Imagen: Cristóbal de Villalpando, La lactación de santo Domingo, óleo sobre tela, finales del siglo XVII. Sacristía de la iglesia de Santo Domingo, Ciudad de México. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2015. Fotografía: Imago Tempo, S. C. D. R. © 2015, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008 Comentarios: [email protected] Tel. (55) 5227-4672 Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor. ISBN 978-607-16-3390-3 (mobi) Hecho en México - Made in Mexico 7 ÍNDICE I. Las dos ciudades: san Agustín y la conquista española de América II. Entre el Renacimiento y la Ilustración: la Compañía de Jesús y la patria criolla III. Peregrinos en su propia patria: patriotismo criollo e identidad en la América española IV. Presencia y tradición: la Virgen de Guadalupe de México V. Miguel Godínez, S. J., misionero y místico VI. Psicomaquia indiana: Catarina de San Juan VII. Sacerdotes e indios: el ministerio parroquial VIII. Devoción y desviación católicas en el México borbón IX. La ideología de la Independencia mexicana y la crisis de la Iglesia católica 8 I. LAS DOS CIUDADES: SAN AGUSTÍN Y LA CONQUISTA ESPAÑOLA DE AMÉRICA* I Rastrear el legado de san Agustín en lo que respecta a sus puntos de vista sobre la sociedad humana es un tema extenso y supone una empresa peculiarmente difícil. Pues si bien sus agudas intuiciones sobre el origen y el ejercicio del poder político habrían de resonar a través de los siglos, con frecuencia eran separadas de su matriz teológica y, de hecho, en ocasiones eran invocadas para servir a causas filosóficas diametralmente opuestas a las doctrinas cristianas de carácter primordial en las que estaban arraigadas. Incluso en lo que respecta al siglo XVI, el argumento a favor de una herencia o influencia directa debe ser manejado con suma cautela, ya que a menudo la autoridad de san Agustín era invocada para resolver cuestiones muy alejadas del contexto y las controversias en los que se basaban sus ideas. Además, en todo momento existieron tradiciones teológicas alternativas en las cuales se podía fundamentar un enfoque cristiano de la política y la sociedad. En este ensayo me propongo examinar el grado en que los juicios de san Agustín sobre la política, la guerra y el imperio influyeron en la manera en que se interpretó y justificó en España el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo. Para indicar la dimensión de esta influencia, consideremos que en 1531 un fraile dominico, entonces residente en la isla de La Española, dirigió un severo memorial al Consejo de Indias, advirtiendo a los ministros encargados de gobernar el imperio de ultramar que enfrentaban la condenación eterna si permitían que continuara la destrucción del Nuevo Mundo. La Santa Sede le había encargado al emperador Carlos V la conversión de los indios americanos, asignándole el papel de otro José sobre un nuevo Israel; sin embargo, hasta ese momento, sólo ladrones, tiranos y asesinos habían incursionado en las Indias: oprimían y practicaban la tortura, siendo el resultado la muerte de millones de infelices nativos. Miles de espíritus, “llamados por Cristo a la hora undécima de la tarde para salvarles eternamente”, se habían perdido. Para su denuncia de un imperio creado a través de tan brutal conquista, Bartolomé de Las Casas se inspiró en La ciudad de Dios. Porque en ese memorial de 1531 escribió: “Que veamos no son los reinos grandes sin justicia, sino grandes latrocinios, según San Agustín, que quiere decir moradores de ladrones”. En resumen, el santo africano emerge aquí como una poderosa influencia en la primera gran campaña emprendida contra los efectos devastadores del imperialismo europeo.1 Si santo Tomás de Aquino ha sido llamado el “primer liberal”, hay motivos para llamar a san Agustín el primer radical, aunque, por lo que sospecho, se trata de un radical conservador. Para explicar cómo fue que La ciudad de Dios ejerció una influencia verdaderamente central en la política imperial de la España 9 del siglo XVI es necesario primero examinar sus propuestas principales, poniendo de relieve su naturaleza peculiar mediante la comparación con teorías rivales. Nos tomará algún tiempo volver a América. II El radicalismo esencial que trasunta el enfoque de san Agustín sobre la sociedad humana y las distintas clases de política que prosperaron en ésta puede observarse mejor al leer el pasaje citado por Las Casas en toda su extensión: Sin la justicia qué son los reinos sino unos grandes latrocinios? Porque aun los mismos latrocinios qué son, sino pequeños reinos? Porque también ésta es una junta de hombres, goviérnase por su caudillo y príncipe, está entre sí unida con el pacto de la Compañía y la premia la reparte, conforme a las leyes y condiciones que entre sí pusieron. Este mal quando viene a crecer con el concurso de gente perdida, tanto que tenga lugares, funde asientos, ocupe ciudades, y sujete pueblos, toma otro nombre más ilustre, llamándose Reinos, el qual se le da ya al descubierto, no la codicia que ha dejado, sino la libertad, sin miedo de las leyes que se le ha anidado. Esta descripción, que podría pensarse que es aplicable sólo a ciertos enclaves piratas, obtuvo una significación casi universal por la historia teñida de ironía que Agustín añadió inmediatamente a modo de ilustración. Evocaba la famosa conversación entre un pirata capturado y Alejandro Magno en la que, en respuesta a la pregunta: “¿Cuál es su intención al asolar los mares?”, el pirata respondió: “La misma que tiene usted al asolar la tierra. Pero dado que yo lo hago en una pequeña embarcación, me llaman pirata, y puesto que usted tiene una enorme armada, lo llaman emperador”.2 Para san Agustín, atacar al vecino en la guerra o someter a pueblos remotos era poco más que un imponente acto de bandolerismo, la criminalidad a escala mayor, justificada por la posteridad sólo gracias a su resultado exitoso. En pocas palabras, todos los imperios derivaban de conquistas armadas y, como tal, su origen era sanguinario; todos se basaban en el deseo de dominación. A los ojos de san Agustín, Roma no quedaba exenta de esta acusación, ya que —según argumentaba— las guerras y conquistas que le habían proporcionado el dominio del mundo mediterráneo se habían acompañado, también, de un gran costo en términos de sufrimiento y pérdida de vidas humanas. Al comentar que el historiador Salustio había descrito a Julio César como alguien motivado por la ambición y el deseo de gloria, san Agustín observó que la causa principal de la expansión imperial era el ansia de dominio, sólo mitigada, y no extinguida, por su preocupación por el renombre y la virtud. En dos ocasiones distintas citó las famosas palabras de Virgilio, en las que el poeta describe a Júpiter profetizando el aumento del poder romano, tomándolas como prueba de la naturaleza siniestra de su espíritu motivador.3 “Pero tú, romano, pon tu atención en gobernar a los pueblos con tu dominio. Éstas serán tus artes: imponer las normas de la paz hasta convertirlas en una costumbre, perdonar a los vencidos y derrocar a los soberbios.” 10

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