Jaque mate

627 Pages·2015·1.21 MB·English

by  Jeffrey Archer

Un hombre decide visitar a su
amante, y al llegar a su casa la ve
abrazar a otro hombre. Espera a
que el intruso se vaya, entra a su
vez y sostiene una disputa violenta
con la mujer, que al caer al suelo se
golpea la cabeza y muere. Él
consigue salir sin ser visto e
informa a la policía sobre su rival,
que será acusado y juzgado. ¿Nos
hallamos ante El asesinato
perfecto?… Y después, una partida
de ajedrez con una atractiva
desconocida; una terrible discusión
en el bar de un club de golf; un
experto en vinos desafiado a una
cata un tanto especial… He aquí
algunos de los puntos de partida de
esta interesantísima serie de
relatos. Las doce aventuras que nos
propone Jeffrey Archer, uno de los
más brillantes narradores británicos
actuales, constituyen una muestra
de su maestría para crear un clima
de intriga y misterio, mediante un
estilo directo, capaz de sumergirnos
en una lectura realmente
apasionante.
Jeffrey Archer
Jaque mate
ePub r1.0
Titivillus 26.06.15
Título original: A twist in the tale
Jeffrey Archer, 1989
Traducción: Ángela Pérez
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Para Henry y Suzanne
Nota del
autor
D iez de estos doce relatos,
recogidos en mis viajes de Tokio
a Trumpington, se basan en
sucesos reales (algunos de ellos
adornados con bastante libertad). Solo
dos son fruto exclusivo de mi
imaginación.
Doy desde aquí las gracias a todas
aquellas personas que me confiaron
algunos de sus secretos más íntimos.
JEFFREY ARCHER
Septiembre de 1988
El asesinato
perfecto
J amás habría descubierto la verdad
si aquella noche no hubiera
cambiado de idea.
No podía creer, ni por un momento,
que Carla se hubiera acostado con otro
hombre, ni que me hubiera mentido en lo
de su amor por mí…, ni que yo ocupara
un segundo o, incluso, un tercer lugar en
su estima.
Aunque le había advertido que nunca
me telefoneara al despacho, Carla me
llamó. Claro que como también le había
prohibido telefonearme a casa, no le
dejaba muchas salidas. En realidad, solo
quería decirme que no podíamos vernos
para lo que los franceses llaman con
gran decoro un cinq a sept. Me explicó
que tenía que ir a Fulham a ver a su
hermana enferma.
Me contrarió bastante. Acababa de
pasar otro día deprimente y ahora debía
renunciar a lo único que lo habría hecho
soportable.
—Yo creía que no te llevabas bien
con tu hermana —le dije, con aspereza.
Hubo un silencio al otro lado de la
línea. Al final, Carla preguntó:
—¿Podemos quedar para el jueves
que viene, a la misma hora?
—No sé si me irá bien. Te llamaré el
lunes, cuando haya hecho mis planes.
Colgué el teléfono.
Con gestos cansados, llamé a mi
mujer para comunicarle que iba hacia
casa; solía hacerlo desde una cabina
cercana al domicilio de Carla. Era un
truco que utilizaba con frecuencia para
inducir a Elizabeth a creer que sabía
dónde me encontraba cada segundo del
día.
Casi todo el personal de la oficina
se había ido ya, así que recogí unos
papeles en los que pensaba trabajar en
casa. Desde que fuimos absorbidos por
la nueva compañía, unos seis meses
antes, la dirección no solo había