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La destrucción de la Tradición Cristiana PDF

292 Pages·2007·1.12 MB·Spanish
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LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA Rama P. Coomaraswamy DEDICADO A S. Miguel Arcángel S. Jorge el del Dragón S. Cristóbal S. Patricio Sta. Filomena y a todos los demás caracteres «mitológicos» con quienes suplico tener el privilegio de compartir la eternidad. «Así dice el Señor: Haced alto en los caminos y ved, y preguntad por las sendas antiguas: ¿es esta la senda buena? Seguidla entonces, y hallaréis reposo para vuestras almas. Y ellos dijeron: “No la seguiremos”» Jeremías VI, 16 RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA INTRODUCCIÓN «Muchos católicos americanos de alrededor de treinta años, recuerdan que vivían en aquella iglesia grávida de historia como si hubieran vivido en una fortaleza espiritual —confortando a veces, inhibiendo e inclusive aterrori- zando en otras. Pero era un universo a salvo y ordenado con garantías eter- nas para aquellos que vivían ateniéndose a sus reglas. AQUELLA FORTA- LEZA SE HA DESMORONADO» TIME Magazine, Mayo de 1976 Los recientes acontecimientos1 dentro de la Iglesia Católica han resultado cla- ramente en una gran confusión, y si esta antigua estructura ya no puede sostenerse como un monolito en el cual cada parte componente habla «con una sola voz», cabe muy poca duda, sin embargo, de que las diversas facciones que pretenden la Catoli- cidad estarían de acuerdo en afirmar que algo va seriamente mal. Solo en América alrededor de 10.000 sacerdotes y de 35.000 monjas han abandonado sus vocaciones religiosas. Las anulaciones (a las cuales se refieren algunos como «divorcios católi- cos») se aproximan al nivel de 10.000 por año. La asistencia a la Misa dominical ha descendido por debajo del nivel del 50% y la confesión mensual por debajo del nivel del 17%. El sacerdocio no atrae ya a la juventud a sus filas y muchos seminarios han sido cerrados. Las conversiones que una vez se aproximaron al nivel de casi 200.000 al año en los Estados Unidos, están ahora virtualmente detenidas. Según el «Boys- town Project» de la Universidad Católica de América, «cerca de siete millones de jóvenes provenientes de un ambiente católico ya no se identifican con la Iglesia» (National Catholic Register, 27 de marzo de 1977). Lo que es quizás de una impor- tancia todavía mayor es que aquellos que continúan llamándose a sí mismos «católi- cos», no son en modo alguno unánimes en cuanto a lo que significa este término. Como lo ha señalado el Arzobispo Joseph L. Bernardine, presidente de la Conferen- 1 Este libro fue publicado por primera vez en 1981, por lo que sus referencias a la proximidad en el tiempo de determinados acontecimientos debe considerarse con esta perspectiva. (N. de T), Dic,98 3 RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA cia Episcopal de EE.UU., «muchos se consideran a sí mismos buenos católicos, aún cuando sus creencias y sus prácticas parecen estar en conflicto con la enseñanza ofi- cial de la Iglesia» (Time, 24 de mayo de 1976). Este hombre habla a la vez con expe- riencia personal y autoridad, pues ha afirmado también que era su «creencia que es legítimo que los teólogos especulen sobre la supresión de doctrinas que ya han sido definidas, y pedir al magisterio la retirada de tales doctrinas del contenido de la Fe» (The Wanderer, St. Paul, Minn., 17 de junio de 1976). Hay, por supuesto, quienes ven en todo esto sólo signos de esperanza y de «pro- greso». Pretenden que aquellos que han abandonado son «madera muerta», y que la Iglesia está en mejor posición sin ellos. Comparan la Iglesia a un grano de trigo que debe morir y nacer de nuevo; que el Angst (angustia) y el caos son esenciales si la Iglesia ha de llegar a tener «relevancia» para el hombre moderno; que todo lo que es- tá aconteciendo está bajo la guía del «Espíritu Santo» que desea que la Iglesia se «adapte» a lo que se llama eufemísticamente «los tiempos». Habiendo pretendido previamente que los cambios eran necesarios «para hacer que las masas regresaran a la Iglesia», ahora proclaman que «no están interesados en el juego de los números». Otros consideran la situación a una luz completamente diferente. Ven en todos los cambios no tanto una «adaptación» como una «capitulación»; no ven que el mundo se esté cristianizando, sino más bien que una Iglesia se está secularizando; no ven que las «viñas» estén siendo podadas sino que están siendo arrancadas y destruidas. Ven en la situación presente lo que S. Pablo predicó como precediendo a la venida del Anticristo —«pues ese Día no vendrá, hasta que acontezca una apostasía prime- ro» (2 