JULIO F. GUILLEN Los Tenientes de Navío Jorge Juan y Santacilia y Antonio de Ulloa y de la T orre-Guiral y la medición del Meridiano MADRID 1 9 J 6 SUMARIO PÁGS. ¿Cuál es la forma de la Tierra? Sus dimensiones_ Leguas cortas y largas_ La Real Academia de Ciencias de París. La Tierra no es redonda. Unas experiencias de péndulo. Newton y 1os Cassini. ¿Sandía o me lón? Polémica porfiada. Una frase de Voltaire. Godín propone nuevas mediciones. Al Perú. Bouguer. La Condamine. El permiso de Felipe V_ II España y la matemática. La Marina. La Compañía de Caballeros Guardias Marinas. Don Juan José Navarro. Dos guardias marinas a1 Perú. Don Jorge Juan y Santacilia. Un comendador de catorce años. El joven Euclides. Don A'ntonío de Ulloa y de la Torre-Guiral. Aventurero. Las instruc.cio~s para la Comisión. Cuatro ascensos de un golpe.. IJ Ill Cádiz. El Virrey Vlillagarcía. En la mar. Cartagena de Indias. Esperando a los acadCmicos. S"u encuentro con ellos. Un incidente en Portobe1o_ Panamá. Otra vez por la mar. Divis16n de opiniones. Quito. Don Dio- nisio de A'lscclo y Herrera. Un proceso a La Condarnine. . 37 IV Los preliminares de la medición. Fallece M. Couplet. La base de Yaru qui. Se fonnan dos grupos. El mal genio de M. de La Condamine. Campaña inútil. El nuevo Presidente Araujo_ Llegan los instrumentos españoles. Por un Usía. El gcniete de Ulloa. Arrojo de Juan. Proceso y agua de borrajas .. 59 - VII - PÁGS. V La triangulación. Los instrumentos. En Ja reg.ión de las nieves perpetuas. Vida de .perros a cinco mil metros de altura. Los caboJleros del punfo fijo. Un Virrey tacaño. Intrigas del caballero de La Condaminc. En fermedades y accidentes. Bouguer, desconfiado. Una cuestión de fa.I das y unos toros accidentados. Muerte de M. Segniergues. Baños y Tarqui. Las inquietudes de don Carlos María.. 87 VI Un aviso del Virrey. Cae Ulloa. Los valle5 y Lima. Ulloa y las limeí1a.s. Ropa interior. Regreso a Quito. El a·lmirante Anson. La guerra contra Inglaterra. Guayaquil. Otra vez a Lima. Corso por la mar del Sur. Chile. El teniente general de la Armada Pizarro. En Quito. El cometa de T'.icho Brahe. . 113 VII Se tennína la medición. La.s observaciones de latitud. Ulloa se separa de los franceses de su grupo. Cuenca y Mira. Un instrumento nuevo. Piques entre franceses. Tenninan éstos. Reanudan Juan y Ulloa sus traba.jos. Más triángulos y vuelta a las alturas. El sector. Las distin tas mediciones. De re monwnentaL La cuestión de las piránlides. As sistentilms. El ·travieso La Coridamine. Unos autos. Quosq11e tande1111 ab11tere, Co11damúie, patie11tia nostraf Resuelve la Corte de Madrid. El ar.repentimiento de un sabio. 127 VIII El· tornaviaje. Mal tiempo y averías. Se separa la fragata Liz, que mon taba Juan. Noroña. Corsarios ing~eses. Tres horas de fuego. Escapa la Deliberance, de Ulloa. Terranova. Pris:cnero en Inglaterra. Varios gentleme1t y un amigo de España. Los sabios de la Royal Society. Ulloa. es recibido como miembro. Londres. Madrid. El viaje de Juan. Santo Domingo. Costas de España. París. La Académie Ro);alc des Scie11ces. Juan, académico.. 151 IX En los funerales de Felipe V. La covachuela. Juan y Ulloa ante Ensenada. Las Memorias secretas. El P. Burriel. Tinta, :papel y tipos. La Relación -vm - ' d PÁGS. hist6ri.ca, de Ulloa. Las Observaciones, de Juan.. Efecto en fa Acadeffi.ia de Ciencias de París. Otra vez la cuestión del meridiano de Alejan· dro VI. Bcuguer, La Condamine y la bibliografía francesa. Lettre a Madame o•. La Figure ríe la Terre. MesHre des trois ¡wemiers degrés dt1. mcridien. Guerra de folletos. Las pirámides. ¡Pobre Godin ! 