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La ilusion de filosofar PDF

102 Pages·2018·1.679 MB·Spanish
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M A X C O L O D R O LA ILUSION DE FILOSOFAR Ia Edición 1996 Editado por LOM Ediciones © Max Colodro Registro de Propiedad Intelectual 96.139 I.S.B.N. 956-7369-46-1 Diseño, Composición, Diagramación e Impresión LOM Ediciones Ltda. Maturana 9-13, Santiago Fonos: 672 22 36 - 671 52 1 6 - 672 73 43 Fax: 673 09 15 Impreso en Santiago de Chile A mis padres, por la esperanza. Debemos la casi totalidad de nuestros conocimientos a nuestras violencias, a la exacerbación de nuestro desequilibrio. E. M. Cioran INTRODUCCION: LA ILUSION DE FILOSOFAR Detrás de la incredulidad del presente se esconde el escepticismo ante las categorías. Los giros actuales de la filosofía vienen probablemente a evidenciar la imposibilidad de pensar su propia certeza, su profunda y epocal falta de fe. En cada uno de sus últimos pasos la filosofía vuelve una y otra vez sobre sí misma, incapaz de establecerse y de confiar en su palabra. Asimismo, la desconstructiva mecánica de los tiempos la amenaza por doquier, llevándola paradójicamente a aceptar un destino que atenta con­ tra su misma especificidad como disciplina. No parece aventurado a estas alturas pensar que la filosofía pueda, como creía Borges, constituir únicamente una singular rama de la literatura fantásti­ ca. Pero quizás esta incredulidad que la filosofía manifies­ ta hacia su principio de constitución y hacia sus resultados, no sea más que la incredulidad de los tiempos frente al presente y su destino. Si la filosofía no puede soñar ya con una aproximación al mundo fundada en la intención de contribuir a su esclarecimiento, es muy probable que el propio concepto de este proceso pase por un momento de decaimiento, perdiendo sentido tanto para la filosofía, como para el universo sociocultural del cual ella partici­ 9 pa. El cansancio que el pensar del presente evidencia frente a su ubicación y responsabilidad ante la totalidad, puede ser analizado como un síntoma analíticamente significativo del agotamiento de un estadio histórico y, quizás, de una civilización. Sin embargo, detrás de esta hipótesis aventurada se oculta también una premisa que resulta fácilmente cuestionable: la idea de que la filosofía puede, a través de algún tipo de procedimiento o figura, dar cuenta del estado de cosas de una época cualquiera que ésta sea. La pretensión de todo relato de poner en evidencia su referente, es uno de los fundamentos ideológicos que también ha sido puesto en cuestión con la histórica llegada del nihilismo; ese destino que nace de las entrañas del mundo moderno y que, como lo anticipara Nietzsche a finales del siglo XIX, habla y se expresa a través de mil voces. De este modo, hemos llegado a empaparnos de una cierta racionalidad lo suficiente como para descubrir la inutilidad de reflexionar. Hemos arribado a un estadio de la historia donde la especificidad del pensamiento se nos presenta como un síntoma de nuestra inexperiencia para relacionarnos con el mundo; como un factor de ruido que ha podido finalmente ser superado y anulado por la operatividad y el engranaje funcional de los sistemas. La pérdida de tiempo que el pensar reflexivo representó, ha quedado definitivamente en el pasado; somos ya lo bastante libres y evolucionados como para ocuparnos sólo de aquello que es útil: la disposición técnica y racional del orden natural y social. En este contexto, en el que Derrida nos llama simplemente a “no hablar”, la filosofía se resiste, no obstante, a dejar su lugar. Se niega a la retirada, pero no puede con ello dejar de asumir las consecuencias que el presente pone frente a sus ojos: los resultados de una época que como ninguna otra, llevan la incerteza y la pérdida de sentido inscrita en su naturaleza. Así, decide formar parte de la ironía del presente, abandonarse al vértigo de los abismos en los que sólo puede conservar su deseo y su voluntad de jugar. La proliferación de juegos de lenguaje y de sus reglas inconmensurables, es el espacio de creación donde la filosofía debe dar su batalla; el escenario donde sus 10 reglas y principios de constitución deben empezar a actuar. No renunciar a la existencia, pero asumir las implicancias que existir aquí y ahora tienen para sí. En este intento, la filosofía pone de manifiesto en sus resultados la naturaleza del tiempo en el que participa. En sus carencias y posibilidades, en su palabra y en su silencio, se irá definiendo y articulando el presente; sus enunciados reflejarán inevitablemente las potencialidades y desafíos de una época. Sin embargo, ese reflejo ya no será la imagen nítida y transparente que la filosofía moderna expresó como ideal y como intención, sino más bien, deberá aceptar que su elaboración es sólo suya, que la constituye y la define íntimamente, y que por tanto no representa a nadie ni a nada salvo a sí misma. La filosofía se encontrará ante el imperativo ineludible de no poder dar cuenta de su referente, de sus determinaciones y condiciones de posibilidad, si no es filosóficamente. Ella surge de este modo como su propio referente; habla por sí misma y para sí misma, pero lo que dice no es indiferente. En su intento por descifrar el tiempo la filosofía se constituye en testigo, en observador activo que crea y recrea, anuncia y cierra horizontes. La filosofía puede asumir así que no es más que textualidad, pero sabe también que su texto dice más de lo que dice; que se ve constituida por un campo de determinaciones que la trasciende y que, por tanto, algo muy esencial del hombre y del ser mismo se ve puesto en juego en su palabra. La filosofía sobrevive a la lógica pura de los procedimientos de lectura porque sabe, finalmente, que tiene algo que decir. Los textos que constituyen este pequeño libro guardan entre sí diferencias temáticas, pero poseen la unidad de una cierta intencionalidad; el deseo de acceder a pensar el presente, y de hacerlo desde y para la filosofía. Diversos son los motivos y objetos que recorren estas páginas: las condiciones de funcionamiento del materialismo dialéctico, la posible relación entre la categoría heideggeriana de diferencia y el fin de la modernidad, una divertida y 11 ontológica interpretación de las orgías de Sade, un Marx que retorna a su origen como paradójico final a su travesía intelectual, etc. El texto sobre el terror busca, por su parte, indagar en la noción de metafísica la imposibilidad histórica de negar el “malestar” que define a la civilización, ilustrando cómo ese malestar se expresa y se reproduce en la forma del poder y del control social. La intención última (o primera) de estos escritos ha sido simplemente la decisión de jugar. El deseo de internarse en la complejidad de las categorías para buscar en ellas interpretacio­ nes posibles, horizontes que se abren en la profundidad del pensa­ miento. Nada hay aquí que no pueda ser refutado, pero nada hay que no busque llamar a la reflexión o al atrevimiento. Si algo de lo que ha sido dicho es una invitación al pensamiento o preferible­ mente al olvido, es cosa de mañana. Por ahora, sólo queda afirmar la intención que se esconde en el remoto origen de estos textos: la voluntad de no resistirse, el inevitable deseo de dejarse llevar, una vez más, por la ilusión de filosofar. 12 P R I M E R A P A R T E

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