VERE 0ORDON CHILDE INTRODUCCIÓN A LA ARQUEOLOGÍA Prólogo de JUAN MALUQUER DE MOTES EDICIONES ARiEL Esplugues de Llobregat BARCELONA Título del original inglés: A 5HORT INTRODUCTXON TO ARCHAEOLOGY Traducción castellana de M.a EUGENIA AUBET Cubierta: Alberto Corazón © 1956 y 1960: Frederik Muller Ltd., London. © 1972 de la traducción castellana para España y América: Ediciones Ariel, S. A., Esplugues de Llobregat (Barcelona). Dep. legal: 20-1972 1972. - Ariel, S.A., Av. J Antonio, 134-138, Esphigv.es de Llobregat. Barcelona PRÓLOGO Uno de los fenómenos sociales más notables de nuestro tiempo constituye lo que podríamos llamar el proceso de democratización de la cultura. La multipli cación de los medios de información, en particular los audiovisuales, al ofrecer al gran público, y no sólo al urbano sino incluso al rural, amplias informaciones de síntesis y de aspectos parciales de las distintas ciencias, ha obrado de estímulo poderoso que ha despertado la afición hacia determinadas materias en amplios secto res de la sociedad tradicionalmente alejados de las preocupaciones culturales. En este campo de nue vas preocupaciones, la Arqueología y la Prehistoria ocupan un lugar destacado por su juventud como cien cias y por su propia naturaleza, en la que el rigor cien tífico se une a una emoción personal de descubrimien to, de interpretación, incluso con el suspense que ante cede a la obtención de un dato. En este sentido la labor arqueológica satisface y colma por sus resultados al espíritu más inquieto. De modo lógico ese movimiento de afición ha bus cado en seguida ampliar sus conocimientos en la bi bliografía arqueológica, pero la estrictamente científica resultaba de difícil comprensión para quien se iniciaba, y en consecuencia ha nacido toda una bibliografía para- arqueólógica asequible a todo el mundo, que a su vez ha contribuido de modo eficaz a ampliar el estímulo preexistente. N-o sin asombro, pero sin duda con gran satisfacción, los arqueólogos profesionales han visto el desarrollo de este nuevo movimiento y han comprendido la nece sidad de pilotarlo, y prueba de ello son las numerosas síntesis sobre metodología arqueológica publicadas en los ííltimos años. Sin embargo, existía el evidente peli gro de que, frente al complejo y difícil panorama me todológico, que implica en muchos casos la interco nexión con otras muchas ciencias prácticamente inase quibles a la propia afición, se malograra ese amplio movimiento democrático o, lo que sería aún peor, que quien quisiera iniciarse en la arqueología se desviara del verdadero sentido arqueológico. Existía en particular el peligro de que, ante la difi cultad de algunos métodos, la nueva y amplia corriente de estudiosos iniciara de nuevo su labor con la destruc ción de inmensos caudales de formación arqueológica, tal como había sucedido en nuestra propia ciencia cuan do se inició en el Renacimiento, e ignorara todo el largo proceso que, superando etapa tras etapa, le ha otorgado la actual categoría de verdadera ciencia his tórica. Vere Gordon Childe (1892-1957), la incliscutida pri mera figura de la prehistoria universal y quien más ha contribuido a orientar nuestra ciencia, al observar y prevenir el rápido impacto que en la sociedad actual habrían de causar los nuevos métodos de difusión, quiso orientar desde un principio esa nueva corriente de estudiosos y a ello responde esta preciosa Introduc ción a la Arqueología en la que se pretende guiar al interesado hacia el verdadero sentido de la arqueología centrada esencialmente en el hombre, como estudio de los residtados fosilizados del comportamiento hu mano. V. Gordon Childe insiste en que la Arqueología no es una simple ciencia auxiliar de la Historia, sino que es una fuente de la Historia y, por consiguiente, que la información arqueológica constituye documentación histórica por derecho propio y no mera aclaración a los textos escritos. Esta información constituye la médula del objetivo de la Arqueología que sólo ha podido conseguirse cuando, mediante la máxima depuración de una com pleja metodología, ha logrado obtener verdadera ca tegoría de ciencia y su propio camino. La insistencia de V. Gordon Childe en ese punto esencial se explica fácilmente ante la necesidad de borrar para siempre el inmovilismo de determinados sectores historicistas, de modo particular el de algunos seudohistoriadores de la antigüedad e incluso de algu nos de nuestros profesores universitarios que, ceñidos al