INVESTIGACIONES EN ACTITUDES EN EL SIGLO XXI: EL ESTADO DEL ARTE1 Alice Eagly Northwestern University Shely Chaiken New York University Es tanto un honor como un reto ser invitado por los editores de este manual a escribir un capítulo final que relata el progreso de la generación actual de las investigaciones sobre actitudes y que sugiere direcciones para el futuro. Mientras avanzamos en los capítulos, nuestro asombro respecto a la magnitud de la tarea de estudiar tan amplio número de capítulos extensos cambió a placer y entusiasmo sobre el crecimiento y profundización de las teorías e investigaciones sobre actitudes que los autores de estos apartados han descrito tan hábilmente. Cada capítulo representa un esfuerzo académico formidable de autores que analizan un área particular de investigación en actitudes de una forma que celebra los logros y clarifica las áreas que necesitan nuevas investigaciones. Para nosotros, mucho del atractivo de las investigaciones sobre actitudes se basa en la amplitud e inclusividad del grupo de áreas que caen dentro de este dominio. Ya que las actitudes fueron definidas clásicamente como vinculadas a las cogniciones, los afectos y conductas (Katz & Stotland, 1959; Rosenberg y Hovland, 1960), el área ha tenido por largo tiempo el potencial para servir como una fuerza integradora dentro de la psicología. De esta manera, las teorías e investigaciones en el campo de las actitudes fueron cognitivas mucho tiempo antes de la revolución cognitiva en psicología, pero además enfatizaron las emociones y la motivación incluso en el momento en que el área se orientó hacia la cognición. Aun más, la predicción del comportamiento ha sido siempre un problema central en el estudio de las actitudes, en consecuencia muchas de las 1 Eagly, A. y Chaiken, S. (2005). Attitude research in the 21st century: The current state of knowledge. En D. Albarracin, B. Jonson, y M. Zanna. The Hanbook of Attitudes (743-767). Mahwah, New Jersey, USA: Lawrence Erlbaum. 2 investigaciones en psicología son especializadas ya que se ocupan de clases específicas de respuestas como percepción, cognición o emoción. Por otra parte, las investigaciones en las actitudes integran todas las clases de respuestas aun cuando se enfocan en la evaluación en el sentido de lo positivo vs negativo de las entidades. Adicionalmente, considerando que las entidades que son evaluadas pueden ser cualquier cosa que sea discriminada por los individuos, el estudio de las actitudes engloba toda clase de estímulos. En contraste, la mayoría de las otras áreas de investigación dentro del campo de la psicología social están confinadas a una sola clase de estímulos, como el estudio de la atracción interpersonal, que se ocupa de las personas como estímulos, o el estudio de los prejuicios, que pertenece principalmente a los grupos sociales como estímulo. En la historia, relativamente larga, de la teoría e investigación sobre actitudes la amplitud potencial del campo pareciera que no ha sido totalmente cubierta por la variedad de investigaciones desarrolladas. Pareciera que existen dos razones para esta limitación. Primero, muchos de los problemas son inherentemente actitudinales, como los estudios de prejuicios y atracción interpersonal desarrollados con poca consideración de las teorías actitudinales más importantes, a pesar de su obvia relevancia. Segundo, la mayoría de los investigadores en el área de las actitudes se concentran en un grupo de problemas específicos que permanecen encapsulados, especialmente dentro de la psicología social. Por ejemplo, durante los primeros años de investigaciones en el área de las actitudes, hubo mucho interés respecto a si y cómo debían medirse las actitudes (ver Himmlfarb, 1993; Krosnick, Judd, & Wittenbrink, cap. 2, en este volumen). Aun cuando la atención a la evaluación constituyó un inicio saludable, ayudando a las investigaciones en el campo de las actitudes a ganar credibilidad científica, estos avances en la evaluación no demostraron consistentemente su valor en estudios de funcionamiento de las actitudes, cuyos desarrolladores usualmente adoptaron prácticas de medición relativamente casuales. Las investigaciones siguientes en el campo de las actitudes, estimuladas por la segunda guerra mundial, se enfocaron en la persuasión y el cambio de actitudes en detrimento de otros tópicos actitudinales (Hovland, Janis, & Kelley, 1953, ver Johnson, Maio, & Smith-McLallen, cap. 15 en este volumen). Estos esfuerzos fueron muy admirados por muchos psicólogos sociales pero nunca ocuparon el punto central dentro de la psicología como un todo. De algún modo luego, después que los investigadores en el área 3 de las actitudes fueron retados por un aparente déficit de las actitudes para predecir la conducta, muchos se orientaron