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KUPER, Adam, Cultura. La versión de los antropólogos, PAIDÓS, Barcelona, 2001. PDF

149 Pages·2008·10.79 MB·Spanish
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Preview KUPER, Adam, Cultura. La versión de los antropólogos, PAIDÓS, Barcelona, 2001.

Adam Kuper ¡~~,'~ ??~f-,' : "~b1tímOS títulos publicados: ....,.. 57. T. Todorov -Critica de In (núCO Cultura 58. H. White -El C011/t'11l110 de la forma 5609.. TF. TRodJloa r-0E\ l- sLiale~ nm,ioor va lleas~ dpea l11l1/ bhlilsot oria .!i~f 61 R. Koselll:cl-. -futuro 1-'[/)[/do La versión de los antropólogos 62. A. GehJen -"\llIYOfJolog¡¡I filosófica ¡ 63. R Rort~ -Ob]f:'l11"1dud. l't'lIl/ivismo \' \'/!rdad 665.. DR GR.Qil1m1yu r-eE ,-L\lU!ai'(c1eSr ,sco hhroem Hbrr:eld egger}' OlrO) pensadores contempu/(ú¡eos ~ 66 e. Gee11l -COIIO¡'III11<'JlW 1¡J,'al ~. 67. A, SChUll -La COI1S{rlIú'iOll )lgm{rcotim dd mundo social ~.~ 68. (; E. L~nski -Puder.\ pl"Íl'ilegw ;~ 7690.. Ci\.l SHoalíms m-cRl"a':>:,leo\l lo~. tP' . lIA1tetrkei.\mI!.'>u n -ElJ10grafía j1~~f . 71. H. T EngdharLit -Lo!> ¡i/lld(l!Ilentas de fa blOética 72. E. Rabo~~l \ otro:. -FilO!><J{i'Q de la mente v ciencia cogllilrva 73 J. Denida -Dar (d) lie/llpo . 7. R. NOZlCk -La IlatllHlft::.a de la racionalidad 75. B. Mon-is -hHmducciólJ al est¡Jdio antropológico de la rel1);iol1 76. o, Dennetl -La COl1eienclU explicada 77. J L Nanc\' -La experimcUI de fa liberta.d e 78. GeL'11L -Tno ios /¡,-cJws 79 R R Arama\'o, \ otro,> . El Inrirviduo y la historia 80. ,\1. Auge. El q"nlldd de 1m otros Sl. C. Ta,101"' .·lr~I!I/!el¡[u" ¡ilrhófi'cos 82. T. Luchm.lIln -Troda de' fa acción socia! 83. H lona>. -Teell/ea. IIII!Ji~'1Jra)- él/ca 8•. K J Gergen -Rt:(/lidade~ v relacioIJes 85 J S. S<;,arle -ÚJ ~(IIL)lnIC(:io)J de la realidad sacial " M enl/. (Ci1lllp.) -TiclI!pu de ,ulJ¡etlvidad "< ' C. Ta\¡ur -flll;'II[,;S de! I'U 88. T Nagd -l~lIaldad y {ltlrcwlidad 89. U Beck· La ,,'ciedad del riesgo 90. U NuJler (compl -La rae1Ollulidad: su poJery .)Uj llmiles 91. K R. Popper -E/mito del marco común 9en2. M. LL'cnhardt -Do 1.:alllo. La pasolla v el milo en elml/Jl(10 melal1eSil) 9. M. Gudl'lilér -El eHi!:llltl dd dOH . T Eagl..:tull " Id.:olusJ(! 95 ,\11. Platts -Rc"lIltJadn IJ/orales ~ 9ó e Sol!>. -:-1.//Ii [ObIÓ!!: mOjo/la, sociologro ({¡¡slUrio de fa elellela 97. J. BC'>lJnl -Parenr,'sco \ iIl(l<!emidad 98. J. H.lb<.:'IIJHl.~ -La lIich¡SIÓIl del mm 99 J GU<ld\ -Reprt'w)Jrociol!t':. \' crm¡radlCClOnes 100. ¡\iI Flluc.llllt -Enlrt' {i/osoti"a y fllaatllra. Obms ejelleíale.'>. 1'Ol. I 101. .\-1. Foucallh -Es[rar(¡;ill.> lie poder. Obra:. ese/ldal!''" 1'01, J 110023,. K.r-...1 . RF OPUuGpHpdel r- -EE){le 1tIl1C11il1.1 d¿v! Jdeea P1-' uhrelnlllél!ll'Ii1dee!s/ llca. Obm, e"t'Ii~'wles. \ 01. 3 CEHT~O DE INVESTiGACIONES 104. R. R'ln\ -lcrduti \ jJm~re.'W YESTUDIOS SUPERIORES EH 110056.. CH. GBIh.'lt'm1t1'( l-1¡VwIr'!l~,l1 r-,1L a teli!hi/ulo,l ,iel ¡¡¡Ululo l ~TR~OLOG/A SOC~ i 1J0078.. Jp., DFLl.''l\Tt'irJ..llb .t 'Dllda·r Lla1. I 1L1'1(/J1l1l:<1¡,'Ul' nra dI! fu IlbllHdllllCIlI ~~~ BiBLIOTECA 109. B. M(l1l\'c -PId', :d il!oroi \ IJcTI'ecw'j(jll \'11 lu IUSllJi"I(1 PAIDÓS 110. H. Arendt -LiJ l'id<l ¡{e! 1:'">11'1'11,'1 111. A. Madnt\Tc· AWliwle, rIIu"lwll!s \' depeu(hell[ó Bal,;elona • Buenos AUIJ~ • MexlcQ 112, A. Kuper -Cultura Ou045G90 L;),..... , r~ ¡¡~~ :~,{~} Titulo original: el/lrUJe. TJu: AllthmpologlslS' AccoUllt '~ Publicado en inglés. en 1999, por Harvard Univcrsity Pres~, Cambridge (r-.lass.), EE.UU. ,~ ~f."" ,/ Traducción de Albert Roca " ,~ Cubierta de Mal'io Eskenazi 7' i'S'J76_ .., .. 1'1.' 'C 21 IUI )d;J dH-1 /' I ,~. :---/-J;!../,,:.?t1~ ',.) 1 ¡.;' ;......:?_~}J'~e-:---'­ Para lessica t-"rc¡",(f.d,//~¿A· 0.-tL.__- ¿ -<5= ,j i t ¿JJo ;¿ "? " ;..­ Quedan riguro~amente prohj()]Ja.~, ~in la autori7:ación escrita de los titulare:> del cop,nght, bajo las :><lndone~ establecida~ en l<l~ leyes, la reproducción lotal o parcial de esta obra por ClHllquier medio o procedimiento. compn~ndidos la reprografía v el tr,l(<lmiento mformático. \' b dhtnbuClón de ejempbrtc'> de dla mediante alquiler o pre..tamo público~. ,t) 1999 bv Addl1l Kuper C0 lOO 1 de 1<.1 traducCIón, Albert Roca C0 2001 dc toda.., las cdiciones en castellano Edicioncs PaiJós Ibérica, S. A" .