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Incorporación de la araucanía: Relatos militares de 1822-1883 PDF

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INCORPORACIÓN DE LA ARAUCANÍA Relatos militares 1822-1883 Recopilación e introducción de Sergio Villalobos R. Villalobos R., Sergio (Recopilación e introducción) Incorporación de la Araucanía/ Sergio Villalobos (Recopilación e introducción) Santiago de Chile: Catalonia, 2018 ISBN: 978-956-324-166-2 ISBN Digital: 978-956-324-187-7 HISTORIA DE CHILE CH 983 Diseño y diagramación: Sebastián Valdebenito M. Diseño de portada: Guarulo & Aloms Fotografía de portada: Gentileza Mariana Villalobos B. Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, de la editorial. Primera edición: mayo de 2013 ISBN: 978-956-324-166-2 ISBN Digital: 978-956-324-187-7 Registro de Propiedad Intelectual N°228.724 © Sergio Villalobos 2018 © Catalonia Ltda., 2018 Santa Isabel 1235, Providencia Santiago de Chile www.catalonia.cl – @catalonialibros Índice de contenido El punto de vista militar Los autores y sus escritos Diario de la Expedición Militar al Territorio Indio. 1822, Thomas Leighton Memoria del general don José María de la Cruz sobre sus operaciones en la Araucanía. 1849 Campaña de Arauco por la Baja Frontera en 1859. Costumbres y reducción de los indígenas, Bernabé Chacón De la última campaña y repoblación de Angol, en la Araucanía, por el Ejército de Operaciones de ultra Bio-Bío, bajo la dirección del teniente coronel y comandante en jefe, intendente de la provincia de Arauco D. Cornelio Saavedra. Informe sobre la Araucanía que pasa al señor ministro de guerra el comisionado especial, sargento mayor de artillería, don Ambrosio Letelier. 1877 Apuntes de un viaje a la Araucanía 1877, Ambrosio Letelier Memorias de la campaña a Villarrica 1882-1883, Francisco A. Subercaseaux Notas El punto de vista militar La preocupación por los temas de la Araucanía en las últimas décadas ha prescindido en gran medida de la documentación de carácter militar, sea porque los estudiosos han menospreciado el tema bélico o han visto en él solo el aspecto depredatorio. Se la ha utilizado en forma apasionada, sin captar de manera integral los objetivos que movían a la gente de uniforme, donde la voluntad de dominar, no pocas veces se entreteje con planes razonables y no exentos de una templanza humanitaria, por extraño que parezca. El propósito era efectuar la ocupación de la manera menos violenta y cruel posible, aunque en la práctica no resultaría de ese modo. Un conjunto de antropólogos, indigenistas, etnohistoriadores y sociólogos se han abatido sobre los campos del viejo Arauco y los han escrutado con numerosas investigaciones, generalmente con buenas herramientas metodológicas y en un esfuerzo encomiable de trabajo asiduo y entusiasta. Muchas de sus obras, sin embargo, adolecen de vicios insubsanables. El primero es el uso de categorías de análisis basadas en teorías de diversa índole, a las cuales deben adaptarse los hechos concretos. Las de carácter científico gozan de prestigio por el momento y su aplicación descansa en el principio de la deducción, en un dignificante plano intelectual. Nadie se ha planteado que deducción e inducción se alimentan mutuamente, en una perspectiva sin límite, y que no hay aseveración teórica posible cuando los hechos dicen rotundamente, no. Las teorías políticas o filosóficas, en su sentido más amplio, son vicios peores aún, porque tienen una fuerte carga utópica y anímica. Cultivadas con ahínco, se transforman en verdades indiscutibles, que nublan la vista de los afectados y les impiden apreciar cualquier figura distinta. En el fondo, a ellos no les mueve una inquietud intelectual, sino que emplean el estudio y la investigación como armas para propagar su ideología y para llevarla a la práctica. De ahí su concomitancia, en el área que nos ocupa, con grupos, tendencias y movimientos nacionales o locales, e influencias extranjeras, que buscan por cualquier medio implantar cuestiones políticas, aunque estén fracasadas a nivel universal. El segundo vicio de magnitud es el desconocimiento de los aportes que les han precedido, en un doble afán. Por una parte, hacer a un lado la posición de otros investigadores porque no conviene a la propia. Además, existe el deseo de aparecer como expositor original, que por primera vez enfoca un tema. En ambos casos hay una falta de honestidad intelectual. Sobre esta materia podríamos extendernos largamente, porque los ejemplos son innumerables. En forma amplia, digamos, hay investigadores que suelen desconocer los numerosos aspectos tratados en las primeras obras referentes a la moderna visión