Leo Baeck- Martin Buber • León Roth Jean Danielou ■ Ernest Renán H.H.Rowiey ■ J.G. Herder • Josiah Royce Paul Weiss ■ Gilbert Murray ArthurS. Peake ■ Rudolf Otto G.K.Chesterton James B. Conant Seton Pollock ■ Archibald Mac Leish Sóren Kierkegaard MONTE AVILA EDITORES LEO BAECK - MARTIN BUBER - LEON ROTH JEAN DANIÉLOU - ERNEST RENAN H. H. ROWLEY - J. G. HERDER - JOSLAH ROYCE PAUL WEISS - GILBERT MURRAY ARTHUR S. PEAKE - RUDOLF OTTO G. K. CHESTERTON - JAMES B. CONANT SOREN KIERKEGAARD - SETON POLLOCK ARCHIBALD MacLEISH LA HORA DE JOB MONTE AVILA EDITORES C A. Versión castellana: NELLY BONOMINI © 1970 by Monte Avila Editores, C. A. Caracas / Venezuela Portada / Víctor Viano Impreso en Venezuela por Editorial Arte N O TA del libro de Job es desconocido. En ge |h l autor neral, aunque no unánimemente, se acepta que fue escrito por un judío en el lenguaje de su pueblo. Durante largo tiempo se creyó que el héroe del li bro era una persona real y que el libro constituía una narración poética de sus experiencias. Un Job es mencionado, junto con Noé y Daniel, por Eze- quiel (14.14) como uno de los hombres justos del pasado. Pero ya en el siglo III un maestro talmú dico afirmó que Job no había existido nunca y que era sólo una parábola. Al igual que lo que ocurre con su autor, también es desconocida la fecha en que fue escrito. El pe ríodo en que se considera que ello pudo ocurrir, abarca medio milenio, desde el siglo V antes de Cristo hasta el I. Sin embargo, este libro de orígenes desconocidos figura entre los que más elogios han recibido a lo largo de los tiempos. Francis Bacon lo consideraba “lleno de filosofía natural”. Carlyle dijo que era “uno de los mejores libros jamás escritos: pienso que no hay nada en la Biblia o fuera de ella de iguales méritos literarios”. En nuestros tiempos, Thomas Wolfe sintió que “la más trágica, sublime y hermosa expresión de la soledad que jamás haya leído es el libro de Job”. Y ese libro de Job ha influido tanto en la Divina Comedia, de Dante, como en el Paraíso Recuperado, de Milton y en el Fausto, de Goethe. El objeto de este volumen, empero, no consiste en continuar esa línea de elogios, sino intentar una visión respecto a cómo ha sido tal texto leído y com prendido a través de las edades y observar también 7 cómo se lo lee y lo interpreta en nuestros tiempos. Los trabajos de Baeck y Buber representan el pun to de vista de la tradición judía, mientras que Da- niélou, Renán y Rowley, plantean variantes de la interpretación cristiana. La hermenéutica humanís tica está ejemplificada por Herder, Royce y Weiss. Los problemas de teodicea que la parábola presenta han quedado a cargo de Murray y Peake. Otto, Chesterton y Conant toman a Job en su estricto sen tido de misterio. Pero Job es, en definitiva, una lección de fe y así nos lo muestran en último tér mino Kierkegaard, Pollok y MacLeish. Durante más de dos mil años la gente se ha sen tido atraída por el libro de Job y por su héroe. Job cae del mayor estado de felicidad a la mayor miseria y degradación. Todo ello, las manipulaciones de Sa tanás, las discusiones del héroe con sus amigos tra- dicionalistas, sus estallidos de indignación por los males del mundo, los ocasionales destellos de espe ranza, la aparición de Dios en todo su misterio y su majestad, la reconciliación final del sufrimiento con Dios, el mundo y el hombre, tales imágenes han conmovido, provocado e indignado a los lectores. No podían no identificarse con Job. Job es el hom bre; lo ha sido siempre. En nuestros tiempos, sin embargo, en que, desde un comienzo de siglo increíblemente dichoso y con fiado en el crecer constante de la felicidad, hemos sido precipitados al infierno de las guerras mundia les asesinas, de la anarquía general, de la amenaza total que configura cierto aspecto de la técnica, de la soledad irremediable de la sociedad de masas, la hora de Job ha sonado para nosotros y tal vez por eso la meditación sobre su figura nos depare enseñanzas más ricas que a las gentes de otras edades. LOS EDITORES 8 LEO BAECK JOB Y KOHELET: LIBROS SAPIENCIALES T os que ordenaron los escritos tradi- hombres *—* cionales en el Canon de las Sagradas Escrituras incluyeron dos libros entre los cuales el contraste es casi total. La grandeza —estamos tentados de decir la infinitud de la Biblia— se manifiesta en el hecho de que ambos tengan cabida en ella [...]