hacia un problema crítico en el área de la psicología sobre cómo la conducta podría ser predicha y cuáles procesos mediaban entre actitudes y conductas (Ajzen & Fishbein, cap. 5, en este volumen). Aun cuando los logros de las investigaciones sobre la relación actitud-conducta son formidables, su perfil científico dentro de la psicología como un todo ha sido modesto. Para muchos psicólogos el estudio de las actitudes pareciera ser simplemente una de las muchas áreas relativamente pequeñas, abordadas por un subgrupo de psicólogos sociales. De esta manera, aun existe el potencial de investigación en el área de las actitudes para proveer de una estructura de trabajo inclusiva en el área de la psicología. En este capítulo, consideramos si en el periodo actual la inclusividad potencial de las teorías en las actitudes se ha logrado más que en el pasado. Los capítulos de este manual nos dan una oportunidad ideal para ocuparnos de esa pregunta. El grupo de problemas considerados en los capítulos engloba casi todos los que han sido abordados por los investigadores en el área de las actitudes que trabajan desde los departamentos de psicología. Consideramos la medida en la cual las teorías e investigaciones sobre las actitudes incluyen ahora preocupaciones y preguntas que se ocupan de sus límites conceptuales, pero que van más allá de los tópicos de investigación tradicionales abordadas por los primeros investigadores en el área. En el análisis de si los investigadores en actitudes han logrado de hecho una estructura conceptual integrada, nos concentramos en varios problemas en este capítulo. Primero que nada, nos ocupamos del problema central de la naturaleza de las actitudes en sí mismas, incluyendo la pregunta, eternamente retadora, de cómo se deben definir las actitudes, este problema se relaciona con los esfuerzos contemporáneos para entender las actitudes que son evaluadas por medidas implícitas o explicitas y que pueden algunas veces parecer como duales o múltiples. También en esta sección, consideramos si las actitudes deben ser conceptualizadas como estables y duraderas o contextuales y repetidamente construidas y reconstruidas. Después consideramos el aumento en la atención que se le presta a los procesos afectivos, incluyendo las emociones y los estados de ánimo, y relacionamos los fenómenos afectivos a los problemas centrales de las teorías de las actitudes. Luego, nuestro capítulo se orienta a los problemas de la motivación y reconoce el poder de los análisis motivacionales para organizar y dilucidar muchos 4 fenómenos actitudinales, incluyendo los procesos que median la formación y cambio de actitudes. Posteriormente, el capítulo analiza las perspectivas que enfatizan el contexto social y personal de las actitudes, un área de sofisticación creciente y de poder integrador. Finalmente, reconocemos el continuo crecimiento de investigación de otros tópicos actitudinales y sugerimos direcciones para desarrollos adicionales en el área. LA NATURALEZA DE LAS ACTITUDES Actitudes como Tendencias a Evaluar Las definiciones de las actitudes han variado a lo largo de los años, aun cuando se han concentrado en una evaluación que se asocia con, o es dirigida hacia, una entidad particular u objeto actitudinal. La mayoría de las definiciones han sido consistentes con la concepción de Campbell (1963) de disposición conductual adquirida, que es, estados de las personas que suceden sobre la base de alguna transacción con el ambiente. Consistente con el tratamiento de Campbell, las actitudes no existen hasta que un individuo distingue un objeto actitudinal como una entidad discriminable, algunas veces sin estar planamente consciente y responde a este objeto de forma explicita o implícita. Esta respuesta inicial puede estructurarse en parte producto de disposiciones estables. Como en el caso de las respuestas de pánico ante las arañas y las culebras (Oehman y Mineka, 2001) o más general, por recurrentes heredadas (Tesser, 1993). Sin embargo, una actitud hacia una entidad como las culebras no se forma hasta que un individuo se encuentra por primera vez con una instancia de esa entidad. La respuesta inicial presumiblemente negativa en el caso de una culebra, termina dejando un residuo mental en la persona que lo predispone a una respuesta desfavorable o dedicación en encuentros subsiguientes. Este residuo evaluativo de una experiencia anterior es un constructo hipotético - eso es un estado interviniente que hipotéticamente da cuenta de la covariación entre el estímulo relevante al objeto actitudinal y la respuesta evaluativa producida por ese estímulo. En The Psychology of Attitudes de Eagly & Chaiken (1993), nuestra revisión general e integración de las teorías e investigaciones en actitudes, nos referimos a este residuo como una tendencia