Daniel C. Dennett LA ACTITUD INTENCIONAL Titulo del original en ingles: The Intentional Stance © 1987, by The Massachusetts Institute of Technology Traducción: Daniel Zadunaisky Diseiio de cubierta: Marc Vails Segunda edición, marzo de 1998, Barcelona Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © bv Editorial Gedisa, S.A. Muntaner, 460. entio.. 1." Tel. 201 60 00 08006 - Barcelona. España [email protected] http://www.gedisa.com ISBN: 84-7432-395-9 Depósito legal: B-9.797/I998 Impreso en Limpergrat' c/ del Río. 17 - Ripollet Impreso en España Printed in Spain Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o cualquier otro idioma. Dedicado a la memoria de Basil Turner, vecino, amigo y maestro. Indice PREFACIO 1 .Arrancando con el pie derecho El sentido común y el punto de vista de la tercera persona (16); La ciencia popular y la imagen manifiesta (20). 2. Los verdaderos creyentes: La estrategia intencional y por qué funciona La estrategia intencional y cómo funciona (27); Los verdaderos creyentes como Sistemas Intencionales (33); ¿Por qué funciona la estrategia intencional? (42). Reflexiones: Modelos reales, hechos más profundos y preguntas vacías 3. Tres clases de psicología intencional La psicología popular como fuente de teorías (50); La teo- ría del sistema intencional como una teoría de competen- cia (62); La psicología cognitiva subpersonal como teoría de ejecución (65); Las perspectivas de la reducción (69). Reflexiones: El instrumentalismo reconsiderado El instrumentalismo (74). 4. Comprendiéndonos a nosotros mismos Reflexiones: Cuando las ranas (y otros) cometen errores El error del vendedor de limonada (98); Psicología de la rana (101); Las ilusiones del realismo (105) 5. Más allá de la creencia Las actitudes proposicionales (114); Actitudes oracionales (122); Actitudes nocionales (140); El de re y el de dicto desmantelados (160). Reflexiones: Acerca de la accrquidad Las proposiciones (185); Los mundos nocionales (189); El principio de Russell (190); El de re/de dicto (190). 6. Los estilos de representación mental Reflexiones: El lenguaje del pensamiento reconsiderado 7. Los sistemas intencionales en la etología cognitiva; Defensa del "Paradigma panglossiano" La teoría del sistema intencional (214); Cómo usar la evi- dencia anecdótica: el método de Sherlock Holmes (222); Una perspectiva biológica más amplia de la actitud in- tencional (228); Defensa del "Paradigma planglossia- no" (231). Reflexiones: Interpretando a los monos, los teóricos y los genes Los ancestros y la progenie (238); Reconsideración del paradigma panglossiano (245); El adaptacionismo como interpretación radical retrospectiva (250). 8. La evolución, el error y la intencionalidad El caso del ordenador errante de dos bits (256); El diseño de un robot (261); Leyendo la mente de la Madre Natura- leza (264); El error, la disyunción y !a interpretación in- flada (266); ¿Está la función en la mirada del observador? (277). 9. El pensamiento veloz 10. Examen de mitad de curso: Comparación y contraste BIBLIOGRAFÍA INDICE TEMÁTICO Prefacio La teoría de la intencionalidad que se presenta en este libro ha venido evolucionando progresivamente desde hace más de veinte años. Si bien las ideas principales fueron expresadas de manera rudimentaria en Contení and Consciousness en 1969, fue la publicación en 1971, de Intentional Systems la que inició la serie de artículos acerca de lo que yo llamo la actitud intencional y los objetivos que se descubren a partir de esa actitud: los sistemas intencionales. Los primeros tres de estos artículos (Dennett, 1971,1973,1976b) se reimprimieron en Brainstorms en 1978, y tanto los críticos como los estudiantes tratan este libro como la expresión canónica, como la meta de mi teoría. Sin embargo, descubrí enseguida que la defensa de mi posición crecía como reacción ante la crítica, y así fue como me sentí obligado a escribir una serie de ensayos posBrainstorms en los que intenté corregir, volver a expresar y ampliar mi punto de vista. Sin embargo, la mayor parte de estos ensayos se dispersaron en volúme- nes relativamente inaccesibles, gracias al efecto inexorable de la "Gravedad del reflector": a medida que las ideas de uno se convierten en "Centro de Interés", se le invita a tomar parte en cada vez más conferencias, que absorben todo lo que uno ha publicado para editarlo con atraso en actas de conferencias y antologías de interés especializado. No queda nada que presentar en revistas de opinión para su lectura inmediata. El objetivo de este libro es superar los efectos secundarios negativos de esa difusión tan gratificante en otro sentido. Seis de esos ensayos dispersos se reimprimieron en este volumen (capítu- los 2 al 7), encabezados por un