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La empresa: una mirada sociológica [1999] PDF

32 Pages·2013·0.228 MB·Spanish
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LA EMPRESA: UNA MIRADA SOCIOLÓGICA Denis Sulmont Lima, enero 1999 Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional. EL ROMPECABEZAS EMPRESARIAL Al hablar de empresa, nos estamos refiriendo a un universo extremadamente heterogéneo, que va desde las micro y pequeñas empresas hasta las grandes corporaciones y sus redes transnacionales. No existe un solo prototipo de empresa. El debate sobre la Responsabilidad Social Empresarial se refiere    fundamentalmente a las empresas que tienen mayor poder, vale decir las grandes corporaciones. Sin embargo no excluye las empresas de menor escala. Por razones prácticas, usaremos el término “empresa” refiriéndonos principalmente a las sociedades anónimas de mediano y gran tamaño. La empresa de este tipo constituye un actor central en la sociedad moderna. Se la considera como la piedra angular de la economía, el principal agente de la producción y de la creación de riqueza, un protagonista estratégico del desarrollo local y de la competencia internacional. Lugar de encuentro entre capital y trabajo, ha sido y sigue siendo objeto de una percepción social controvertida. Hoy, se revalora su capacidad emprendedora e innovadora, su contribución al progreso tecnológico y la eficiencia productiva.    Al mismo tiempo, se la relaciona con varios problemas sociales fundamentales de la época: el acceso al empleo y al ingreso, la integración y exclusión social, la ecología, la calidad de vida.    En su libro    El concepto de Estrategia de la Empresa, Kenneth Andrews escribe: “La empresa es la mayor y más heterogénea de todas las actividades humanas. Tiene, aún más que otras áreas de la actividad humana, pasadizos secretos de egoísmo en los que la lucha por la supervivencia trae la desesperación.    Su imagen es la de oficinas confortables en las que la avaricia, alimentada por el éxito, produce diferentes formas de piratería. Los rigores de la competencia, no menos duros por ser “imperfectos” en el sentido económico, desarrollan en los moralmente débiles la tentación de ir a lo suyo y de encubrir, tanto como sea posible, los costes sociales de una actividad económica descuidada y otros perjuicios al público”. (Andrews, 1971: 131) Pero, ¿cuál es la naturaleza de este fenómeno tan omnipresente?, ¿qué diferencia una empresa de otro tipo de institución u organización?, ¿de qué elementos está conformada, a qué fines y a qué lógica responde?, ¿podemos considerar la empresa como un sujeto socialmente responsable? Todos pretendemos saber lo que es una empresa. Pero resulta paradójicamente muy difícil definirla en una fórmula sencilla y consensual. Quien quiera que intente formular una definición, se da cuenta de la complejidad de este fenómeno y de la variedad de puntos de vista a los cuales se presta. Llama también la atención que las disciplinas académicas que tratan el tema (el derecho, la economía, la sociología, las ciencias administrativas, etc.) enfrentan serias dificultades al momento de caracterizar la empresa como conjunto y proponer un marco interpretativo integrador. Los juristas tratan generalmente la empresa como un “nudo de contratos” y como institución; los economistas como un “agente económico”, o una “caja negra” que recibe factores y de la cual salen productos (imputs into outputs); los estudiosos en ciencias administrativas como “organización”; los sociólogos como “espacio de de trabajo, de cooperación, de    conflicto y de negociación”. Es sintomático que quienes elaboraron en el Perú la nueva Ley General de Sociedades (Ley Nº 26887, 1997), tal cual en otros países,    no se hayan puesto de acuerdo sobre una definición jurídica de la empresa. Esta, ley precisa el concepto de “sociedad” como entidad constituida por “quienes convienen en aportar bienes o servicios para el ejercicio en común de actividades económicas”; pero no se pronuncia sobre la naturaleza institucional del fenómeno empresarial en su conjunto.    