a evaluar. El término tendencia refleja una escogencia cuidadosa, con 5 la intención de evitar restringir las actitudes en un sentido temporal implicando ya sea que deben ser duraderas o que ellas son necesariamente de corto plazo y temporales. Debido a que en Psicología la palabra estado implica transitoriedad y la palabra disposición implica una mayor permanencia, ninguno de los dos términos parecía apropiado para referirse a las actitudes como una disposición conductual adquirida. Aún más, un término apropiado no debería implicar que las actitudes sean necesariamente accesibles a la consciencia. Intentando que la definición de actitud pueda servir como un paraguas amplio para las investigaciones en el área de las actitudes, concebimos entonces a las actitudes como una tendencia psicológica que se expresa por una evaluación de una entidad particular con cierto grado de agrado o desagrado. De modo consistente con muchos otros teóricos (Zanna & Rempel, 1988), planteamos que las actitudes pueden formarse mediante procesos cognitivos, afectivos o conductuales y que puede expresarse mediante respuestas cognitivas, afectivas y conductuales. De tal manera que las actitudes pueden tener antecedentes variados del lado de los insumos y varias consecuencias del lado de los resultados. Sin embargo, estamos de acuerdo en parte con otros teóricos que objetan la definición de la actitud como una respuesta per se – por ejemplo, la categorización del objeto actitudinal en el continuo evaluativo (Zanna & Rempel, 1988) De forma similar, nosotros compartimos en parte la definición de actitudes como juicio evaluativo de Kruglanski y Stroebe (cap. 8, en este volumen; ver también Wyer & Albarracín, cap. 7 en este volumen). Categorizaciones, juicios evaluativos, y más generalmente, respuestas evaluativos manifiestas o encubiertas son empleadas como expresiones de la tendencia que constituyen las actitudes. Aun cuando los juicios evaluativos y las categorizaciones de instancias de un objeto actitudinal son por supuesto actitudinales en el sentido de que expresan actitudes, no son sinónimos de actitud en sí mismos. Las actitudes son tendencias o propiedades latentes de la persona que generan juicios y categorizaciones, así como muchos otros tipos de respuestas como las emociones y las conductas manifiestas. La separación dentro de las teorías de las actitudes entre el estado interno que constituye la actitud y las respuestas que expresan ese estado interno, es crucial para entender la relación entre estas tendencias, que son 6 residuos de experiencias pasadas, y respuestas actuales, reflejando una variedad de influencias adicionales a las que emanan del estado interno. Esta separación entre la tendencia que constituye la actitud y su expresión en respuestas actitudinales facilita el desarrollo de la construcción teórica relacionada con el cambio de actitudes, la relación actitud-conducta, y otros fenómenos actitudinales. Asumir que las actitudes son propiedades latentes de las personas reta a los psicólogos para que especifiquen la naturaleza de tal estado interno. Suministrando una definición minimalista de las actitudes simplemente como tendencias psicológicas a evaluar en The Psychology of Attitudes, nos abrimos a un debate continuo sobre la descripción de los eventos psicológicos y fisiológicos que constituyen tal estado y que por lo tanto subyacen a las actitudes. Los teóricos de las actitudes definen estos constituyentes de las actitudes de diversas maneras, dependiendo de sus preferencias teóricas particulares (Wegener & Carlston, cap. 12, en este volumen). Por ejemplo, Fazio (1989) definió las actitudes como una asociación en la memoria entre un objeto actitudinal y una evaluación. Esta manera de pensar sobre las propiedades latentes que constituyen las actitudes deviene de los modelos de aprendizaje asociativo, como los modelos de redes asociativas de la memoria (Anderson, 1983). También reflejando un enfoque de aprendizaje asociativo, Fabrigar, MacDonald y Wegener (cap. 3, en este volumen) definieron las actitudes como “un tipo de estructura de conocimiento guardada en la memoria o creada a la hora de hacer un juicio” (p. 80). Un esfuerzo reciente para especificar la naturaleza de la tendencia psicológica que constituye la actitud, es la propuesta de Bassili y Brown (cap. 13, en este volumen, p. 552) según la cual las actitudes son “propiedades emergentes de la actividad de redes microconceptuales que son potenciadas por los objetos del contexto, las metas, y demandas de la tarea”. De tal manera que esta definición vincula el concepto de actitud a los modelos conexionistas, en los cuales las actitudes están representadas por un patrón de activación de unidades dentro de un módulo (Smith, 1996; Smith & DeCoster, 1998). Los