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La crítica y el desarrollo del conocimiento PDF

143 Pages·1975·11.354 MB·Spanish
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""--"" Indice Nota a la edición castellana . 7 Prefacio. 9 Nota a la segunda edición inglesa 11 Introducción, por JAVIER MUGUERZA La teoría de las revoluciones científicas 13 Título original THOMAS S. KHUN: Lógica del descubrimiento o psicología de CRITICISM ANO THE GROWTH OF KNOWLEOGE la investigación . 81 Discusión Traducido por Francisco Hernán de la 2." edición iuglesa de Cambridge University Press, Loudres, 1972 JOHN WATKINS: Contra «La ciencia normal» lll- STEPHEN TOULMIN: La distinción entre ciencia normal y cien- © 1970, CAMBRIDGE UNIVERSITY PRESS e cia revolucionaria, ¿resiste un examen? . . . . . 133 © 1975, EDICIONES GRUALBO, S. A. L. PEARCE WILLIAMS: La ciencia normal, las revoluciones cien --- Den y Mata, 98, Barcelona, 14 (España) ~ tÍficas y la historia de la ciencia . . . . . . . 145 Primera edición KARL POPPER: La ciencia normal y sus peligros 149 Reservados todos 108 derechos MARGARET MASTERNAM: La naturaleza de los paradigmas 159 IMRE LAKATos: La falsación y la metodología de los programas IMPRESO EN ESPAÑA de investigación científica 203 PRINTEO IN SPAIN PAUL FEYERABEND: Consuelos para el especialista . 345 ISBN 84 -253 -0376 -1 THOMAS S. KHUN: Consideración en torno a mis críticos 391 Depósito Legal: B. 16.980 -1975 IMRE LAKATos: La historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales 455 Imp""<> en Gráficas Pérez - Calder6n de l. Barca, 3 - Barcelona -16 THOMAS S. KHUN: Notas sobre Lakatos . 511 ~i:..:._. * i i ! « i i (« J 1 -J ar- C.j * ' Introducción La teoría de las revoluciones científicas (Una revolución en la teoría contemporánea de la ciencia) por JAVIER MUGUERZA I Pocas obras dentro del panorama de la teoría contemporánea de la ciencia han conquistado una tan vasta audiencia y promovido discusio­ nes tan enconadas como The Structure of Scientific Revolutions {1962) de Thomas S. Kuhn/ profesor hoy de historia de la ciencia en la Uni­ versidad de Princeton tras de haberlo sido durante algunos años en la de Berkeley, California. Originariamente programada como parte de la serie Foundations of the Unity of Science, que en su conjunto integra los dos primeros volúmenes de la International Encyclopedia of Unified Science, la aparición del libro de Kuhn surtió el efecto de un estrepi­ toso zambombazo en el contexto —últimamente más tranquilo y apa­ cible de lo que cabría desear para un contexto filosófico— de la tradi­ ción epistemológica del positivismo bajo cuyos auspicios se iniciara en su día aquella serie.* E incluso, cosa no muy frecuente dentro de se­ mejante género literario, la onda de la detonación rebasaría ampliamen­ te los confines de la cindadela positivista, o cualquier otra ciudadela académica, hasta hacer llegar su eco a los suburbios de la crítica con- tracultural de la imagen establecida de la ciencia en las modernas so­ ciedades tecnocráticas, como lo muestra la mención aprobatoria de la que son objeto algunas de las tesis de Kuhn en la bien conocida crónica de The odor e Roszak The Making of a Counter Culture.* . La obra de Kuhn era, en efecto, una de esas obras que «estaban 14 I. Lakatos & A. Mus grave haciéndose esperar» y «rvenían a llenar un hueco», de suerte que el don de la oportunidad nadie se atreverá a negárselo actualmente, cua­ lesquiera que hayan podido ser sus dudas al respecto hace ahora diez años. Quienes ya por aquellas fechas apostaron a su favor —entre los que modestamente uno se cuenta— no tendrían, en cualquier caso, grandes motivos para sentirse halagados en su vanidad como augures, pues el pronóstico, a decir verdad, no resultaba demasiado difícil. Con sus virtudes y defectos estilísticos, desde la concisión de un texto clásico al esquematismo de un manifiesto, la pequeña obra maestra de Kuhn tocaba aunque no fuera a veces más que de pasada los tres o cuatro puntos claves sobre los que se había tornado urgente abrir debate en la materia; y lo hacía, en algunos casos sin que el autor diese la sensación de ser consciente de ello, desde unas 'perspectivas que por su apertu­ ra de horizontes contrastaban de modo ventajoso con el estrecho parro- quialismo de la epistemología positivista imperante. He aquí algunas ilustraciones de lo que trato de decir. •" Como historiador de la ciencia, Kuhn ha reconocido en más de una ocasión su deuda con el historiador francés Alexandre Koyré, de quien parece proceder en buena parte su desconfianza hacia la concepción acumulativa del progreso científico.