163 X Los papeles de '"Ensenada. Comisión a UHoa. Seda, riegos y arsenales en Francia. La carta de Maldonado. Holanda. Dinamarca. y su Marina. Por los reyes de Suecia. La C.Orte de Federico el Grande. Malos ca. minos. Un proyecto para limpiar las caHes de Madrid. La construc ción naval. Una ojeada atrás. El Examen marítinw. Jorge Juan, el sabio español. Su viaje a Inglaterra. Por unos sobrinos. Mr. Josues y Mr. Sublevant. Su fuga . . . . . . . . . . . . . 199 XI Epílogo. Juan, capitá.n de Guardias Marfoas. La "'Asamblea Amistosa Li tera-ria". Embajador en Marruecos. Juan y Ensenada. Ulloa.. "'Sin Guancavélica, adiós América." Luisiana. El estudio de un filósofo. Un proyecto español de desarme naval en el siglo XvtII. GOOín. En Cádiz. Al ·fin, feliz. Booguer. El curioso La Condamine. Los a11ri liantib1u APENDICES Obras de Jorge Juan y de Antonio de Ulloa ......•....•...•..•.. , ... 25r Irono.g-rarfía ..... . •SS INDICES De -personas. 263 De lugares. 27' De buques 277 Colofón .....•...... ESTIMO que, a falta de otras cosas que lo hagan bue no, al menos el presente libro es oportuno, por celebrarse en estos meses el segundo centenario de la iniciación de los trabajos científicos que Se han de rela tar, careciendo de otra pretensión que la de divulgar la parte brillantísima que en dichas tareas, tan raras enton ces, tuvieron nuestros compatriotas don Antonio de U/loa y don Jorge Juan, que con ellos se revelaron ante el mun dillo culto, iniciando la fama universal que desde tem prana edad iban a gozar. Creo también que esta obra contiene algunas noveda des, circunstancia poco común entre sus compañeras-sal· vo las de Cervera y M anjarrés, breves, sin embargo--qwr se limitan a glosar, sin añadir nada original, los textos. consabidos, fuentes de tantos folletos y artículos, que en realidad, y por ello, resultan idénticos. Esta nueva versiórr de aquella sublime anécdota de la vida de ambos marinos deshace, de paso, algún que otro equívoco que con cierta habilidad habían introducido, en ocasiones, autores no - XIII .bien intencionados. Con todo ello, sin embargo, no cuen to haber aumentado ni un ápice la justa fama de aquellos dos españoles, pero sí. en cambio, haberme acercado ¡nás a la verdad histórica, en narración objetiva y huyendo de .apologías. Por otra parte, pronto observará el lector que el libro es de divulgación y, por tanto, poquita cosa, no pretendiendo en las notas-que por cierto es lo que leo más .a gusto en cuantos caen en mis manos-sino garantizar lo nuevo o indicar campos siempre poco espigados a algún que otro lector curioso. Porque España entera, que está mate .ria/mente llena de las actividades de uno y otro persona je, también lo está de cierta discreta ignorancia de lo que .significaron para la ciencia en muchas de sus disciplinas. Nuestro país--eterna y maravillosa paradoja-, cuan do más ayuno estaba de verdaderos y sesudos hombres de ciencia, cuya exportación estaba paralizada desde casi un .siglo. produjo a estos dos chiquillos, que, siéndolo aún, maravillaron a sus contemporáneos. ¡Gran perspicacia y ·enorme valentía de quien los eligió para alternar con aque llos sabios de París! Sin una y otra. Juan y su compañe "°º Ul/oa hubieran alcanzado, sin duda. gran reputación de •excelentes oficiales de Marina; tal vez hubieran llegado a ser pasables almirantes-que esta fruta se agusana pronto y no consigue su sazón en país tan de secano como el nues tro-, pero quizás nada más. ¿Qué fué, acaso, de aquel -otro