Daniel Dennett La conciencia explicada Una teoría interdisciplinar Ilustraciones de Paul Weiner Título original: Consciousness explained Publicado en inglés por Little, Brown and Company Traducción de Sergio Balari Ravera Cubierta de Mario Eskenazi 1." edición, 1995 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del "Copyright", bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. © 1991 by Daniel C. Dennett © de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona, y Editorial Paidós, SAICF, Defensa, 599 - Buenos Aires. ISBN: 84-493-0170-X Depósito legal: B-24.469/1995 Impreso en Hurope, S.L. Recaredo, 2 - 08005 Barcelona Impreso en España - Printed in Spain Para Nick, Marcel y Ray SUMARIO Prefacio 1. Preludio: ¿por qué son posibles las alucinaciones? 1. Un cerebro en un tarro 2. Bromistas en el cerebro 3. Un juego de sociedad llamado psicoanálisis 4. Presentación Primera parte PROBLEMAS Y MÉTODOS 2. Explicar la conciencia 1. La caja de Pandora: ¿es necesario desmitificar la conciencia? 2. El misterio de la conciencia 3. Los atractivos de la sustancia mental 4. Por qué el dualismo es un proyecto estéril 5. El reto 3. Una visita al jardín fenomenológico 1. Bienvenidos al fenome 2. Nuestra experiencia del mundo exterior 3. Nuestra experiencia del mundo interior 4. Afecto 4. Un método para la fenomenología 1. La primera persona del plural 2. La perspectiva de la tercera persona 3. El método de la heterofenomenología 4. Mundos ficticios y mundos heterofenomenológicos 5. El discreto encanto de la antropología 6. A la descubierta de lo que uno está diciendo realmente 7. Las imágenes mentales de Shakey 8. La neutralidad de la heterofenomenología Segunda parte UNA TEORÍA EMPÍRICA DE LA MENTE 5. Versiones Múltiples frente al Teatro Cartesiano 1. El punto de vista del observador 2. Presentación del modelo de Versiones Múltiples 3. Revisiones orwellianas y estalinianas 4. Retorno al teatro de la conciencia 5. El modelo de Versiones Múltiples en acción 6. Tiempo y experiencia 1. Momentos efímeros y conejos saltarines 2. Cómo representa el tiempo el cerebro 3. Libet y el caso de la «referencia hacia atrás en el tiempo» 4. Las afirmaciones de Libet sobre el retraso subjetivo de la conciencia de las intenciones 5. Un regalo: el carrusel precognitivo de Grey Walter 6. Cabos sueltos 7. La evolución de la conciencia 1. En la caja negra de la conciencia 2. El principio Escena primera: el nacimiento de los límites y de las razones Escena segunda: nuevas y mejores maneras de producir el futuro 3. Evolución en los cerebros y el efecto Baldwin 4. Plasticidad en el cerebro humano: montando el decorado 5. La invención de buenos y malos hábitos de autoestimulación 6. El tercer proceso evolutivo: memas y evolución cultural 7. Los memas de la conciencia: la máquina virtual a instalar 8. Cómo las palabras hacen cosas con nosotros 1. Repaso: ¿e pluribus unum? 2. Burocracia frente a pandemónium 3. Cuando las palabras quieren ser dichas 9. La arquitectura de la mente humana 1. ¿Dónde estamos? 2. Orientándonos con el pequeño esbozo 3. ¿Y ahora qué? 4. Los poderes de la máquina joyceana 5. Pero, ¿es esto una teoría de la conciencia? Tercera parte LOS PROBLEMAS FILOSÓFICOS DE LA CONCIENCIA 10. Mostrar y contar 1. Rotando imágenes en el ojo de la mente 2. Palabras, imágenes y pensamientos 3. Referir y expresar 4. Zombíes, zimbos y la ilusión del usuario 5. Problemas con la psicología del sentido común 11. Desmantelando el programa de protección de testigos 1. Resumen 2. Pacientes con visión ciega: ¿zombíes parciales? 3. Esconde el dedal: un ejercicio para despertar la conciencia 4. Visión protésica: ¿qué falta, además de la información? 5. «Repleción» frente a averiguación 6. La negligencia como pérdida patológica del apetito epistémico 7. Presencia virtual 8. Ver es creer: un diálogo con Otto 12. Los qualia descalificados 1. Una nueva cuerda para la cometa 2. ¿Por qué existen los colores? 