Naturaleza y objeto social de la empresa según la    Ley General de Sociedades (Ley No. 26887, 9/12/97) • • “Quienes constituyen la Sociedad convienen en aportar bienes o servicios para el ejercicio en común de actividades económicas” (art. 1). • • La sociedad se constituye cuando menos por dos socios (art. 4). Adquiere personalidad jurídica desde su constitución (art. 6). • • La sociedad circunscribe sus actividades a aquellos negocios u operaciones lícitos cuya descripción detallada constituye su objeto social. Se entienden incluidos en el objeto social los actos relacionados con el mismo que coadyuven a la realización de sus fines, aunque no estén expresamente indicados en el pacto social o en el estatuto (art. 11). Estamos forzados a reconocer que la empresa no es un concepto definido de antemano, sino una realidad empírica, socialmente construida, multidimensional, polémica y compleja. Una realidad cruzada por la relación entre capital y trabajo, que combina diversos actores y racionalidades, y que involucra una haz de derechos e intereses. Para entenderla, hay que pensar simultáneamente su unidad (como proyecto estratégico, personería jurídica, centro de decisión, organización productiva y agente económico), y su pluralidad (como confluencia de diferentes actores vinculados mediante relaciones contractuales distintas, que conjugan varios fines y modalidades de racionalización); hay que cruzar el análisis de la lógica de sistemas y la lógica de los actores sociales. Necesitamos detenernos un momento para juntar las piezas de aquel rompecabezas y organizar un marco analítico que nos permita abordar en mejores condiciones la cuestión de la Responsabilidad Social Empresarial. ESQUEMA INTERPRETATIVO     De manera sintética, interpretamos una empresa como un tipo de organización y de institución social dirigida por un núcleo estratégico relativamente autónomo, que reúne capitales y trabajadores, y cuyo objeto es realizar una actividad económica durable y rentable.     • • La empresa se sustenta en la iniciativa de un empresario, relacionada con una sociedad de capitales y una capacidad gerencial. • • Combina el fin social de satisfacer una demanda, con el fin particular de obtener una ganancia.    • • Es reconocida como institución social y jurídica. • • Constituye un conjunto articulado de sistemas de acción que coordina y racionaliza los    recursos y las operaciones necesarias para producir o adquirir bienes y servicios con el propósito de obtener beneficios mediante su venta en el mercado.    • • Involucra contractualmente a un conjunto de sujetos sociales que aportan sus capacidades y conocimientos, interactúan y negocian para compatibilizar sus diferentes valores, fines e intereses. La    estructura empresarial articula dos componentes básicos: (A) un núcleo estratégico, centro de poder y de dirección que reúne a promotores, accionistas y gerentes en torno a una “sociedad de capitales” y a un liderazgo empresarial; y (B) una actividad productiva y comercial, la cual opera mediante un sistema socio-técnico y está planificada, coordinada y controlada por un sistema administrativo; alrededor de la actividad intervienen trabajadores, proveedores y contratistas; su producto está destinado a clientes. Entre el núcleo estratégico y la actividad interviene una regulación institucional, es decir el sistema de mediación político y normativo que establece las “reglas de juego” en el seno de la empresa y en sus relaciones con la sociedad. Finalmente, el conjunto de los componentes de la empresa constituye un campo de convivencia que da lugar a alguna forma de cultura corporativa (ver esquema 1). La relación entre el núcleo estratégico y la actividad implica un encuentro entre el capital    y el trabajo, mediado por un sistema organizacional e institucional.    Los “grupos de interés” o “apostadores” relacionados a la empresa son:    1. 1. los promotores estratégicos, quienes aportan iniciativa, creatividad innovadora y visión de futuro; 2. 2. los accionistas, quienes aportan capitales a la “sociedad de capitales”, tienen poder sobre la dirección de la empresa y el destino de las ganancias. 3. 3. los directores gerentes, encargados de representar la empresa y dirigir su actividad, haciendo el puente con la sociedad de capitales; 4. 4. los trabajadores empleados, principales agentes de la actividad empresarial, que aportan sus habilidades, sus conocimientos, su sentido creativo y de cooperación; 5. 5. los clientes y usuarios, destinatarios de la actividad empresarial y fuentes de ingresos de la empresa; 6. 6. la población que forma parte del entorno de la empresa, que aporta sus recursos humanos y su “capital social” (instituciones, valores, etc.), y que está afectada o beneficiada por las “externalidades” de la actividad empresarial, es decir las consecuencias sobre su medio ambiente, socio-económico, ecológico y cultural que no son consideradas como costo para la empresa; 7. 7. los proveedores y subcontratistas que proporcionan los insumos y servicios que requiere la actividad empresarial; Esquema 1     1. 8. las entidades financieras, que proporcionan créditos, fundamentales para reunir los recursos necesarios para cada ciclo de la actividad empresarial; 2. 