guardia marina García del Postigo, que, como veréis, fué el primitivamente nombrado para acompañar a Juan. y a quien, por su tardanza, tuvo que sustit_uir Ulloa' Pues uno de tantos, apenas conocido por la referencia de haber sido hermano de quien alcanzó muy alta gradua .ción en la Armada. ¿Qué hubiera sido, en cambio, de lle gar a tiempo? Fácil es presumirlo, dado que se le prefería -a U/loa. ;Pobre fama la de éste, asimismo, sin la tardanza involuntaria de aquél! Leyes insondables de la predesti nación; fuerzas fatales de la inmortalidad, según la opi- XIV - nión de M usset. Gran responsabilidad de quienes deciden las selecciones. Mas, si todo cuento debe tener su moraleja, no es ésta la que-ni elector ni elegible--deduzco de éste, sino la enorme capacidad de adaptación de nuestra raza; su gran de aptitud para todo, cuando existe la señera de un ideal, de una voluntad o, simplemente, de una conciencia del deber; porque en el caso de Juan y Ulloa no se repitió por vía de milagro ninguna profecía como la de lsaías, que pudo hacer exclamar, convencido, al Colón iluminado: ... no me aprovechó razón, ni matemática, ni mapamun dis. No; en el siglo XVIII precisaba algo más que la fe y algunos versículos de la Biblia, cuando existían el cálcu lo, la trigonometría, la física y la mecánica celeste, im prescindibles para triunfar en achaques de ciencia. Pero, en aquellas circunstancias, existieron roces continuos, piques y situaciones embarazadas y, por lo tanto, lucha y estí mulo--negra honrilla-, verdaderos estimulantes de nues tra gran virtud o defecto nacional: la pasión, y ella en tera la volcaron Juan y Ulloa, en raro maridaje con la se rena especulación, en aquellos trabajos científicos, tan des proporCionados a su edad y conocimientos, qu.e empren dieron, junto con todo unos señores académicos mu¡¡ sabi hondos y gruñones, que pretendían mirarlos por encima del hombro. Sin esos piques y roces, de fijo que su labor hubiera terminado sin pena, pero también sin gloria, que nada hay tan insulso como el estricto cumplimiento del deber; pero hubo pasión ... El campo estaba abonado, y de lo bueno: bastante preparación, mucho talento y ... no poco orgullo. ¿Qué más podían precisar, para florecer con gallarda lozanía, los españoles don Jorge Juan y don Antonio de Ulloa? Juuo F. GUILLBN Madrid, agosto de r9J6. (*) ¿CUAL ES LA FORMA DE LA TIERRA? Sus DIMENSIONES. LEGUAS CORTAS Y LARGAS. LA REAL ACADEMIA DE CIEN CIAS DE PARÍS. LA TIERRA NO ES REDONDA. UNAS EXPE RIENCIAS DE PÉNDULO. NEWTON Y LOS CASSINI. ¿SAN DÍA O MELÓN? POLÉMICA PORFIADA. UNA FRASE DE VOL TAIRE. GoDfN PROPONE NUEVAS MEDICIONES. AL PERÚ. BOUGUER. LA CONDAMINE. Et. PERMISO DE FELIPE V. A NTES de que alumbrara la luz clara de la ciencia .y ante-s también de los grandes viajes, los hombres creían vivir en una inmensa llanura interminable. sólo limitada por los climas frío y tórrido. que hacían in accesible a la vida lo que· estimaban extensione-s infinitas. (•) Alegoría de la Academia de Ciencias de París, de la obra de BouáuRR. La mesure de la Yerre. París, 1749. .