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La Filosofia En Colombia PDF

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LA FILOSOFIA EN COLOMBIA SIGLO XX Compilación RUBEN SIERRA MEJ1A a pkSultum s. PRESIDENCIA DE LA REPUBLICA NUEVA BIBLIOTECA COLOMBIANA DE CULTURA © Procultura S.a. 1985 Primera Edición PROCULTURA Bogotá - Colombia INDICE Página Rubén Sierra Mejia: Prólogo.......................................................................9 Rafael Carrillo: Filosofía del derecho como filosofía de la persona (1945).............................................................................................15 Cayetano Betancur: Imperativo y norma en el derecho (1968)......51 Luis E. Nieto Arteta: Ontología de lo social (1953).............................67 Jaime Velez Saenz: La función de las categorías en la ontología (1978).........................................................................................85 Danilo Cruz Velez: Nihilismo e inmoralismo (1972)..........................101 Rafael Gutierrez Girardot: Hegel. Notas heterodoxas para su lectura (1968).......................................................................................125 Daniel Herrera Restrepo: Hombre y filosofía (1970).....................139 Francisco Posada: Vanguardia y arte realista (1969).........................175 Estanislao Zuleta: Marxismo y psicoanálisis (1964).........................203 Guillermo Hoyos Vasquez: Fenomenología como epistemología (1978)................................................................................229 Notas bibliográficas.........................................................................................249 7 PROLOGO Rubén Sierra Mejia Vale la pena, como introducción a una selección de textos filosóficos contemporáneos escritos en Colombia, hacer algunas observaciones sobre las circunstancias que han determinado la actividad filosófica en nuestro país y señalar la ruptura que la separa de lo hecho en este campo en épocas anteriores. No se trata con esto de indicar las causas de un determinado pensamiento o de la popularización en nuestro medio de una determinada filosofía: es algo más general y, aun podríamos decir, más vago. Empecemos por reconocer que apenas sí habría posibilidad de reseñar una actividad que en gran parte ha permanecido marginada del desarrollo cultural colombiano1, y que en la mayoría de las veces es inferior en calidad a sus demás manifestaciones intelectuales. Es cierto que en la Colonia estuvo en el centro de la enseñanza superior, pero no pasó de ser una actividad pedagógica sin ningún asomo de originalidad o siquiera de una expresión personal en el tratamiento de los temas. Y también es cierto que durante el siglo XIX, sobre todo en el momento de la formación de los dos partidos políticos tradicionales, la argumentación filosófica, en ocasiones sobre temas eminentemente académicos, ejerció un papel ideológico deter­ minante en la delimitación de los programas de esos mismos partidos. Pero también allí la filosofía en cuanto tal perdía su naturaleza teórica para adquirir una función pragmática inmediata. Puede decirse que algo nuevo surge a partir de la década de 1940 con la aparición en nuestro medio del cultivo universitario de la filosofía y de cierta producción filosófica que se enmarca dentro de corrientes contem­ poráneas como la fenomenología o la teoría pura del derecho. Si se nos permite hablar con alguna ligereza de ruptura, debemos situar ésta en el trabajo que se realiza en esos años. Pero esa ruptura no hay que entenderla únicamente como un cambio de doctrina, como una renovación en los temas de interés filosófico, sino fundamentalmente como un cambio de actitud. 1 Para una reseña histórica de la práctica filosófica en Colombia durante el período que cobija este volumen, véase nuestro estudio “Temas y corrientes de la filosofía colombiana en el siglo XX”, en Ensayos filosóficos, Bogotá (Colcultura), 1978. 9 Un cambio de actitud, pues ahora se entiende que la filosofía es un campo del saber que requiere del estudio de su historia, del dominio de sus categorías y conceptos, de un manejo de su metodología o metodologías, y sobre todo que es una disciplina a la que hay que llegar desprovisto del temor a perder la fe. Recordemos que durante las primeras décadas de este siglo, mientras en otros países latinoamericanos se empezaba a hacer filosofía, en especial filosofía moderna, con base en una crítica al positi­ vismo decimonónico, en Colombia se hacía un tomismo elemental y cerrero. La filosofía no debía ser sino un instrumento racional de la fe. Así que la reacción antipositivista fue entre nosotros una reacción frente al pensamiento moderno, y tuvo más un carácter religioso que auténtica­ mente filosófico. Rafael María Carrasquilla, que