Maqueta: RAG 1.a lülicióti, 1980 2.-' lülición, 1987 3." Edición, 1996 4.;' Edición, 2001 (O Ediciones Akal, S. A., 2001 Sector Foresta, 1 28760 Tres Cantos Madrid - España Tel.: 91 806 19 96 Fax: 91 804 40 28 ISBN: 84-7600-203-3 Depósito legal: M. 325-2001 Impreso en Printing Book, S. L. Móstoles (Madrid) La América española y la América portuguesa Siglos XVI-XVIII Bartolomé Bennassar Traducción de Carmen Artal I. LOS INDIOS AMERICANOS * El origen asiático de los indios americanos está actualmente fuera de toda duda. Procedentes del Asia central, tribus de cazadores nómadas aprove charon la aparición del estrecho de Berhing, que une Asia con América, para pasar a este continente vacío y expansionarse progresivamente por el in menso territorio americano. La migración puede haber comenzado unos 35.000 años antes de J. C, quizás antes, y entre los años 20.000 y 10.000 masivas oleadas afluyeron a América. Parece que estos mi grantes atravesaron sin asentarse durante mucho tiempo toda América del norte hasta río Grande, y que, finalmente, se establecieron en las altas tierras templadas de América central. A lo largo de los últi mos milenios antes de J. C, numerosos grupos nó madas se hacen sedentarios, consiguiendo cultivar las plantas fundamentales, como se verá más ade lante. Estas revoluciones agrícolas explican el fuerte crecimiento demográfico acaecido en algunas partes de América. En efecto, en vísperas de la conquista el espacio económico americano se halla enorme mente diversificado, es profundamente heterogé neo, más aún que el africano. Cada vez es más evi dente la fundamental importancia de la relación entre desarrollo económico y densidad de población. * Parte importante de este capítulo ya ha sido publicado en España en el marco del Tomo I de la Historia económica y social del mundo, Ed. ZYX, Barcelona. 7 A) Densidad de población y desarrollo económico A lo largo de los últimos cincuenta años, las polé micas a propósito de la demografía precolombina han sido vivaces e incluso encendidas. Han movi lizado a arqueólogos, antropólogos, etnógrafos y filólogos, lo mismo que a historiadores, y honesta mente no pueden ser consideradas como completa mente superadas. La tesis «minimalista» sostenida por Kroeber y Ángel Rosenblatt (1954-67...) reduce a 13 millones la población india del conjunto del continente a la llegada de los europeos, de los cuales cuatro corresponderían a México y tres al bloque andino: los actuales Bolivia, Perú y Ecuador. Los historiadores etnógrafos de la Universidad de Ber- keley, Cook y Borah, defienden en cambio una Amé rica fuertemente poblada: eligiendo como objeto de estudio México central y tomando como documentos de base los censos efectuados por los españoles por motivos fiscales, han calculado que, desde 1550 hasta 1570, la población india de México central había disminuido en un 3,8 por 100 anual como media. Aplicando este coeficiente de forma regresiva hasta 1519 establecieron (1966) que la población de México central, a la llegada de Hernán Cortés, podía ser evaluada en 25.200.000 habitantes. Dicha cifra parece concordar con los testimonios de numerosos cro nistas contemporáneos de la conquista, tachados de exagerados por la crítica posterior, y con la impre sión de saturación demográfica que proporcionan numerosos trabajos arqueológicos. El inconveniente del método de Berkeley es que convierte la extrapolación en sistema: es bastante arriesgado, por ejemplo, aplicar el coeficiente 3,8 a todo el período 1519-1550, sin tener suficientemente en cuenta que algunas regiones fueron afectadas tar díamente y más superficialmente por la conquista. 8 Por ello, el efectivo demográfico propuesto por el equipo de Berkeley resulta quizás exagerado. No obstante México central debió constituir, casi seguro, un «mundo lleno». Teniendo en cuenta la existencia de otros mundos llenos y, como contrapar tida, la vacuidad humana casi total de enormes ex tensiones, la población de la América precolombina no debió haber sido inferior a 50 ó 60 millones de individuos, y probablemente alcanzaba los 80 millo nes. Recientes estudios han aportado, efectivamente, argumentos favorables a las tesis «maximalistas». Vamos a presentar dos ejemplos: Se trata, en primer lugar, de los resultados de la expedición arqueológica llevada a cabo por la fun dación Peabody, en el valle de Tehuacán, al noroeste de Oaxaca y al suroeste de Puebla, también en México central: fueron hallados 453 emplazamientos arqueológicos y correspondientes a otros tantos asen tamientos humanos. A través del