Tesalonicenses 2, 3). Comparan la situación presente a la descrita y prefigura- da en Macabeos: «En aquellos días surgieron de Israel hombres inicuos, que persuadieron a muchos diciendo: “Vayamos y hagamos un pacto con los gentiles que nos rodean; pues desde que nos hemos apartado de ellos, hemos padecido mu- cho sufrimiento”. Entonces algunas de las gentes les siguieron en esto, de modo que fueron al Rey, que les dio licencia para hacer según las ordenan- zas de los gentiles... (y ellos) se hicieron incircuncisos, y abandonaron la santa alianza, y se juntaron con los gentiles... » La gran mayoría permanece no obstante desorientada y confundida. Criados en una atmósfera que les conducía a aceptar con confianza todo lo que venía a ellos Dic,98 4 RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA proveniente de su clero, tienden a encontrar excusas para todo lo que no compren- den. Como Pablo VI, algunos admiten que «el humo de Satán ha entrado en la Igle- sia»; sin embargo, se niegan a buscar la fuente del fuego. Ahora bien, cualesquiera que puedan ser las causas de la situación presente, es cierto que deben ser prominentes entre ellas los cambios que han tenido lugar dentro de la Iglesia misma. Estos cambios se identifican claramente como los que afectan a la Liturgia (y especialmente a la Misa), y las enseñanzas (o como se llaman ahora, «las nuevas directrices») que han resultado del concilio Vaticano II y de los papas «posconciliares». El presente libro intentará tratar con alguna profundidad la natura- leza de estos cambios y sus implicaciones. Sin embargo, antes de proceder así, han de comprenderse algunos principios que se refieren a la naturaleza fundamental de la Iglesia, a su autoridad para «enseñar» y a la manera en que lo hace. Aquellos que creen todavía en la posibilidad de que Dios en Su Misericordia nos dio una Revelación, no tendrán ninguna dificultad en aceptar estos conceptos. Otros que no pueden, o no quieren aceptar una premisa tal, deben conceder al menos, si desean comprender lo que le está aconteciendo a esta Iglesia, la existencia de esta premisa, pues si no hay Revelación, tampoco hay Iglesia. Con esto en la mente iniciaremos nuestro texto con un estudio de la naturaleza de la fun- ción de enseñanza de la Iglesia. A partir de ahí procederemos a considerar las fuen- tes de la enseñanza de la Iglesia y la manera en la cual son transmitidas a los fieles. Será a la luz de estos hechos básicos como procederemos entonces a examinar el Va- ticano II, con sus «nuevas directrices» y los cambios litúrgicos que siguieron en rá- pida secuencia. Se espera que como un resultado de este estudio, incluso aquellos que no están de acuerdo con el punto de vista del autor, alcanzarán a ver en qué consiste lo que Louis Bouyer ha llamado «La Descomposición del Catolicismo». Como dijo S. Gre- gorio de Tours, «Que nadie que lea mis palabras dude que yo soy un católico». A pe- sar del hecho de que bajo circunstancias normales sería una redundancia, debo recal- car esto aún más afirmando que mi posición es la de un «católico tradicional» (¿aca- so hay algún otro tipo?), y no la de un «católico liberal», «modernista» o «posconci- liar». Para parafrasear al Abad Guéranger, el lector debe comprender claramente que no estoy intentando en modo alguno propagar ninguna opinión personal propia. In- tento sólo dar fe de la enseñanza de la Iglesia tradicional según ha sido siempre (in saecula saeculorum), y mostrar por dónde la nueva Iglesia se ha apartado de ella. Si acontece que al lector no le place lo que la Iglesia ha enseñado siempre, tanto peor. Dic,98 5 RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA Sin embargo, nunca comprenderá la situación presente a menos que reconozca que, como Louis Evely ha dicho: «La presente crisis de la Iglesia consiste en su división entre dos grupos irreconciliables: los “viejos”, que no pueden o no quieren admitir los cam- bios litúrgicos, disciplinarios y conceptuales; y los “jóvenes”, a quienes re- pelen las antiguas ceremonias, creencias y prácticas. Es imposible hablar a ambos grupos a la vez. Todo sacerdote encuentra hoy que su parroquia es realmente dos parroquias. Lo que despierta la fe, o fomenta al menos el inte- rés entre los jóvenes, escandaliza a sus mayores hasta el punto de hacerles perder la poca fe que han conservado. Y conducir a las gentes de edad desde la fe tradicional a una fe que es más personal requiere mucho tiempo, mucha paciencia y muchas precauciones, que los jóvenes no tienen la paciencia de atender, y menos aún de leer nada al respecto (en realidad leen muy poco de nada)» Si la Iglesia ha de Sobrevivir2 El lector puede estar seguro además de que en la exposición de las enseñanzas de la Iglesia tradicional, siempre que no se ha dado la cita directa, las afirmaciones han sido comprobadas y aprobadas por la autoridad competente. 