LA LITURGIA DEL ESPACIO Antropología de la arquitectura y el género FRANCISCO SÁNCHEZ PÉREZ Departamento de Antropología Social Facultad de Ciencias Políticas y Sociología Universidad Complutense de Madrid e-mail: [email protected] La liturgia del espacio Edición digital dedicada a Xenia Pacheco, alumna dilecta y amiga 3 Francisco Sánchez Pérez ÍNDICE Introducción……………………………………………… 5 Capítulo 1: Casarabonela aljamiada…………….. 13 Capítulo 2: Apuntes del paisaje………………..…… 21 Capítulo 3: Textos arquitectónicos……………... 27 Capítulo 4: El ceremonial de los géneros….…… 49 Capítulo 5: El laberinto de la honra…..………….. 88 Capítulo 6: Cartografía simbólica…………..…… 112 Capítulo 7: Confines de identidad………..…….. 150 Capítulo 8: La arquitectura tergiversada…... 162 Bibliografía………………………………………….… 187 . 4 La liturgia del espacio Introducción Difícilmente podía encontrar una frase que condensara en tan pocas palabras la esencia del contenido de este libro, como lo hace la que define la arquitectura como el arte de escribir en el espacio: no sólo alude al tema que trata –la relación entre la arquitectura y el género desde una perspectiva de antropológica-, sino que también plantea el modo en que aquí se hace, al presuponer una concepción semiótica de la arquitectura. Un planteamiento teórico éste que nos permite considerar un templo budista, las islas flotantes de los uros, en el lago Titicaca, la ciudad de Brasilia, una medina árabe, el palacio de Versalles, los tambos que habitan los indios embera, en el Darién panameño, una central bancaria o un teatro, no sólo como configuraciones espaciales de carácter funcional, es decir, que sirven para ser habitados, sino también como sistemas simbólicos que responden a formas de organización social y valores culturales determinados. Dicho esto, la primera cuestión que se plantea es la siguiente: ¿cómo la arquitectura, que en principio parece no tener otro sentido que el utilitario, puede ser considerada como un sistema semiótico? O más concretamente: ¿hasta qué punto una metrópoli, un barrio, un poblado o una simple vivienda adquieren, además del evidente carácter funcional, dimensión simbólico-cultural? 5 Francisco Sánchez Pérez Me hice estas preguntas durante el trabajo de campo etnográfico que realicé para esta investigación en la Serranía de Ronda (Málaga), cuando visitaba un cortijo abandonado. Me preguntaba si, perdida la posibilidad de observar y hablar con quienes lo construyeron y habitaron, era todavía factible recuperar siquiera algunos retazos del esquema simbólico implícito en su configuración arquitectónica. Tarea que en principio se presentaba difícil, pues casi nada quedaba en el cortijo que me sirviera de indicio para reconstruir pasadas escenografías, cuyo guión parecía haberse desvanecido definitivamente en el tiempo. Los restos de una silla de enea desvencijada, una jofaina carcomida por el óxido y unas cantareras apolilladas, se me ofrecían como los últimos estertores apenas perceptibles, incoherentes, del viejo caserón, ya casi cadáver descarnado, sin músculos ni nervios que le permitieran siquiera balbucir algún mensaje con el que romper el inexpresivo rictus que el abandono había dibujado en su semblante. Un panorama que apuntaba a la imposibilidad que yo pudiera sonsacar algunos de los significados impresos en la grafía de sus muros, sus vanos, sus dependencias. Supongo que, incitado por una sensación parecida a la que en aquel momento sentía, mi mente se retrotrajo al archivo de la torre de la catedral de Málaga, en donde pocos días antes, tras varias horas de esfuerzo para descifrar un legajo del siglo XVI, acabé por convencerme de la enorme dificultad que entrañaba para mí arrancar el contenido de aquel papel carcomido. Tras varias horas de esfuerzo desistí. Pero no así de ensayar una aproximación interpretativa al discurso arquitectónico implícito en aquel cortijo abandonado, pues, aún sin disponer de muchas de las claves significativas que 6 La liturgia del espacio emplearon quienes concibieron y construyeron el cortijo abandonado, podía bosquejar al menos algunos fragmentos con las herramientas teóricas que me ofrecía la semiótica. Roland Barthes (1964 b) decía que todo uso, toda función, se transforma en signo en el momento en que éste adquiere carácter social, lo que equivale