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La Llama Doble: Amor y Erotismo PDF

226 Pages·1993·43.963 MB·Spanish
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La llama doble Amor y erotismo La conexión íntima entre sexo, erotismo y amor, desde la memoria histórica hasta la vida cotidiana más inmediata L Seix Barral Xx Biblioteca Breve Foto: Rafael Doniz OcTAVIO Paz, nacido en México en 1914, Premio Cervantes en 1981 y Premio Nobel en 1990, es una de las figuras capitales de la literatura hispánica contemporánea. Su poe- sía —reunida precedentemente en Libertad bajo palabra (1958), a la que siguieron Sala- mandra (1962), Ladera Este (1969), Vuelta (Seix Barral, 1976) y Árbol adentro (Seix Barral, 1987)— se recoge en el volumen Obra poética 1935-1988 (Seix Barral, 1990). No me- nor en importancia y extensión es su obra ensayistica, que comprende los siguientes tl- tulos: El laberinto de la soledad (1950), El arco y la lira (1956), Las peras del olmo (1957; Seix Barral, 1971), Cuadrivio (1965; Seix Barral, 1991), Puertas al campo (1966; Seix Barral, 1972), Corriente alterna (1967), Clau- de Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo (1967; Seix Barral, 1993), Marcel Duchamp o (continúa en la solapa posterior) LA LLAMA DOBLE OCTAVIO PAZ LA LLAMA DOBLE Amor y erotismo Seix Barral Xx Biblioteca Breve COLECCION: Biblioteca Breve Cubierta: grabado de la "Historia Troyana", de Guido delle Collonne (siglos XIV-XV) % 1993, Octavio Paz Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo y propiedad de la traducción: O 1993, Editorial Seix Barral, S.A. — Barcelona (España) Reimpresión exclusiva para México de Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V, Grupo Editorial Planeta de México Avenida Insurgentes Sur núm. 1162 Col. Del Valle Deleg. Benito Juárez, 03100 México, D.F. ISBN: 968-6005-80-3 Quinta reimpresión (México): noviembre de 1994 Impreso en México — Printed in Mexico Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Impreso en los talleres de Impresos Naucalpan, S.A. de C.V. San Andrés Atoto Núm. 12, Naucalpan de Juárez Estado de México Noviembre, 1994 Liminar ¿Cuándo se comienza a escribir un libro? ¿Cuánto tiempo tardamos en escribirlo? Preguntas fáciles en apariencia, arduas en realidad. Si me atengo a los hechos exteriores, comencé estas pá- ginas en los primeros días de marzo de este año y lo terminé al finalizar abril: dos meses. La verdad es que comencé en mi adolescencia. Mis primeros poemas fueron poemas de amor y desde entonces este tema aparece constantemente en mi poesía. Fui también un ávido lector de tragedias y come- dias, novelas y poemas de amor, de los cuentos de Las mil noches y una noche a Romeo y Julieta y La cartuja de Parma. Esas lecturas alimentaron mis reflexiones e iluminaron mis experiencias. En 1960 escribí medio centenar de páginas sobre Sade, en las que procuré trazar las fronteras entre la sexua- lidad animal, el erotismo humano y el dominio más restringido del amor. No quedé enteramente satisfecho pero aquel ensayo me sirvió para darme cuenta de la inmensidad del tema. Hacia 1965 vi- vía yo en la India; las noches eran azules y eléctri- cas como las del poema que canta los amores de Krisna y Radha. Me enamoré. Entonces decidí es- cribir un pequeño libro sobre el amor que, par- tiendo de la conexión íntima entre los tres domi- nios —el sexo, el erotismo y el amor—, fuese una exploración del sentimiento amoroso. Hice algu- 5 nos apuntes. Tuve que detenerme: quehaceres in- mediatos me reclamaron y me obligaron a aplazar el proyecto. Dejé la India y unos diez años después, en los Estados Unidos, escribí un ensayo acerca de Fourier, en el que volví sobre algunas de las ideas esbozadas en mis apuntes. Otras preocupaciones y trabajos, nuevamente, se interpusieron. Mi proyec- to se alejaba más y más. No lo podía olvidar pero tampoco me sentía con ánimos para ejecutarlo. Pasaron los años. Seguí escribiendo poemas que, con frecuencia, eran poemas de amor. En ellos aparecían, como frases musicales recurrentes —también como obsesiones—, imágenes que eran la cristalización de mis reflexiones. No le será difí- cil a un lector que haya leído