Julius Evola La tradición hermética En sus símbolos, en su doctrina y en su Arte Regia Ediciones Martínez Roca, S. A. Título original: La tradizione ermetica Traducción: Carlos Ayala © 1972, Edizioni Mediterranee, Roma © 1975, Ediciones Martínez Roca, S. A. Avda. José Antonio, 774, 7.º. Barcelona-13 ISBN: 84-270-0304-8 Depósito legal: B. 31.646-75 Impreso en Gráficas Universidad, Arquímedes, 3-San Adrián del Besós Printed in Spain -- Impreso en España 1 Este libro ha sido digitalizado para consulta interna de Comunidad Hermética: No se vende ni se distribuye. http://www.comunidadhermetica.org/ http://www.egrupos.net/grupo/comunidadhermetica/alta ***Aviso: para visualizar correctamente algunos de los símbolos contenidos en este libro es preciso tener instaladas en el PC fuentes de alquimia y astrología. Puedes obtener las fuentes en la biblioteca de la Comunidad: http://www.comunidadhermetica.org/libros.html . La opinión vulgar según la cual la alquimia no sería más que una química en estado precientífico puede ser válida como máximo para los aspectos de ella que pueden considerarse secundarios. La alquimia está estrechamente vinculada con el hermetismo, y la tradición hermético-alquímica, cuya vigencia abarca desde el período alejandrino hasta el umbral de los tiempos modernos, constituye esencialmente una enseñanza iniciática expuesta usando el simbolismo de los metales y sus transmutaciones. El presente volumen expone de modo sistemático, con constantes y numerosas referencias a las fuentes, la tradición hermético-alquímica según este aspecto esencial. Esto lo distingue de otras tentativas de interpretación como son la de Jung y la de Silberer. No se trata, como en estos casos, de una interpretación psicológica o psicoanalítica sino que considera realidades mucho más profundas para cuya comprensión es necesario referirse de modo especial a las enseñanzas tradicionales y a la concepción general del mundo y del ser humano que constituyen la base de las doctrinas esotéricas. El libro comprende dos partes: la primera aborda la doctrina y el simbolismo hermético- alquímico; la segunda expone los procesos operativos que persiguen el fin esencial de la transmutación y la integración del ser humano. Uno de los objetivos de este libro es poner de manifiesto en este quehacer una formulación especial de la vía iniciática, caracterizada más por su orientación activa que por sus aspectos contemplativos, intelectuales o sapienciales. 2 Índice Prefacio Primera parte LOS SÍMBOLOS Y LA DOCTRINA Introducción: El Árbol, la Serpiente y los Titanes 1 Pluralidad y dualidad de las civilizaciones 2 La naturaleza viviente 3 El conocimiento hermético 4 ―Uno el Todo‖. El dragón Uroboros 5 La ―presencia‖ hermética 6 La creación y el mito 7 La Mujer. El Agua. El Mercurio. El Veneno 8 La Separación. ―Sol‖ y ―Luna‖ 9 Aguas heladas y Aguas fluyentes 10 La ―Sal‖ y la Cruz 11 Los cuatro elementos. El Azufre 12 Alma, Espíritu y Cuerpo 13 Los Cuatro en el Hombre 14 Los planetas 15 Los centros de vida 16 Los Siete, las Operaciones y el Espejo 17 El Oro del Arte 18 La sombra, las cenizas, la superfluidad 19 El incesto filosofal 20 La ―tumba‖ y la ―sed‖ 3 21 Saturno, Oro invertido 22 El campo y la semilla 23 La espada y la rosa 24 El Tallo, el Virus y el Hierro Segunda parte ―ARTE REGIA‖ HERMÉTICA Introducción: Realidad de la Palingenesia 1 La Separación 2 La Muerte. La Obra al Negro 3 La prueba del vacío 4 El vuelo del dragón 5 Vía seca y vía húmeda 6 La ascesis hermética 7 La vía del Soplo y la vía de la Sangre 8 El Corazón y la Luz 9 Desnudamientos y eclipses 10 La sed de Dios y las ―aguas corrosivas‖ 11 La vía de Venus y la vía radical 12 Los fuegos herméticos 13 La Obra al Blanco. El Renacimiento 14 La conjunción al Blanco 15 La vigilia permanente 16 El cuerpo de luz. Producción