llegó a ser la figura dominante durante las primeras décadas de este siglo, condenaba a la física, por ejemplo, a someterse a las verdades teológicas. Y si Marco Fidel Suárez refutaba al positivismo, utilizando en ocasiones argumentos que hoy han cobrado, desde otros ángulos, nueva vigencia, lo hacía sin embargo porque según él aquella filosofía se identificaba con el “materia­ lismo ateo”. Fueron por lo demás épocas de una supina ignorancia filosófica. Aun escritores como Luis López de Mesa, a quien debemos algunos impulsos renovadores de la cultura colombiana, en sus incur­ siones por terrenos filosóficos deja percibir sus escasos conocimientos en la materia y su ingenuidad en la apreciación de doctrinas filosóficas contem­ poráneas: la tesis heideggeriana de que el hombre es un ser para la muerte, se convierte, por ejemplo, en su interpretación en una versión innece­ saria del lamento popular de que todos estamos condenados a morir. Por otra parte, un falso anhelo de darle estirpe a nuestro pasado cultural, llevó al profesor López de Mesa a apreciaciones exageradas de modestas obras escritas en nuestro país, como cuando ve un anticipo de la teoría del infinito matemático de Cantor, en las consideraciones sobre el infinito de José de Urbina, fraile de la colonia colombiana que al respecto seguía doctrinas ortodoxas del pensamiento escolástico2. Esa ruptura que nos ocupa fue más bien un empezar de nuevo antes que una reacción violenta frente a lo existente. Los filósofos colombianos que iniciaron el proceso del pensamiento contemporáneo simplemente dejaron de lado lo que encontraron en nuestra tradición. Por lo demás, puede decirse que el neotomismo impuesto por Carrasquilla ya era cosa muerta, aunque todavía se manifestaba en la defensa de ciertas doctrinas como la del derecho natural. Las circunstancias favorecieron a la nueva actitud del filósofo colombiano. En primer lugar, el auge de la industria 2 En ese clima trabaja en Barranquilla, marginado de la vida nacional, Julio- Enrique Blanco, quien se había educado en Europa logrando una sólida formación filosófica. Su obra, de escasa repercusión en el país, se aparta por sus temas y por el rigor con que los trata, del resto de trabajo filosófico realizado en Colombia antes del período que cubre esta selección. 10 editorial en los países hispanoamericanos que inició la divulgación masiva del pensamiento europeo contemporáneo, y en segundo lugar, el impacto que ejerció entre nosotros la figura de José Ortega y Gasset, crearon un clima propicio para la recepción de la ñlosofía del siglo XX. A estas coordenadas externas, habría que agregar que en el interior las reformas educativas, ejecutadas por el liberalismo, en el poder desde 1930, permi­ tieron un ámbito favorable para el estudio universitario de nuevas formas de pensamiento distintas al neotomismo. En el caso de Ortega y Gasset, su contribución al cambio de mentalidad filosófica hay que entenderla no sólo por la influencia de su pensamiento sino sobre todo por las incita­ ciones que provocó y por la apertura hacia la filosofía contemporánea, en especial alemana, que significó su obra filosófica y su tarea de publicista desde la Revista de Occidente. El filósofo español constituyó el puente para el conocimiento de la fenomenología de Husserl y en especial del pensamiento axiológico de Scheler, quienes fueron los filósofos, junto con Hans Kelsen, que más influyeron en nuestro medio en los primeros años de la actividad filosófica que se recoge en este volumen. En cuanto a Kelsen, merece especial atención por lo que significa su influencia en esos orígenes, pues la teoría pura del derecho representó un eficaz instrumento con el cual la ideología liberal se opusiera a la concepción del estado y del origen del derecho que había inspirado a la tradición jurídica del país. El pensa­ miento kelseniano se oficializó prontamente en la nueva universidad colombiana, pero hay que advertir que con cierta resistencia por parte de los representantes del jusnatunalismo. Aquel cambio de actitud que caracteriza a la ruptura de la práctica filosófica en Colombia, ha permitido tomar a la filosofía de una manera autónoma, con problemas propios y sin una función pragmática inmediata. Se trata ahora de un trabajo profesional y académico que se manifiesta ante todo como actividad eminentemente profesoral, ya que ha sido en la vida universitaria donde ha encontrado su primera motivación nuestra producción filosófica. Es ello la consecuencia de la carencia de fuentes de trabajo intelectual distintas a la que ofrece la cátedra: ausencia de editoriales, de periodismo cultural y científico, de institutos de investigación, etc. Quizás también debamos ver en esta circunstancia la causa principal del marginamiento del trabajo filosófico