infantil y ala par viejo y caduco concepto de Histo ria como «historia escrita», continúan ignorando deli beradamente la tremenda limitación que supone para el conocimiento del comportamiento humano, es decir, para la verdadera Historia, la valoración exclusiva de los datos escritos. Es de todos bien sabido que los textos escritos en todo caso ofrecen un concepto «orientado» y parcialísimo de algún aspecto histórico concreto, pero no constituyen la Historia. Más del 99 por ciento de la vida de la Humanidad ha vivido sin escritura y cier tamente su comportamiento no deja de ser Historia humana. Pero incluso la historia de las sociedades cultas, sean antiguas o no, precisa de la documenta ción arqueológica para ser completa. Otro aspecto de máximo interés es el de la elabo ración del testimonio arqueológico, que V. Gordon Childe define, con su habitual maestría, haciendo hin capié en que un objeto arqueológico en sí mismo ca rece de todo valor y que aislado de su «contexto» de nada sirve para la arqueología. Esta afirmación y su razonamiento son muy oportunos, puesto que los co mienzos de la actividad arqueológica en cenáculos aris tocráticos, por error de concepto, crearon un tono de «antiquarismo» que ha sido una de las mayores trabas para el desarrollo de la actual ciencia arqueológica, en particular en Inglaterra, donde se ha tardado mu cho tiempo en superar. En este libro no encontrará el lector eruditas y teó ricas relaciones de los métodos de investigación ar queológica, sino las sencillas, oportunas y necesarias nociones que un primer especialista con un profundo sentido humano juzga necesario conocer como punto de partida de cualquier afición arqueológica. No son «lecciones» de un maestro, sino aquellas enseñanzas que todo gran maestro transmite a sus discípulos en su cotidiano alternar fuera de clase. La claridad, minuciosidad y profundo sentido hu mano de este libro de V. Gordon Childe, aunque diri gido preferentemente al público inglés, constituyen un modelo de precisión y lo convierten en el libro indis pensable para quienes quieran iniciarse en los campos de la Arqueología y la Prehistoria. J. Maluquer de Motes Director del Instituto de Arqueología y Prehistoria de la Universidad de Bar celona Barcelona, noviembre de 1971, CAPÍTULO I ARQUEOLOGÍA E HISTORIA 1. — El testimonio arqueológico La arqueología es una fuente de la historia y no sólo una simple ciencia auxiliar. La información ar queológica constituye documentación histórica por de recho propio y no una mera aclaración de los textos escritos. Al igual que cualquier otro historiador, un ar queólogo estudia y trata de reconstruir el proceso que ha creado el mundo humano en que vivimos, y a noso tros mismos en tanto que somos criaturas de nuestro tiempo y de nuestro medio ambiente social. La infor mación arqueológica está constituida por los cambios del mundo material que resultan de la acción humana o, más sucintamente, por los resultados fosilizados del comportamiento humano. El conjunto de información arqueológica constituye lo que puede llamarse el tes- timonio arqueológico. Este testimonio presenta ciertas peculiaridades y deficiencias, cuyas consecuencias for man un contraste más bien superficial entre la historia arqueológica y la de tipo más conocido basada en do cumentos escritos. No todo el comportamiento humano se fosiliza. Las palabras que yo pronuncio, y que se oyen como vibra ciones en el aire, son sin duda cambios realizados por el hombre en el mundo material y pueden tener un gran significado histórico. No obstante, no dejan nin guna huella en el testimonio arqueológico, a menos que sean registradas por un dictáfono o anotadas por un oficinista. El movimiento de tropas en el campo de batalla puede “cambiar el curso de la historia”, pero es igualmente efímero desde el punto de vista del ar queólogo. Y lo que es quizá peor, la mayor parte de las materias orgánicas son perecederas. Todo cuanto está hecho de madera, cuero, lana, lino, hierba, pelo y materias similares, casi todos los alimentos animales y vegetales, etc., se pudrirán y desaparecerán en el pol vo en unos pocos años o siglos, salvo si se hallan bajo condiciones muy excepcionales. En un período relati vamente corto el testimonio arqueológico queda redu cido a simples fragmentos de piedra, hueso, vidrio, metal, terracota, a latas vacías, goznes sin puertas, cristales de ventana rotos y sin marcos, hachas sin em puñadura, huecos para pilares donde ya no