\lctriano Cubí. 92 -08021 Barcelona \. Editorial Paidó.\, SAlCE Defensa, 599 -Buenos Aires http:,'/w\\,w.paidosc(Jrn ISBN' 1)-1---+93-11 ../.0-3 Depósitll It"goal: 8--1-0727/2001 lmpre'>o ell A &: M G¡"Mic, S. L 08130 Sta. Pct'pdua de-\.l()g()J~j (Bar'<..:dtma) lmprc,>o en E:.paña -Pnnkd 10 Spain j ..., J <". i' ~.~ ~ -;¡• ••o\t ":-.;J­ 'P " Sumario Prefacio" 11 Introducción: guerras de cultura 19 PRiMERA PARTE: GENEALOGÍAS 1" Cultura y civilización: intelectuales franceses, alemanes e ingleses, 1930-1958" " " " " " "" ".""" 41 2" La versión de las Ciencias Sociales: Talcott Parsons y los an­ tropólogos americanos " "" """"""" 65 SEGUNDA PARTE: EXPERIMENTOS 3" Clifford Geettz: la cultura como religión y como gran ópe­ ru """."" 95 4" David Schneider: la biología como cultura" 147 5" Marshall Sahlins: la historia como culturu" 189 6" Un mundo feliz" 235 7" Cultura, diferencia, identidad" " 261 Agradecimientos. 285 Sobre las notas v la bibliografía 287 Indice analítico y de nombres 289 If" -..¡, ;~ ~'~ > )Y,,­ '1 '~-: PREFACIO Mi tema en este libro es una tradición n10derna particular entre el largo y sinuoso discurso internacional sobre la cultura. Ya en 1917, Robert Lowie proclamó que la cultura «es. en verdad, el solo v exclusivo gran tema de la etnología, así como la conciencia es el tema de la psicología, la vida el de la biología y la electricidad con­ forma una rama de la física"l Contundentes palabras. Toda una franja del mundo académico alemán, por ejemplo, describía su ám­ bito de actividad como ciencias de la cultura, pero no como etnolo­ gía. Los seguidores de Matthew Arnold habrían cuestionado el he­ cho de que se pudiera encontrar una cultura merecedora de tal nombre más allá de los límites de las grandes civilizaciones. Y algu­ nos antropólogos protestaron diciendo que el verdadero objeto de su disciplina era la evolución humana. Pero Lowie hablaba, enton­ ces, de una nueva escuela de antropología americana que se dispo­ nía a desafiar las ideas establecidas. Sus pretensiones se tomarían más en serio una generación más tarde. Tras la Segunda Guerra Mun­ dial, las ciencias sociales disfrutaron en América de un momento de prosperidad e influencia sin precedentes. Las diversas disciplinas se especializaron y se otorgó a la antropologia una licencia especial para operar en el campo de la cultura. Los resultados fueron muy satisfactorios, al menos al principio, sin duda, para los antropólogos. En 1948, Stuat1 Chase observaba que el «concepto de cultura de los antropólogos v sociólogos está llegando l. Véase Roben H. LO\Vle, el/Irlln: ¡l/Ilf Elh¡I/)f¡}:.;\, Nllc"\:1 York, I'vlc1\'lul'trie, 1917, pág. 5. , 1 l~~': i 13 12 CULTURA .... . PREFACIO ,'', , ,. ' .~ refinando las definiciones. Pese a todas las protestas que se han le­ a ser considerado como la piedra angular de las ciencias sociales».' f vantado en sentido contrario, las dificultades se agudizan cuando la En 1952, la apreciada opinión de los líderes de la antropología ame­ \, cultura deja de ser algo que se tiene que interpretar, describir, tal vez ricana de la época, Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn, era que «la hasta explicar, para convertirse en una fuente de explicaciones por sí idea de cultura, en el sentido técnico antropológico, es una de las no­ '-:, misma. Esto no significa que alguna forma de explicación cultural ciones clave del pensamiento americano contemporáneo)}.3 Confia­ no pueda ser útil por sí sola, pero sí supone que la apelación a la cul­ ban en que, «en sentido técnico antropológico)}, la cultura era un tura únicamente puede ofrecer una explicación parcial de por qué la concepto que albergaba una enorme cantidad, casi ilimitada, de gente piensa y actúa como lo hace, o de cuáles son las causas que los promesas científicas. «Por lo que se refiere a su importancia expli­ llevan a alterar sus maneras y costumbres. No se puede prescindir de cativa y a lo generalizado de su aplicabilidad, es comparable a cate­ las fuerzas económicas y sociales, de las instituciones sociales ni de gorías tales como la gravedad en física, la enfermedad en medicina los procesos biológicos, y tampoco se los puede asimilar a sistemas o la c\'olución en biología.» de conocimientos y creencias. Y voy a acabar sugiriendo