9. el Estado y las entidades reguladores, encargados de compatibilizar los intereses nacionales y de los ciudadanos con los intereses particulares de la empresa (definición y aplicación del ordenamiento legal, cobranza de impuestos, regulación de la competencia, de las relaciones laborales y de la calidad de los bienes y servicios). El objeto central de la empresa es realizar una actividad económica específica cuyo fin es doble: proporcionar un bien o servicio útil, valorado y legitimado socialmente; y responder a los intereses particulares de sus principales promotores y en especial, las expectativas de ganancia de los accionistas. Toda empresa debe compatibilizar su función social con intereses particulares. Para ser viable, la actividad empresarial debe responder a una demanda solvente, ser competitiva y económicamente rentable. La exigencia de competitividad y rentabilidad implica de parte de la empresa una gestión orientada por el cálculo de capital y la racionalización de sus operaciones (ahorrando costos y maximizando beneficios). Dicha racionalización abarca las relaciones entre oferta y demanda de bienes y servicios, la combinación de los factores de producción, la organización socio-técnica del trabajo, la dirección administrativa, la regulación institucional, la planificación estratégica y la orientación cultural de la empresa. La empresa sin embargo no puede ser entendida tan sólo como un conjunto de sistemas racionalizadores. Dichos sistemas están conformados por sujetos, interactúan, cooperan, confrontan proyectos e intereses, y negocian. La empresa es el lugar de encuentro problemático entre la lógica racionalizadora de sistemas y la lógica de acción de sujetos. La viabilidad de una empresa implica una capacidad de negociación para compatibilizar lógicas e intereses diferenciados y conflictivos.     Cabe insistir en el carácter dual de la empresa: sus objetivos de maximización de beneficios particulares y sus objetivos de realización de una    función social. LA EMPRESA COMO SUJETO DE DERECHO 1. 1) La empresa ocupa un lugar central en las preocupaciones del derecho contemporáneo en virtud de su importancia social, económica y política 2. 2) La empresa es un sujeto de derecho en cuanto está regulada como centro unitario de referencias jurídicas. 3. 3) La empresa se distingue, en cuanto sujeto de derecho, de los elementos o factores que la integran en tanto “unidad’ de producción de bienes y servicios en favor de la comunidad de personas. 4. 4) La empresa no se identifica o confunde con la sociedad que generalmente la integra como detentora de capital. 5. 5) La sociedad tiene como finalidad primaria hacer lucro, mientras que la función primordial de la empresa es el bien común. 6. 6) La empresa, en cuanto sujeto de derecho, no puede reducirse al patrimonio o medios de producción de los cuales se vale para cumplir con su función social. El patrimonio es un “objeto”, mientras que la empresa es un “sujeto”. 7. 7) La empresa, como toda institución jurídica, tiene una estructura tridimensional compuesta por la “organización de personas”, que constituye su dimensión sociológica existencial, por los valores jurídicos que realiza, presididos por el valor utilidad, y por el conjunto de normas que a ella se refieren como centro de imputación de derechos y deberes. 8. 8) La empresa es un sujeto de derecho en un sentido técnico-formal. 9. 9) La empresa, en cuanto sujeto de derecho, está integrada a su vez por otros sujetos de derecho, como serían las organizaciones de personas que detentan el capital o que aportan trabajo. 10.10) La empresa, en cuanto sujeto de derecho, no se confunde con ninguno de los otros sujetos individuales o colectivos que la integran ni tampoco puede reducirse a un inanimado patrimonio que es sólo el necesario instrumental objetal del cual se vale la empresa para operar. 11. 11) La empresa puede adquirir la categoría formal de “persona jurídica”. 12.12) La empresa cumple una función social. Su eficiencia y contribución al bien común son exigibles por el Estado de acuerdo a la ley. De ahí que en la estructura de la empresa estén presentes los intereses tanto de los consumidores como del propio Estado en cuanto garante del bien común y perceptor de impuesto.    