de Plata 17 Nacimiento a la Vida e inmortalidad 18 Obra al Rojo. Retorno a la Tierra 19 Los colores alquímicos. La multiplicación 20 La jerarquía planetaria 21 Conocimiento del ―Rojo‖. La Triunidad 22 El conocimiento profético 23 Los cuatro grados del poder 24 La trasmutación metálica 25 Las correspondencias. Los tiempos. Los ritos 26 El silencio y la tradición 27 Los Maestros lnvisibles 4 Prefacio En esta obra utilizamos la expresión ―tradición hermética‖.en el sentido concreto que recibió durante la Edad Media y el Renacimiento. No se trata del antiguo culto egipcio y helénico de Hermes, ni tampoco sólo de las doctrinas incluidas en los textos alejandrinos del llamado Corpus Hermeticum. En este sentido, el hermetismo está íntimamente relacionado con la tradición alquímica. La tradición hermético-alquímica es precisamente el objeto de nuestro estudio. En él tratamos de precisar el sentido real y el espíritu de una enseñanza secreta, de naturaleza sapiencial pero al mismo tiempo práctica y operativa, que se ha transmitido con grandes caracteres de uniformidad desde los griegos y, a través de los árabes, hasta textos y autores que llegan a los mismos umbrales de los tiempos modernos. Por lo que se refiere a la alquimia, ya en la introducción se pone de manifiesto el error de los historiadores de la ciencia, algunos de los cuales quisieran reducirla a una mera química en estado infantil y mitológico. Contra esta idea se levantan todas las exhortaciones explícitas de los autores herméticos más renombrados a que no nos engañemos al tomar sus palabras al pie de la letra, porque todas ellas estén pronunciadas en un lenguaje cifrado y expresadas mediante símbolos y alegorías1. Estos mismos autores han insistido hasta la saciedad en que ―el objeto de nuestro precioso arte es desconocido‖; en que las operaciones a que aluden no se realizan con las manos; en que sus ―elementos‖ son invisibles y no aquellos que todo el mundo conoce. Por otra parte, ellos mismos han llamado despectivamente ―sopladores‖ y ―quemadores de carbón‖ que han ―arruinado a la ciencia‖ y de cuyas manipulaciones no debe esperarse ―más que humo‖, a todos los ingenuos alquimistas que, en su incomprensión, se entregaron a experimentos del mismo género que imaginan ahora los modernos como propios de la ciencia hermética. Siempre han enunciado, con respecto a la Obra, condiciones éticas y espirituales, y al referirse al sentido vivo de la naturaleza su mundo ideal se presenta inseparable de aquel otro -que podremos llamar como queramos, pero no químico-, del gnosticismo, del neoplatonismo, de la cábala y de la teurgia. Asimismo, a través de medias palabras, han dado a entender ―a quien pueda entender‖, 1 Cf., para todas ellas, las drásticas expresiones utilizadas por ARTEFIO (Libro de Artefio, en la Bibl. der Philos. Chimiques, París, 1741, t. II, p. 144): ―¿No es de sobras conocido que nuestro Arte es un arte cabalístico, es decir, que sólo hay que revelarlo oralmente, y que rebosa misterios? ¡Pobre idiota! ¿Cómo puedes ser tan ingenuo que creas que te enseñaríamos abierta y claramente el mayor y más importante de los secretos? Yo te aseguro que quien trate de explicar lo que los Filósofos (herméticos) han escrito mediante el sentido ordinario y literal de las palabras se encontrará encerrado en los meandros de un laberinto del que nunca podrá salir, puesto que no existe un hilo de Ariadna que le sirva de guía‖. 