que éste es Hoy las cosas se ven de una lnanera muy distinta. Pocos antro­ el obstáculo definitivo en el camino de la teoria cultural, natural­ pólogos proclamarían que la noción de cultura se puede comparar mente siempre que mantenga sus pretensiones actuales. en «importancia explicativa» con la gravedad, la enfermedad o la evolución. Todavía se eontclTIplan a sí mismos como especialistas '1, "1, en el estudio de la cultura, pero tienen que aceptar que ya no gozan Espero que los capítulos de este libro refrenden estas conclusio­ de una posición privilegiada en la abarrotada y heterogénea galería nes, persuadan al lector de mente abierta y siembren dudas en la de expertos culturales. Más aún, la naturaleza del conocimiento ex­ mente de los verdaderos creyentes. No obstante, se puede objetar perto que reclaman para sí ha cambiado radicalmente. Mayorita­ razonablemente que yo tenía prejuicios contra muchas formas de riamente ha variado su adscripción intelectual desde las ciencias teorías de la cultura antes de empezar con este proyecto. Soy un sociales a las humanidades, y están listos para practicar la interpre­ miembro a tiempo completo de un «partido)} europeo de antropólo­ tación, incluso la deconstrucción, más que el análisis sociológico o gos que siempre se ha sentido incómodo con la idea de hacer de la psicológico. De todas maneras, los antropólogos americanos mo­ cultura su objeto exclusivo, por no hablar de la tendencia a atri­ dernos han hecho uso sistemático de teonas sobre la cultura en una buirle poder explicativo. No hav duda de que mi escepticismo ini­ gran variedad de estudios etnográficos, y creo que sus experimentos cial se veía acentuado por mis posiciones políticas: soy un liberal, conforman la más satisfactoria e intrigante prueba a la que se ha so­ en el sentido europeo más que en el americano, un hombre mode­ metido el valor -si no la validez misma- de dichas teorías. Así rado, un humanista un tanto insípido; pero, aunque siempre soy pues, el núcleo de este libro es una evaluación de lo que ha sido el muy razonable, no puedo pretender estar libre de sesgos. Modera­ pro:'ecto central de la antropología americana desde la guerra. damente materialista y con ciertas convicciones, algo endehles qui~ Mi conclusión abundará en la opinión de que, cuanto más se con­ zás, sobre la universalidad de los derechos humanos, presento re­ sidera el mejor trabajo moderno de los antropólogos en torno a la sistencias al idealismo v al relati\'ismo de la teoría moderna de la cultura, más aconsejable parece el evitar semejante térmíno hiperre­ cultura, y siento una simpatía limitada por movin1ientos sociales ferencial ~/ hablar con mayor precisión de conocimiento, creencia, asentados sobre el nacionalisITIO, la identidad étnica o la religión, arte, tecnología, tradición, o incluso ideología (aunque este concepto precisamente los moYimientos más proclives a invocar la cultura polivalente suscita problemas simílares a los generados por el de cul­ para motivar la acción política. tural. Ha\' problemas epistemológicos fundamentales que no se pue­ Poco después de empezar a trabajar en el libro, me di cuenta den resoher pasando de puntillas alrededor de la noción de cultura o claramente de que estas dudas teóricas y-' estas preocupaciones polí­ ticas estaban profundamente arraigadas en mi fondo de liberal sud­ 2. Véa~e Stuart Chase, Stl/(Jy n( Hank1l1d. NUe\'3 -'(ork. Ihrper, 1948. p<ig. :;9. aFricano. En una etapa temprana de la reciente transforn1J.ción de 3. Véase Alfred L. Krnehel -" Chde Kluckhohn. Cl//rurí:'. A Critlcu! R':l'it'lI"o,f COII­ Sudáfrica, tras la elección de F. W. De Klerk como presidente, pero eepts mld De/tilllluIlS, Cambridge, Papt::rs nI rhe Peabnu: ,'\Iluseum. Ifal'\'arel Unl\ er­ antes de la liberación de Nelson Mandela, en un momento lleno de sity, vol. 47, n" 1, 1952. p<ig. 3. 