colombiano del resto de manifestaciones culturales y de su escasa influencia en la vida nacional. Aunque no hay que considerar esa limitación de su campo de trabajo del todo negativa para el filósofo colombiano, pues ha sido su desempeño como profesor lo que le ha permitido asumir su oñcio como una profesión, hay que considerarla sin embargo como el origen de su inestabilidad laboral. Sometida como ha estado la universidad colombiana, en particular la oficial, al control político de los gobiernos de turno, no se le ha permitido la autonomía suficiente como para que el filósofo se pueda 11 sustraer a una eventual acción arbitraria del gobierno. En la década de 1950, ese control político descontinuó el trabajo filosófico en la universi­ dad colombiana por razones eminentemente ideológicas. Se propuso entonces regresar al pensamiento escolástico, alegándose que en él estaban las raíces de nuestra identidad cultural. La situación afortunadamente varió en la siguiente década, cuando pudo recuperarse el impulso universitario a los estudios filosóficos. Hoy no podemos desconocer el interés que, en los últimos años, se ha despertado en Colombia por la filosofía: es éste un fenómeno de indudable significación en nuestra vida cultural y en especial académica. Es cierto que esta disciplina aun no ha logrado la aceptación pública que ha alcanzado dentro de las élites intelectuales de otras sociedades con una trayectoria científica y literaria de las cuales nuestro país no es término para ninguna comparación. Pero ya no es la ocupación de las horas de ocio de aficio­ nados sin adiestramiento en el manejo riguroso de los conceptos y sin unos conocimientos básicos de la historia de la filosofía. Puede decirse que ahora es un oficio normal de nuestra vida civil. Al decir que es un oficio, queremos referirnos justamente a la actitud del filósofo frente a su disciplina: se trata de una actitud de responsabilidad profesional, que no se permite concesiones relativas a la información y al rigor metodológico en el tratamiento de los temas, lo cual quiere decir que se procura al menos eliminar la improvisación en el trabajo filosófico. No se busca primordial­ mente la originalidad, pues se sabe que ésta no es cuestión de voluntad sino de talento, y que aun estamos en una fase que tiene como tarea fundamental echar bases para una tradición que quizás genere algún día obras verdaderamente revolucionarias. Dentro de este nuevo clima favorable al cultivo de la filosofía, llama la atención el amplio espectro de corrientes filosóficas representadas en Colombia. El interés profesional de la filosofía no se limita ahora a unos cuantos pensadores, promovidos por editoriales latinoamericanas como sucedía en el pasado, sino que va desde la fenomenología, cuyo cultivo lleva varias décadas, hasta la filosofía anglosajona, tradicionalmente ignorada o mirada despectivamente entre nosotros. Este amplio espectro está permitiendo una convivencia de pensamientos contrapuestos, lo que favorece por lo demás la discusión académica entre las escuelas. El juego campal de las ideas tendrá irremediablemente como resultado la necesaria desdogmatización del pensamiento, que es una condición para que la cultura, y en especial la filosofía, puedan dar el fruto crítico que les ha sido peculiar en sus épocas de mayor esplendor. Hubiéramos podido, en concordancia con lo anterior, ampliar esta antología con otros textos que mostraran al lector lo que en la actua­ lidad se está haciendo en el campo de la filosofía: hubiésemos podido incluir entonces representantes de otras corrientes filosóficas como la filosofía analítica, la hermenéutica, el estructuralismo o la teoría crítica. 12 Preferimos sin embargo una selección más estricta, esperando la suerte que esas corrientes vayan a tener en Colombia. Pero es un acto elemental de justicia reconocer que algunos textos excluidos poseen todos los méritos que les hemos reconocido a los que conforman este volumen. R.S.M. 13 Rafael Carrillo FILOSOFIA DEL DERECHO COMO FILOSOFIA DE LA PERSONA I El punto de partida de toda investigación filosófica del derecho es la ignorancia radical acerca de lo que esencialmente significa este término. No cabe otra suposición preliminar, porque la filosofía, si es verdadera filosofía, principia por ignorar la esencia de lo que busca, y principia también ignorando los procedimientos metódicos con que es posible hallar esta esencia. Así nos situamos en la línea de conducta que recomienda Hegel en la introducción a sus disquisiciones lógicas, si queremos hacer verdadera y auténtica filosofía y no ciencia particular, o sea, si no queremos caer en el error metódico de salir al encuentro de lo que hemos encontrado con anticipación. Es ésta una conducta tan fácil de compren­ der como difícil de seguir, y