* Quienes en nuestro país se hallan familiarizados con la epistemología anglosajona de los últimos años no lo suelen estar, en medida pareja por lo menos, con la epistemología francesa coetánea. Y ni siquiera cabe decir que viceversa, pues quienes se hallan familiarizados con esta última acreditan por lo común una ignorancia sin fisuras acerca de la primera. Vero quienes en uno u otro caso constituyan la excepción que confirma la regla general no habrán dejado a buen seguro de reparar en la aparente analogía entre las «re­ voluciones» o los «cambios de paradigma» de Kuhn y las «rupturas», «cortes» o «discontinuidades» en la historia de la ciencia de que hablan nuestros vecinos, desde Gastón Bachelard a Michel Foucault, pasando por algunos discípulos de Louis Althusser tales como, entre otros, Mi­ chel Fichant y Michel Pécheux.1 Dejando aparte la probable comunidad de su origen, todavía es más probable, sin embargo, que la analogía de esas nociones no pase de superficial. Entre los althusseríanos, para citar tan sólo ese botón de muestra, un corte epistemológico acostumbra a ser concebido a la manera del corte de una cinta que inaugura entre charangas la flamante pista asfaltada de una ciencia donde antes no hubo más qua un mísero camino de herradura precientífico. No es pre­ ciso advertir fue de tamaña simplificación no se encuentra el menor Critica y conocimiento 15 rastro en la obra de Koyré ni, desde luego, en la de Kuhn, para quien las revoluciones en las ciencias son por lo pronto hechos de su historia y no de su prehistoria. Eso las hace, en cualquier caso, fenómenos bas­ tante más complejos de lo que parecen creer cuantos confunden la tarea de distinguir entre ingredientes científicos e ingredientes meta- físicos —o, como hoy se diría más bien, ideologías— con el intento maniqueo de separar el grano de la paja dentro de un paradigma dado valiéndose al efecto de burdas mallas y de toscos cedazos epistémicos (en el caso de los althusserianos, infinitamente más burdas y más toscos que los tradicionales aparejos positivistas, a su vez fracasados en el intento). El papel de Koyré, en especial por lo que atañe al reconoci­ miento de la relevancia heurística detentada por aquellos factores me- tafísicos o ideológicos en la génesis de las teorías científicas, lo han venido a desempeñar dentro del mundo cultural de lengua inglesa una serie de historiadores que discurren desde Edwin A. Burtt hasta Gerd Buchdahl.* Pero lo cierto es que —salvando muy contadas excepciones, de entre las que acaso Kuhn sea la más sobresaliente— su influjo en la literatura filosófica escrita en ese idioma apenas si logró hacerse notar, debido al aplastante predominio ejercido sobre ella por el posi­ tivismo, más que a través de alguna que otra cita ornamental a pie de página. Es muy cierto, por lo demás, que el racionalismo crítico de inspira­ ción popperiana —que asimismo se sirve del inglés como vehículo ex­ presivo preferente— ha demostrado desde siempre una despierta sen­ sibilidad hacia aquella problemática (sensibilidad que incluso se ha agudizado con el tiempo si la hemos de juzgar por el desplazamiento de títulos tales de su bibliografía como, pongamos por caso, The Nature of Philosophical Problems and theix Roots in Science del propio Karl Popper y The Nature of Scientific Problems and their Roots in Meta- physics de su heterodoxo seguidor Joseph Agassi, por no hablar de otros miembros de la escuela todavía menos escolásticos como Imre Lakatos o Paul Feyerabend).r Como se habrá de ver más adelante, sin embargo, las divergencias entre el enfoque popperiano de la ciencia y el de Kuhn cuentan bastante más que sus afinidades. Para aludir tan sólo a una