análisis de los restos que caracterizan cada período, Mac Neish calculó que la densidad humana hacia el año 700 después de J. C. era de 11 habitantes por km2, y de 36,3 durante los últimos siglos precedentes a la conquista. Este aumento demográfico coincide con el desarrollo de la irrigación y un alza considerable en la producción de artículos alimenticios. Durante esta fase, 3/4 de los productos de la agricultura estaban destinados a la alimentación. El otro ejemplo que vamos a citar aquí tiene la ventaja de referirse a otro medio geográfico: la región central de la actual Colombia, donde se ha bían desarrollado los pequeños estados chibchas de Bogotá y de Tunja. Los trabajos del historiador colombiano Juan Friede, que ha utilizado métodos muy similares a los empleados por Cook y Borah, basándose en los censos efectuados por los «visita dores» españoles entre 1537 y 1565. Así, en el caso 9 de la provincia de Tunja (Huinza), una parte del actual Boyacá, constatan un descenso del 27,54 por 100 en el total de «tributarios» entre .1537 y 1564. Friede consiguió extender este análisis a dos «caci catos» del «reino» de Tunja, los de Duitama y Soga- moso: de esta forma obtiene densidades de 45 (Sogamoso) y 37 (Duitama), muy semejantes a las calculadas por Mac Neish en Tehuacán. En ambos casos se trata de medios de altitud similar (alrede dor de 2.500 m.), muy apropiados para el cultivo del maíz. Hay un hecho que nos parece más sugestivo que la evaluación global de la población americana. La América del descubrimiento fascinó a sus conquis tadores por la amplitud de sus diferencias: en ella coexistían desiertos y enjambres humanos, pueblos anclados desde milenios en la prehistoria, que sólo subsistían de la caza y de la recolección, y pueblos que habían sabido crear una agricultura avanzada, seleccionando plantas y utilizando a fondo los recur sos de la irrigación mediante canales de varias dece nas de kilómetros a lo largo de las terrazas cons truidas por la mano del hombre en las laderas de las sierras. De esta forma, siguiendo a Pierre Chau- nu, se pueden distinguir tres niveles de población: el más alto, con una densidad de 8 a 50 habitantes por km2, corresponde a las elevadas tierras fértiles de México central (meseta de Anahuac) y a las «sa banas» o a las «hoyas» (cuencas) interandinas, cuya altura oscila entre los 1.500-1.600 y los 3.000 metros: valles de México, de Toluca o de Oaxaca, en el cora zón del imperio azteca; zonas altas de la civilización chibcha, como el valle de Cauca y las mesetas de Bogotá y de Tunja; zonas de población privilegiada de los quechuas, como el altiplano ecuatoriano, la actual «avenida de los volcanes»; cuenca de Caja- marca, valles de Chancay, de Yucay, de Cuzco, por 10 ejemplo. En esta zona, el desarrollo económico unido a una organización política bastante elaborada hizo surgir ciudades de gran envergadura, dotadas de una original arquitectura. Esta América precolombina, desde Chihuahua, lindando con el México estepario, hasta Atacama, en las inmediaciones del desierto, como observa Nicolás Sánchez Albornoz, se halla jalonada por una larga cadena de ciudades: esta zona, al abrigar poblaciones rurales densas y de ele vado rendimiento agrícola, dio origen a grandes centros políticos o culturales. Volvamos, pues, al maíz. El cultivo de este cereal cubre también la zona intermedia cuya densidad de población podría osci lar entre uno y cinco habitantes por km2. En vísperas de la conquista, el pueblo maya, perdida la prospe ridad que había conocido en los siglos vil y VIII de nuestra era, se hallaba muy probablemente en esta situación, al igual que algunas poblaciones tupis de Paraguay y de algunas regiones de Brasil. En la parte oriental de la pradera americana, al norte, los emplazamientos de los Hopewell (Ohío), Etowah (Georgia), Moundville (Alabama), revelan también una * incipiente agricultura basada en el maíz que permite suponer densidades de este orden. Pueden haber sido un poco más altas en las Antillas, sobre todo en las zonas de población arawak, y especial mente en Santo Domingo, donde los arawaks pare cen haberse refugiado empujados por los caribes, y donde la densidad de población pudo haber alcan zado los siete u ocho habitantes por km2. Sin em bargo, las críticas de Charles Verlinden, a propósito de las estimaciones excesivas de la población de Santo Domingo (jtres millones según Las Casas!), no carecen de importancia, ya que se basan en los repartimientos de indios de 1509 (llamado de Diego Colombo) y de 1514-1515 (llamadc^de Alburquerque). 11