15 14 CULTURA PREFACIO grandes posibilidades históricas, recibi una carta de un distinguido africanos o incluso que intentarlo podría ser contraproducente; antropólogo americano. Le habían invitado a da una conferencia -;'¡ como mucho, pensaban que se tardaría siglos en alcanzar semejan­ I pública anual sobre el tema de la libertad académica en la Universi­ te objetivo y tal vez sólo tras pagar un alto precio humano. El racis­ dad de El Cabo. Como era de esperar, se preguntaba con qué podia "-'ifi:' mo más crudo solía n10tivar este tipo de razonamiento y el pensa­ , ~. contribuir un antropólogo a los debates terriblemente graves que miento racista estaba ciertamente muy generalizado entre los estaban teniendo lugar en Sudáfrica en torno de los temas de raza, sudafricanos blancos. Sin embargo, algunos intelectuales sudafrica­ cultura e historia, asi que me rogaba que le pusiera en antecedentes nos, Eiselen entre ellos, repudiaban los prejuicios populares. En una sobre el estado de las discusiones en los circulas antropológicos lo­ conferencia impartida en 1929, Eiselen apuntaba que no había evi­ cales. Le envié resúmenes de las principales argumentaciones y po­ dencia alguna sobre el supuesto de que la intelIgencia variara con la lémicas en el seno de la antropología cultural afrikaner J' me con­ raza, así cotno que no habia raza ni nación alguna que tuviera el pri­ testó diciendo que me estaba muy agradecido. Habia eludido por vilegio de liderar el proceso de civilización en el mundo para siem­ los pelos un error atroz, ya que su primer impulso habia sido arti­ pre. La verdadera base de la díferencia no era la raza, sino la cultura, cular la conferencia según un discurso boasiano clásico sobre la el signo del destino, Y las diferencias culturales debían ser valoradas. cultura. Probablemente, habria argüido que raza y cultura eran in­ El interc3111bio culturaL incluso el progreso, no eran necesariarnen­ dependientes la uno de la otra, que la cultura hacía ser a las gentes te una ventaja ~'. menos, una bendición. Podía exigir un coste dema­ \0 que era v que el respeto a las diferencias culturales deberia ser la siado elevado. Si se minaba la integridad de las culturas [radiciona­ base para una soeiedadjusta. Un argumento benigno en América se les, se seguiría la desintegración social. Eiselen recomendaba que la habria convertido en Sudáfrica en una última y desesperada justifi­ política gubernamental debía estar encaminada hacia el fomento de cación del apartheiJ. una «más alta cultura bantú \' no hacia la producción de europeos Esta paradoja estaba profundamente incrustada en mi concien­ negros», Más tarde, se empeió a usar el eslogan del «desarrollo se­ cia v no hav duda de que es uno de los motores que hicieron posible parado). La segregación era la vía adecuada par:l Sudáfrica, porque este libro. Estudié y obtuve mi licenciatura en SuJáfrica a finales de sólo la segregación presen.'aria las diferencias culturales, los años cincuenta. Un establishment afrikaner radical mantenía un La escuela de etnología del aparrlzeid citaba a los antropólogos firnle control sobre el país, y su política de segregación racial forza­ culturales americanos con aprobación, aunque en buena n1ed¡da en da, el apartheid, se llevaba a cabo con una especie de sadismo mo­ sus propios términos, Sin embargo, sus líderes se oponían radical­ ralizador. El régimen parecía casi invulnerable e impermeable a las mente a las teorías de la escuela británica de antropología social, críticas. Se habían suprimido brutalmente los movimientos de opo­ particularmente a las de A. R. Radcliffc-Brown que, en 1921. ocupó sición africanos. y sin embargo, había un campo en el que real­ la prin1era cátedra de antropología social creada en Sudáfrica. Na­ mente parecía que algunas de las creencias lnás queridas del régi­ turalmente. Raddiffe-Bro\\'n no negó que \as diferencias culturales men podrían ser puestas en eYiciencia mediante argumentaciones pt:Tsi~tían en Sudáfrica, pero rechazó la polític1 de segregación so­ oe racion.ales y pruebas irrefutables. Aunque se las solía envolver en el bt"e la base que SuJáfrica se habb con\ ertido en una única so­ lenguaje de la teologío, las doctl"inas oficiales sobre la raza y la cul­ ciedad. L.lS institucione~ naciona!cs atraycsaban las fronteras cul­ tura invocaban la autoridad de la ciencia: el apartheid se basaba en turales ~ 1110delaban las elecciones en toJas los pueblos y; ciudades la teoría antropológica. No era casualidad que su arquitecto inte­ del r~IlS, Todos sus ciudadanos (o súbditos) estaban en el mismo lectual, W. W. M. Eiselen, hubiese sido profesor de etnología. balTO. Asentar la