cuestión ya mencionada anteriormente, Popper coincidiría con Kuhn en denegar que la ciencia progrese por acumulación de solu­ ciones a problemas, puesto que lo que en su opinión hace la ciencia al progresar no es sino suscitar nuevos problemas. Ello no obstante, Popper i se muestra convencido de que hay una acepción en que el progreso de 16 I. Lakatos & A. Musgrave la ciencia podría dejarse caracterizar por la asintótica aproximación a la verdad que da sentido a la confrontación entre teorías científicas ri­ vales. Y si el historiador o el mismo hombre de ciencia le objetasen que, por debajo de su retórica grandilocuencia, dicha caracterización no tiene demasiado que ver con la efectiva práctica científica, Popper res­ pondería que desde un punto de vista filosófico —cualquier cosa que sea lo que esto último pueda querer decir— no le interesa exactamente cómo proceda de hecho aquella práctica, sino cómo tendría que hacerlo si la ciencia ha de seguir siendo considerada una actividad racional. ' Aplicada al examen del desarrollo del conocimiento científico, esa acti­ tud normativista habría de permitirle, entre otras licencias, divorciar a la epistemología de cualquier clase de consideraciones psicológicas y ^ sociológicas acerca de la ciencia. Y, aunque no fuera más que en razón de ese divorcio, lo menos que cabría decir del tratamiento popperia- no de la cuestión es que se halla a cien leguas del que Kuhn juzga necesario dispensarle. La psicología y la sociología resultan para Kuhn insoslayables en el examen no ya del desarrollo, sino del mismo método científico. Y en sus trabajos, en efecto, Kuhn se refiere a ellas con frecuencia, barajando cuantos posibles resultados de una y otra —desde la psicología evolutiva de Piaget a la investigación de los condiciona­ mientos psíquicos de la creatividad científica, desde la historia social de la ciencia estilo Bernal al estudio de la organización de las comuni­ dades científicas en el plano institucional— permitan extraer alguna conclusión interesante tanto a título histórico cuanto metodológico.* De hecho, su célebre distinción entre «ciencia normal» (esto es, la presidida por un determinado paradigma científico) y «ciencia extraor­ dinaria» (esto es, la caracterizada por la crisis del antiguo paradigma y su sustitución por uno nuevo) no habría sido posible, ni se manten­ dría en pie, sin el concurso de la psicología y la sociología de la ciencia. \¡ Mas Kuhn no se limita a considerar a esa distinción imprescindible ‘ para la historia de la ciencia —si prescindimos de ella, ciertamente, no habría manera de dar cuenta de lo que pueda ser una revolución cien­ tífica—, sino que en más de una ocasión ha insinuado (aunque tal vez no haya hecho más que insinuarla) su indudable fecundidad a efectos filosóficos. Pues si se acepta la precedente distinción, cabría al menos pensar en distinguir dos modos diferentes de ejercitar la racionalidad en el dominio de la ciencia, distinción ésta que se ahorran cuantos re­ chazan como execrable manifestación de historicismo la introducción de cualquier clase de elementos extrínsecos al incontaminado devenir de la UNfVERS/DADDE MURCIA B I B L i O TEQA Crítica y conocimiento LUIS V VES razón científica en nuestro esfuerzo por conseguir hacer inte igible tal proceso. No es lo mismo, por ejemplo, el ejercicio de la razó n (lo que cabría llamar quizá la «racionalidad intraparadigmática») por parte del científico medieval que no discute la vigencia de la astrono»',í a ptolo- meica y se afana en multiplicar los epiciclos con el fin de palie r anoma- v f lías que el ejercicio de la razón (lo que quizá cabría llamar la «raciona- lidad interparadigmática») por parte del científico renacentista que —en un momento crítico— tenía que decidirse por Copérnico med ’.ante una elección entre diversas teorías contendientes (incluida, además de aque- lias dos, la de Tycho Brabe), echando mano para ello de te r,timonios empíricos y argumentos lógicos... y, si éstos no bastasen, de cup esquiera otros recursos disponibles, desde los aprestados por su prop capaci- dad de imaginación hasta los inducidos por la emergencia de i na nueva mentalidad en la más amplia dimensión del vocablo.