. Opuestos entre sí, aparecen juntos en las Sagradas Escrituras. Los dos son libros de kohmah (sabi duría ). Uno, el libro de Job, es una obra volcánica. Desde las profundidades se desatan con una fuerza ele mental vehementes lamentaciones. El otro, el libro de Kohelet (Eclesiastés), es una obra serena. Nunca llega al apasionamiento. Una inspiración sutil hila y urde su trama. Ambos son libros de indagación. Pero en uno surgen los interrogantes en los que el tormento y las miserias humanas buscan una expli cación y una salida. El otro clasifica y reúne esos interrogantes: los que se evidencian por los cam bios temporales y los que quedan en descubierto por los altibajos de la vida de los hombres. En uno, un hombre lucha hasta el fin contra Dios y batalla contra los hombres que se proponen ser defensores de Dios, pero que se convierten en de fensores de Satanás, el acusador. Su dolor y su sufrimiento se expresan en palabras desgarrantes. En el otro, un hombre filosofa acerca del mundo y de Dios y considera desapasionadamente uno a uno los diversos motivos de asombro existentes en el universo. Sus palabras no son nunca superfluas ni insuficientes. Uno de los libros se abre camino por la fuerza hasta lo más profundo del dolor hu mano. Es un libro de disyuntivas absolutas. El 11 otro pone espejos ante nuestra mirada y los mueve. Nos propone un examen —desde diversos ángulos— de las preocupaciones y ansiedades humanas. Es un libro de conciliación absoluta. En uno, habla el Hombre; en el otro, habla un hombre. El Hombre habla en el libro de Job y por eso muchos antiguos maestros pudieron afirmar: “Nunca existió un hom bre Job; nunca vino al mundo; antes bien, Job es la representación del ser humano” x. En el libro de Kohdet habla un hombre; a ello se debe que algu nos antiguos maestros sostuvieran: “Pensaban que era el Rey Salomón y era, en cambio, alguien que viajaba de un sitio a otro sin mostrar su verdadero rostro” 21. En el libro de Job, los viejos amigos, sus con temporáneos, hablaban con el hombre que había enfrentado todos los sufrimientos que pueden afli gir al ser humano. Creían encontrar en su vida razones que explicaban su tribulación. Exigían de Job, “hombre sencillo y recto y temeroso de Dios y que se apartaba del mal” (1:1), que admitiese oscuros comportamientos y se acusase a si mismo, de modo que correspondiera a Dios el mérito de haberlo castigado. La respuesta de Job supone un compromiso ante Dios con estos hombres para su justificación ulterior y para la clarificación de su propia vida. Siempre está dispuesto a reconocer que Dios es Dios y que el hombre es el hombre, pero nunca dudará de la rectitud de su vida. A toda hora se humillará ante Dios, pero rehusará prosternarse ante los hombres que lo acusan. Después de hablar sobre sí mismo, sobre lo que su vida necesita y simboliza, habla de lo que el mundo necesita desde siempre pero que aún permanece oculto en el mis terio de Dios. En el misterio y las sombras que lo envuelven y que envuelven al mundo que lo rodea Job encuentra la respuesta. Esa respuesta habla de 1. Baba Batra, 15a. 2. Gittin 68b. 12 hokbman. Es la respuesta que Dios da al mundo y al hombre que pregunta, respuesta que este pueblo —en su sufrimiento— nunca ignoró. La respuesta que Job oyó fue dada con toda la plenitud de la poesía: La plata tiene sus veneros en las minas, y el oro un lugar donde se forma. El hierro se saca de la tierra, y la piedra derretida con el fuego se convierte en cobre. El llega a determinar lo que han de durar las tinieblas, e indaga el fin de todas las cosas, y también la piedra, metida en la oscuridad y sombra de la muerte. Un torrente separa de los viajeros a aquellos que olvidó el pie del pobre, estando como están en lugares inaccesibles. Una tierra en cuyo suelo nacía el pan, está desolada por el fuego. Hay un lugar en que las piedras son zafiros, y sus terrones están llenos de oro. Su senda no la conoció ave ninguna, ni vista de buitre llegó a discernirla. No la pisaron hijos de negociantes, ni pasó por ella leona. El extendió su mano contra la peña viva, y trastornó de raíz los montes. Socavando peñascos ha sacado ríos, y sus ojos descubrieron todo lo precioso que había. Hubo también quien registró los fondos de los ríos, y sacó a luz lo que estaba allí escondido. Mas, ¿en dónde se halla la sabiduría? ¿Y cuál es el lugar en que reside la inteligencia? El hombre no conoce su valor; ni ella se halla en la tierra 13 de los que viven en delicias. El abismo dice: No está dentro de mi, y el mar afirma: Ni conmigo. No se compra con oro finísimo, ni se cambia a peso de plata. No pueden parangonarse con ella los coloridos más ricos de la India, ni la piedra sardónica más preciosa, ni el zafiro. No se le igualará ni el oro, ni el cristal; ni será cambiada por vasos de oro. Las cosas más excelsas y apreciadas no se mentan en su cotejo, porque la sabiduría trae su origen de partes muy [recónditas. No tendrán comparación con ella el topacio de Etiopía, ni los más brillantes coloridos. ¿De dónde, pues, viene la sabiduría?, y ¿cuál es la morada de la inteligencia? Escondida está a la vista de todos los vivientes, y también se oculta a las aves del cielo. La perdición y la muerte dijeron: A nuestros oídos llegó la fama de ella. El camino para hallarla, Dios lo sabe, y El es quien tiene conocida su morada. Porque su vista alcanza a los extremos del mundo, y están patentes a sus ojos cuanto hay debajo del [cielo. El es quien arregló el peso de los vientos, y pesó las aguas con medida. Cuando prescribía leyes a las lluvias, y señalaba el camino a las fulminantes tempestades; entonces la contempló, y la manifestó, y la estableció, y descubrió sus arcanos. Y dijo al hombre: Mira, la sabiduría consiste en [temer al Señor, y la inteligencia en apartarse de lo malo. 14