5 que el azufre alquímico representa la voluntad (Basilio Valentino y Pernety); que el humo es ―el alma separada del cuerpo‖ (Geber); que la ―virilidad‖ es el misterio del ―arsénico‖ (Zósimo); y así podríamos citar infinidad de textos y autores. De esta forma, a través de una variedad desconcertante de símbolos, los ―Hijos de Hermes‖ consiguen decir todos lo mismo y repetir el quod ubique, quod ab omnibus et quod semper.2 El objeto real sobre el que gravita este conocimiento único, esta tradición que reivindica para sí caracteres de universalidad y de primordialidad, nos lo revela Jacob Böhme: ―No hay diferencia alguna entre el nacimiento eterno, la reintegración y el descubrimiento de la piedra Filosofal‖.3 ¿Estaremos acaso ante una corriente mística? Si es así, ¿por qué el disfraz y la ocultación hermética? Ateniéndonos al sentido predominante del término ―misticismo‖ (sentido que ha adquirido en Occidente a partir del período de los Misterios clásicos, y fundamentalmente con el cristianismo), advertiremos que no se trata de un verdadero misticismo. Más bien se trataría de una ciencia real, en la cual la reintegración no tiene un significado moral, sino concreto y ontológico, hasta el punto de conferir eventualmente determinados poderes supranormales, una de cuyas aplicaciones contingentes puede ser la trasmutación referida incluso a sustancias metálicas. Este carácter de la realización hermética constituye el primer motivo de su ocultación; ocultación no por razones extrínsecas y monopolísticas, sino por razones internas y técnicas. Cualquier ciencia de este tipo se ha protegido siempre y en todas partes bajo el secreto iniciático y tras una exposición efectuada a través de símbolos. Pero hay aún una segunda razón para cuya comprensión hay que referirse a los datos fundamentales de una metafísica general de la historia. El conocimiento hermético-alquímico ha sido siempre considerado como una ciencia ―sagrada‖, pero la designación que mejor la caracteriza y la que ha prevalecido, es la de Ars Regia o Arte Real. Todos aquellos que hoy estudian las variedades de las formas de espiritualidad que se han ido desarrollando en los tiempos llamados históricos, han podido comprobar una oposición fundamental que puede trasponerse analógicamente a los conceptos de ―realeza‖ y de ―sacerdotalidad‖. Existe una tradición iniciática ―real‖ que, en sus formas puras puede considerarse como la filiación más directa y legítima de la Tradición única primordial.4 En tiempos más recientes, ésta se nos revela en sus variantes heroicas, es decir, como una realización y una reconquista condicionada por cualidades viriles análogas en el plano del espíritu, a las propias del guerrero. Pero, por otro lado, existe una tradición sacerdotal en sentido restringido, con caracteres diferentes de la primera, y a veces opuestos a ella, sobre todo cuando, profanada en formas teistas-devocionales, se encontró frente a las que hemos llamado variantes ―heroicas‖ 2 Cf., por ejemplo, GEBER, Libro del Mercurio Oriental (citado en Berthelot, cf. más adelante, p. 248): ―En realidad, hay acuerdo entre los autores, aunque a los no iniciados les parezca ver divergencias‖. J. PERNETY, Fables Egyptiennes et Grecques dévoilées, París, 1786, t. I, p. ll: Los filósofos herméticos están todos de acuerdo; ninguno contradice los principios de los demás. Y el que ha escrito hace treinta años, habla igual que quien escribió dos mil años antes... Y no cesan de repetir el axioma de la Iglesia: “Quod ubique, quod ab omnibus et quod semper”. Y aun más claramente la Turba Philosophorum, que es uno de los textos hermético-alquímicos occidentales más antiguos y más divulgados (texto citado en Introducción a la Magia, Edizioni Mediterranee, Roma, 1971, vol. II, p. 245): ―Notad que, cualquiera que sea la manera en que (los filósofos herméticos) han hablado, la naturaleza es una, y ellos se hallan de acuerdo y hablan de lo mismo. Pero los ignorantes toman las palabras tal y como las decimos, sin comprender el qué ni el porqué: deberían considerar si nuestras palabras son o no razonables y naturales, y entenderlas en consecuencia; pero si no fueran razonables, deberían tratar de elevarse a nuestra intención en lugar de atenerse a la letra. En cualquier caso habéis de saber que nosotros estamos todos de acuerdo, digamos lo que digamos. Así pues, comparad unos con otros y estudiadnos; porque en uno está claro lo que en otro permanece oculto, y quien verdaderamente busque, encontrará‖ 3 J. BÖHME, De Signatura Rerum, VII, § 78. 