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La africanía de la música folklórica de Cuba PDF

497 Pages·1950·37.89 MB·spanish
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FERNANDO ORTIZ LA AFRICANÍA DE LA MÚSICA FOLKLÓRICA DE CUBA PUBLICACIONES DEL MINISTERIO DE EDUCACION Dirección de Cultura Habana 1950 LA AFRICANÍA DE LA MÚSICA FOLKLORICA DE CUBA Es propiedad del autor Hecho el depósito que marca la Ley Copyright, 1950 Impreso en Cuba — Printed in Cuba Cárdenas y Cía. — Egido No. 568 — Habana Dedicado a Antonio M. Eligio de la Puente Reconocimientos En la redacción de este libro nos han ayudado muy efi- cazmente el Maestro Gaspar Agiero, prestigioso musicó- logo cubano, hoy Director del Conservatorio Musical de Santa Amelia, bajo el patronato de la Sociedad Económi- ca de Amigos del País, y los Sres. Raúl Díaz y Trinidad Torregrosa, consagrados tamboreros de los ritos afroides. A estos tres señores músicos, cada uno en su respectivo campo artístico y erudito, se deben principalmente la preparación y el análisis de los ejemplos musicográficos que se insertan en este libro. Queremos testimoniarles aquí de modo especial nuestro agradecimiento por lo que sin duda significa un positivo servicio a la etnografía, a la historia y a la cultura de Cuba en general. También nos han favorecido, con sus atinadas observaciones y datos, la cantante cubana Sra. Zoila Gálvez de Andreu, los Maestros Argeliers León y César J. Sentenat, de la Habana, y Luis J. Morlote y Rafael Ainciarte y Brioso, de Guantánamo. Para todos ellos consignamos aquí nues- tra gratitud. Este libro se edita bajo los auspicios del Ministerio de Educación de la República de Cuba, ahora bajo el reno- vador gobierno del Dr. Aureliano Sánchez Arango, y de su Dirección de Cultura, hoy a cargo del Sr. Dr. Raúl Roa, y con auxilio de la Sociedad Económica de Amigos del País, de la Habana, presidida actualmente por el Sr. Dr. Antonio M. Eligio de la Puente; en las páginas de cuya “Revista Bimestre Cubana” (1947 a 1949) se publicaron la mayor parte de los materiales que integran este libro, mejorados con muchos aditamentos, correcciones y nuevos grabados. Para dichos amigos y muy destacadas perso- nalidades de la intelectualidad cubana hemos de expre- sar así mismo nuestro profundo reconocimiento por su decisiva cooperación. FERNANDO ORTIZ. INTRODUCCION El libro que hoy damos a la publicidad acerca de la africanía en la música de nuestro folklore nacional, es un trabajo hecho principal- mente con referencia a una de las más típicas características del pue- blo de Cuba, a un determinado aspecto de su compleja etnografía y de su agitada historia. El campo de nuestro estudio es en realidad sobradamente extenso e inezxplorado, como selva virgen o manigua espesa, y este trabajo, pese a su extensión, es sólo un ensayo, en el sentido literario de este vocablo; pues no pasará de una simple exploración preliminar en el monte firme, trazando ciertos arrumbamientos iniciales y abriendo a machetazos algunos trillos y trochas para que otros con más compelen- cia puedan cruzar por esas veredas iniciales y llevar a buen término la explanación completa. La fronda etnográfica de Cuba es tan en- marañada que su penetración habrá de requerir el prolongado esfuerzo de sendos especialistas, avezados a las investigaciones de mustcología, de religión, de estética y demás fenómenos sociales, los cuales tendrán que trabajar con métodos científicos sobre transculturaciones seculares muy complejas y difíciles de analizar. Las manifestaciones intelectuales de las culturas humanas son tan merecedoras de la investigación científica como las materiales y sus expresiones artísticas tanto como las económicas. La debida apreciación de una cultura dada no puede hacerse sin el estudio objetivo de todos sus elementos, así los llamados “espirituales”? como los que se dicen “materiales”, pues unos y otros, pese a esa convencional dicotomía, no son sino hechos igualmente humanos, interdependientes e integrantes de la plenitud de esa cultura. No solamente el folklore sino las artes literarias y plásticas, así como la economía, el derecho, la magia y todos los demás hechos humanos de cualquier pueblo o época son igual- mente objeto de la ciencia antropológica, especialmente de la