a afirmar que toda forma de expresión espacial ha de contener los códigos necesarios para que pueda ser leída, interpretada y utilizada por sus posibles usuarios; no siendo así, pierde sentido y, por consiguiente, funcionalidad. Corolario: toda configuración arquitectónica es susceptible de ser abordada desde una perspectiva sociocultural en tanto que plano significante. En modo alguno es la arquitectura solamente el resultado de factores materiales, técnicos o económicos, por más que éstos actúan como decisivos condicionantes, ni tampoco de la acción imaginativa y ejecutora –supuestamente autónoma de determinantes socio-culturales- de quien la concibe y construye. En última instancia, es la cultura la que actúa como principal alarife, por lo que habrá de ser en ella donde habremos de buscar las claves para proceder a una cabal comprensión del discurso arquitectónico. No nos enfrentamos, pues, con textos crípticos ni herméticos cuando abordamos un texto arquitectónico del que desconocemos una gran parte de las claves necesarias para poder leerlo y comprenderlo. En todos ellos está implícita una elemental sintaxis ordenadora del discurso, que, tal como propugnó la antropología estructural, tiene carácter universal. Me refiero a las clasificaciones binarias, basadas en dicotomías como arriba/abajo, dentro/fuera, cerca/lejos, cerrado/abierto, que pueden servir como punto de partida para identificar un primer plano significante del 7 Francisco Sánchez Pérez sistema espacial observado. Bien es verdad que tal planteamiento nos permite acceder a un plano semántico muy elemental, de manera que una gran parte de la singularidad y densidad del discurso implícitas en él se nos escapa; mas no por ello hemos de obviarlo, pues tales esquemas dicotómicos constituyen los ejes fundamentales que ordenan el espacio en tanto que forma expresiva de toda cultura. A diferencia del escultor, cuya libertad creativa está teóricamente condicionada por el tipo de materiales que utiliza, por las leyes de la física y por su imaginación, el arquitecto ha de someterse, además, al imperativo funcional –por consiguiente, de significación y, por ende, cultural- con el que necesariamente debe estar provista toda configuración arquitectónica, lo cual confiere a su obra una dimensión simbólica consustancial a la naturaleza cultural de la misma. Aunque tanto el escultor como el arquitecto crean formas en el espacio, tiene el segundo que aplicar los códigos de significación que imperan en el contexto cultural en el que ejecuta su obra. Como no puede ser de otra manera, pues lo que hace posible el uso de su creación son los significados implícitos en las distintas funciones que contiene. Significados que no sólo hacen referencia al sustrato más elemental y universal de la mente humana, sino también -y ellos son los que aquí interesan- a los más particulares y relativos a cada contexto social y cultural. Es, pues, a ese plano de significación implícito en toda expresión arquitectónica al que tenemos que acceder para intentar recuperar, si no todo, pues hay aspectos de la cultura que escapan a esta forma de expresión, al menos una parte del discurso ideológico impreso en ella. 8 La liturgia del espacio De modo que ni la ausencia de los constructores del cortijo abandonado ni de sus moradores, cuyos testimonios o con la observación de sus comportamientos dispusiera de alguna información sobre el desleído texto arquitectónico que tenía ante mi, ni la falta de esos otros lenguajes semióticos que son el mobiliario o los elementos decorativos, me hurtaban la posibilidad de ensayar un bosquejo, por escueto que fuera, de algunos significados implícitos en él. Sin ir más lejos: ¿era acaso demasiado aventurado inferir del grueso y la constitución de sus muros un deseo de perdurabilidad? Desde un punto de vista técnico y material, un esfuerzo mucho menor del que se empleó al construirlo hubiera bastado para mantenerlo en óptimas condiciones a lo largo de la vida de quienes lo fueran a habitar, y sin embargo no sólo aquel cortijo, sino cualquiera de las otras viviendas del lugar, habían sobrevivido de largo a la generación que las habitó por primera vez. La pretensión por parte de ésta de trascenderse a sí misma, ya que no en el plano biológico sí en el simbólico, estaba inscrita