3. Disfrutando de nuestras experiencias 4. Una fantasía filosófica: qualia invertidos 5. ¿Qualia «epifenoménicos»? 6. De vuelta a mi mecedora 13. La realidad de los yos 1. Cómo tejen los humanos un yo 2. ¿Cuántos yos por cliente? 3. La insoportable levedad del ser 14. La conciencia imaginada 1. Imaginando un robot consciente 2. Lo que se siente al ser un murciélago 3. Preocupación e importancia . 4. La conciencia explicada, ¿o eliminada? Apéndice A (Para filósofos) Apéndice B (Para científicos) Bibliografía Indice analítico PREFACIO Durante mi primer curso de universidad leí las Meditaciones de Descartes y quedé prendado por el problema de la mente y el cuerpo. Ahí había un misterio. ¿Cómo es posible que mis pensamientos y mis sentimientos quepan en el mismo mundo que las células nerviosas y las moléculas que componen mi cerebro? Ahora, después de treinta años de pensar, hablar y escribir sobre este misterio, creo que he hecho algunos progresos. Creo que puedo trazar el perfil de una solución, una teoría de la conciencia que responde (o muestra cómo pueden hallarse respuestas) a las preguntas que han des- concertado tanto a filósofos y científicos como a profanos. Me han ayudado mucho. Ha sido una gran suerte el recibir las enseñanzas que, informalmente, infatigablemente e imperturbablemente, me transmitieron algunos pensadores admirables con los que nos iremos encontrando en estas páginas. Porque lo que aquí quiero contar no es la historia de una cogitación solitaria, sino la de una odisea a través de muchos mares, y las soluciones a los enigmas están fuertemente entrelazadas en una tela de diálogo y desacuerdo, donde a menudo aprendemos más de temerarios errores que de cautos equívocos. Estoy convencido de que todavía permanecen muchos errores en la teoría que aquí presentaré, y espero que sean de los peores, porque así otros propondrán mejores respuestas. Las ideas presentadas en este libro han ido tomando forma a lo largo de muchos años, pero no inicié su redacción hasta enero de 1990, para terminar un año después gracias a la generosidad de varias instituciones y a la ayuda de muchos amigos, estudiantes y colegas. El Zentrum für Interdiszi-plinäre Forschung de Bielefeld, el CREA de la École Polytechnique de Paris y la Villa Serbelloni de la Rockefeiler Foundation en Bellagio me proporcionaron las condiciones ideales para escribir y conferenciar durante los cinco primeros meses. Mi propia universidad, Tufts, ha apoyado mi trabajo a través del Center for Cognitive Studies, y trie permitió presentar el penúltimo borrador en otoño de 1990 durante un seminario que reunió al profesorado y a los estudiantes de Tufts y otros buenos centros del área metropolitana de Boston. Quisiera expresar también mi agradecimiento a la Kapor Foundation y a la Harkness Foundation por su apoyo a nuestras investigaciones en el Center for Cognitive Studies. Hace ya algunos años, Nicholas Humphrey acudió al Center for Cogniti-ve Studies para trabajar conmigo; pronto, él, Ray Jackendoff, Marcel Kins-bourne y yo empezamos a reunimos regularmente para debatir diversos aspectos y problemas relacionados con la conciencia. Sería difícil encontrar cuatro maneras tan diferentes de enfocar el problema de la mente, pero núes- tras discusiones fueron tan provechosas y estimulantes que quiero dedicar el libro a estos cuatro buenos amigos en agradecimiento por todo lo que aprendí con ellos. Otros dos viejos colegas y amigos, Kathleen Akins y Bo Dahlbom, han jugado un papel fundamental en el desarrollo de mi pensamiento, por lo cual Ies estaré eternamente agradecido. También quiero expresar mi gratitud al grupo ZIF de Bielefeld y, en particular, a Peter Bieri, Jaegwon Kim, David Rosenthal, Jay Rosenberg, Eckart Scheerer, Bob van Gulick, Hans Flohr y