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José Antonio-Biografía apasionada PDF

618 Pages·2009·3.67 MB·Spanish
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2 FELIPE XIMÉNEZ DE SANDOVAL JOSÉ ANTONIO (Biografía apasionada) 3 4 PROLOGO A LA SEXTA EDICIÓN Aquella mañana del 29 de octubre me desperté con impaciencia. No teníamos receptor de radio en casa, pero un amigo de mis padres me habla invitado a ir a la suya para escuchar el mitin del Teatro de la Comedia. Después de oír la misa dominical, con esa emoción premonitoria que se adelanta a aquello que se presume importante y decisivo, llamé a la puerta. Me dieron un beso y me pasaron al salón. Un mueblecito de madera encerraba en su seno la maravilla de aquel aparato singular que recogía las ondas y las transformaba en música y voz. El señor de la casa, cuidadosamente, meticulosamente, como quien cumple con un rito casi sagrado, extendió el cable, enchufó, maniobró en los botones, localizó la emisora y, en silencio -un silencio expectante y nervioso-, aguardamos. Comenzaron los discursos. La emoción del ambiente, que adivinábamos al escuchar los aplausos, las ovaciones, los vítores, era contagiosa. Cerraba el acto José Antonio Primo de Rivera. No sé la razón, pero hay nombre y apellidos que se conjugan para atraer con fuerza irresistible. En el caso del fundador de la Falange acompañaba a esa atracción nominativa su figura, y, además, por si fuera poco, su palabra y su ejemplo. No era posible en aquel entonces y en aquel lugar seguir con la vista el porte, los ademanes, la mímica con que José Antonio iría subrayando los hermosos pasajes de su discurso fundacional; pero se imaginaban al atender electrizados y mudos, con el recogimiento que demanda la voz del creyente fervoroso que proclama la verdad e invita a los valientes a movilizarse en su servicio. Yo era un adolescente de bachiller. Aquel discurso, como a tantos chavales de España, nos dejó marcados. Quizá mi propia estirpe castrense, las virtudes militares que había palpado entre los míos, el clima de exaltación patriótica que mi padre creó y mi madre respaldó con su extraordinaria capacidad de sacrificio, habían abonado mi alma para que prendiese la semilla. 5 Nos habían enseñado a amar a España, y la veíamos transida de dolor, agujereada, maltrecha y partida, seccionada en bandos, en trance de liquidar su tradición, de fragmentarse y de negarse a sí misma. José Antonio, entre la oscuridad y la tormenta, el escepticismo y la frivolidad, la injusticia y la anemia histórica, se irguió como un héroe, proclamando la fe en la Patria, en medio de la incredulidad de casi todos, la esperanza en la nación, en medio de la abulia colectiva, el amor al país, en medio del desencanto general. Ese amor ascético a la España que no sólo no le gustaba, sino que le disgustaba, el amor de perfección que eleva y desencarna en cierto modo, el amor contemplativo que purifica y transforma, es el que nos da en última instancia la raíz y la esencia última, las características peculiares del Movimiento político que José Antonio creara, y que le perfila de un modo original, con fisonomía propia y diferente, en el marco de los movimientos nacionalistas de su tiempo. El amor de perfección que constituye la médula de la obra joseantoniana, tiene un sabor profundamente cristiano. Ese sabor de origen garantiza la pureza del hacer político que José Antonio aspira a poner en marcha, forjando un hombre nuevo, tal y como lo entendía San Pablo y como, en otras latitudes del mundo latino, trataba de formar en Rumania Cornelio Zelea Codreanu. La tarea no quedó en proyecto, en simple exposición doctrinal, seductora pero inoperante. Desde su comparecencia pública originaria hasta el Movimiento del 18 de Julio de 1936, la historia breve de la Falange es un itinerario de caídos, de jóvenes camaradas asesinados, no sólo por el marxismo que cargaba las pistolas, sino por la incomprensión y la difamación de los que luego los aclamaron -pensando en sus intereses y no en España- como patriotas abnegados. Cuando el Alzamiento Nacional se produjo, el espíritu de la Falange levantó hornadas de hombres nuevos, de combatientes esforzados. Allí donde se alzó la enseña nacional, hubo, como alguien recuerda, que tomar medidas contra la irresistible y universal vocación de heroísmo. Ese espíritu falangista, hermanado con el de la gloriosa tradición española, que mantenían imperturbables los legendarios requetés, devolvió a España la conciencia nacional y el deseo de seguir su historia, que es algo semejante al instinto de vivir que mantiene en alto la esperanza frente al torpe propósito del suicida. Todo el programa de la Falange, tal y como aparece en los discursos y en los escritos de José Antonio, descansa en el amor de perfección a España, y por lo mismo, en una distinción, que tantas veces se olvida, entre la Política y la Administración. Una buena Administración hace falta, pero una buena Administración no es suficiente. La Administración es instrumental, pero por afinado