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La belleza de pensar PDF

300 Pages·2013·7.737 MB·Spanish
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UNIVERSIDAD DE VALPARAÍSO ED1TOHIAL PENSAMIENTO Eduardo Anguita Eduardo Anguita (1914-1992) Nació en Linares, Chile. Hizo sus estudios secun darios en el Colegio de los Padres Agustinos de Santiago. A los dieciséis años ingresó a la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Después de tres años se retiró para tra bajar en agencias de publicidad y en diversas em presas editoriales. Creador y único miembro del gupo literario «David». Fue agregado cultural de Chile en México. Poeta perteneciente a la generación del 38, entre sus poemarios más destacados se encuen tran: Poesía entera, Venus en el pudridero, El poliedro y el mar, entre otros. Su faceta de ensayista tiene su máxima expresión en La Belleza de Pensar. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1988. Eduardo Anguita La Belleza de Pensar Prólogo Cristian Warnken Lihn © Eduardo Anguita La Belleza de Pensar 1988, 2013 Universidad de Valparaíso CHILE © Editorial UV de la Universidad de Valparaíso Dirección de Extensión y Comunicaciones Av. Errázuriz N°1108, Valparaíso Colección Pensamiento Octubre 2013 Valparaíso, Chile ISBN 978-956-214-1147 Registro de Propiedad Intelectual N° 234.756 Director editorial: Cristian Warnken L. Editor general: Ernesto Pfeiffer A. Difusión y distribución: Jovana Skarmeta B. Diseño de portada: Felipe Cabrera A. Diagramación y diseño: Gonzalo Catalán V. Corrección de estilo y de pruebas: Rubén Dalmazzo P. Transcripción: Vladimir Ferro G. Retrato de Eduardo Anguita: Cristian Olivos B. Contacto: [email protected] www.editorial.uv.cl Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o transmitida, mediante cualquier sistema, sin la expresa autorización de la editorial. UNIVERSIDAD DE VALPARAÍSO PENSAMIENTO La ¿belleza p n s ar e -•- Eduardo Anguita Prólogo «Al ensayista, la Verdad más que entregársele, lo enamora» Eduardo Anguita La Belleza de Pensar es un libro escrito por un poeta enamorado de la verdad. Se ha dicho que los filósofos son los enamorados de la verdad, y que a los poetas la verdad no les importa y que por eso Platón los ex pulsó de la República. Pero Anguita parece más enamorado de la verdad que los filósofos de profesión. Desde niño, Anguita se enamoró de las ideas, de la extrañeza ante la existencia, se enfermó de asombro. A sus siete años, su padre lo cas tigaba porque escribía en las paredes de su casa precoz literatura filosó fica, con frases como «a lo que me pasa el tiempo» o «la vida que pasa, nunca pasará». Su padre —cuenta Anguita— «tenía una huasca para los caballos con la que a veces me daba una zalagarda de azotes»1. La pa labra «zalagarda» ya no se usa, pero Anguita —poeta y ensayista de la Palabra— fue siempre un coleccionista de palabras bellas y en desuso de nuestro idioma y lo hace, incluso, cuando recuerda este traumático he cho de la infancia. La brutal «zalagarda» de este inspector de Impuestos Internos contra su hijo, precozmente arrebatado por las disquisiciones metafísicas, no tuvo efectos duraderos. Desde esas primeras frases en los muros de una casa hasta los ensayos de La Belleza de Pensar encontramos el mismo impulso, la misma fiebre y pasión persistente por aquellas realidades que la ma yoría encuentra frías, abstractas, lejanas: las ideas. Para Anguita, en cambio, las ideas —como las palabras— viven, tienen espesor, rostro, sonido, hasta las más platónicas de ellas. Anguita sufrió de asombro en grado máximo y todos sabemos que el asombro es el origen del pensar. 1. Juan Andrés Pina. Conversaciones con la poesía chilena. Santiago, Pehuén Editores, 1993 [Primera edición, 1990], p. 57. Anguita también menciona esta anécdota en el ensayo "Ritos particulares", incluido en esta edición, p. 232. 7 Un pensar sin asombro, es un pensar muerto antes de nacer. Pri mero el asombro es asombro por el puro hecho de existir. Ahí están los versos de Lorca que siempre Anguita citaba: « ...Y entre los juncos y la baja tarde, ¡qué raro que me llame Federico!» Pero después del asombro vienen las preguntas. Y Anguita también se enamoró de las preguntas. Y luego fue tras las respuestas. Y las respues tas en filosofía no están afuera de las palabras, nacen en el lenguaje, en la escritura y, entonces, Anguita llegó a su tercer amor: y esta vez fue el turno del lenguaje. Y por eso se hizo poeta. Pero nunca dejó de ser un poeta del pensar. La Belleza de Pensar, en síntesis, es el fruto de la triple pasión de Anguita: por el asombro, por las preguntas y por las palabras que juegan a responder. Hay filósofos y expertos en filosofía que han pretendido separar el «fondo» del pensamiento filosófico de su forma, del lenguaje, del estilo en que encarnan las ideas. Como si existieran ideas anteriores a las palabras. George Steiner en su libro La poesía del pensamiento plantea que el pensar en Occidente siempre estuvo unido al gran estilo. Incluso se po dría decir que hay música, ritmo hasta en los grandes sistemas filosófi cos, a pesar de la insistencia desde cierta filosofía de separar el pensa miento del lenguaje, de la literatura. En el caso de estos textos de Eduardo Anguita, esta estrecha rela ción entre pensamiento y forma literaria es más que patente. Aquí las ideas danzan, riman, «hacen el amor entre ellas», como afirmaba Bretón sobre las palabras. En la prosa de Anguita, el «logos» no es pensamiento, razón más allá de las palabras, sino con ellas. Sonido y sentido son lo mismo en estos textos, como si estuviéramos en el terreno de la poesía. Y es que estamos en el ámbito de la «poesía del pensamiento», en el que reflexión e intuición, belleza y verdad «se tocan», son lo mismo. Es La Belleza de Pensar, como tan bien lo resume el título de este libro, un título que es un hallazgo y casi una declaración de principios de lo que fue para este poeta chileno de la generación del 38 el pensar. 