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La Inquisición Española: poder político y control social PDF

343 Pages·1984·20.597 MB·Spanish
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BARTOLOMÉ BENNASSAR INQUISICIÓN ESPAÑOLA: PODER POLÍTICO Y CONTROL SOCIAL Con la colaboración de CATHERINE BRAULT-NOBLE, JEAN-PIERRE DEDIEU, CLAIRE GUILHEM, MAR1E-JOSÉ MARC y DOMINIQUE PEYRE EDITORIAL CRÍTICA Grupo editorial Grijalbo BARC\ElLONA 9/ 4a. o 3 20 f- 1.a edición: octubre de 1981 2.a edición: marzo de 1984 Título original: L’INQUISITION ESPAGNOLE. XVe-XIXe SIÈCLE Traducción castellana de JAVIER ALFAYA Maqueta de Alberto Corazón © 1979: Hachette, París © 1981 de la traducción castellana para España y América: Editorial Crítica, S. A., calle Pedro de la Creu, 58, Barcelona-34 ISBN: 84-7423-156-6 Depósito legal: B. 8.634-1984 Impreso en España 1984. - Diagràfic, S. A., Constitució, 19, Barcelona-14 INTRODUCCIÓN Como el crimen, la Inquisición continúa fascinando a nuestros contemporáneos y la evocación del Estado totalitario cuya ideología se impone a la gente desde la infancia, y donde cualquier disidencia supone represión, marginación y aislamiento, implica casi inevita­ blemente referirse a la Inquisición. Esa referencia, que obedece a una lógica profunda cuya justicia no se puede discutir, va acompa­ ñada, sin embargo, la mayor parte de las veces, de imágenes estereo­ tipadas que requieren una revisión completa. Un análisis del voca­ bulario referido a la Inquisición, realizado según los métodos cuantitativos modernos, arrojaría probablemente su índice de fre­ cuencias más elevado en palabras como las siguientes: Torque- mada, intolerancia, fanatismo, tortura, hoguera... La Inquisición fue algo muy distinto, aunque haya, sido eso también durante Jos treinta primeros años de su historia. La bibliografía sobre la Inquisición es enorme. Cuando Emíl van der Vekene empezó la tarea de publicar esa bibliografía en 1963 se encontró con 1.950 títulos: se dio cuenta también que esa bibliografía crecía al ritmo de la producción impresa sin señal de ia menor aminoración, lo que atestiguaba el profundo interés que la opinión del mundo cultivado concedía a esta institución. ¡629 títulos pertenecían al siglo xix pero eran ya 739 los publicados entre 1900 y 1961! Los autores son de nacionalidades muy diversas: evidente­ mente españoles, pero también italianos, franceses, portugueses, ale­ manes, austríacos, ingleses, norteamericanos, chilenos, y entre ellos historiadores israelitas como Baer o Roth, por citar sólo a los más notables. Pero desde la publicación de Van der Vekene el flujo de trabajos concernientes a la Inquisición no ha hecho más que crecer y algunos de ellos han encontrado un público considerable: el libro de Ilenry Kamcn, aparecido en 1965, History of the Spanish Inquiútion, que no aportó ninguna revelación excepcional pero que aparecía como una puesta al día clara y completa y que reflejaba bien la nueva tendencia de interpretación sociológica de la institución, fue tradu­ cido a casi todas las lenguas europeas. Obras importantes dedicadas total o parcialmente a la Inquisición han sido publicadas por los españoles A. Domínguez Ortiz, J. Caro Baroja, V. Palacio Atard, S. Pérez Vilarino, R. García Cárcel y, muy recientemente, por M. García Arenal; o por los franceses A. Sicroff y L. Sala-Molins, por no citar más que a los principales; y artículos también muy importantes del danés G. Henningsen y el francés J.-P. Dedicu. Es cierto que estas obras, salvo la de Ricardo García Cárcel y los artículos de Dedieu y Henningsen, no se refieren en general más que a las relaciones entre la Inquisición y una sola categoría de sus posi­ bles víctimas: los judaizantes, los moriscos o las brujas, por ejemplo. Ahora bien, a pesar de esta floración de publicaciones, no dudo en afirmar que nuestro libro es nuevo, que renueva en profundidad el conocimiento de la Inquisición. Pero también será superado, inclu­ so parecerá caduco, dentro de una decena de años. Veamos el cómo y el porqué. La obra más completa que se ha escrito sobre la Inquisición española, la del norteamericano Henry Charles Lea, publicada en Nueva York en 1906-1907 con el