4 Para la cabal comprensión de las nociones de tradición y estado primordial, de héroe, etc., es casi indispensable la referencia a nuestra obra Rivolta contra il mondo moderno (3.’ ed., Edizioni Mediterranee, Roma, 1969), así como a los libros y ensayos de R. GUÉNON. Cf. también nuestro Maschera e Volto dello Spiritualismo contemporaneo (3.* ed., Edizioni Mediterranee, Roma, 1971). 6 de la tradición regia. Respecto al punto originario, al cual podríamos atribuir el símbolo de la ―realeza divina‖, esta segunda tradición representa ya algo deshojado y roto, sobre cuyos restos precisamente ganarían terreno sin cesar -especialmente en Occidente- los elementos sentimentales, emocionales, teológicos y místicos, hasta el oscurecimiento casi total de sus primitivos elementos esotéricos. Es significativo el hecho de que la tradición hermético-alquímica se haya denominado Arte Regia, y que como símbolo central haya elegido el regio y solar del Oro, que a su vez nos remite a la tradición primordial. Semejante tradición se nos presenta esencialmente como celadora de una luz y de una dignidad irreductibles a la visión religioso-sacerdotal del mundo. Y si bien en ella no se habla (como en un ciclo de otros mitos) de descubrir el oro, sino de fabricarlo, ello no es más que una muestra de la importancia que tuvo precisamente el momento heroico, en el sentido ya indicado de reconquista y de reconstrucción. Pero al propio tiempo advertimos, por la misma razón y tanto mas fácilmente, el motivo ulterior del ocultamiento de la doctrina. A partir del momento del derrumbamiento del Imperio romano, Occidente, en sus corrientes principales, pasó a estar de hecho bajo el signo de otra tradición, que además se había desembarazado casi por completo de todo su alcance esotérico, para convertirse en una doctrina de la ―salvación‖ en el nombre de un ―Redentor‖. Así las cosas, los hermetistas, a diferencia de otras organizaciones iniciáticas, tributarias de la misma vena secreta regia, en lugar de salir a la luz y presentar batalla, prefirieron ocultarse. Y el Arte Regio fue presentado como el arte alquímico de la trasmutación de los metales viles en oro y plata. Como tal tampoco cayó bajo la sospecha de herejía, e incluso pasó como una de tantas formas de ―filosofía natural‖ que no interfería con la fe; más aún, entre las propias filas de los católicos, desde Ramón Llull y Alberto Magno hasta el abate Pernety, encontramos figuras enigmáticas de Maestros herméticos. En un ámbito más reducido, y dejando aparte el hecho de que los diversos autores alquímicos de Occidente declaran haber empleado un lenguaje cifrado diferente para referirse a las mismas cosas y a las mismas operaciones, es indudable que la alquimia no es un fenómeno simplemente occidental. Existe, por ejemplo, una alquimia hindú y una alquimia china. Y quien se halle al tanto del tema, verá que los símbolos, las ―materias‖ y las operaciones principales se corresponden; pero sobre todo se corresponde la estructura de una ciencia física y al propio tiempo metafísica, a la vez interior y exterior. Tales correspondencias se explican por el hecho de que, una vez presentes, las mismas concepciones respecto a la visión general y ―tradicional‖ del mundo, de la vida y del hombre, conducen con la mayor naturalidad a las mismas consecuencias, incluso en la consideración de problemas técnicos especiales, como el de la trasmutación. Así, mientras esta concepción ―tradicional‖ permanece, aunque sea en residuos y en trasposiciones lógicas y filosóficas carentes ya de fuerza, mientras sigue en pie esta ―tradición‖ respecto a la cual las diferencias entre Oriente y Occidente fueron mínimas en comparación con las que existirían luego entre ella y la mentalidad moderna, mientras siguió viva, encontramos la alquimia admitida y cultivada por espíritus ilustres, pensadores, teólogos, ―filósofos de la naturaleza‖, reyes, emperadores e incluso por papas: la dedicación a una disciplina de este género no se consideró incompatible con el mas alto grado espiritual o intelectual. La tradición alquímica se ha extendido enigmáticamente no sólo a través de por lo menos quince siglos de la historia de Occidente, sino incluso a través de los continentes, tanto en Oriente como en Occidente. Nuestro trabajo no va dirigido a convencer a quien no quiere ser convencido. Pero proporcionará puntos de apoyo firmes a todo aquel que lo lea sin prejuicios. Por otra parte, quien esté de acuerdo aunque sólo sea con una sola de nuestras conclusiones, no podré por 7 menos de reconocer toda su importancia: es como el descubrimiento de una nueva tierra cuya existencia se desconocía: una tierra extraña, alarmante, sembrada de espíritus, metales y dioses, cuya laberíntica fantasmagoría se concentra poco a poco en un único punto luminoso: el ―mito‖ de una raza de ―sin rey‖, de criaturas ―libres‖, ―señores de la Serpiente y de la Madre», para emplear las orgullosas expresiones de los mismos textos herméticos. Al margen de la introducción, dirigida a poner de manifiesto lo que nosotros hemos llamado la formulación ―heroica‖ de la tradición regia, la presente obra consta de dos partes: la primera dedicada a los símbolos y a la doctrina, y la segunda a la práctica. Los límites de la presente edición nos han impuesto la renuncia a una serie de citas, y textos griegos, árabes y latinos, de modo que no hemos conservado más que lo esencial. Hemos procurado igualmente ser claros en lo posible. Pero el lector no debería hacerse falsas ilusiones: más que una simple lectura, se trata de un estudio por eso, después de que haya adquirido una visión de conjunto, debería volver sobre enseñanzas concretas y símbolos particulares, que nunca podrán entenderse aislados de los demás, para agotar así, poco a poco, todos sus posibles y diferentes significados. Por nuestra parte, creemos poder asegurar al lector que en el presente libro encontrará una sólida base para afrontar el estudio de cualquier texto alquímico-hermético por oscuro y sibilino que sea. Por lo demás, sólo insistiremos en que en la parte práctica hay mucho más de lo que parece a primera vista, en el caso de que el lector quisiera conocer por experiencia la realidad y las posibilidades de que hablan los ―Hijos de Hermes‖. En cualquier caso, en otro lugar5 ya hemos ofrecido todo lo necesario para integrar todo aquello que puede aprenderse en este libro, con vistas a evocaciones y contactos efectivos del espíritu con el elemento metafísico, suprahistórico, de dicha tradición. 5 Cf. los tres volúmenes de la obra colectiva Introducción a la Magia, 3ª ed., Edizioni Mediterranee, Roma, 1971. 8 Primera parte Los símbolos y la doctrina Introducción: El Árbol, la Serpiente y los Titanes Uno de los símbolos que encontramos en las tradiciones más diversas y más alejadas en el tiempo y en el espacio es el del Árbol. Metafísicamente, el árbol expresa la fuerza universal que se despliega en la manifestación del mismo modo que la energía de la planta se despliega desde las raíces invisibles al tronco, a las ramas, a las hojas y al fruto. Se asocian, además, al árbol, con un alto grado de uniformidad, ideas de inmortalidad y de conocimiento sobrenatural por una parte, y, por otra, figuraciones de fuerzas mortales y 9 