ensayo acerca de sus aspiraciones y presun- ciones metodológicas, unidos por reflexiones y seguidos por dos ensayos nuevos (capítulos 8 y 9), en los que los temas y argumentos de los capítulos precedentes convergen en reclamos bastante sorprendentes acerca de la rela- ción entre la evolución, el diseño cerebral y la intencionalidad. El capítulo 10 es el intento de adoptar la actitud que tendría un observador imparcial sobre mi propio trabajo y describir el lugar que ocupa en la evolución del pensamiento actual acerca de la "intencionalidad de los estados mentales". Este libro no presenta la totalidad de mi teoría acerca de la mente, sino sólo, podríamos decir, la primera mitad: el contenido. La otra mitad, la con- ciencia, necesita también de un segundo relato (la parte tres de Brainstorms fue el primero), pero para eso hará falta otro volumen, al que me estoy dedicando actualmente. A la conciencia se la considera habitualmente, en es- peeial por aquella gente que está fuera del campo de la filosofía, como el desafío más notable (y más desconcertante) a las teorías materialistas acerca de la mente. No obstante, es muy raro que la mayoría de las personas más importantes que participan en los debates acerca del contenido mental, a quienes este volumen está especialmente dirigido, hayan mantenido un silencio conspicuo acerca del tema de la conciencia. No se encuentra ninguna teoría, o siquiera el esbozo de una teoría acerca de la conciencia en los escritos de Fodor, Putnam, Davidson, Stich, Harman, Dretske o Burge, por ejemplo. Por otra parte yo sí tengo una teoría acerca de la conciencia (y siempre me costó entender cómo los demás suponen que pueden ignorar o postergar el tema), pero la última versión es demasiado burda como para ser incluida en este volumen. Aquel que esté impaciente por conocer la nueva versión de esta segunda mitad de mi teoría de la mente puede acercarse a ella a través de las ideas expresadas en los ensayos ya publicados y de los próximos: How to Study Human Consciousness Empirically; Nothing Comes to Mind (1982b), Why Do We Think What We Do About Why We Think What We Do? (1982d), Reflection, Language and Consciousness (Elbow Room, 1984d, págs. 34-43), Julián Jaynes' Software Archeology (1986d), Quining Qualia (próximo a aparecer d) y The Selj as the Center oj Narrative Gravity (por aparecer g). Otro desafío, también comúnmente considerado insuperable por las teo- rías materialistas acerca de la mente, es el problema del libre albedrío. Le he dedicado un libro aparte a ese desafío, Elbow Room, de manera que el tema rara vez volverá a tocarse en estas páginas. Si hay otras objeciones importantes a mi teoría, todavía no he tenido conocimiento de ellas. Puesto que los .ensayos de este volumen, que ya fueron publicados, apa- recieron en el transcurso de cinco años signados por su parte de controversia, incomprensión y corrección, no es sorprendente que hayan sido pocos los que pudieron discernir la posición equilibrada resultante. A veces se ha hablado de mí, como alguien que les presenta a sus críticos un blanco móvil. Algo de cierto hay en eso. Me dispuse a aprender de mis errores y a retractarme de exigencias imprudentes. Sin embargo, el movimiento es relativo, y, cuando a un observador algo le parece proteico y errático, puede que sea porque el ob- servador apenas ha comenzado a adivinar la forma que ese algo siempre tuvo. Hace poco tiempo un neurocientífico me felicitó por revisar una teoría que había defendido desde Content and Consciousness en 1969, una experiencia meditada y tranquilizante que me llevó a revalorar mi estrategia exposi- tora con el paso de los años. Cuando releo ese libro, ahora publicado en rústica después de haber estado agotado durante varios años, me impresiona más mi constancia doctrinaria que mi evolución. La mayor parte de los cambios me parecen ampliaciones, extrapolaciones, argumentos adicionales y no cambios. Sea como fuere, es probable que yo haya subestimado en exceso la posibilidad para tomar el camino equivocado que hay en mi estilo juguetón y poco sistemático. Por tanto, en este libro hago todo lo posible por hacer una pausa, poner mis carretas en círculo y presentar y defender mi opinión de manera más ordenada. Algunas de las partes previamente inéditas de este libro están tomadas de mis clases en la cátedra Gavin David Young de la Universidad de Ade-, laide en 1984, de las pronunciadas en la Ecole Nórmale Supérieure de París en 1985, y de otras disertaciones realizadas en distintas reuniones, conferencias y coloquios en los últimos dos o tres años, que me hicieron adquirir la comprensión que se ha concretado en este volumen. Tengo mucha gente a quien agradecer sus consejos y sus críticas acerca