Extraído de Carlos Fernández Sessarego* (1968) “subjetivación de la empresa”, en Revista Peruana de Derecho de la Empresa, Empresa y Desarrollo, Lima, abril. *Profesor de Derecho en la Universidad Nacional Mayor de    San Marcos y de la Pontificia Universidad Católica del Perú. EL NÚCLEO ESTRATÉGICO DE LA EMPRESA     Tras una empresa existe un “empresario”, es decir un sujeto promotor (individual, grupal, o institucional), con visión estratégica y con capacidad de movilizar capital y trabajo. El empresario promotor abre un campo de acción autónoma. Es un innovador creativo que detecta necesidades y oportunidades, y, junto con los aportantes de capitales dispuestos a asumir los riesgos correspondientes, toma la iniciativa de realizar una determinada actividad productiva o “negocio”. Necesita emplear a un conjunto de personas, asignarles responsabilidades y comprometerlas con su proyecto. El empresario ha de desempeñar un papel de liderazgo. La iniciativa empresarial implica un riesgo y demanda un esfuerzo. Como dice el diccionario, la empresa es una “acción ardua y dificultosa que valerosamente se comienza". El propio término “negocio” etimológicamente significa “negación del ocio”. Como observaba Joseph Schumpeter (1911), lo propio del empresario es ser innovador, saber dar una respuesta creativa a una situación difícil de prever, encontrando formas más eficientes de combinar los factores de producción. El empresario schumpeteriano se distingue del capitalista que se limita a aportar dinero; y del gerente que se limita a administrar negocios establecidos. El empresario innovador trastorna y desorganiza. Cumple una obra de “destrucción creativa”. Es el desequilibrio dinámico generado por el empresario y no la optimización de lo ya existente que permite el desarrollo económico. Peter Drucker, coincidiendo con el enfoque de Schumpeter,    señala: “El empresario va en búsqueda del cambio, sabe actuar sobre el y explotarlo con oportunidad” (1985: 53). La iniciativa empresarial requiere de un marco institucional que garantice y precise los derechos de propiedad y el cumplimiento de los contratos. Además, toda empresa -ya sea privada como pública- necesita un poder de dirección y gestión relativamente autónomo. En ello reside la diferencia entre una empresa y una administración que depende del Estado o de otro poder externo. El empresario es el artífice y uno de los componentes clave de lo que llamamos el “núcleo estratégico” de la empresa. Este núcleo constituye un sistema de acción colectiva que articula las voluntades, los recursos y las capacidades decisivas para promover y dirigir la actividad empresarial. Los factores decisivos que permiten constituir este núcleo estratégico se pueden resumir en tres: una creatividad estratégica, un poder de disposición de capital y una capacidad gerencial. La creatividad estratégica está asociada a la figura del empresario    promotor e innovador tal como lo indicamos líneas arriba. También es alimentada por los asesores, los consultores y aquellos empleados inventivos que colaboran con la dirección de la empresa. La creatividad estratégica consiste en detectar las oportunidades y las amenazas del medio, así como las fortalezas y las debilidades propias, para definir la actividad de la empresa. El promotor estratégico aporta una “visión” o imagen proyectada del futuro de la empresa, y contribuye a perfilar su “misión”, es decir sus objetivos centrales del núcleo estratégico: los alcances de las actividades y negocios de los cuales se hace cargo, las necesidades que se propone atender, y las principales capacidades que proyecta consolidar. La formulación de una misión proporciona los principios orientadores básicos de la gestión empresarial y contribuye a forjar una cultura corporativa.     Para realizar su actividad, la empresa necesita tener la capacidad de reunir y movilizar un conjunto de recursos, materiales y humanos. Requiere además de ellos “por adelantado”, como condición para efectuar un ciclo productivo, antes de obtener resultados. ¿Cómo reunir estos recursos? Una forma es recurrir a préstamos de las entidades financieras para estar en condición de comprar los bienes y contratar los servicios que demanda la actividad. En este caso, la entidad financiera    se asegura parte de los beneficios mediante una tasa interés, pero sin asumir responsabilidades directa sobre la marcha de la empresa y sus eventuales pérdidas económicas. Otra forma consiste en crear una “sociedad de capitales”, es decir, reunir bajo una misma razón social los bienes y valores monetarios aportados como capital por las diferentes personas o instituciones que aceptan participar como socios y asignar su capital a la actividad de la empresa. Los integrantes de esta sociedad -los accionistas- son inversionistas dispuestos a asumir los riesgos de su inversión (hasta el monto aportado), e interesados en la posibilidad de participar en los beneficios; se convierten en titulares de los derechos de propiedad de una porción del capital social    de la empresa.    