título A History of Spanish Inquisition (4 volúmenes), no ha sido superada en un cierto núme­ ro de aspectos o no lo ha sido más que muy accesoriamente en puntos de detalle. Esto es particularmente cierto con respecto al funcionamiento del tribunal y sus procedimientos; también lo es con respecto a esos personajes esenciales que son los inquisidores, sobre los cuales —se lamentaba recientemente Julio Caro Baroja— no sabemos casi nada. Por otra parte, nadie se ha ocupado realmente de esa variable, tan primordial sin embargo en la investigación histórica, como es la cronología, o, si se prefiere, la periodización. La Inquisición española duró tres siglos y medio (1479-1834). ¿Cómo imaginar que se man­ tuviera siempre igual durante un período tan largo? Por último, y sea cual fuere la calidad, a veces exxelente, de sus investigaciones, la mayor parte de los autores que han escrito recien­ temente sobre la Inquisición han seguido un camino que yo califi- caria de tradicional, ya que la institución en sí no ha sido el verda­ dero objeto de su estudio. Lo que les interesa sobre todo es la suerte de la minoría religiosa perseguida por la Inquisición: los cripto- judaizantes, los moriscos, los protestantes, los quietistas... O bien una categoría muy particular, como las brujas. A despecho de dos capítulos importantes de H. C. Lea, nadie se ha dado cuenta de que, a partir de 1530, fueron los cristianos viejos quienes constituyeron, por diversos motivos, el objetivo preferido del célebre tribunal. Ahora bien, las condiciones de la investigación histórica consa­ grada a la Inquisición están en camino de transformarse de modo radical gracias a la aparición de una nueva generación de investiga­ dores que han comprendido la necesidad de volver a las fuentes, de utilizar de manera exhaustiva las fuentes más nutridas y de abor­ darlas con una nueva mentalidad que yo llamaría etnológica. Las cuatro personas en el mundo que, en la actualidad, conocen mejor las fuentes de la Inquisición española stricto sensu (porque dejo provisionalmente de lado los tribunales de América y de Sicilia) son dos españoles: Ricardo García Cárcel y Jaime Contreras; un danés, Gustav Henningsen; y un francés, Jean-Pierre Dedieu, que es uno de los autores de este libro.1 Ricardo García Cárcel se decidió a explotar la totalidad de la documentación de uno de los tribunales de los cuales, por fortu­ na, se ha conservado la mayor parte de los procesos. Se trata del tribunal de Valencia, sobre el que publicó un libro muy notable pero limitado al período anterior a 1530. Este autor prosigue sus trabajos sobre épocas posteriores, de manera que dispondremos den­ tro de unos años de un estudio exhaustivo sobre el tribunal de Valencia. Jaime Contreras está haciendo una investigación comparable con respecto al tribunal de Galicia, el peor conocido de todos, pero al mismo tiempo puede ser considerado, con los mismos títulos que Gustav Henningsen, con el cual trabaja, como el «inventor» autén­ tico de las «relaciones de causas», aunque esas fuentes fueran cono­ cidas antes de ellos. Han sido ellos los primeros en comprender el inmenso partido que se puede extraer de esas relaciones o resúmenes 1. Hablamos aquí de historiadores. Porque algunos archiveros especializados en el estudio y clasificación de los documentos inquisitoriales conocen también esas fuentes a la perfección, como el padre Enrique Llamas y Natividad Moreno Garbay. de procesos por las cuales disponemos de series si no completas al menos muy largas de todos los tribunales. Son ellos también los que han elaborado el método de explotación mediante ordenador de esas series, expuesto por Gustav Henningsen en un artículo muy suges­ tivo.2 Al mismo tiempo, y ello no tiene nada de sorprendente si se tiene en cuenta que Henningsen es director del Museo del folklore danés, estos dos investigadores han iniciado un nuevo camino, suge­ rido por la extraordinaria riqueza de esas fuentes. Creo preferible ceder aquí la palabra a Gustav Henningsen: Aquellos que han trabajado en los archivos del Santo Oficio pueden dar fe de algo bien diferente.' Las actas de los procesos, según la naturaleza del delito, más bien nos recuerdan historiales