política en las diterencias culturales era una rece­ Los nacionalistas afrikaner ~ospechaban de la «misión civiliza­ ta para el d~sastre. ({La segregación era imposible)', dijo al público dora;) que. con buena o mala fe, los poderes coloniales en África \:e­ en una cOi1fcrcncia. «El nacionalisl11o sudafricano debe ser un n;;\­ nían proclamando,-4 Algunos creían que no se podía ci\/ilizar a los cion;;llisrno cornpuesto tantp de blanc0~ como de negros." -L P,Ud una ll'\ 1~i6n de l~l dnolo!2:i~\ ~lfrikaner \ de la C0.rrera de Eiselen. "\t'ase gl'¡1L'r~,I sf;hrl' L\ :lj,11 "ro]ogía en Suda! l'k~l, ',l'<1,,>e \\. D Ham:lwnd-TO(lkt', [mper/¿o Ro!lt·t r Gordon. ,Aparthcld's Anthropo¡ogj~b: Tllt: Gcnt'alog"\ of Ah·ikaner Anthru­ J!llé I ¡'J¡'c';,", ,'-.( ,/I:/I-iII,'I.'U:> A¡¡li¡r(¡¡JfI!UI.é,IS1,) J ':I2(}-t (.¡ ';fU , JOhdl"h."c;burgo, \\'i[waters­ pology", .-'1,IIIenCUIl Er¡lJw¡ogi~:, J3 (3).1988, p:.1g:s, ,B:;-553. Para una relación más rand Li11\<.:"1I\· p¡t'~.'>, 1()9i, 16 CULTURA En parte como resultado de su experiencia sudafricana, Radclif­ fe-Brown se sintió inclinado más adelante a hablar de la cultura con prevención. «No observamos una "cultura"», recalcó en su alocu­ ción presidencial de 1940 en el Royal Anrhropological Institute, "ya que dicha palabra denota, no una realidad concreta, sino una abs­ tracción y se usa comúnmente como una abstracción vaga».s y des­ cartó la perspectiva de su gran rival, Bronislaw Malinowski, según la cual, una sociedad como Sudáfrica se debería estudiar como una arena en la cual dos o más «culturas» interactuaban. «Ya que lo que está sucediendo en Sudáfrica [explicaba Radcliffe-Brown] no es la Esto es probablemente todo lo que uno puede pedir interacción entre la cultura británica, la afrikaner (o boer), la ho­ a la historia y, pUJ1icularmentc, a la historia de las tentote, diversas culturas bantúes y la cultura india, sino la interac­ ideas: no que resuelva asuntos, sino que eleve el ni­ ción de individuos y grupos en el interior de una estructura social vel del debate. establecida, que está a su vez en proceso de cambio. Lo que está pa­ ALBERT O. HiH5CH,\lAN sando en una tribu del Traskei, por ejemplo, sólo se puede describir reconociendo que dicha tribu se ha visto incorporada a un sistema estructural. político y económico más amplio>}.b Viniendo de Sudáfrica, no hay duda de que yo estaba dispuesto a aceptar argumentaciones de tal indole. Más aún, cualquier prejui­ cio inicial que pudiese haber tenido se vería reforzado durante mi formación de posgrado en antropología social y estructural tal como se ofrecía en la Universidad de Cambridge durante los primeros años sesenta. Sin embargo, algunos de mis contemporáneos se libe­ raron de este condicionamiento temprano y se pasaron a la escuela cultural. No fue mi caso, ya que mi escepticismo acerca de la cultu­ ra fue creciendo, en parte porque habia quedado tan impresionado por los abusos de la tearia de la cultura en Sudáfrica. Pero no es ne­ cesariamente malo aproximarse a una teoría profundamente afian­ zada desde una mentalidad escéptica. Y las inclinaciones políticas no le descalifican necesariamente a uno para poder apreciar los puntos débiles y fuertes de los argumentos enfrentados. Además, las teorías de la cultura suelen conllevar una carga política, justifi­ cando una crítica política. De todas maneras, aunque mis antece­ dentes sudafricanos han mediatizado mis investigaciones sobre la teoría de la cultura, mi esperanza es que no hayan determinado por sí mismos las conclusiones a las que he llegado. Sea cual sea el ses­ go que he introducido en el presente provecto, he hecho cuanto he podidu para respetar tanto los razonatnit:'ntos como las evidencias. 5. Véa,-;<.: A. R. Radchlh::.Bnmn. "Dn SOCIal Strueture", JuunUll of rhe R()\'al :\I1/lm l[Jolw},idd 11I';UrulL'. 70, 1':l..J.ü, págs. 1-12. 6, ¡{mI. r,+ ~ '<··'· ··~·.' ·1·..·': .•... '*: ? INTRODUCCIÓN: GUERRAS DE CULTURA ;1 ~o sé cuántas veces he deseado no haber oído nunca la maldita palabra. 