* No se trata por tanto solamente, aunque también sin duda haya algo de eso, de hacer justicia por igual a la concepción internalista y a la externah s,t a de la . historia de la ciencia, sino de ensanchar el campo de acción dt la razón ' humana más allá del puñado de reglas de procedimiento — -.ontrasta- ción, derivación, etc.— de quienes, como los positivistas, han preten- dido reducirla a un mero trámite administrativo en los negó :iados de la lógica y la experiencia. Por silencioso que el positivismo naya per- manecido acerca de semejantes posibilidades y/o necesidades de la ra- zón, son muchas otras las corrientes de la filosofía contempoi ánea que han sentido la tentación de interrogarse acerca de ellas. Ht-i, sserl vio en ese interrogante la única salida de lo que dio en llamar «la crisis de las ciencias europeas», y en la misma creencia le han seguide no sólo buen número de fenomenólogos sino asimismo algún que Otro, repre- sentante de orientaciones filosóficas diversas.10 ¿Y cómo no apreciar que una pregunta afín alienta, con todas las variantes que se quieran, j. bajo la insistencia de no pocos teóricos marxistas de la cienc ii a en se- • guir viendo en la «dialéctica» una instancia complementat ia de la epistemología convencional? 11 En cuanto a la filosofía anal tica, por último, la llamada «visión pragmática de la ciencia» de Quine —par- ticularmente influyente en el pensamiento de Kuhn, como es, 'e último ha cuidado de resaltar más de una vez— parece responder en gran me- dida a análogas demandas.1* Es muy posible, desde luego, que no todas esas respuestas merez­ can idéntica atención. Más aún, acaso sea dudoso que resulte i compa­ tibles en alguna medida, lo que tan sólo dejaría de ofrecer dt das para 2 - CRÍTICA Y CONOCIMIENTO 18 I. Lakatos & A. Mus grave quien quiera aglutinar alternativas tan dispares en un brebaje sincre- tista de difícil ingestiónPero su coincidencia en el empeño, por lo i menos, contribuye a mostrar que el problema —el problema, a saber, de si la actividad de la razón (y, por lo pronto, de la razón científica) I se habrá de constreñir invariablemente a la rutina del paradigma de ! tumo o le será por el contrario dado trascenderlo, convirtiéndose así j en empresa revolucionaria— es un problema importante al que vale \ la pena hacerle frente en lugar de orillarlo o pasarlo por alto. II Como se acaba de indicar, estas dos últimas actitudes han sido las prevalecientes dentro de la filosofía positivista de la ciencia desde los tiempos de Comte y Mili.1*' Mas, por lo que a nosotros se refiere, nos ha­ bremos de limitar en lo que sigue a aquella variedad contemporánea de positivismo que —para distinguirla del positivismo decimonónico— sue­ le ser conocida de ordinario bajo la denominación de «neopositivismo». En cuanto tal, el movimiento neopositivista podría identificarse con las actividades del llamado Círculo de Viena, constituido —allá por los años veinte a treinta— por figuras como Moritz Schlick, Rudolf Carnap, Otto Neurath, Herbert Feigl o Friedrich Waismann (a estos nombres podrían añadirse los de Hans Reichenbach y Cari Hempel, en rigor miembros ambos de una agrupación gemela radicada en Berlín por esas fechas). Para ser exactos, el Círculo de Viena no agrupaba exclusivamente a filó­ sofos profesionales, sino asimismo a científicos como —por citar sólo un par de ejemplos— el físico Philip Frank o el matemático Kurt Gódel y científicos —como Frege o Mach— eran también los inspiradores de los más llamativos rasgos, casi características definitorias, del neoposi­ tivismo: el atenimiento a un estricto empirismo (esto es, la adscripción a una teoría del conocimiento modelada sobre la base de lo que se creía el funcionamiento de las ciencias empíricas) y la sistemática utilización de la lógica matemática (esto es, la incorporación de una teoría del razonamiento especialmente atenta a las exigencias de las ciencias for­ males).1* Pero, comoquiera que sea, el movimiento neopositivista fue un movimiento filosófico. Filosóficas eran sus raíces últimas: el ra-

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