2 Louis Evely es uno de los autores más populares en la Iglesia Posconciliar, y según el informe del Padre Greely, uno de los autores leídos más frecuentemente por el clero moderno. Antaño sacer- dote, ahora está laicalizado Dic,98 6 PARTE I RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA LA NATURALEZA DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA «La Iglesia enseña y ha enseñado siempre que hay una Tradición divina, que es la suma de las verdades, la cual, habiendo sido revelada divinamente a los apóstoles, ha sido transmitida sin error a través del magisterio genuino de los Pastores.» Tanquerey, Dogmatic Theology Cuando Cristo estableció por primera vez Su Iglesia «visible» sobre la tierra, y envió a los apóstoles —«Id y enseñad a todas las naciones… enseñadles a observar todas las cosas que Yo os he mandado» (Mateo XXVIII, 19-20)— les dijo que «apa- centaran Sus ovejas», y que hicieran esto en «Su nombre». Él estableció así una «au- toridad de enseñanza» que había de actuar en Su nombre, y desde aquel tiempo este «Magisterio» o «autoridad de enseñanza de la Iglesia» ha enseñado siempre aquello que Él (y sus apóstoles) le dio como un «depósito». Los defensores de la «Iglesia Posconciliar»1 afirman a menudo que este Magisterio de la Iglesia, al cual todos los católicos deben asentimiento, reside «en el Papa y en los obispos en unión con él»2. Ahora bien, una afirmación tal debe ser comprendida correctamente. Tomada aisla- 1 El término «posconciliar» fue utilizado por los representantes de Pablo VI enviados a reconve- nir al Arzobispo Lefebvre en Ecône para describir la «Nueva» Iglesia. En esta categoría deben ser in- cluidos todos aquellos que aceptan la enseñanza del Vaticano II y los ritos originados por el hombre del Novus Ordo Missae. Todos estos están «en obediencia» hacia la nueva Iglesia. Los católicos tra- dicionales, no hay necesidad de decirlo, no aceptarán nada del Vaticano II que contradiga la enseñan- za tradicional de la Iglesia, y se negarán a aceptar los nuevos «ritos» los cuales, entre otras cosas, se atreven a cambiar la forma de las Palabras de la Consagración, las palabras mismas que Cristo nos dio. 2 Como los obispos franceses afirmaban en su Congreso de Lourdes, en 1976, una reunión con- venida para tratar la terrible crisis que encara la Iglesia en Francia, «la unidad de la Iglesia está antes que todo lo demás y está garantizada solamente (las bastardillas son mías) estando al unísono con el Papa. Negar esto es excluirse uno mismo de esta Unidad». Los documentos del Vaticano II usan una fraseología similar. Dic,98 8 RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA damente, y especialmente cuando se usa para defender los cambios en la doctrina y en los ritos que esta nueva Iglesia ha introducido, es un ejemplo clásico del suppre- sio veri y suggestio falsi. La afirmación es verdadera, pero debe comprenderse que el Papa y los obispos en unión con él están, ellos mismos, en su función como depositi custodies (guardianes del «depósito» de la Fe, como en 1 Timoteo VI, 20), sujetos a no apartarse ni a ir contra aquello que fue confiado a la Iglesia por Cristo y los após- toles. Hablar de la «Revelación» es decir que es una «perla preciosa» que ha de ser conservada. La Iglesia ha enseñado siempre que un Papa individual puede extraviarse de la sana doctrina en su vida personal y pública. Si este fuera el caso anteriormente a su elección, la elección será considerada inválida3; si abrazara abiertamente doctrinas que contradicen este depósito después de su elección, entonces devendría un herético público, y como tal ya no sería Papa4. Esto es enteramente lógico puesto que, desde 3 Pablo IV en su Constitución Apostólica Cum ex Apostolatus Officio (1559) afirma que «si al- guna vez aconteciera que … un Pontífice Romano reinante, se hubiera desviado de la fe, o que hu- biera caído en alguna herejía anteriormente a su nominación como… Papa… la elección es nula e in- válida, inclusive si todos los Cardenales han consentido en ella unánimemente. No puede devenir vá- lida… a pesar de la coronación del individuo, a pesar de los signos de oficio que le rodean, a despe- cho de la prestación de obediencia a él por todos; y no importa cuánto tiempo se prolongue la situa- ción, nadie puede considerar la elección como válida en ningún modo, ni esta confiere ningún poder para ordenar ni en el reino espiritual ni en el temporal… Todas sus palabras, todas sus acciones, todas sus resoluciones y todo cuanto resulte de ellas, no tienen ningún poder jurídico y ninguna