destructivas, naturalezas temibles, como dragones, serpientes o demonios. Existe también todo un ciclo de mitos referidos a acontecimientos dramáticos que tienen como centro al árbol, y tras cuya alegoría ocultan significados profundos. Es popularmente conocido, entre otros, el mito bíblico que relata la caída de Adán. Destacaremos el conjunto más amplio al cual pertenece este mito y determinaremos sus variantes, no sin antes hacer referencia a la universalidad de los elementos simbólicos que lo componen. Ya en el Veda y en los Upanishad hallamos el ―árbol del mundo‖, a veces invertido, para significar que en ―lo alto‖, en los ―cielos‖, reside el origen de su fuerza.6 Ya en él encontramos la convergencia de varios de los elementos a que antes nos hemos referido, puesto que él segrega la bebida de la inmortalidad (soma o amrta); quien se acerca a él recibe la inspiración, y una visión que, superando el tiempo, es como un recuerdo de infinitas formas de existencia, y puesto que en el interior de su follaje se oculta Yama, el dios de ultratumba, concebido también, no obstante, como un rey primordial.7 En el Irán encontramos también la tradición de un doble árbol, uno de los cuales comprende, según el Bundahesh, todas las semillas, mientras que el otro es capaz de proporcionar la bebida, de la inmortalidad (haoma) y la ciencia espiritual;8 lo que nos lleva a pensar inmediatamente en los dos árboles bíblicos del Paraíso, uno el de la Vida y el otro, precisamente, el de la Ciencia. El primero se convierte luego en Mateo (XIII, 31-32) en la figura del reino de los cielos que surge de la semilla arrojada por el hombre en su simbólico ―campo‖; lo encontramos más tarde en el Apocalipsis de Juan (XXII, 2) y sobre todo en la cábala, como ―el grande y potente Árbol de la Vida‖, del que ―nos llega la Vida desde lo alto‖ y con el cual se relaciona una ―rociada‖ en virtud de la cual se produce la resurrección de los ―muertos‖: equivalencia patente con la fuerza de inmortalidad del amrta védico y del haoma iranio.9 La mitología asirobabilónica conoce también un ―Árbol cósmico‖ radicado en Eridu, la ―Casa de la Profundidad‖, llamada también ―Casa de la Sabiduría‖. Pero, por encima de todo, lo que nos importa subrayar en estas tradiciones -porque nos valdremos de este elemento inmediatamente- es otra asociación de símbolos: el Árbol se nos presenta también como la personificación de una Mujer divina, del tipo general de las grandes diosas asiáticas de la Naturaleza, como Ishtar, Anat, Tammuz, Cibeles, etc. Encontramos, pues, la idea de la naturaleza femenina de la fuerza universal representada en el Árbol. Esta idea no sólo se confirma en la diosa a la que se hallaba consagrada la encina de Donona, que, por lo demás, al ser un lugar de oráculos, es también una fuente de ciencia espiritual, sino que incluso eran las Hespérides las encargadas de custodiar el árbol. Cuyo fruto tiene el mismo valor simbólico que el Vellocino de Oro, y la misma fuerza inmortalizante que aquel otro árbol que en la saga irlandesa de Mag Mell está custodiado también por una entidad femenina; en el Edda es la diosa Idhunn la encargada de guardar las manzanas de la inmortalidad, mientras que en el árbol cósmico Yggdrassill volvemos a encontrarnos con el símbolo central, ya que se levanta ante la fuente de Mimir (guardándola, lo que confirma y reintroduce el símbolo del dragón en las raíces del Árbol), la cual, por lo demás, contiene el principio de toda sabiduría.10Finalmente, según 6 Cf. Katha-Upanishad, VI, 1; Bhagavad-gîtâ, XV, 1-3; X, 26. 7 GOBLET D´ALVIELLA, La Migration des Symboles, París, 1891, pp. 151-206. 8 Jaçna, IX y X. 9 Zohar, I, 226 b; I, 256 a; III, 61 a; III, 128 b; II, 61 b; I, 225 b; I, 131 a. 10 Cf. D’ALVIELLA, loc. cit. 10
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