quedan en pie los pilares. La gravedad de este vacío puede apre ciarse mediante una rápida ojeada por las salas etno gráficas de cualquier museo. Mejor aún, miremos el catálogo de unos grandes almacenes como “Army and Navy”, y arranquemos todas las páginas correspon dientes a alimentación, productos textiles, material de escritorio, mobiliario y artículos similares; el grueso tomo habrá quedado reducido a un delgado folleto. Y recordemos que incluso en Inglaterra hace pocos si glos, no sólo carros sino también máquinas de compli cado engranaje fueron construidos enteramente de ma dera y cuero sin clavos de metal siquiera, mientras que en una alquería normal los recipientes de frágil made ra y cuero sustituyeron los conocidos utensilios de por celana y terracota. Pero, aun a pesar de ello, la ar queología moderna, mediante la aplicación de técnicas apropiadas y métodos comparativos, ayudada por unos pocos descubrimientos afortunados en turberas, desier tos y tierras heladas, puede llenar gran parte de este vacío. Lo que ha desaparecido de forma irreparable son los pensamientos no expresados y las intenciones no llevadas a término. Actualmente se ha dicho que toda la historia es la historia del pensamiento. ¿Anula este juicio, entonces, la pretensión de la arqueología de ser una fuente de la historia? No; a menos que se expresen como ofensa premeditada —por escrito o de palabra—, no hay pensamiento ni propósito que puedan preten der en absoluto poseer significado histórico alguno. Por extraordinaria que sea la visión otorgada a un profeta, por ingenioso que sea el proyecto concebido por un inventor, si no lo puede expresar y comunicar, su sig nificado histórico es totalmente nulo, a menos que pue da inducir a discípulos a que acepten y propaguen el mensaje; a menos que adiestre aprendices a que repro duzcan su invento y persuadan a los clientes para que lo usen. De hecho, un historiador sólo debe y puede considerar los pensamientos objetivados por la aproba ción de una sociedad, adoptados, aplicados y realizados por un grupo de pensadores también activos. Toda la información arqueológica está constituida por expresiones de pensamientos y propósitos humanos y es valorada sólo como revelación de éstos. Esto dife rencia la arqueología de la filatelia o del arte de colec cionar cuadros. Los sellos y los cuadros se valoran por sí mismos, la información arqueológica solamente por los datos que aporta sobre los pensamientos y modus vivendi de las personas que la proporcionaron y la usaron. Los resultados más evidentes del comportamiento humano, la información arqueológica más conocida, pueden denominarse artefactos —objetos hechos o des hechos deliberadamente por la acción humana—. Los artefactos incluyen utensilios, armas, ornamentos, vasi jas, vehículos, casas, templos, canales, diques, pozos de mina, escombreras, incluso árboles cortados por el ha cha de un leñador y huesos rotos intencionadamente para extraer el tuétano o destrozados por un arma. Al gunos son objetos transportables que pueden recogerse, estudiarse en un laboratorio y quizás exponerse en un museo; a éstos se les puede denominar reliquias. Otros son demasiado pesados y voluminosos para un trato de esta índole o están profundamente arraigados en la tierra, como los pozos de mina; a éstos se les puede llamar monumentos. Pero una gran parte de la infor mación no consiste estrictamente en artefactos, ni en reliquias ni monumentos. Una concha del Mediterráneo en un territorio de cazadores de mamuts cerca del Don central o en un poblado neolítico en el Rhin, constituye un precioso documento para la historia del comercio, pero no es un artefacto. La deforestación del sudoeste de Asia y la transformación de las praderas de OMa- homa en lugares polvorientos son la consecuencia de la acción humana. Ambos son hechos significativos desde el punto de vista histórico, y por definición constituyen información arqueológica. No obstante, sus autores, con cortedad de visión, en ninguno de los dos casos pre vieron conscientemente ni planificaron deliberadamen te los lamentables resultados. Si bien un sistema de rie go es un artefacto, un desierto producido accidental mente no lo es. El público, sospecho, aún considera los monumentos como ruinas enmohecidas y como bloques aislados de piedra, tallados o grabados. Para muchos, las reliquias son monedas sueltas o útiles de sílex, descubiertos al excavar o al arar, o bien recuerdos personales —un bo-