médicos de una clínica psiquiátrica; a las notas de un psicólogo sobre las charlas con sus pacientes; a los detallados análisis de un sexólogo sobre comportamiento sexual anómalo; a las ficld notes de un antropólogo para retratar a un curandero y su clientela; a los case sludies del sociólogo sobre normas y valores sociales tal como se reflejan en la charla cotidiana del pueblo en distintos niveles sociales; a los análisis fenomenológicos que el historiador de religiones hace de la fe y ritos de judíos o mahometanos; a la descripción de un historiador de la Iglesia de la vida de las comu­ nidades luteranas, calvinistas o hugonotes; o al esfuerzo de un historiador de la literatura por interpretar la obra de un poeta y relacionarla con la personalidad de éste o con las tendencias espirituales de la época ... Estas líneas son suficientes para dejar entrever lo que se puede esperar de las publicaciones de Henningsen y de Contreras cuando el ordenador les haya dado sus resultados y ellos hayan podido elaborarlos. Pero ocurre que, sin conocer entonces a estos dos auto­ res, descubrí hace siete u ocho años el admirable filón de las rela­ ciones de causas y el valor etnográfico de decenas de procesos consi­ derados hasta aquí como vulgares porque no atañían más que al pueblo llano de las zonas rurales y de las ciudades en sus actividades más ordinarias, y realicé una primera utilización de esos materiales 2. Véase Gustav Henningsen: «El banco de datos del Santo Oficio», en Boletín de la Real Academia de la Historia, CLXXIV (1977), pp. 547-570. Es un artículo excepcional por su densidad y la fuerza de sus sugerencias. 3. De manera muy diferente a lo que se suele afirmar o imaginar. Los interro­ gatorios de los inquisidores no seguían en absoluto un modelo prefabricado. en Uhomme espagnol.4 Desde los años 1972-1975 orienté a aquellos estudiantes míos qué estaban dispuestos a esforzarse por leer una lengua extranjera y una escritura a veces difícil, hacia la explotación de esos procesos o de esas relaciones de causas. Uno de ellos, Jean- Pierre Dedieu, se lanzó a la ambiciosa aventura de redactar una tesis de doctorado de Estado y, desde hace tres años, estos documentos se han convertido en su alimento cotidiano. Los trabajos de algunos de esos estudiantes me parecen de una novedad y calidad tales que habría considerado como una verda­ dera deshonestidad intelectual utilizarlos sin vincularlos directamente a la empresa. Porque no solamente descubrieron el material docu­ mental, sino que a partir del mismo formularon también hipótesis o ideas que son suyas totalmente. Catherine Brault-Noble descubrió el «Montaillou» judaizante de Alburquerque, en Extremadura, todavía vivo, aunque degradado, hacia 1565, ¡más de setenta años después de la conversión forzada! Marie-José Marc, aunque no descubrió el «Montaillou» musulmán de Hornachos, en Extremadura también, que ya era conocido anteriormente, encontró la fuente esencial que le concierne y describió la existencia de esa comunidad musulmana que, todavía en 1589, practicaba casi abiertamente el Islam. Dominique Peyre no sólo ha demostrado que en los años de 1573-1577, después de la guerra de Granada y a pesar de la deportación, los moriscos continuaban siendo muy numerosos en la parte oriental del reino de Granada, donde conservaban las prácticas musulmanas, en particular gracias a las mujeres, sino que además ha reconstruido, como lo ha hecho Jean-Pierre Dedieu en el caso del tribunal de Toledo, los mecanismos y los itinerarios de las visitas de los inquisidores, tan curiosamente descuidados por la historiografía. Por su parte, Claire Guilhem ha definido la actitud de los inqui­ sidores con respecto a los discursos femeninos con la ayuda de unos cuantos procesos de beatas, de los cuales hace un exhaustivo análisis, y de algunos casos de brujería. En cuanto a Jean-Pierre Dedieu, que es, en igual medida que yo, el descubridor de los documentos utili­ zados, ha establecido en principio, de manera casi definitiva, la cronología diferencial de la actividad del Santo Oficio. Luego ha mostrado cómo la Inquisición impuso pacientemente al pueblo cris- 4. Bartolomé Bennassar, Uhomme espagnol. Altitudes