La fascinante levedad de su sonrisa. La fascinante levedad de su sonrisa. LA FASCINANTE LEVEDAD DE SU SONRISA La fascinante levedad de su sonrisa. De los miles de amores que besaras en la vida, habrá uno que nunca podrás sacarte. L.J La fascinante levedad de su sonrisa. Índice: Capítulo 1. ..………………………………..6 Capítulo 2. ………………………………..22 Capítulo 3. ………………………………..24 Capítulo 4. ………………………………..44 Capítulo 5. ………………………………..61 Capítulo 6. ………………………………..70 Capítulo 7. ………………………………..83 Capítulo 8. ………………………………..93 Capítulo 9. ………………………………108 Capítulo 10. ……………………………...114 Capítulo 11. ……………………………...126 Capítulo 12. ……………………………...140 Capítulo 13. ……………………………...153 Capítulo 14. ……………………………...171 Capítulo 15. ……………………………...185 Capítulo 16. ……………………………...192 Capítulo 17. ……………………………...208 Capítulo 18………………………………222 Capítulo 19. ……………………………..245 Capítulo 20. ……………………………....257 Capítulo 21. ……………………………....264 La fascinante levedad de su sonrisa. Gracias a ella, que estuvo allí incluso antes de saberlo. María Paula, mi firulais, mi vida. La fascinante levedad de su sonrisa. Capítulo 1. Son poco más de las tres de la mañana y ella sigue aquí, creo que no lo explique del todo bien, o quizás ella no lo en- tendió. Pero es imposible, las cosas como esta no se olvidan. - Le he dado todo lo que no se puede comprar, Camilo. Ella pareció nunca entenderlo. – Era demasiada melanco- lía flotando en mí, pero eso es lo que pasa cuando te sien- tes deshabitado, te aferras a cualquier sentimiento que te haga libre. Completo. - ¿Estás seguro de esto? – qué buena pregunta, no obstan- te, era un mal momento para la duda. - ¿De amarla? – soy un susurro andante, una tristeza plena. - De alejarla Juan ¿Estás seguro? – él me mira cauto, vaci- lante, tiene los papeles del divorcio en la mano y yo la sensación de soledad abandonándome el cuerpo. Estoy seguro, no hay manera de sentirte así, libre, si no lo estás. Pero que pretendía Camilo con esa pregunta a quema ro- pa ¿Que quería que le dijera? Que sí, que quiero salir corrien- 6 La fascinante levedad de su sonrisa. do, huir de ella, de su nueva manera de amarme, o que no, que le amo, que cuando la pienso me duele el pecho y el lado de- recho del cuerpo, que cada que la siento lejos me da miedo confundirla con otra y no poder encontrarla de nuevo, que me impida hacerlo. - No lo sé... – mi susurro se apaga por segundos, pero co- mienza a agarrar recuerdos en el aire y toma de nuevo impulso. – … es como como si me dieran una gran dosis de aire y yo llevara tanto tiempo respirando mal que de seguro voy a morir… En verdad la amó con todo, con ab- solutamente todo Camilo, pero de ella no tengo nada. No está jugando a odiarme, simplemente no me ama y nada de esto tiene que ver con la ignorancia. El mundo se nos cae a pedazos y no puedo seguir pegándolo solo de un la- do. Eso había sido hace tanto, que la certeza se había cansado de esperarme y había dejado a la duda de remplazo. Lo único “constante” éramos nosotros, mis ganas de amarla, mi nece- sidad de hacerlo, todos seguíamos aquí, intactos, dos años más viejos y con la apatía en medio escondida a los ojos de nadie. Y si, lo acepto, no se puede ser más patético en la vida. 7 La fascinante levedad de su sonrisa. Llevaba meses así, haciendo exactamente lo mismo. Conser- vando una tradición para nada entrañable, un hábito molesto. Todo un protocolo con único sentido, yo no quería perderla, y eso me bastaba para que, como cada noche, me hallara sen- tado en un gran sofá de cuero con acabados de acero, rodea- do de ventanales que hacían de todos los peligros mundanos algo ajeno a mí, igual que El Pensador de Aguste Rodin, mientras sostenía un paquete de papeles blancos con un pequeño ribete en sus páginas: Cesación de efectos civiles y/o divorcio. No era complicado. Lo que estaba en letras era la parte fácil: ella podía irse con todo lo que quisiera, solo era eso, irse, dejarme respirar un poco, permitirme disfrutar agónico la ausencia de su cuerpo, dejarme llorarla un par de noches abrazado a su almohada, vivir en el mismo pijama durante semanas y luego, quizás veinte o treinta días después, yo me pondría en pie, volvería a los trajes y seguiría con la vida que no se llevó. Eso era lo realmente complicado: seguir con mi vida. La duda era: Si todo era tan lógico, tan fácil de entender, entonces ¿Que hacíamos aquí? ¿Qué hacía Lucia durmiendo en nuestra cama mientras yo leía algo que ella desconocía? ¿Qué hacía yo buscando un buen motivo para hacerlo sin saltarme coma o punto alguno? ¿Qué hacía encontrándolo? Si todo era tan claro ¿Por qué llevaba haciéndolo por años? Pe- ro, claro, esas eran el tipo de preguntas con las que la vida te 8 La fascinante levedad de su sonrisa. corcha porque siempre le das la misma respuesta, aunque tú pretendas que cada que la escribes te cambie el resultado. Hasta que un día la noche te dice “basta” y algo distinto pasa. El protocolo parecía roto, me había frenado en la parte donde objetaba con falsos argumentos la necesidad de que- darme, de verla en las mañanas, de inventarla. De besarla. Era angustioso. Las manos me temblaban. Mis ojos buscaban desesperados sus fotografías, deseaban aferrase a algo, pero no pudieron, ya no encontraron más excusas para dilatarlo. Años re-inventándolo, cambiándole de nombre al mismo pre- texto, aumentando su contundencia, menguando la firmeza de su deterioro, y por fin la lista de sinónimos se había agotado. Yo la amaba, la amo, y no conservaba más motivos que ese. Sin embargo, finalmente, dejaba de ser suficiente, se lo había mencionado semanas atrás, de tal manera que en este punto de la situación ella ya debería ser tan consciente como yo de que no vamos a ningún lado. Lo habíamos hablado de nuevo y a diferencia de otras veces, hoy su promesa me había asegurado de que a estas ho- ras ingentes ya no estaría aquí, tenía que haberse levantado en silencio recogido todo lo que creía de ella, vestirse y largarse, pese a ello, llevo casi tres horas esperando y nada. Sigue to- mándoselo como si no fuera la gran cosa y cada segundo que 9
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