fuerza de ley en absoluto. Tales individuos… elegidos bajo tales circunstancias, están privados de toda digni- dad, posición, honor, título, función y poder desde el comienzo mismo…» 4 Como dice el Cardenal S. Roberto Belarmino, «Papa hereticus est depositus». Un Papa puede estar por supuesto en el error sobre un punto dado, pero puede retractarse cuando se le señala su error. (Tiene teólogos con quienes consultar a fin de evitar tales equivocaciones). Lo que se requiere es que persista en un error después de que sabe que es herético. Esto agrega el pecado de la «obstina- ción» al de herejía. Varios Papas han sido culpables de error, pero en su mayoría, gracias a Dios, se han retractado antes de morir. El Papa Honorio I fue condenado por el tercer concilio de Constanti- nopla, el sexto concilio ecuménico, en estos términos: «Después de haber comprobado el hecho de que (sus cartas a Sergio y los escritos de Sergio) no están en conformidad con el dogma apostólico, ni con las definiciones de los santos concilios y de todos los Padres dignos de aprobación, y de que, por el contrario, sostienen doctrinas falsas y heréticas, las rechazamos absolutamente y las denunciamos como una grave amenaza para la salvación de las almas… Es nuestro juicio que Honorio, anterior- mente Papa de Roma, ha sido expulsado por la Santa Iglesia Católica de Dios y hecho anatema…» El Papa León (m. 683) sobre quien recayó la necesidad de confirmar tales afirmaciones, escribió: «De- claramos anatema a aquellos que han instigado estos nuevos errores… (incluyendo a) Honorio que se Dic,98 9 RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA el momento en que abrazara públicamente la herejía, dejaría de ser un miembro de la Iglesia, y ¿cómo podría alguien que no es ni siquiera un católico ser el Papa, por no decir nada en cuanto a ser el representante de Cristo y un «Pontifex» o «puente» en- tre este mundo y el otro? La máxima de S. Ambrosio citada a menudo, al efecto de que «donde está Pedro, allí está la Iglesia», es válida solamente en la medida en que «Pedro» permanece enraizado en la ortodoxia o la «pura fe y sana doctrina»5. Cuan- do no es así, entonces como enseñaba el Cardenal Cayetano, «Ni la Iglesia está en él, ni él está en la Iglesia». Cornelio Lapide S. J. apostrofa sin ambages: si el Papa «cayera en pública herejía, dejaría ipso facto de ser Papa, es más, dejaría de ser un creyente cristiano». Así, el Papa y su función están limitados precisamente por esa autoridad que es la base de su propia autoridad. Como representante de Cristo sobre la tierra su fun- ción monárquica y su poder cuasi absoluto para ordenar están limitados por este hecho mismo y debe actuar, no en su propio nombre (lo cual sería despotismo), sino en el nombre de Cristo. Como nos enseña el Vaticano I en términos que son de fide: «el Espíritu Santo no está prometido a los sucesores de Pedro a fin de que, a través de Su revelación, puedan traer a la luz nuevas doctrinas, sino a fin de que, con Su ayuda, puedan conservar inviolada y exponer fielmente la reve- ha mostrado incapaz de iluminar a esta Iglesia Apostólica, por la doctrina de la Tradición Apostólica, puesto que permitió que su fe inmaculada fuera manchada por una traición sacrílega.» El Papa Pascual II (1099-1118), habiendo sido aprisionado por el Emperador Enrique V, fue for- zado a hacer concesiones y promesas que eran imposibles de reconciliar con la doctrina católica. Cuando fue libertado, dejó sin anular estas afirmaciones (relativas a la investidura por los gobernantes temporales), y S. Bruno, Guido de Burgundy, el Arzobispo de Viena (el futuro Papa Calixto III), así como S. Hugo de Grenoble (entre otros) le conminaron «si, a pesar de que nos negamos absolutamen- te a creerlo posible, escogieras una senda alternativa y negaras la ratificación de nuestra decisión (de que debes retractarte), que Dios te proteja, pues si este fuera el caso, nosotros estaríamos forzados a retirarte nuestro juramento de fidelidad». El Papa se retractó. Podrían darse otros ejemplos. 5 «Pura fe y sana doctrina» es la definición de la Enciclopedia Católica para el término de «orto- doxia». El intento modernista de pintar la ortodoxia como una suerte de rigidez fanática es desmentir el hecho de que hay algunas cosas respecto de las cuales se entiende que hemos de ser rígidos. Si no se entendiera que hemos de ser rígidos respecto de la verdad, entonces no hubiéramos tenido ningún mártir. Dic,98 10

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RAMA P. COOMARASWAMY, LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN CRISTIANA. INTRODUCCIÓN. «Muchos católicos americanos de alrededor de
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