el menlalités. XVP XIX* stecles, Hachette, París, 1975, llano Itis inismuí* creencias, los mismos discursos, los mismos com­ portamiento*. Iín evidente, por otra parte, que yo solo no hubiera podido llevar a buen puerto esta tarea en el breve período de dos años. I labia que leer millares de relaciones de causas, centenares de pro­ cesos, compulsar la correspondencia de la Suprema con los tribunales de provincias, utilizar por último los atestados de inspección no explotados por la historiografía. Además, queríamos que todas las Españas cupieran en nuestra investigación. Y si no llegamos del todo al final de nuestra búsqueda —puesto que utilizamos muy rara­ mente y de segunda mano la documentación de los tribunales de Barcelona, Mallorca, Murcia y Galicia—, recurrimos en gran medida a los otros tribunales, especialmente a los tribunales de Llerena (Extremadura), Córdoba y Granada, cuya documentación estaba casi sin utilizar hasta el presente, al tiempo que el tribunal de Zaragoza nos proporcionaba la casi totalidad de la documentación empleada en el capítulo 9. Sin duda hemos explotado menos Logroño, Sevilla y Va­ lladolid que Cuenca, Toledo y Valencia. Pero ha sido porque estos tres últimos tribunales son los únicos que disponen, al menos de manera parcial, de las piezas completas de los procesos. Sólo un equipo podía analizar y trabajar con un material docu­ mental tan abundante, tan denso. Hachette aceptó de entrada acoger el libro de un equipo aunque yo me haya esforzado, más allá de mi contribución original por garantizar la unidad de la obra. A pesar de las aportaciones de Catherine Brault-Noble, de Marie- José Marc, de Dominique Peyre, así como también de la de Michel Hugonnet a propósito de los judaizantes de Alba de Tormes, la novedad de este libro no se refiere a la lucha de la Inquisición contra las minorías religiosas. En ese dominio la investigación había ido muy lejos y nuestros descubrimientos no podían ser más que com­ plementarios. Se puede decir otro tanto de la relación entre Inqui­ sición y brujería, renovada por Julio Caro Baroja, o del combate entre los hombres de la Ilustración y los del Santo Oficio, a propó­ sito de lo cual nos conformamos con un rápido recordatorio. Nosotros creemos haber ampliado, como antes lo había hecho Ricardo García Cárcel, la pista fecunda, pero prematuramente aban­ donada, que la historiografía del siglo xix había abierto sobre el papel político de la Inquisición, prodigioso instrumento de control social al servicio del Estado monárquico. Este control suponía un dominio completo del territorio, cuyas modalidades han sido defini­ das. Pero estaba garantizado todavía más quizá por una presión psicológica tan fuerte que arrastraba al pueblo cristiano a un com­ plicado juego de confesiones y de denuncias sin paralelo en la histo­ ria anterior al siglo xx y a las nuevas invenciones del Leviatán. La estrecha vinculación con el aparato del Estado del cual era uno de los principales elementos, la ocupación del espacio y la impronta sobre los espíritus y los corazones, aseguraron la temible eficacia de la Inquisición mucho más que el empleo de la tortura, relativamente poco frecuente y generalmente moderada, o el recurso a la pena capital, excepcional a partir de 1500. Aquí presentamos cifras casi definitivas y nuestros cálculos concuerdan perfectamente con los de Gustav Henningsen, más elaborados todavía: de ahora en adelante las cuentas fantásticas y las omisiones piadosas son imposibles. Este libro abre otras pistas, desconocidas, o casi, hasta ahora: la identidad, la carrera y el comportamiento «en el trabajo» de los inquisidores; el Santo Oficio y las mujeres, de lo que nada se ha dicho después de Lea, que dijo bien poco; la Inquisición y la fe popular, la de los cristianos viejos; la Inquisición y el sexo, final­ mente, inmenso dominio por completo inexplorado. El lector puede empezar este libro por donde le plazca. Sólo esperamos que una vez atrapado en lo más vivo de su curiosidad aceptará seguir, desde el principio al fin, el itinerario que le propo­ nemos porque creemos que es a la vez el más cómodo y el más esclarecedor.

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