1 RAYMOND \\'lLLI.,\MS Los académicos americanos han entablado guerras de cultura (si bien es cierto que sin demasiadas bajas). Los políticos urgen a una [evolución cultural. Aparentemente, se necesita un cambio cul­ tural sísmico para resolver los problemas de la pobreza, las drogas, los abusos, los crímenes, la falta de legitimidad y la competitividad industriaL Se habla v se habla sobre las diferencias culturales entre los sexos v las gene¡:aciones, entre los equipos de fútbol o entre las agencias de publicidad. Cuando falla una fusión entre empresas, se explica diciendo que sus culturas no eran compatibles. La belleza de todo esto es que todo el mundo lo entiende. "Tratamos de vender "semiótica", pero lo encontramos algo difícil», informaba una com­ pañía londinense llamada Semitic Solutions, «así que ahora vende­ mos "cultura". Ésta [noción, palabra] la conocen. No tienes que ex­ plicarla».' Y no hay motivo ni llamamiento alguno para no tratar la cultura como se merece. «La cultura lleva la voz cantante por lo que se refiere a n10tivar la COlH1LLcta del consumidop>} proclama un fo­ lleto de la empresa, «más persuasiva que la razón, más "de masas" que la psicología». También hay un mercado secundario 110reciente en el discurso culturaL A mitad de los noventa, las librerías coloca­ ron secciones de «estudios culturales)} en las priIlleras posiciones, las mismas ocupadas en su momento por la religión de la New Age v, antes, por la autoayuda. Guy Brussat, el encargado de llbros en 01­ son, en Washington D. c., explicaba: "Alguien ve sociología v piensa, \¿a~e Ra.\mond W¡Jliam:::., Politice" l/Jld Lenas. Lotldrc~ Ne\\ Lelt Books, ¡y-Y, puf:'. 17--l. \'Cd~e Llll::,::,;1 ~laL' Fa! 4uar, "This Sellll(jtlcian \\'ctll [() r..-Iarkel". Llllgua FruIIC¡;, septli.:mbre octubre, 1994, pág. 62. 1 .'.]~ . '~'.,'. 20 CULTURA INTRUDUCCIÓN: GUERRA~ DE CULTURA 21 ,':Ji \c'! un texto árido y académico, Ves "estudios culturales" y piensas ¡Oh, ¿,o-,. ~..;. los fundadores de Sony, rechaza los ruegos de liberalizar los acue"­ cultura! Es algo psicológico, sutih,3 4, dos comerciales del Japón para permitir una mayor competición Ho~', lodo el mundo está en la cultura. Para los antropólogos, ;. por parte de las firmas extranjeras. «(Reciprocidad), explica, «signi­ hubo un tiempo en que la cultura fue un término técnico, propio del ficaría cambiar las leyes para aceptar sistemas extranjeros que pue­ arte de la disciplina. Ahora los nativos les contestan hablando de den no encajar con nuestra cultura)).' (Afortunadamente, vender cultura. "La cultura, el vocablo mismo o algún equivalente local. equipos de televisión Son)' a los americanos o hacer películas en está en los labios de todo el mundo", ha senalado Marshall Sahlins' Holly'\vood sí son actividad~s que concuerdan perfectamente con la "Tibetanos v hawaianos, ojibway, kwakiutl y esquimales, kazakos y cultura japonesa.) rnongole.s, aborígenes australianos, barineses, naturales de Cache~ Tal vez el futuro de todu el mundo dependa de la cultura. En mira y n1aoríes de Nueva Zelanda: todos descubren qu~ tienen "una 1993, en un ensayo apocalíptico public:ldo en Foreign Affairs, Sa­ cuILura".» Los hablantes monolingües de Kayapo, en la selva tropi­ mue! Huntington anunciaba que una nueva fase de la historia glo­ cal sudan1ericana, usan el término portugués cultura para describir bal había comenzado, una nueva [ase en la cual, «las causas funda­ sus ceremonias tradicionales. l\tlaurice Godelier describe cómo un mentales de conflicto») dejarán de ser económicas o ideológicas. temporero vuelve con su pueblo en Nueva Guinea, los baru.va, y «Las grandes divisiones dt: la humanidad v la fuente dominante de declara: «Tenemos que encontrar fuerza en nuestras costumbres; confltctos serón culturale.s,)':I Al ebborar ~esta tesis en un libro re­ debemus basamos en lo que los blancos llaman cultura". Otro neo­ ciente, defiende que podemos esperar un choque titánicu de civili­ guineano le dice a un antropólogo: «Si no tuviéramos kasto11l, sería­ zaciones, cada una de las cuales representaría una identidad cultu~ mos lo mioma que los hombres blancos». Sahlins echa mano de ral primordial. Las «principales diferencias entre civilizaciones en todas estas citas para ilustrar una proposición general: «La con­ cuanto al desarrollo económico ,y político se enraízan claralnente ciencia de la propia cul tura que se está desarrollando entre las otro­ en sus distintas culturas) y «la cultura Ji las ide-ntidades culturales ra Yíctin1as del imperialismo es uno