etnografía. El estudio de un canto tiene tanto valor, o más valor, que el de un án- gulo facial, las mudanzas de un baile no significan menos que la bra- quicefalia, el ritmo de un tambor importa como el pigmento de un ros- tro, la hampesca “oración del Justo Juez” dice mucho más que una foseta occipital mediana, etc. VII INTRODUCCION La amplitud y complejidad del estudio de la música afrocubana no deriva sólo de sus coeficientes étnicos sino también de ser ésta una música folklórica, en el más aceptable concepto de lo que debe enten- derse realmente por folklore. No hemos de permitirnos una digresión, que pudiera ser extenstsima, sobre ese tema muy controvertido; pero no podemos erxcusarnos de unos cortos párrafos que fijen nuestra po- sición como punto de mira de las observaciones que han inspirado este estudio. Acaso lo más oportuno sea recordar en síntesis ciertos con- ceptos formulados recientemente por Walter Wiora, musicólogo de Friburgo de Brisgovia, en una ponencia “Concerning the Conception of Authentic Folk Music”, ¿nserta en el “Journal of the International Folk Music Council”, (Vol. I, 1949, p. 15). La denominación de música folklórica afrocubana ¿implica cier - tamente un concepto etnológico y nacional; pero el folklore no es arte precisamente primitivo; no es como ha dicho C. F. Potter “un fósil vivo que se niega a morir”. Según Wiora dice en relación con el folklore, el término folk no significa precisamente un grupo nacional y etnológico, sino “el estrato básico de una dada sociedad humana”. En ese sentido la mústca afrocubana, aunque se basa en una carac- terización etnográfica indudable, es a la vez ineguicocamente folklórica porque lo afro en Cuba ha sido y es todavía, en la gradación social, una condición de base. Entendido así el folk, digamos que éste es en una sociedad “la gente de abajo”, y música folklórica es música “de abajo”; pero este concepto necesita una explicación. Con un criterio restricto se ha solido considerar como arte folkló-- rico solamente el de los campesinos, de los obreros y de ciertos grupos minoritarios y marginales; pero ese criterio es erroneo y se va estimando que lo folklórico abarca una extensión mucho mayor. La tonada folklórica no es una flor silvestre, sin exquisiteces de forma, color y fragancia; es “flor de arte'”, como una orquidea, aunque naciera para- sitaría en la selva. El folk no es sólo el campesino, el folk está tam- bién en las ciudades; y hay música folklórica urbana así como la hay rural. AÁun en las clases más altas puede hallarse música folklórica porque cada uno de nosotros pertenece en parte, según lugar y ocasión, al estrato social básico. Ast como las mentes humanas descienden de las cumbres de su educación a los valles de la comunidad, en ocasiones más o menos ainstitucionalizadas, como los carnavales, las ferias, las romerías, las celebraciones patrióticas y las expansiones multitudina- rias, hasta los desenfrenos orgiásticos, respondiendo a los instintos primarios e impulsos de la vida colectiva, ast a veces los individuos y INTRODUCCION Ix grupos más empinados en sociedad y cultura se precipitan gozosos a las linfas del folklore, como gustan de sumergirse en las corrientes flu- viales que van hacia abajo. Adviértase así mismo que la música folklórica no es siempre anónima. La música folklórica nace en el individuo artista, desco- nocido o famoso, o bien germina espontáneamente y se va desarrollando de manera imprevista y gradual. Ni sólo es música de tradición; la música folklórica brota a cada instante de las fuentes castalias. Los músicos de ciertos pueblos pescadores o montunos y pastoriles, aún sin saber leer, inventan constantemente tonadas que en seguida pasan al folklore. Como acontece aún hoy día en Cuba, donde no son raros los compositores de canciones muy populares, así negros como blancos, que no saben de letras ni de solfas. Pero el folklore no es un arte exclusivo de analfabetos, ni la transmisión oral es su definidor carácter. De un lado vemos que la más “cultivada” y refinada música oriental se trasmite de generación en generación sólo por medio de la palabra; y, de otro lado, música inequívocamente folklórica hoy día se conserva y difunde por medio de la imprenta. Ni toda música folklórica es cosa vulgar y