en sus muros. Claro que a esto se puede refutar con el argumento de que son razones de carácter económico las que determinan la solidez de los muros y no tanto la pretensión de que una casa alcance a albergar a más de una generación. Y sin duda esas razones están ahí, dada la natural tendencia a rentabilizar los esfuerzos realizados. Pero sucede que ello choca con el hecho de que es muy rara la vivienda que persiste más allá de dos generaciones sucesivas, al menos en su configuración original. A lo que también cabe responder que ello se debe al tipo de infraestructura material y técnica. Precisión que, a su vez, puede ser igualmente rebatida si tenemos en cuenta que, 9 Francisco Sánchez Pérez de ser válida, la iglesia parroquial, cuya planta data de la época musulmana y que fue construida con los mismos materiales de las casas tradicionales, se ha venido manteniendo prácticamente sin modificaciones durante más de cinco siglos. Es cierto que ello se ha logrado a base de realizar periódicas reparaciones de albañilería e incorporando avances técnicos; pero de igual manera podía haberse procedido con cualquier casa y, sin embargo, ninguna de ellas ha alcanzado a albergar a más de tres generaciones completas. Y es que, además de los condicionamientos económicos y materiales, concurren factores de carácter ideal que inciden muy directamente en la duración de un edificio. Obviamente, la dimensión simbólica del edificio de la iglesia difiere sustancialmente de la de una casa. Siendo la familia nuclear el referente que, en el caso concreto que nos ocupa, la significa, la asociación semántico-temporal entre aquélla y ésta es mucho más limitada, no llegando a alcanzar más allá del ciclo completo de dos generaciones. Dado que el sistema de sucesión imperante en la región prescribe la igualdad entre todos los hijos e hijas, cada unidad familiar acaba reproduciéndose en tantas otras unidades como vástagos hay, todas y cada una de ellas con el mismo estatus jurídico y social. Paradójicamente, esta lógica sucesoria, que determina la dimensión temporal de la estructura familiar, entra en contradicción con la estructura física de la casa. No sucede, pues, como en los sistemas de parentesco que se articulan en torno a un linaje o un heredero único, en los que la casa solariega supone un referente simbólico de mayor alcance temporal que el de la casa andaluza. En los sistemas unilineales, la lógica cronológica implícita en la vivienda 10 La liturgia del espacio responde a un principio distinto, basado en la necesidad de dotar de un mismo sustrato material de identificación a un máximo número de generaciones. Una pretensión que confiere al edificio una proyección simbólico-temporal mayor que la que sirve de marco físico al tipo de sucesión imperante en el contexto socio-cultural andaluz. Del modo en cómo están concebidas y estructuradas en esta región la vivienda, por un lado, y la familia, por otro, la primera no necesita más de dos generaciones para que su configuración conserve su sentido original; es decir, el tiempo que la unidad familiar tarda en reproducirse a sí misma como entidad autónoma. El edificio de la iglesia, en cambio, hace referencia a un universo ideológico que se ha venido manteniendo más o menos inalterado desde que fuera instituido como tal: el religioso; razón por la cual apenas han sido necesarias algunas modificaciones en su estructura material para que su arquitectura siguiera expresando un discurso coherente con sus funciones. Un discurso que, al no haberse visto afectado en sus fundamentos durante los últimos cinco siglos, ha permitido mantener la necesaria correspondencia entre sus planos ideológico y arquitectónico, no siendo sino cuando se produce un cambio significativo en el primero cuando se hace imprescindible la modificación y adaptación del segundo, como así ocurrió –y veremos enseguida- tras la Reconquista, cuando el modelo cultural cristiano sustituyó al musulmán. Y no solamente la arquitectura adquiere este carácter de lenguaje. Cualquier otra forma de configuración espacial, tal que una agrupación de jaimas en un oasis del Sahel, una pelea de gallos en la ciudad de Lima, la celebración de una boda musulmana, la romería del Qollor Rity, que tiene lugar 11
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