de los fenómenos más destaca­ (...) están modelando los patrones de cohesión, desintegración y bles de la historia mundial en el final del siglo xx». conflicto en el mundo posterior a la Guerra Fria (...) En este mundo Estas antiguas víctimas pueden incluso desarrollar discursos nuevo, la pulítica local es la politica de la etnicidad, la politica glo­ cdticm sobre la cultura. Gerd Baumann ha mostrado que, en Sou­ bal es la politica de las civilizaciones. El choque de civilizaciones th,dl. un suburbio multíétnico del oeste de Londres, la gente «cues­ reemplaza a la rivalidad entre las superpotencias»," tiona lo que los términos "cultura" y "con-zunidad" significan para Ni que decir tiene que la palabra cultura adquiere un significa­ en1pezar. Los propios vocahlos se transforman en pivotes para la do más bien diferente para unos investigadores de m~rcados en construcción de una cultura de Southalh5 Con todo, incluso los na­ Londres, para un magnate japonés, unos aldeanos dc Nueva Guinea cionalistas antioccidentales se pueden limitar a 3.propiarse de la re­ o un clérigo radical en Teherán, por no mencionar a Samuel Hun-­ tórica internaciunal dominante sobre e! concepto de cultura, y así tington. No obstante, los conceptos que tienen en mente despren­ afirmar la identidad única de su propio pueblo, sin miedo de Con~ den un aire de familia. En su sentido nlás general. la cultura es sim­ u·adecirse. «Consid¿Tamos que, actualmente, la principal amenaza plemente una manera de 11:lblar sobre las identidades colecti\'as. para nu~stra sociedad)), dice un político fundamenta]jsta iraní, «es la ele ser una sociedad cultural».Co (De todas formas, seguro que ha­ blar de identidad cultural es muy... americano). Akio Morita, uno de 7. Citado pUl' [an BurulTw, Tllt' .\lL\_,iU"liT\' !ilul tfll! LI!' e{[llle. I.I)\·¿ (111d \\"01' in Eas[ f/Jlt/ \Vn{, Londres, F~)ber, 1':196, púg. 235. 8, V¿Ll..;,e SalDud P, Hllnlington, "The Cla~h uf el\iliz~ülon.,>:" (ureigll ·\(run, ve­ rano, 1993, rag. 22. 3, \ l·:l."l.k~:)l..::a \J..iI',,,hall, "Slltdt Life», Lin.l!,lId Frdl1ca, marzo i :lbriJ, 1995, pág. 27 9, Véase S;¡muel P. Hunllngt(¡¡), The Chlsil (Jf Cíl !li::(ili(lIl~ UII<1 [in' R~'}/wkllll', uf -L \-l',,:-;t" ~LlI ~kl!1 SL-\hlms, ,Goodl1\'t" lo Trisll!.\ Tropnjl/n: Ethnography In ¡he H'OfM UrJa, NUl'\·a 'lOrk. Slnlon & Schusler, 1996. púgs, 20, 1H ~ 1Y {liad. ca::.t.: El Conlt"\l ,JI !\lodctI1 \\'orld HI.'-l(l1\ ", !ollnw/ 01 ,l,,[ouern Hi..dOYY, n" bS, [993, págs, 3 \' 4, chOCfIlt' lit-ci¡-ili:CIL-IOIIC' \' la recollji;:'UniC1ÓIl de! (,¡-de'u "lIulc!ini, Barcdon:l. Paidós'-'), 5, \ 2U;';l' Gt"l-d SéIUlllcllJl\, Cmlit'S!I.'('.: e"hurt'. DiscOllrSt'S (,/IJ¿nt1t\' in.Hultl-Elf¡­ Nótese (¡lit' el en~:h(J onglllal haLla una pregunta ¡"Tlle ([ash uf Ci\'illzatlOlls?, lile LlJudOl!, Cambnd:!l:', ClIllbnJf'1:' ln¡\'erslt~' Pre~s, 1996, pág, 14:;, ,,(.El ..::hoque de cl\'dizacioncs,J,,), lTllentras que, en apariencid. <:,1 iibro la conLt::::.t.1 6. \-~élse jWI!! IIItl!O!Iii! HeroU 7h!JlUle, 21 de septiembre de 1Sf96, pag. S, afirm~lti \-.1 menle, 1~1.•­....,.' 22 CULrURA ~"),-\.'~: INTRODUCCIÓN: GUERRAS DE CULTURA 23 f;. "' ,¡y Sin embargo, el estatus también está en juego. Mucha gente cree unos cuantos afortunados. No se trata sin1plemente de una conse­ que las culturas se pueden medir unas respecto a otras, :!' esta gente cución personal. El bienestar de toda la nación está en el alero se siente inclinada a evaluar su propia cultura por encima de las de cuando se amenazan el arte y la erudición. Para Matthew Amold, la los otros. Incluso pueden pensar que sólo existe una civilización ge­ verdadera lucha de clases no se entablaba entre ricos v pobres, sino nuina, la suya, v que el futuro, ya no sólo de la nación, sino del mun­ entre los guardianes de la cultura y aquellos que él llamaba filisteos, do, depende de su supen'ivcncia. «Pese a los multículturalistas», in­ que tendrían a la riqueza por amo. Por otra parte, los autores radi­ siste Roger Kimball, ,da elección a la que nos enfrentamos hoy en cales niegan que la cultura de la élite propague dulzura y luz. Se dfa no es entre una cultura occidental "represora" y un paraíso mul­ puede representar la alta cultura como un instnllnento de domina­ ticultural, sino entre cultura y