Lex van der Heiden; al grupo CREA de París, particularmente a Daniel Andler, Pierre Jacob, Francisco Varela, Dan Sperber y Deirdre Wilson; y a los «príncipes de la conciencia», que se unieron al grupo formado por Nick, Marcel, Ray y yo mismo en la Villa Ser-belloni durante una intensa y productiva semana de marzo: Edoardo Bisiach, Bill Calvin, Tony Marcel y Aaron Sloman. Gracias también a Edoardo y a los demás participantes en el seminario sobre el abandono, celebrado en Par-ma en junio. También Pim Levelt, Odmar Neumann, Marvin Minsky, Oliver Selfridge y Nils Nilsson me proporcionaron sus valiosos consejos sobre el contenido de algunos capítulos. Mi agradecimiento también para Nils por aportar la fotografía de Shakey y a Paul Bach-y-Rita por sus fotografías y su asesoramiento sobre los dispositivos protésicos de visión. Debo agradecer a todos los participantes del seminario del pasado otoño el regalo de su crítica constructiva; nunca olvidaré a esta clase: David Hilbert, Krista Lawlor, David Joslin, Cynthia Schossberger, Luc Faucher, Ste-ve Weinstein, Oakes Spalding, Mini Jaikumar, Leah Steinberg, Jane Ander-son, Jim Beattie, Evan Thompson, Turhan Canli, Michael Anthony, Martina Roepke, Beth Sangree, Ned Block, Jeff McConnell, Bjorn Ramberg, Phil Holcomb, Steve White, Owen Flanagan y Andrew Woodfield. Semana tras semana, esta pandilla me mantuvo contra las cuerdas de la manera más constructiva. Durante la redacción final, Kathleen Akins, Bo Dahlbom, Doug Hofs-tadter y Sue Stafford me sugirieron numerosas mejoras. Paul Weiner convirtió mis garabatos en unas excelentes figuras y diagramas. Kathryn Wynes y, más tarde, Anne van Voorhis llevaron a cabo un extraordinario trabajo impidiendo que yo y el propio Center nos hundiéramos durante los últimos años de actividad frenética; sin su eficiencia y capacidad de previsión, a este libro todavía le quedarían muchos años para ser completado. Por último, y más importante: todo mi amor y agradecimiento para Susan, Peter, Andrea, Marvin y Brandon, mi familia. Tufts University Enero de 1991 CAPÍTULO 1 PRELUDIO: ¿POR QUÉ SON POSIBLES LAS ALUCINACIONES? I. UN CEREBRO EN UN TARRO Imagine usted que un grupo de malvados científicos le ha extirpado el cerebro mientras dormía y lo han introducido en un tarro con todo lo necesario para mantenerlo con vida. Imagine, además, que, hecho esto, los malvados científicos se dedican a hacerle creer que usted no es solamente un cerebro en un tarro, sino que sigue en pie con su cuerpo, participando en las actividades propias del mundo real. Esta vieja parábola, la del cerebro en un tarro, es uno de esos experimentos mentales favoritos que muchos filósofos siempre llevan en su zurrón. Es la versión moderna de aquel demonio malvado de Descartes (1641),1 un ilusionista imaginario empeñado en hacer lo imposible por distraer a Descartes ante cualquier situación, incluida su propia existencia. Sin embargo, como observó el propio Descartes, ni siquiera un malvado demonio con poderes infinitos sería capaz de hacerle creer en su existencia si esto no fuera cierto: cogito ergo sum, «pienso, luego existo». Hoy en día, los filósofos están menos preocupados por probar su existencia en tanto que entes pensantes (quizá porque consideran que Descartes resolvió el problema satisfactoriamente) y más ocupados en tratar de responder a la pregunta de qué conclusiones debemos extraer de nuestras experiencias sobre la propia naturaleza y sobre la naturaleza del mundo en que (apa- rentemente) vivimos. ¿Es posible que usted no sea más que un cerebro en un tarro? ¿Es posible que usted siempre haya sido un cerebro en un tarro? Y si así fuera, ¿sería usted capaz de llegar a concebir su situación (por no hablar de confirmarla)? El caso del cerebro en un tarro es un modo bastante ingenioso de aproximarse a estos problemas; sin embargo, quisiera utilizar