cotidiana, y puede ser remota y excepcional, como ciertos himnos que se cantan en los templos sólo en ocastones señaladas como un requerimiento ritual o en ceremonias esotéricas. Aunque así se haya opinado, tampoco la existencia de múltiples versiones es lo que caracteriza a un canto como folklórico. Los conjuros y “encantamien- tos” de la brujería, en todos los pueblos y edades, se caracterizan pre- cisamente por la fijeza inalterable de sus formas, y no puede dudarse de su folklorismo. Toda música folklórica tiende a ser popular, como otra será po- pular sin ser folklórica. El himno nacional es popular, de todo. el pueblo; pero no es precisamente folklórico. Ciertamente es a veces. difícil distinguir una música folklórica de una que sea meramente po- pular. Es cuestión semántica. Cuando el término “pueblo” quiere decir la gente de las camadas inferiores en la pirámide social, entonces música folklórica y música popular serán expresiones de igual sen- tido; pero el concepto de “popular” es más amplio que el limitado al basamento estratigráfico de una determinada sociedad humana, que es donde están el folk y lo folklórico. Hoy día la creciente capilaridid social, que ha hecho mucho más frecuentes que antaño los traspasos, ascendentes o descendentes, de unas clases sociales a otras, (clasifican- do, desclasificando y reclasificando a los individuos), también influye en que el concepto del folk se vaya ampliando, más allá de la tradicio- >: INTRODUCCION nal zona de rusticidad y plebeyez a que antes era reducido. Wiora ha señalado cómo “en las sociedades primitivas el folk comprende a la población entera; en los pueblos feudales y de escalonadas estratifica- ciones sociales, como hasta ahora, el folk mo es sino el amplio sub- stratum sobre el cual se asientan las clases dominantes; y, opina tam- bién Wiora que en una edad de remodelación socialista, el folk habrá de ir comprendiendo de nuevo a toda la población del grupo social, puesto que las corrientes niveladoras van aprorimando entre st las clases altas y las bajas”. Y estas cambiadizas situaciones sociales se han observado con toda claridad en la historia de la música afro- cubana durante sus cuatro siglos. Hoy día no puede considerarse que una música folklórica nazca y viva siempre y exclusivamente en el folk, como las flores acuáticas que han de germinar y abrir sus corolas en la laguna. El cantar puede venir “de arriba”, pero el folk lo varía al entonarlo una y otra vez, tal como un cuento chistoso o satírico va cambiando sus detalles a fuerza de pasar de uno a otro labio, a través de mentes distintas. A veces el folk no altera lo que recibe “de arriba”, pero lo asimila y hace suyo y lo conserva aún después de haberse perdido la noción de su ori- gen. En otros casos el músico creador pertenece a una alta clase social, pero él está cerca del folk y a éste le dedica su canto, como ocurre en ciertos himnos religiosos, coros infantiles y cánticos escolares. Con frecuencia la música folklórica, heredada de siglos o creación reciente, es ejecutada por músicos profesionales muy de fama, como los griots de Africa, los juglares de la Edad Media, los gitanos y hoy día los artistas de divertimientos colectivos en teatros y salones de baile; o es música “ligera”? de compositores profesionales, o pasajes de alguna obra “de arriba” que ha ¿impresionado profundamente al folk. Es incuestio- nable que ciertas músicas folklóricas no son sino hijas bastardas de músicas señoronas; pero ¡cuántas veces son las creaciones de los gran- des compositores las que deben su inspiración a las musas más plebeyas, hasta a las montesinas y las lupanarias! Hay arte tolklórico que baja “de arriba”, pero también lo hay que nace “abajo” y va subiendo de clase a clase, del charco a la cumbre, también reajustándose a cada nuevo cmbiente hasta convertirse, por gracia de su belleza, en arte de olvidada cuna y suprema “distinción”, en “arte pasao” como el baile de la zarabarda, que nació impúdica y diabólica en los negros conjuros de los brujos congos y cen el tiempo, ya henesta, blanqueada y pompo- sa pero desnaluralizada, sin la primitiva vitalidad estética y patética que la hizo nacer y triunfar, se danzó en regia corte para festejar la

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