barbarie. La civilización no es un ción, como una añagaza de casta. Pierre Bourdieu ha arguIl1entado don, es un logro, un frágil logro que se debe sostener y defender que, en el seno de la élile. el valor de la alta cultura reside precisa­ ante aquellos que lo asedian, dentro y fuera)). lO Huntington sugiere mente en el hecho de que la capacidad para juzgar obras de arte, que el choque de civilizaciones en el mundo surgido tras la Guerra para hacer distinciones, confiere «distinción» por sí misn1a.1., La Fria no es más que una etapa hacia el clímax de un combate por ve· cultura es el don del gusto educado que separa a la dama u al caba­ nir, {(el mayor choque, el "choque real" global, entre civilización y llero del advenedizo. Para los que se inscriben en la tradición mar­ barbariE')).11 xista, la cultura ocupa su lugar en la más amplia guerra de clases. Mientras que los patriotas de la civilización occidental procla­ La alta cultura encubre las extorsiones de los ricos. El sucedáneo de man la elevada posición de la gran tradición, los multiculturalistas la cultura de masas confunde a los pobres. Sólo las tradiciones de la celebran la diversidad de América v se convierten en paladines de cultura popular pueden contrarrestar la COlTupción mediática. los marginales, las minorias, los disidentes, los colonizados. Se de­ nuncia como opresiva la cultura del establishmenl. Las culturas mi· i, i< noritarias confieren poder a los débiles: son auténticas, hablan a la gente real, n1antienen la \'ariedad y la posibilidad de elección, nutren Aunque recientemente se ha producido una llamativo floreci­ a los disidentes. Todas las culturas son iguales o se deberían tratar miento por 10 que respecta a la presencia del concepto de cultura. como tales. «Luego, entre los progresistas, la cultura como tema de está claro que este tipo de razonanl1entos no son nuevos. Todos estudio ha sustituido a la sociedad en tanto que objeto general de ellos fru.ctificaron en el curso de una eclosión sil11i1ar de la teoriza­ investigación}), escribe Fred Inglis, con apenas un toque de ironía. 12 ción sobre la cultura entre los años veinte y cincuenta, tal como se l¿ Aunque los conservadores rechazan estas argumentaciones, están mostrará en el capítulo siguiente (quizás que ocurrió fue simple­ de acuerdo en que la cultura establece los estándares públicos y de­ mente que esa larga argumentación se vio internlmpida durante termina el destino nacional. y, cuando se encuentran gentes de di­ una generación a causa de las preocupaciones ideológicas genera­ ferentes naciones y grupos étnicos, sus culturas se confrontan como das por la Guerra Fria). Entonces como ahora, los autores más re­ totalidades. Algo debe lle\'ar a semejante confrontación. flexivos citaban a sus predecesores en los siglo:-i XVIll ~. XIX, recono­ Tambi¿n se utiliza a menudo el término de cultura en un senti­ ciendo que los dis(ursos sobre la cultura tienden a caer en categorías do distinto, para referirse a las bellas artes de las que sólo disfrutan bien establecidas. A menudo se identifican de manera laxa una teoría de la cultura fTancesa, otra akmana ." otra ingk~a. De [orn1a a1Lc'rnativ~, e igual­ 1ú. \'¿a~c R(jg~r KHnball ,Tenured Radicals», New Cnterion, enero de 1991, mente \aga, se distingue un discurso ilustr3do de uno ron1~1ntico pjg. 13. ~/ de otro dúsico. Son etiquetas improvi<;,adas. prefabricadas, para 11 \·éa::>t:' Hunt¡ngton. TIte C/a:;h oj"Cil·¡I!::.ationJ, pág. 32l. Il. Véa~e frt:'J [og!J:-" L'ulr1¡ml Sludies, Oxfurd, Blackwell. 1993, pág. 109. constn.1cciones comp\~.ias que.' estnn suictas J toda una variedad de .\. dd l. La e:-:pr~si()rl lite]",,! e::> ,(in rhrall nI" M(U11II101I»), "esclm'Í"lüdo pnr M<:lm­ trans[onl1aciones cstruclul'aks, \-iéndo~c' periúdicalllente reducidas ll1un,\. de.'~üon~\ndo en nJgjé~ este último vocablo (de origen arameo) a la persooi[¡­ cü..::ión de la mahhd cnceJT~lda en b nqueza \ en el ansia de riquet:::h, "egún los c'\<.lngehos (.,~'\adle puede "en ir ~l dos "eliores.. No podéi::> ~en·ir a Dios v a las ri­ 13. V¿~l:-';~ Plt;'ne l:3ourdll:"ll, Dh[IIJCflpl1.'--\ Sucw! Cr!!li/'IL' ui ¡he Jwl",ellielll oj r..L~­ queza", \1t 6. 2..0. le, LonJre:'>. ROlltleJge. 19S-+.

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