Description:La obra que presentamos ejemplifica el renovado interés por la historia local propiciado por la generalización de los planteamientos románticos, liberales (o antiliberales) y nacionalistas del siglo XIX. La modernización de las sociedades occidentales y sus cambios acelerados (profundos o superficiales, pero siempre patentes) se compensa en muchos casos por una búsqueda de las raíces propias en un pasado, si bien imaginado en gran medida, lo suficiente consistente como para dar firmeza a una sociedad que parece diluirse en constantes transformaciones, y para que ésta mantenga una personalidad diferenciada en un mundo cada vez más homogéneo e intercambiable. Regionalismos y nacionalismos (indiferenciados, u opuestos, o en una suave transición de unos a otros) son el generalizado resultado de todo ello. Jerónimo Borao (1821-1878) constituye un excelente aunque modesto ejemplo de esta época. Publicista, catedrático de Literatura, político esparterista, rector de la Universidad de Zaragoza (naturalmente en los períodos de predominio de su partido), posiblemente deba ser considerado ante todo un característico prócer local, una de las fuerzas vivas que articulan la vida provinciana. En contacto con los círculos intelectuales y políticos de Madrid y Barcelona, mantendrá una estrecha relación con personajes claves de la época, como Víctor Balaguer. Su obra es reducida pero variada: varios dramas de temática histórica y aragonesa, la interesante Historia del alzamiento de Zaragoza en 1854, la Historia de la Universidad de Zaragoza, La imprenta en Zaragoza, El ajedrez. Tratado de sus principios fundamentales, y sobre todo su Diccionario de voces aragonesas, quizás la que ha gozado de mayor repercusión. En un reciente estudio biográfico* sobre este autor, José Eugenio Borao Mateo analiza así la obra que presentamos: «Otro de los temas que le mantuvo interesado fue la relación entre la tipografía, la cultura y la política desde un punto de vista histórico, lo cual concluyó en 1860 con la edición de su Historia de la imprenta en Zaragoza. En realidad las “especulaciones”, como él mismo dice, tienen lugar en el capítulo primero de dicha obra, evocando con añoranza romántica un pasado que ve necesario recuperar: Aunque más de una vez nos hemos lamentado del abatimiento literario que pesa sobre la capital de Aragón en pleno siglo XIX, nos es forzoso repetir ahora de nuevo la amargura que nos causa esa atonía inesplicable, habiendo de remontarnos muy pronto á sus épocas de prosperidad, que son las que nos ofrecen más patente aquel contraste. Zaragoza, que tan brillante papel desempeña en la historia de los pueblos tipográficos, hoy no tiene más imprentas, teniendo muchas, que para ocurrir a las necesidades burocráticas é industriales crecientes cada día. »Pero ese primer capítulo ofrece algo más, pues hace un breve recorrido por lo que ha sido la cultura en Zaragoza en los últimos treinta años. Habla de su lucha personal por el fortalecimiento de las letras, repasando sus principales contribuciones, pero en la otra balanza coloca, en tono de fracaso, la muerte del Liceo, la ausencia de un cronista oficial, la ausencia o apatía de un público interesado que impulsara la iniciativa y creatividad cultural y literaria. Más interesante es la explicación que da de dicha “parálisis literaria”. En primer lugar, la dirección científica que han ido tomando los estudios con su correspondiente énfasis en los intereses materiales. Borao no reniega de ellos, pero reclama la misma protección para las letras. En segundo lugar, el protagonismo de la política, que anula los “perpetuos goces de la belleza literaria”. Y aunque Borao no reniega tampoco del “predominio de la controversia política y del ejercicio de la vida pública”, señala un elemento diferenciador en el caso de Aragón, aunque no explique la razón de ello: Sucede por el contrario que el movimiento, y aún no sabemos si decir la agitación, de los intereses políticos saca á la superficie de la sociedad todas las fuerzas activas de los pueblos y ha producido de hecho en las naciones antiguas y modernas una alta temperatura en el barómetro literario, habiendo esto sucedido en la misma nacion española, pero no por desgracia en Zaragoza (p. 5). »Aún da una tercera explicación del declive, que según él no es solo provincial, sino de toda la Península, y es “el monopolio privativo y prohibitivo que con una tiranía, verdaderamente sistemática ejerce de suyo la corte”. Pasa a dar ejemplo de ello, y no sin resquemor cita una recién aparecida Antología española, de Carlos Ochoa, publicada en París, en donde solo se citan autores madrileños, ignorando incluso escritores como Arolas. Reconoce, no obstante, que hay ciudades que logran tener su vida literaria propia, en especial Barcelona. Pero no encuentra en ese monopolio la razón suficiente para señalar los verdaderos “fundamentos de la nulidad literaria de Zaragoza y de su apatía inconcebible”. Solamente enumera su contribución literaria y cultural, madura ya a sus 39 años, para exculparse de dicho fracaso. En el extenso capítulo 2 procede a una revisión bibliográfica de las principales obras publicadas en Zaragoza desde el siglo XV, y concluye con las del año 1859, incluyendo su Diccionario de Voces Aragonesas.»