La participación de los accionistas en la constitución del capital social supone un nivel de confianza. El capital reunido por la empresa a través de los accionistas constituye un poder económico concentrado, que le permite tener un mayor acceso al crédito y aumentar su capacidad de movilizar recursos y obtener ganancias. Por ello, el incremento de capital suele convertirse en fin en sí mismo para la empresa. La    “sociedad de capitales”, constituye un componente decisivo del sistema institucional de la empresa moderna. La propiedad confiere a sus titulares una serie de derechos y responsabilidades. Los accionistas tienen la facultad de nombrar    y remover el gerente, aprobar los balances del ejercicio económico de la empresa y definir el uso de los excedentes. Las decisiones se toman por mayoría de votos, los cuales se contabilizan de acuerdo    al monto de acciones poseídas. Por ello, el poder de decisión de los accionistas minoritarios dispersos es limitado. En la práctica el control y la dirección de la empresa recae en algunos accionistas principales, aquellos que poseen mayor participación en el capital, y/o desempeñan un papel más activo como promotor estratégico. En las grandes corporaciones, dada la dispersión del accionariado y la complejidad de las labores de dirección, el poder de decisión tiende a concentrarse en la gerencia profesional (el “manager “) y en las élites tecnocráticas. La tercera pieza decisiva para componer el núcleo estratégico, lo constituye la capacidad de dirección plasmada en la figura del gerente. Éste es el encargado de organizar y coordinar la actividad.    Es el nexo fundamental entre el capital y el trabajo.    Una misma persona natural puede ser promotora, propietaria y gerente, pero no es necesariamente así. La sociedad anónima tiene justamente la virtud de poder reunir estos roles en personas distintas. El promotor y el gerente pueden ser profesionales contratados. Sin embargo, en la medida que se identifican con el proyecto estratégico de la empresa, suelen participar también como accionistas. Los tres poderes, al juntarse en torno a una    actividad de negocio, y al dotarse de un mecanismo de centralización en la toma de decisión y de gestión, constituyen un “sujeto institucional” que adquiere personería jurídica y como tal, es la instancia responsable de la empresa. Sin embargo, la responsabilidad institucional no deja de implicar las diferentes personas naturales que conforman el sujeto empresarial. En el caso de la Sociedad Anónima, la responsabilidad personal de cada accionista es “limitada”: sólo responde por las deudas sociales de la empresa hasta el monto de sus aportes. El gerente es quien carga con el mayor peso de la responsabilidad empresarial, debiendo responder ante los poderes públicos, los accionistas y terceros por “los daños y perjuicios que ocasione por el incumplimiento de sus obligaciones, dolo, abuso de facultades y negligencia grave” (Ley General de Sociedades Nº 26887, art. 190). El promotor puede actuar sin arriesgar su propio dinero, pero sí pone en juego su imagen según al éxito o fracaso de sus iniciativas.    RESPONSABILIDAD DEL GERENTE    (Ley General de Sociedades No. 26887, Perú 1997) Los gerentes son designados por el directorio (art. 185). Puede ser removido en cualquier momento por el directorio o por la junta general (art. 187). Sus principales atribuciones son: celebrar y ejecutar los contratos correspondientes al objeto social y representar a la sociedad (art. 188). “El gerente responde ante la sociedad, los accionistas y terceros por los daños y perjuicios que ocasione por el incumplimiento de sus obligaciones, dolo, abuso de facultades y negligencia grave”. Es particularmente responsable por: 1) la veracidad de los sistemas de contabilidad y libros que la ley ordena; 2) el control interno sobre el uso de los activos; 3) la veracidad de las informaciones que proporcione al directorio y la junta general; 4) el ocultamiento de las irregularidades que observe en las actividades de la sociedad ; 5) la conservación de los fondos sociales a nombre de la sociedad; 6) el empleo de los recursos sociales    en negocios distintos del objeto de la sociedad; la veracidad de las constancias y certificaciones; 8) la información oportuna a los accionistas; y 9) el cumplimiento de la ley,    el estatuto y los acuerdos de la junta general y del directorio (Art. 190). “El gerente es responsable, solidariamente con los miembros de directorio, cuando participe en actos que den lugar a responsabilidad de éstos o cuando, conociendo la existencia de esos actos, no informe sobre ellos al directorio o a la junta general” (art. 92).    “Las pretensiones civiles contra el gerente no enervan la responsabilidad penal que pueda corresponderle (art. 196). Su responsabilidad civil caduca a los dos años del acto realizado” (art. 197).     FUNCIÓN SOCIAL Y FINES PARTICULARES DE LA EMPRESA Se suele caracterizar la empresa como una institución “con fines de lucro”. El término “lucro” suele tener una connotación un tanto negativa, en cuanto se lo relaciona con la especulación, el enriquecimiento sin principio. El lucro es también considerado como la legítima aspiración a beneficiarse del esfuerzo propio. El liberalismo económico lo señala como uno de los principales incentivos de la iniciativa privada y del desarrollo capitalista. En todo caso,    el concepto de “fin de lucro” nos remite a un aspecto fundamental del fenómeno empresarial, cual es la producción de una ganancia. Esta puede estar al servicio del “lucro” individual y/o de otras causas.    Como institución deliberadamente constituida y estratégicamente orientada, la empresa responde a los fines y motivaciones de sus principales promotores, dueños y directivos. Para los accionistas ajenos al proyecto empresarial, el objetivo es simplemente rentabilizar su capital. Para los promotores, los directivos y los accionistas más involucrados en el proyecto empresarial, además de obtener una ganancia, intervienen otros motivos: el interés por la actividad empresarial como tal; la función social o el fin público que puede desempeñar; la continuidad de una tradición de negocio familiar;    la búsqueda de autonomía personal, de poder, de status social y de autorrealización; y en general, el éxito, la permanencia y de desarrollo de la empresa.    Los trabajadores empleados,    por su parte, tienen como objetivos “ganarse la vida”, realizarse profesionalmente, ser reconocidos socialmente. Les interesa también que la empresa permanezca y se desarrolle. Pero, en tanto que asalariados, su relación con la empresa es ambivalente: a diferencia de los dueños, son considerados como exteriores a la empresa; pero mediante el contrato laboral están llamados a dedicarle sus capacidades    y comprometerse con sus fines. El fin que legitima la empresa ante la sociedad es su contribución al bien común. Esta contribución consiste ante todo en el producto de su actividad específica: la utilidad de los bienes y servicios concretos que produce y/o vende a los clientes y usuarios, la ventaja que esos bienes y servicio significan en término de calidad-precio. En ello reside el aporte insustituible de la empresa, su principal responsabilidad ante la sociedad. A esta función central, se agregan otros aportes sociales importantes, en particular la generación de empleos e ingresos, el pago de impuestos al Estado, el progreso tecnológico. Además, para legitimarse, la actividad empresarial debe desarrollarse en condiciones tolerables y sostenibles para sus trabajadores y su entorno social y ecológico. Como dice Adela Cortina: “El fin de las organizaciones es un fin social; porque toda organización se crea para proporcionar a la sociedad unos bienes en virtud de los cuales queda legitimada su existencia ante la sociedad, y éste es un punto central en la elaboración de un código ético. A diferencia de las personas, cuya existencia no necesita legitimación, las organizaciones han de proporcionar unos bienes a la sociedad, para ser aceptados por ella. Y, lógicamente, en el caso de que no los produzcan, la sociedad tiene derecho a reclamárselos y, por último, a deslegitimarlas” (Cortina, 1994: 22). Sin embargo, vimos que la función    social no es necesaria ni principalmente lo que motiva la iniciativa de los promotores y el aporte de los inversionistas y otros “apostadores”. Interviene en ellos la búsqueda de un beneficio propio, un fin exterior a la actividad misma, de algún modo indiferente a su naturaleza concreta. Este “fin exterior” consiste en la ganancia misma, evaluada en términos monetarios como porcentaje del capital aportado y en términos no monetarios, como un incremento de poder o status.    La lógica pura del capital -particularmente la del capital financiero- es de autovalorizarse. Como explica Karl Marx, su punto de partida y de llegada es el dinero. Sin embargo, en el medio, debe haber necesariamente una actividad concreta, socialmente reconocida que añada valor al capital. De lo contrario, el movimiento de capitales de convertiría en pura especulación, que tarde o temprano termina desinflándose. Ninguna empresa puede funcionar de acuerdo a la lógica pura del capital.    