8 Si poesía y filosofía fueron alguna vez lo mismo, en el tiempo au- roral de los presocráticos, esos pensadores que ritmaban las ideas, en estas prosas pensantes de Anguita la filosofía parece volver a ese origen, del que nunca debió haberse alejado. ¿No fue Platón acaso un poeta que se escondía detrás de la máscara del filósofo? ¿No hay momentos epifánicos de las Eneadas de Plotino que uno quisiera recitar, cantar en voz alta? ¿Y no sucede lo mismo con Nietzsche? Anguita adscribe a esa sensibilidad de los que llegan a la filosofía por la belleza de las ideas, por la música oculta que muchas veces hay en ella. Esa es su fiesta, ese su «banquete», del que nos hace participar plenamente como lectores. Anguita parece, a veces, más enamorado de la música de la Verdad, más que de una verdad a secas, puramente racionalizable, objetiva, en el que no se mezclasen la intuición ni la subjetividad. Por eso, estos breves ensayos (tal vez los más breves e intensos que haya leído nunca) son como música de cámara del pensamiento. Sin pretensión de «cerrar» un tema, ni de establecer un sistema, pero al mismo tiempo con el máximo rigor y pulcritud en la escritura que lo caracterizaban, Anguita nos invita a lo abierto, a la Aletheia, con sensi bilidad propia de un poeta para quien en cada palabra se jugaba todo. Una lección en tiempos en que la filosofía pareciera secuestrada por esas verdaderas industrias del contenido, en las que se han transformado muchas universidades. La transparencia, limpidez, claridad de estos ensayos contrastan con el abuso de un lenguaje técnico, aveces exageradamente obtuso, casi eso térico que ha infestado la producción intelectual de las humanidades. An tes fue el ensayo, ahora es elpaper. Anguita escribe ensayos que nos traen el recuerdo de los tiempos cuando la filosofía se escribía con «gran estilo» y por ello procuran al lector una alegría, un goce que este creía irredimi blemente perdidos en el ámbito de la reflexión intelectual. Eduardo Anguita, un poeta que escribe ensayos, participa de ese «gran estilo», aunque estos textos agrupados bajo el título La Belleza de Pensar no tengan la pretensión de ser filosofía. Cada uno de ellos, a pesar de su provisionalidad y «conjeturabilidad» (el término lo acuña el mis mo Anguita), constituyen piezas únicas, que se sostienen por su calidad literaria, por su lograda transparencia, por su ritmo interno, por el rigor de una prosa viva y lúcida. 9 ¿Pero qué son estos textos, publicados entre 1976 y 1983 en el diario El Mercurio} ¿Son de verdad «crónicas» como los clasifica su mismo autor, tal vez en un gesto de humildad extrema? En estricto rigor, estas no son crónicas, tal como se entiende en periodismo. Están más cerca del ensayo —género inventado por Montaigne—, a pesar de su brevedad y de haber sido publicadas como columnas en un periódico. Tal vez la expresión «crónica», en la jerga usada por los periodistas de la época de Anguita, abarcaba, además de relatos de hechos, textos de ideas, columnas, tal como las entendemos hoy. Quizás la brevedad de estos textos hizo pensar a Anguita que no alcanzaran a ser «ensayos». ¿Pero qué define qué es y qué no es un ensayo? El mismo Anguita, en «Sobre el ensayo», nos da pistas sobre el gé nero —bastante escurridizo a la hora de marcar sus fronteras—, elo giando sus atributos que son los mismos que encontramos en abundan cia en los propios textos recopilados por el autor en este libro. Dice Anguita: «Diré, por tanto, en primera instancia, que, más que nada el ensayo es un intento de coger, examinar y extraer el sen tido y la esencia de algún tema o asunto (...)». Anguita afirma que el ensayo tiene «eros» y que «al ensayista como al filósofo, la Verdad más que entregársele, lo enamora, y es esa seducción, esquiva y condes cendiente, la esencia del ensayo es la felicidad mayor que yo busco en la filosofía (...)». ¿No son acaso estos considerandos sobre el género absolutamente aplicables a estos ciento veinticinco textos que —desde mi punto de vis ta— Anguita erróneamente llama «crónicas»? La felicidad de Anguita en la búsqueda de esa «verdad», que más que poseer se busca amar, nos la contagia a nosotros los lectores, aunque muchas veces podamos no estar de acuerdo con los presupuestos filo sóficos desde donde parte. No es necesario ser agustiniano ni fervorosa mente platónico como Anguita para disfrutar de estos notables ensayos, tal vez de los más excelentes que se haya escrito en nuestro idioma en el siglo XX. Anguita tiene el «eros» de la prosa inteligente y sensible, rigurosa y al mismo tiempo fervorosa, transparente y profunda, sin ser nunca pedante ni pretenciosa. Anguita huele, tantea, merodea como un cazador enamorado de los grandes vislumbres de la verdad tan denodadamente buscada en occiden- 10

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