de los primeros borradores del material inédito que aparece en este volumen: especialmente a Kathleen Atkins, quien no sólo ayudó a organizar y redactar todo el libro, sino que además me convenció para que hiciera correcciones más importantes en la presentación y defensa de mis ideas; y a Peter Bieri, Bo Dahlbom, Debra Edelstein, Doug Hofstadter, Pierre Jacob, Jean Khalfa, Dan Lloyd, Ruth Millikan y Andrew Woodfield. Me complace mucho incorporar mi voz al coro ya tradicional de alabanzas dirigidas, por tantos autores, a mis buenos amigos Harry y Betty Stanton, quienes a través de los años me hicieron sentir tan orgulloso de ser uno de los autores publicados por Bradford Books. Y gracias, como siempre, a mi esposa Susan por su apoyo y paciencia, y a mis colegas de Tufts. Universidad de Tufts Enero de 1987 Arrancando con el pie derecho 1 Para mucha gente, hablar de la mente es como hablar de sexo: ligeramente embarazoso, indecoroso y hasta deshonroso. "Claro que existe", dirán algunos, "pero ¿es necesario que hablemos de ella?". Sí, lo es. Muchos preferirían hablar del cerebro (que, después de todo es la mente) y querrían creer que todas las cosas maravillosas que tenemos que decir acerca de la gente se podrían decir sin caer en una charla mentalista, vulgar e indisciplinada, pero en este momento está muy claro que muchas cosas que deben decirse, no pueden ser dichas en los lenguajes restringidos de la neuroanatomía, la neurofisiología o la psicología conductista. No son sólo las artes y las humanidades las que tienen que hablar de la mente; las diversas tentativas puritanas de dar por terminadas las ciencias biológicas y sociales sin siquiera referirse a ella, ya han revelado ampliamente su futilidad. En realidad, hay cierta aproximación para un nuevo consenso entre los científicos cognitivos y los neurocientíficos más liberados sobre el hecho de que puede haber —de algún modo debe haber—, una ciencia materialista responsable no sólo del cerebro, sino también de la mente. Sin embargo, todavía no hay consenso acerca de cómo se ha de manejar esta ciencia responsable de la mente. Este libro trata de cómo hablar de la mente. Es un libro filosófico, escrito por un filósofo, y que se ocupa en especial de los temas a medida que han ido apareciendo en la literatura filosófica, pero no está dirigido sólo a los filósofos. Quienes se dedican a otras disciplinas pero están siempre ansiosos o por lo menos dispuestos, aunque no sea de muy buena gana, a gratificarse con distintos tipos mentalistas de discusión, descubren que los filósofos, que nunca tuvieron vergüenza de hablar de la mente, tienen mucho que decirles acerca de cómo hacerlo. En realidad, nosotros, los filósofos, tenemos en realidad demasido que decir. Sólo una pequeña parte de lo que hemos dicho tendría alguna posibilidad de ser cierta o útil, e incluso hasta lo mejor puede ser mal interpretado. La filosofía no produce a menudo "resultados firmes y dignos de confianza como lo hace la ciencia en sus mejores momentos. Puede, no obstante, producir nuevas maneras de ver las cosas, de pensar en ellas, de formular las preguntas, y de ver qué es lo importante y por qué". Puesto que todos los que se están ocupando de la mente se ven acosados por problemas tácticos acerca de qué preguntas tratar de contestar, ésta puede ser una contribución valiosa. Todos nos enfrentamos con fenómenos desconcertantes; ¿qué podría ser más conocido, y al mismo tiempo más misterioso que una mente? Tenemos también una cantidad arrolladora de datos acerca del objeto más complejo que se ha encontrado en el universo: el cerebro humano, y acerca de la enorme variedad de conductas que el cerebro es capaz de modular. Finalmente, nos deja perplejos una multitud entrometida de intuiciones persistentes que vienen Dios sabe de dónde. Por tanto, los teóricos de todos los campos corren el riesgo de seguir a sus distinguidos predecesores y arrancar con el pie equivocado por culpa de algún error de concepto filosófico acerca de la naturaleza de los fenómenos, la gama disponible de opciones teóricas, la configuración de los trabajos teóricos, o los requisitos que hay que cumplir para dar una explicación afortunada de la mente. No hay manera de evitar tener preconceptos filosóficos; la única opción es estudiarlos o no en forma explícita y cuidadosa en algún momento de nuestra tentativa. Es posible, por supuesto, que algunos de los teóricos actuales que carecen de cultura filosófica tengan la suerte suficiente como para atesorar sólo los preconceptos filosóficos más acertados; quizá la atmósfera de la época asegure esto aun sin tener comunicación directa con los filósofos. Y por cierto: hay que tener presente que algunos de los más perniciosos