El propio fin de la ganancia se legitima socialmente si la empresa cumple con su función y su responsabilidad social, si cumple    con sus clientes, sus trabajadores y otros apostadores, y si contribuye al desarrollo de su entorno en general. En este caso, la ganancia es considerada como algo “merecido”; se la justifica como incentivo para desarrollar nuevas iniciativas económicas, producir y difundir innovaciones tecnológicas y responder a nuevas necesidades, de manera más eficiente. En ello reside la “revaloración de la empresa”. La empresa “post-capitalista”, para usar la expresión de Peter Drucker, es aquella que sin desatender la    rentabilidad del capital y la producción de utilidades para los accionistas, se recentra en la actividad productiva que la legitima socialmente. En resumen, considerando el sistema empresarial en su conjunto, podemos decir que la empresa se caracteriza por ser un tipo de institución autónoma que se propone alcanzar fines particulares mediante una actividad económica que ha de cumplir necesariamente una función social. Los fines particulares comprenden los intereses propios de los integrantes de la empresa, en especial las expectativas de ganancia de los aportantes del capital. La función social corresponde a aquellas necesidades y aspiraciones concretas del medio social y económico que pueden ser satisfechas como producto directo de la actividad empresarial. Toda empresa necesita compatibilizar ambos fines. En ello reside el dilema y reto principal de su gestión. Coincidimos con quienes resaltan la primacía de la actividad productiva como función esencial que legitima la empresa y justifica la ganancia. La actividad económica empresarial puede centrarse en la producción, el comercio o las finanzas. La producción significa    crear o incrementar el valor de determinados bienes y servicios mediante un proceso de transformación que exige un trabajo humano. La producción debe distinguirse del intercambio, así como de una simple transacción comercial o financiera. Las empresas comerciales y financieras son fundamentales para el desarrollo de las actividades producción y el consumo, pero, de por sí, no generan nuevos valores. Sus costos son costos de transacción. Dichas empresas, sin embargo, suelen producir también algún valor agregado para sus clientes. En el caso de las empresas comerciales, el valor agregado producido reside en los servicios de distribución, de información al cliente y de post-venta. Generalmente, las empresas centradas en la producción asumen más riesgos en la inversión de su capital. Ya sea productiva, comercial o financiera, la empresa apunta a vender algún “producto” valorado    en un mercado y, a través de la venta, obtener una ganancia. De todos modos, no puede prescindir de ninguno de los dos fines básicos mencionados.      La empresa no puede cumplir una función social sin asegurar la reposición y la valoración del capital invertido. Ello significa en primer lugar que la actividad empresarial tiene que dirigirse hacia una demanda solvente, atendiendo a clientes que tienen capacidad de pago (razón por la cual la empresa se diferencia de una institución de beneficencia que atiende necesidades mediante donaciones o transferencias de recursos públicos). En segundo lugar la actividad ha de ser competitiva, ofreciendo sus productos con una ventaja de precio-calidad respeto a otras ofertas. En tercer lugar, la    actividad debe resultar rentable económicamente, es decir cubrir sus gastos y generar un excedente sobre el capital invertido y estar en condición de proporcionar una ganancia a los propietarios del capital, satisfaciendo sus expectativas de corto y largo plazo. Para cumplir con estos requerimientos y fines, la dirección empresarial necesita regirse de acuerdo a un “cálculo de rentabilidad económico”, es decir actuar a la luz de un examen riguroso de las relaciones entre costos y beneficios, evaluando la capacidad de la empresa de generar un excedente respecto al capital invertido. De allí que el balance contable constituye un aspecto medular de la empresa (Weber, 1923: 69).      LOS FACTORES DE PRODUCCIÓN Para realizar su actividad, la empresa necesita movilizar y combinar un conjunto de recursos, humanos y no humanos, que sirvan de insumos y de medios para producir un valor agregado. Estos recursos constituyen “factores de producción”.        Los economistas clásicos resumían los “factores de producción” en tres: la tierra, el trabajo y el capital. Este último engloba a los demás medios no naturales y no humanos (instalaciones, herramientas, máquinas, etc.), así como al dinero convertible en bienes aplicables a la producción.    Hoy día la lista de los factores de producción    se ha alargado, incorporando recursos

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