duele ver cómo a cada momento se le ha desatendido en el curso de la investigación jurídica. Dejamos presupuesto, pues, únicamente que no presuponemos nada acerca del conocimiento del derecho. Del mismo modo, presuponemos que no estamos en posición de un método idóneo para lograr el ser del derecho, y que no nos adherimos, en consecuencia, a esta o aquella metodología, mientras no surja esta metodología del seno mismo de nuestra investigación acerca del ser del derecho. Pero, si en verdad no presuponemos ni el ser del derecho ni el método idóneo para la adquisición de tal ser, presuponemos en cambio que toda filosofía jurídica tiene por objeto la determinación del ser del derecho y del método de esta determi­ nación. En realidad, presuponer el objeto de la filosofía jurídica en la forma que acabamos de hacerlo, no es sino afirmar que vamos a hacer filosofía. Lo que indica que, hablando con rigor, no existe aquí presuposición de ninguna clase. La meditación filosófica sigue en este punto el destino de toda su vida, desde que nace, con el problema del ser primordial, hasta el último extremo de su desarrollo, o sea, hasta la hora actual de la investigación. El carácter de la filosofía general como disciplina que indaga el ser esencial de los objetos se hace más firme y exclusivo a medida que diversifica su actividad, atendiendo a la prolífici ramificación de sus objetos. Si observa­ mos el curso de la meditación filosófica, siquiera superficialmente, salta a la vista la continua aparición de objetos a que tiene que enfrentarse esta investigación, preguntando de modo uniforme por el ser esencial de cada 15 clase de objetos. Ni un solo momento descuida la filosofía en sus varias ramificaciones la tarea que le fue asignada desde los primeros días de su existencia, como ciencia determinadora del ser esencial de las cosas. Y hoy mismo, cuando la filosofía se ha extendido a dominios nunca sospechados de regiones de objetos, obtenemos clara idea de lo que ella significa si definimos cada una de sus ramas integrantes como una disciplina que indaga la esencia de esta o de aquella clase de objetos. La investigación filosófica empieza por ser una investigación unitaria. Se trata de precisar la esencia, no de esta determinada clase de objetos, sino de los objetos en general. No hay un propósito dirigido hacia el pensa­ miento, ni hacia la moralidad, ni hacia la belleza, entre otros objetos posibles. Exclusivamente, por razones que sabe todo iniciado en filosofía, se planteó el problema del ser de todo lo existente. Pero el carácter de la investigación filosófica fue aquí tan marcado y tan puro como lo siguió siendo posteriormente, y como lo sigue siendo en la actualidad. Porque se sigue persiguiendo por todas partes y en todo tiempo las esencias de los objetos, por lo menos como tarea central y primaria de la filosofía. Más ahora que nunca, la filosofía se precipita sobre el mundo de las esencias con voracidad insaciable, lo que acentúa fuertemente el carácter antes señalado. De este carácter se desprende una misión de la investigación filosó­ fica, que no viene a ser otra cosa que un mero aspecto de él. Al proponerse como misión fundamental la determinación del ser esencial de cierta clase de objetos, cumple también la filosofía con el destino de unificar la totalidad de los objetos pertenecientes a la región donde actúa. No es sino un seguir teniendo la índole con que empezó a existir. La filosofía, que comienza por determinar o querer determinar el ser de lo que era dado a la percepción, comenzó, en forma coetánea a lo anterior, por unificar o querer unificar todos estos datos sensibles, entronizándose así a la vez como una disciplina que indaga el principio de determinación de lo real y su principio unificador. Este segundo aspecto de la filosofía tiene suma importancia, e interesa especialmente a nuestro caso. Porque si la filosofía es, esencialmente, una actividad unificadora, una actividad que establece en toda región de objetos un principio de unificación, es claro que estos objetos no se pueden estudiar sino partiendo de la investigación filosófica, base de toda investigación ulterior. Y así, resultarán malogrados, en el caso del estudio del derecho, todos los esfuerzos del empirismo gnoseológico para encontrar una noción esencial de su objeto. La filosofía es la única ciencia capaz de encontrar un principio unificador, que, a su vez, tiene que ser un principio de determinación. Va apareciendo lo que antes no quisimos suponer, la metodología idónea en el estudio del derecho. Pero no es este el momento para entrar en materia. Quede constancia apenas, en los comienzos de este trabajo, que la filosofía jurídica, por lo que es primero que todo filosofía, tiene por objeto 16

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