microconceptos que pueblan este estado interno contienen información evaluativo y de esa manera son consistentes con la definición consensual de actitudes como 7 evaluaciones. Pidiendo prestado un término de Rosenberg (1968), Bassili y Brown denominaron este estado interno un cognitorium actitudinal. Los psicólogos no deberían esperar ni desear un consenso sobre la definición precisa del estado interno conocido como actitud. Por el contrario nosotros estamos abiertos a los diferentes insights que emergen de especificaciones particulares de este estado. Tales especificaciones son metafóricas porque no son inherentemente reales en términos de una tendencia psicológica o estado que pueda ser verificado directamente. En otras palabras, los investigadores no pueden observar directamente las asociaciones entre los objetos y las evaluaciones, las estructuras de conocimiento, o los microconceptos. Por el contrario, pensar en las actitudes en términos de una de estas especificaciones de la tendencia a evaluar permite y guía la teorización sobre las mismas. Cada una de estas posturas favorece cierto tipo de hipótesis sobre el funcionamiento de las actitudes. Por ejemplo, Doob (1947) definió el estado interno que constituyen las actitudes como respuestas anticipatorias implícitas aprendidas, postura que toma el lenguaje de la estructura conceptual, entonces popular, de la teoría del aprendizaje de Hull. Aun cuando los teóricos de las actitudes ya no son guiados por esta metáfora específica, ésta facilitó su comprensión dentro de una tradición teórica. Los investigadores de las actitudes deberían estar abiertos a estas instancias específicas y distintivas de la tendencia latente que constituye una actitud, porque cada una sirve como una metáfora para una perspectiva teórica específica. Cada una promueve ciertos insights sobre las actitudes, y las personas que las proponen tienen el reto de probar su habilidad para inspirar hipótesis verificables que son subsecuentemente confirmadas. Todas estas metáforas son consistentes con la definición esencial de actitudes como tendencia evaluativa. Entonces, esta definición amplia de las actitudes trasciende preferencias teóricas particulares y comprende las diferentes metáforas psicológicas para la comprensión del estado interno que constituyen las actitudes. 8 Las Actitudes como Constructos Estables o Temporales Nuestra definición minimalista de las actitudes como una tendencia evaluativa permitió incluir la variabilidad de las actitudes a lo largo de una dimensión temporal. Algunas actitudes son relativamente permanentes, en algunos casos formadas en la infancia temprana y mantenidas a lo largo de la vida. Otras actitudes son formadas y luego cambiadas. También hay otras actitudes que son formadas pero no son evocadas subsecuentemente y entonces cambian o, en efecto, desaparecen de la psique. La comprensión de los determinantes de la persistencia de las actitudes sigue siendo una agenda subdesarrollada en las investigaciones dentro del campo de las actitudes, pero sin duda alguna la observación elemental de la vida social sugiere que las actitudes varían de efímeras a duraderas. La razón principal por la que algunos investigadores han concluido que la mayoría de las actitudes, sino todas, son inestables, constantemente emergentes como nuevas en situaciones específicas, es que han establecido como equivalentes la variabilidad en la expresión de las actitudes con la variabilidad en la tendencia evaluativa que constituye las actitudes. Esta posición sobre las actitudes como construcciones (Schwarz & Bohner, 2001; Wilson & Hodges, 1992) equipara la variabilidad en las respuestas actitudinales a variabilidad en la actitud en sí misma. Los teóricos construccionistas tienen toda la razón al argumentar que los juicios actitudinales son construidos como nuevos en cada oportunidad que la persona se encuentra con el objeto actitudinal, porque tal juicio se ve influenciado por el contexto específico en el que se hacen los juicios, así como por los aspectos particulares de la tendencia actitudinal que es activada. Estos efectos del contexto deben, y de hecho lo hacen, impregnar la experiencia, como argumentan Schwarz y Bohner (2001) ya que los juicios actitudinales no son expresiones puras de las actitudes sino productos que reflejan tanto la actitud como la información en los contextos contemporáneos (ver Wegener & Carlston, cap. 12, en este volumen). Estos contextos contienen claves que generan la actitud, información que provee nuevos insumos para la actitud, y estímulos contextuales que suministran estándares contra los cuales juzgar las instancias actuales del objeto actitudinal. Los juicios actitudinales observados u otras respuestas como la conducta manifiesta reflejan este compuesto de