un poco mis poemas encontrar puentes y correspondencias entre ellos y estas páginas. Para mí la poesía y el pensamiento son un sistema de vasos comunicantes. La fuente de ambos es mi vida: escribo sobre lo que he vivi- do y vivo. Vivir es también pensar y, a veces, atra- vesar esa frontera en la que sentir y pensar se fun- den: la poesía. Mientras tanto, el papel en que ha- bía garrapateado mis notas de la India se volvió amarillento y algunas páginas se perdieron en las mudanzas y en los viajes. Abandoné la idea de es- cribir el libro. En diciembre pasado, al reunir algunos textos para una colección de ensayos (Ideas y costumbres) recordé aquel libro tantas veces pensado y nunca escrito. Más que pena, sentí vergienza: no era un olvido sino una traición. Pasé algunas noches en vela, roído por los remordimientos. Sentí la nece- sidad de volver sobre mi idea y realizarla. Pero me detenía: ¿no era un poco ridículo, al final de mis días, escribir un libro sobre el amor? ¿O era un adiós, un testamento? Moví la cabeza, pensando que Quevedo, en mi lugar, habría aprovechado la 6 ocasión para escribir un soneto satírico. Procuré pensar en otras cosas; fue inútil: la idea del libro no me dejaba. Transcurrieron varias semanas de dudas. De pronto, una mañana, me lancé a escribir con una suerte de alegre desesperación. A medida que avanzaba, surgían nuevas vistas. Había pensa- do en un ensayo de unas cien páginas y el texto se alargaba más y más con imperiosa espontaneidad hasta que, con la misma naturalidad y el mismo imperio, dejó de fluir. Me froté los ojos: había es- crito un libro. Mi promesa estaba cumplida. Este libro tiene una relación íntima con un poe- ma que escribí hace unos pocos años: Carta de creen- cia. La expresión designa a la carta que llevamos con nosotros para ser creídos por personas desco- nocidas; en este caso, la mayoría de mis lectores. También puede interpretarse como una carta que contiene una declaración de nuestras creencias. Al menos, ése es el sentido que yo le doy. Repetir un título es feo y se presta a confusión. Por esto pre- ferí otro título, que, además, me gusta: La llama doble. Según el Diccionario de Autoridades la llama es «la parte más sutil del fuego, que se eleva y le- vanta a lo alto en figura piramidal». El fuego ori- ginal y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y ésta, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor: la llama doble de la vida. OCTAVIO PAZ México, a 4 de mayo de 1993 nl po po depp o a ras aba yO ari A A A > eo A Mal Mas A ES AAA E A. rimas aponaliad AY INS am rl. 00 qee JA rd: ir alos 177 yA prop popa ds TE > ll pum IU AL Ma ME UD uo A OR E A AAA OS Mia ta Apr A 4 cio a a” JE A E E y LOS REINOS DE PAN La realidad sensible siempre ha sido para mí una fuente de sorpresas. También de evidencias. En un lejano artículo de 1940 aludí a la poesía como «el testimonio de los sentidos». Testimonio verídico: sus imágenes son palpables, visibles y au- dibles. Cierto, la poesía está hecha de palabras en- lazadas que despiden reflejos, visos y cambiantes: ¿lo que nos enseña son realidades o espejismos? Rimbaud dijo: Et ¡ai vu quelquefois ce que l'hom- me a cru voir. Fusión de ver y creer. En la conjun- ción de estas dos palabras está el secreto de la poe- sía y el de sus testimonios: aquello que nos mues- tra el poema no lo vemos con nuestros ojos de carne sino con los del espíritu. La poesía nos hace tocar lo impalpable y escuchar la marea del silen- cio cubriendo un paisaje devastado por el insom- nio. El testimonio poético nos revela otro mundo dentro de este mundo, el mundo otro que es este mundo. Los sentidos, sin perder sus poderes, se convierten en servidores de la imaginación y nos hacen oír lo inaudito y ver lo imperceptible. ¿No es esto, por lo demás, lo que ocurre en el sueño y en el encuentro erótico? Lo mismo al soñar que en el acoplamiento, abrazamos fantasmas. Nuestra pa- reja tiene cuerpo, rostro y nombre pero su realidad real, precisamente en el momento más intenso del abrazo, se dispersa en una cascada de sensaciones que, a su vez, se disipan. Hay una pregunta que se 9

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