que sea el instrumento lo que importa es que haya alguien con destreza suficiente para manejarlo y que tenga inspiración y coraje para realizar la obra para que el instrumento se revele como apto. 6 De aquí que en la concepción joseantoniana la Política, sin prescindir ni menospreciar la Administración, se acerque más e intime con la Poesía, y se imponga como objetivo captar la adhesión del pueblo, sublimando sus aspiraciones, creando una mística de servicio y sacrificio, sin la cual las multitudes -en el mejor de los casos- se adocenan y sestean aburridas, de un modo vegetativo o carnal. Si repasamos las palabras-síntesis en que el espíritu de la Falange se expresa, encontraremos siempre, como una constante jamás interrumpida, el amor de perfección. Pero es, sin duda, en el “¡Arriba España!” donde de una forma traslúcida y a la vez iluminante ese tipo de amor se clarifica y anuncia. En ese grito, que salió de tantas gargantas en el instante de morir en el frente o de entregar la vida en el “paseo” nocturno de las escuadras rojas, se dice todo lo que en el alma entera, rezumándola, llevaban los falangistas: no sólo que España viviera, sino que España, superando la pereza del ir viviendo, se levantara, con el noble orgullo de saberse una, grande y libre, compartiendo los españoles el pan y la justicia. Como los héroes se marchó José Antonio. Tenía treinta y tres años cuando le fusilaron en Alicante. Su testamento goza, siendo personalísimo y unilateral, de la elegancia dialéctica que él tanto admiraba y predicaba. Morir por una idea es el único modo de eternizarla, como lo es del valor que encierra y del brío fecundo que de la misma fluye. Pero morir en España y por España, en último y consciente acto de servicio, sembrando la duda entre los que dictaban la sentencia; morir junto al mar de Europa, por donde vinieron la civilización y la fe; morir en noviembre, cuando la naturaleza se viste de crisantemos y la Iglesia derrama sus oraciones sobre los difuntos; morir en plena juventud, cuando la vida se niega a desfallecer; morir, en suma, con la gravedad y entereza del cristiano, es un honor que tan sólo se depara por la Providencia a los más amados y escogidos. Alguien o algunos, refiriéndose a José Antonio, han hablado del mito y hasta de la necesidad de desmitificarle, de arrancarle de su pedestal y de ponerle al rango y nivel de los otros mortales. Es un intento, como tantos, de la corriente horizontalista, cuyo móvil no es otro que la envidia iconoclasta, a la que molesta el heroísmo, la capitanía y la santidad. Todos iguales, para que ninguno nos estimule con su ejemplo y su vida a ser mejores. Una obra como la de Felipe Ximénez de Sandoval, sirve a la idea de dar a conocer al José Antonio auténtico, al hombre que se hizo a sí mismo, superando la tentación de la comodidad, incluso disfrazado de dedicación intelectualista bajo la lámpara de la propia celda. Una obra de este género había que reeditarla. Las ediciones que ya se agotaron, prueban hasta la saciedad el ansia por conocer a José Antonio: su vida, su muerte, su palabra y su obra. Por eso la biografía es “apasionada”, porque José Antonio vivió apasionadamente, porque el autor la ha escrito apasionadamente, y porque el lector no se acerca al libro y comienza a leerlo con curiosidad, sino con pasión. 7 No nos extrañemos. Al contrario. Debemos alegrarnos de que así sea. La pasión es una gran fuerza. La calificación moral no recae sobre la pasión, sino sobre el objeto que persigue (el fin) y los medios que utiliza para alcanzarlo. Los grandes hombres, los que han signado el acontecer histórico, para bien o para mal, han tenido grandes pasiones. Lo que importa no es tanto desconocerlas o aniquilarlas -como suponen ciertos espirituales-, sino encauzarlas, dominarlas y ponerlas al servicio de un gran ideal; de un gran ideal por el que valga la pena de vivir y de dar la vida: como lo hizo José Antonio. BLAS PIÑAR 8 PALABRAS PREVIAS PARA LA QUINTA EDICIÓN DE ESTE LIBRO Nuevamente se reedita este libro, en cuyas páginas aprendieron muchos españoles a querer a JOSÉ ANTONIO -aun cuando para otros siga siendo todavía “ese desconocido”- y se reveló el enorme atractivo de su personalidad a gran parte de los escritores extranjeros que se ocuparon de nuestra guerra, al utilizarlas como fuente, a pesar de sus posibles lagunas, fallos, errores y apasionamientos. Agotado hace tiempo, y advirtiendo el interés cada día mayor que suscitan el pensamiento y la figura de JOSÉ ANTONIO, creo cumplir un deber al publicarlo, tal y como lo escribí hace treinta y dos años, para satisfacer los deseos de numerosas personas que continuamente me lo piden, quizá con la esperanza de encontrar un rayo de luz que les guíe por las tinieblas del futuro de nuestra patria, en la lección ejemplar de la vida de JOSÉ ANTONIO que traté de ofrecer a los españoles al componerla apasionadamente, con sencillez y sin pedantería. Como respuesta a la continua pregunta que muchos compatriotas se hacen respecto a cuál sería la actitud