preconceptos del pasado han sido poderosos legados de la filosofía académica que los científicos han interpretado mal, a causa de un entusiasmo y simplificación exagerados. Nos viene a la memoria el positivismo lógico y, más recientemente, la inconmensurabilidad de los paradigmas kuhnianos. No obstante, los filósofos creemos que podemos ayudar, y nos gratifica encontrar un número cada vez mayor de gente que acude a nosotros en busca de ayuda con una actitud, ciertamente adecuada, de escepticismo cauteloso. Este libro presenta las bases de mi teoría de la mente: mi explicación de la actitud intencional. Quienes están familiarizados con esa explicación encontrarán pocas innovaciones importantes de la teoría, pero sí algunas innovaciones en su exposición y defensa, en especial en los comentarios que siguen a cada uno de los ensayos reimpresos, donde intento aclarar y ampliar mis argumentos previos. El último capítulo está dedicado a una comparación sistemática de mi punto de vista con aquellos que fueron defendidos hace poco tiempo, utilizando las críticas y objeciones de otros para encarar los puntos problemáticos. En estos nuevos ensayos he tratado de presentar y responder a todas las objeciones que a mi explicación se publicaron; de corregir los malos entendidos y las malas interpretaciones. También explico, de paso, algunos de los puntos principales de coincidencia y desacuerdo con otros autores que han escrito sobre estos temas, y señalo algunas implicaciones, en general no admitidas, de mi posición sobre controversias actuales. La presentación básica de mi teoría de la actitud intencional se encuentra en el próximo capítulo, True Believers: los verdaderos creyentes, con el que ahora intento reemplazar a Intentional Systems como la expresión más avanzada de mi opinión. En el resto de este capítulo retrocedo algunos pasos y comento algunas hipótesis no discutidas de los otros ensayos. El sentido común y el punto de vista de la tercera persona Aquí, en el planeta Tierra, hay formas de vida muy complicadas. El sentido común nos dice que muchas de ellas tienen vidas mentales —mentes— de tipos confusos de prever. Lo que el sentido común nos dice no es suficiente. No sólo deja sin resolver demasiados problemas apremiantes, sino que se entrega con frecuencia a intuiciones persuasivas que se contradicen. Desde algunas posiciones ventajosas es "evidente" que los animales de sangre caliente tienen mentes como las nuestras, mientras que los insectos parecen ser "meros autómatas". Desde otros lugares de privilegio la diferencia entre nosotros y el chimpancé parece mayor que la que hay entre una paloma y un robot. La idea de que ningún autómata podría ser consciente tal como nosotros lo somos está totalmente popularizada, pero se la puede hacer parecer sospechosamente parroquial y carente de imaginación, un ejemplo de ilusiones descaminadas. Algunas patologías aparentemente probadas de la mente y el cerebro humanos son tan contraintuitivas que detallarlas provoca a menudo que sean descartadas con sorna. Hace poco tiempo, una de mis alumnas le transmitió a su profesor de literatura el relato que yo había hecho en clase de las patologías raras pero bien estudiadas de la negación y hemi- descuido de la ceguera, el profesor le aseguró con firmeza que yo lo había inventado todo, que debía haber estado haciendo algún experimento sobre la credulidad de mis alumnos. Para él estaba claro que el profesor Dennett estaba inventando otra de sus extravagantes fantasías de ciencia ficción, un sondeo intuitivo más para embaucar a los crédulos. Cuando tantos "hechos evidentes" compiten entre sí, el sentido común no es suficiente. No hay reglas que rijan la manera en que nosotros, los teóricos, debemos apelar al sentido común. De uno u otro modo debemos partir de la base del sentido común si esperamos ser comprendidos o comprendernos. Pero la con- fianza en cuaquier ítem especial de sentido común es traicionera: lo que para una persona es un fundamento sólido para otra es un vestigio falsamente convincente del punto de vista de un mundo perimido. Aun si algunos aspectos de lo que pasa por ser el sentido común son la Verdad resplandeciente e inmutable, es probable que otros no sean más que las ilusiones cognitivas de nuestra especie, abrumadoramente persuasivas para nosotros debido a la existencia de ciertos atajos en el diseño de nuestros sistemas cognitivos. (A una polilla fototrófica le puede parecer una verdad apriorística que siempre está Bien encaminarse hacia la Luz; no concibe ninguna otra alternativa.) Otras formas de expresión del sentido común no son más que versiones popularizadas y atenuadas de la ciencia de antaño.
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