esta parábola con un propósito ligeramente distinto. Me servirá para poner de manifiesto algunos hechos bastante sorprendentes en relación a las alucinaciones, los cuales, a su vez, nos encaminarán hacia los prolegómenos de una teoría —una teoría empírica y científicamente respetable— de la conciencia humana. El experimento mental, en su versión estándar, presupone que los malvados científicos poseen todos los medios a su alcance para transmitir a las termina-1. Las fechas entre paréntesis remiten a los trabajos citados en la bibliografía. ciones nerviosas de los sentidos los estímulos adecuados a fin de que su engaño tenga éxito, un supuesto que, aun reconociendo las evidentes dificultades técnicas que supondría, los filósofos han considerado como algo «posible en principio». Deberíamos ser un poco más cautos con aquello que, en principio, parece posible. En principio, también sería posible construir una escalera de acero hasta la Luna, o escribir en orden alfabético todas las conversaciones inteligibles llevadas a cabo en inglés que contuvieran menos de mil palabras. Sin embargo, ninguna de estas dos cosas es, de hecho, ni remotamente posible, y, a veces, una imposibilidad de hecho es teóricamente más interesante que una posibilidad en principio, como enseguida veremos. Detengámonos sólo un momento para pensar en lo desalentadora que puede resultar la tarea emprendida por nuestros científicos malvados. Imaginémosles procediendo poco a poco, empezando por las tareas más sencillas hasta llegar a problemas de más difícil solución. Comenzarían con un cerebro convenientemente reducido a un estado comatoso, al que se mantiene con vida pero que no recibe ningún estímulo a través de los nervios ópticos, los nervios auditivos, los nervios somatosensoriales ni ninguna otra de las vías aferentes o, de entrada, del cerebro. Se suele asumir que un cerebro en estas condiciones permanecería en estado comatoso para siempre, sin necesidad de morfina para mantenerlo dormido, aunque existen algunas experiencias que parecen demostrar que un despertar repentino es posible incluso en circunstancias tan horribles como éstas. No me parece muy arriesgado afirmar que se sentiría usted bastante angustiado, si llegara a despertarse en tal estado: ciego, sordo, completamente insensible, sin ningún sentido de la orientación de su cuerpo. Sin ánimo de aterrorizarle, pues, los científicos deciden despertarle canalizando música en estéreo (debidamente codificada como impulsos nerviosos) hacia sus nervios auditivos. Producen también las señales apropiadas, que normalmente procederían de su sistema vestibular u oído interno, para hacerle creer que está usted tumbado boca arriba, aunque paralizado, insensible y ciego. Es muy probable que todo cuanto hemos descrito hasta ahora esté dentro de los límites del virtuosismo tecnológico en un futuro no muy lejano; quizá ya sea posible hoy en día. Nuestros científicos continuarían, entonces, con la estimulación de los canales que habían enervado su epidermis, comunicándoles lo que habría sido interpretado como una suave y uniforme sensación de calor sobre la superficie ventral de su cuerpo (la barriga), y (rizando el rizo) podrían estimular los nervios epidérmicos dorsales (posteriores) a fin de simular la hormigueante textura de finos granos de arena presionando sobre su espalda. «¡Estupendo!», pensaría usted, «aquí estoy, tumbado en la playa, paralizado y ciego, escuchando buena música, pero seguramente en peligro de quemarme al sol. ¿Cómo he llegado hasta aquí, y cómo puedo pedir ayuda?» Supongamos ahora que los científicos, después de haber conseguido todo esto, se enfrentan al problema más complejo de convencerle de que usted no es una mera nuez de coco caída sobre la playa, sino un agente capaz de participar de diversas actividades en el mundo. Proceden paso a paso: deci-