de JOSÉ ANTONIO ante los actuales problemas de España, considero interesante recordar que una de las constantes del pensamiento joseantoniano fue la de la unidad. De la unidad política, geográfica, económica, social, no impuesta por la violencia ni mantenida por la fuerza, sino querida, conseguida y afirmada por la memoria histórica, la inteligencia lúcida y la voluntad de permanencia y afirmación de su destino en lo universal del variado conjunto de pueblos, sentimientos y aspiraciones de los españoles. Con la férrea unidad -tan poco frecuente en España- de la predicación y el ejemplo, JOSÉ ANTONIO consiguió, en los breves tres años de su vida pública, que cientos de miles de compatriotas suyos rechazaran las tentaciones de la multiplicidad que desde hacía siglo y medio esterilizaban la vida nacional, arrastrándola a la disgregación, a los separatismos, a los odios partidistas, a la lucha de clases. JOSÉ ANTONIO, que supo ser fiel a esa unidad de destino, compatible con la rica variedad de la naturaleza humana, mantuvo en todo momento la unidad de su estilo personal en los diferentes aspectos de su existencia v de su actividad. El estilo era para él «la forma interna de una vida que, consciente o inconscientemente, se realiza en cada hecho y cada palabra». A esa definición ajustó la forma interna de su vida y su presencia exterior, que le permitían poner de manifiesto, sin que nadie pudiera dudar de su intención, el estilo que él, como capitán de su Falange, así como sus alféreces y abanderados, sus soldados rasos, sus camaradas altos y bajos, patricios o plebeyos, intelectuales o campesinos, vivos 9 y muertos, querían establecer en España, «sin un gesto excesivo ni una palabra ociosa». Esa unidad estilística permitió a JOSÉ ANTONIO hacer prodigiosamente claro e inteligible su pensamiento en el ejercicio de su amada profesión de abogado. El profesor Muñoz Alonso ha revelado en su libro «Un pensador para un pueblo» las fuentes y las raíces de la sabiduría jurídica joseantoniana, adquirida en largas horas de estudio de los textos fundamentales -clásicos o modernos- del Derecho público y privado. Pero lo que el ilustre comentarista no ha dicho es que cuando JOSÉ ANTONIO redactaba un escrito o informaba en estrados ocultaba deliberadamente sus esfuerzos para asimilar la ciencia de los grandes maestros, procurando no enmarañar de conceptos oscuros y de citas eruditas sus palabras, que escuchaban embelesados los juristas y comprendían íntegramente los profanos. El estilo jurídico de JOSÉ ANTONIO se había liberado de la tiranía de las musas de la oscuridad, la vanidad o la vulgaridad, renunciando lo mismo a las inoportunas exhibiciones de sus vastas lecturas que a las fáciles apelaciones al latiguillo. Jamás intelectual alguno cedió menos que él a la vanidad, a la hinchazón retórica, a la pedantería. Quienes convivieron con él en los diferentes escenarios de su vida -la Universidad, el Ateneo, el Colegio de Abogados, el bufete, las tertulias, los salones, los centros falangistas, los pasillos del Parlamento, las cárceles- saben que JOSÉ ANTONIO lo sabía todo o casi todo, aunque jamás alardeara de ello. Para él, como para cierto escritor francés -creo que Herriot-, la cultura es la sabiduría almacenada en la mente humana después de olvidar lo que se ha leído. Es decir, JOSÉ ANTONIO era un hombre culto, no lo que se llama «un nuevo rico de la cultura», manipulador de fichas y papeletas. Con facetas diferentes, el estilo de JOSÉ ANTONIO mantenía su unidad en los discursos parlamentarios. En los cuales, precisamente por su escepticismo respecto a la eficacia del sistema -había sido candidato «sin fe y sin respeto»-, y por desconfiar de que todos los diputados elegidos por el sufragio universal tuviesen capacidad para legislar, sazonaba su finura intelectual con la ironía más sutil y, si era menester, con el sarcasmo desgarrado, pero nunca zafio. Algunas intervenciones suyas en el Parlamento fueron obras maestras no de la grandilocuencia decimonónica que todavía empleaban algunos ruiseñores del escaño, sino de limpidez de pensamiento, de clarividencia política, de austeridad moral. Cuando se levantó a defender la memoria de su padre, a recabar respeto para sus camaradas que morían por una España «que tal vez no merecía su sacrificio» o a denunciar implacable algunas traiciones o corrupciones, su voz, sin trémolos melodramáticos ni aspavientos tribunicios, supo transmitir con el estilo oratorio más austero la emoción de su alma calida, incluso a las glaciales de sus mayores adversarios. Sin duda, el mejor estilo joseantoniano se manifestó en sus discursos de exposición y difusión del ideario falangista, algunos de los cuales se han conservado íntegros. De otros, en cambio, tan sólo se conocen versiones 10

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Por eso la biografía es “apasionada”, porque José Antonio vivió apasionadamente, porque el autor la ha escrito apasionadamente, y porque el lector
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