influencias. Mientras 9 que las respuestas actitudinales, como los juicios, son cambiantes y dependientes del contexto donde se haga el juicio, el estado interno o constructo latente que constituye la actitud pueden ser relativamente estables. De esta forma, los juicios usualmente varían alrededor de un valor promedio que es definido por la tendencia que constituye la actitud. Así, estamos de acuerdo con Krosnick y cols. (cap. 2 en este volumen) según los cuales para entender esta variabilidad, los psicólogos deben modelar los procesos psicológicos que median entre las tendencias evaluativas de las personas y la respuesta actitudinal específica que se genera en diferentes circunstancias. Actitudes como Implícitas o Explícitas Un desarrollo importante en la investigación contemporánea sobre la naturaleza de las actitudes es la propuesta de que las respuestas actitudinales pueden ser tanto implícitas como explícitas. Los investigadores le han dedicado considerable atención a la comprensión de las respuestas actitudinales que son implícitas en el sentido que no son reconocidas conscientemente por el individuo que mantiene la actitud (Greenwald & Banaji, 1995). Varios capítulos proveen discusiones profundas de estos desarrollos (Ajzen & Fishbein, cap. 5, en este volumen; Bassili & Brown, cap. 13, en este volumen; Krosnick et al., cap. 2, en este volumen). Los investigadores han teorizado que, aun cuando las personas no tienen acceso consciente a una actitud, ésta puede ser activada automáticamente por el objeto actitudinal o claves asociadas a este objeto. Las actitudes que son implícitas en este sentido pueden dirigir las respuestas, especialmente las respuestas conductuales más espontáneas (Dovidio, Brighman, Johnson, & Gaertner, 1996). En contraste, las actitudes explícitas a las cuales tenemos acceso consciente pueden ser activadas de una forma más deliberada que requiere esfuerzo cognitivo. Tales actitudes pueden, bajo ciertas circunstancias dominar las actitudes implícitas, y predecir mejor las conductas que están bajo control volitivo (ver la revisión de Ajzen & Fishbein, cap. 5, en este volumen). Mucha atención se ha dirigido hacia medidas implícitas innovadoras, que intentan evaluar las actitudes sin solicitarle a los respondientes por reportes directos de tales 10 actitudes (Fazio & Olson, 2003; Krosnick et al., cap. 2 , en este volumen) Estos métodos continuaron una larga historia de medidas indirectas en las investigaciones sobre actitudes, que incluye medidas encubiertas de actitudes como test de conocimientos (Hammond, 1948) y evaluaciones de las respuestas fisiológicas (por ejemplo, la respuesta pupilar, Hess, 1965; actividad electromiográfica en la musculatura facial, Schwartz, Ahern y Brown, 1979). Aunque tales medidas tuvieron éxito en evaluar las actitudes sin pedir un reporte verbal, no hay, como lo indican Fazio y Olson (2003), seguridad de que los respondientes son inconscientes de sus actitudes implícitamente evaluadas o que estas actitudes sean en algún sentido inconscientes. La pregunta respecto a qué evalúan exactamente las medidas implícitas es el foco de una cantidad considerable de investigaciones contemporáneas. Un fenómeno que ensombrece la comprensión son las correlaciones, generalmente bajas, entre las evaluaciones de las actitudes que usan medidas implícitas tanto como las diferentes magnitudes de las correlaciones entre las medidas explícitas y las implícitas (Ajzen & Fishbein, cap. 5, en este volumen; Fazio & Olson, 2003). El problema está relacionado tanto con la validez de los instrumentos como con la naturaleza del proceso que subyace a estas medidas. El Test de Actitudes Implícitas (IAT), por ejemplo, la medida implícita de actitudes más popular (Greenwald & Nosek, 2001), probablemente refleja, cuando menos en parte, asociaciones que son comunes en el propio ambiente y por lo tanto pueden estar determinadas culturalmente, y no necesariamente apoyadas por el individuo que responde. Olson y Fazio (1994) estructuraron este problema en términos de asociaciones extrapersonales que no contribuyen a la evaluación de un individuo sobre un objeto de actitud y proponen una variante personalizada del IAT que reduce la influencia de tales asociaciones. Otras personas argumentan que las respuestas al IAT reflejan una mezcla de procesos controlados y automáticos (Conrey, Sherman, Gaweonski, Hugenberg & Gromm, 2004), mientras que idealmente la medida evaluaría sólo los procesos automáticos inherentes a la noción de actitudes que no son necesariamente accesibles a la introspección. Dadas las imperfecciones y ambigüedades de las medidas implícitas de actitud actuales, se les debe advertir claramente a los investigadores que tengan precauciones al
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