•·· r- -Má~ tard~: 'si bi~~-;e siguió créye'rído en la iriinensid·aQ. de nuestro planeta, se aventuraron a teorizar sobre su for ma, y mientras Anaximandro propugnaba la de una co lum'na enorme, otros la estimaban nada menos que idénti- ca a la concavidad de una embarcación, y alguno que la. reputó como un disco cóncavo. Así se sucedieron, tan dis pares como sin fundamento, las ideas de los genios de la. antigüedad hasta que Parménides demostró el primero, al decir del gran Aristóteles, la esfericidad, la redondez de la Tierra, fundado en su sombra con ocasión de los eclipse& de Luna; en la mutación de altura de las ~strellas circum- ¡}olares y, más prácticamente, al observar cómo caminan do o navegando se ocultan y aparecen por su orden los dis tintos objetos o accidentes que la vista aprecia en el hori- zonte. Establecida ya esta forma redonda como incontesta- ble, un afán nuevo acometió entonces a los sabios: el de averiguar las dimensiones de esta gran esfera residencia del hombre, para lo cual había que medir toda su circunferen- cia, tarea totalmente imposible, por sus mares, ríos y mon tañas, inaccesibles los más a las limitadas fuerzas humanas: de entonces. Sólo podía efectuarse por partes y a ello pa- rece que se aplicaron ya en tiempos de Aristóteles quien,. según experiencias que practicó, o conoció, adoptó para la. tal circunferencia la longitud de 4.000.000 de estadios. Nada nos dejó dicho el filósofo griego acerca del pro~ cedimiento seguido; pero por los razonamientos que hace sobre Ios diferentes horizontes y la mutación de altura de las· estrellas según se varíe de latitud, es muy probable que· fuera el mismo que siguieron más tarde los sabios mod_er nos: la Tierra es esférica: el cielo, también, pues se creía. la bóveda celeste como algo verdaderamente corpóreo y concéntrico a ella; bastaba, pues, medir una distancia te rrestre y el arco celestial de igual abertura en grados queo la anterior. Una vez obtenidos ambos valor~s, el cocien- - 2- te de ellos daba el valor de la extensión de un grado de la circunferencia y, por consiguiente, el de ésta, que era 3 60 veces mayor. Ni más ni menos que lo que se efectúa hoy por procedimientos y con instrumentos, naturalmente, más exactos que aquellos primitivísimos de la antigüedad. La mayor exactitud en .Jos métodos de aplicación de este mismo principio, ideado t·al vez por el mismo maestro de maestros, fué arrojando nuevos resultados; así Era thóstenes, midiendo la distancia de Alejandría a Syene, cerca de Etiopía, ambas sensiblemente en el mismo meri diano, que estimó de 5.000 estadios, y midiendo su 'arco, que creyó de r/ 50 de circunferencia, estableció como de 250.000 estadios el valor de ésta, que aceptaron sin gran diferencia los geógrafos Plinio, Estrabón y Vitrubio .. Nuevos genios aplicados a la ciencia como Maymón, Califa de Bab;!onia, nuestro Nebrija, Fernelio, Arias Mon tano, Norwood, Suelio, Ricciolo y Muschenbroch, midie ron ~on varia fortuna, y sucesivamente, el grado; pero la diversidad de resultados obtenidos desorientó a la opinión científica misma que, a fines del siglo XVII, se dedicó con ahinco a determinar cuanto antes nn dato que era funda mental en muchos ramos del saber humano y, completa ·mente esencial, en achaques de náutica, en donde, por ma nejar siempre medidas de arcos en longitudes y latitudes, nada serio ni científico podía establecerse sin averiguar pre viamente la extensión linea•! de rº y, por consiguiente, ter minar de una vez con aquel enjambre de millas y .Jeguas de 19, 18 Y,, 17 Y. y hasta de 16 3/4 al grado, que nuestros pilotos llamaban cortas y largas y que m'.lnejaban según su empírico criterio y gusto. La gloria de esta nueva empresa de acometer con toda suerte de garantías científicas la medición del grado corres pondió a Luis XIV de Francia y en lo particular a la Aca demie Roya/e des Sciences, de París, por él fundada, cuyo primer esfuerzo lo dedicó a este conato encargando al ilus- -3 -
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