de la Araucanía como espacio de frontera. Aquella fue una renovación fundamental, iniciada en 1982, que desató una preocupación activa en nuevos estudios, que siguen apareciendo hasta el día de hoy, estén de acuerdo o no con la tesis de las “relaciones fronterizas” en contraposición a la idea de la guerra permanente y el choque absoluto. En lugar de hacerse cargo de aquel enfoque, se prefiere ignorarlo, porque no puede ser rebatido o porque no conviene a la interpretación ideológica. Muchas son las obras que han caído en este pecado. La lista de los temas ocultados es también muy larga. A manera de ejemplo, mencionaremos los siguientes: —Predominio de la paz a partir de 1662, con excepciones de alcance menor y muy espaciadas en el tiempo; aunque la lucha se reactivó al finalizar el período de la Independencia y al producirse la incorporación definitiva. En todo caso, la situación fue siempre de roce latente. —Aceptación de la dominación en tribus araucanas importantes y cercanas a la línea fronteriza y aun del interior. Colaboración muy activa de esas agrupaciones, los “indios amigos” en la guerra contra sus hermanos. —En ocasiones, unas tribus solicitaban el apoyo militar de los cristianos para combatir a otras, sus rivales. —Depredaciones, robo y captura de mujeres y niños de otras tribus por parte de los indios amigos, muchos de los cuales eran vendidos como esclavos a los hispanocriollos, de acuerdo “a la usanza”, o sea, su costumbre. —Interés por los bienes de los dominadores: hierro, aguardiente, armas, uniformes, géneros, adornos y animales. —Transformación de la economía indígena por la adopción del caballo, el vacuno, la oveja y el cerdo, y el suministro de hierro, géneros, baratijas, moneda, colorantes y tabaco. Hubo una prosperidad general que en muchos lugares era notable poco después de la Independencia. —Realización de un comercio muy intenso con los dominadores, que adquirió formas estables. —Hacia 1859 alrededor de trescientos mercaderes recorrían anualmente la Araucanía. Cerca de catorce mil chilenos se hallaban establecidos junto a las tribus hasta el Malleco y otros tantos en el litoral de Arauco siendo muy escasa la población indígena en esas localidades. —Los araucanos no solamente fueron despojados de sus tierras, sino que en parte las vendieron. —Un mestizaje intenso se realizó desde los tempranos años de la Conquista. A fines de la Colonia los llamados araucanos eran mayoritariamente mestizos. Ese proceso se intensificó y puede afirmarse que los llamados “mapuches” son mestizos de araucanos, tanto en el sentido físico como en el cultural. —La aculturación se inició también tempranamente, sin abandonar completamente el admapu y sus instituciones. La adopción del castellano, el deseo de aprender a leer y escribir y el uso de nombres castellanos, han sido tendencias permanentes. Al mismo tiempo, cambiaron costumbres, manteniendo otras. —El deseo de adaptarse al trabajo y las formas de vida de la sociedad dominante ha sido claro desde el siglo XIX y un gran número ha cumplido ese propósito, incluido el acceso a funciones profesionales y cargos públicos. Vivir en las ciudades ha sido una meta importante y la mayoría lo ha logrado. —Desde la incorporación oficial de la Araucanía, el Estado ha desarrollado una política a favor de los mestizos araucanos, traducida en establecimientos educacionales, servicios de salud, protección judicial, preservación de sus tierras, apoyo técnico, vigilancia policial y obras públicas, todo lo cual, si no ha dado resultados suficientes, se debe a la escasez de los recursos en una nación modesta que debe atender iguales problemas en todo el territorio del país. —Los “capitanes de amigos”, que existieron desde el siglo XVII al XIX, estuvieron encargados del trato con los principales caciques y desempeñaron ciertas funciones junto a ellos. —Diversos caciques eran investidos como “caciques gobernadores”, quedando formalizada su colaboración; tenían asignados sueldos de bajo monto. —En el siglo XVIII y probablemente hasta años posteriores, cierto número de indios estuvieron incorporados a las filas del Ejército. —En las décadas de 1840 a 1860 hubo una etapa pacífica de colonización espontánea. —La acción oficial iniciada en 1860, tuvo una intención pacífica, que pronto condujo a las tareas bélicas. —Muchos caciques y sus reducciones, desde los años de la Independencia colaboraron con el avance de las fuerzas del Estado. Tales son los principales hechos que caracterizaron las relaciones fronterizas, que numerosos antropólogos, sociólogos, etnohistoriadores e indigenistas, se han negado a reconocer, aunque unos pocos se han apropiado de algunos de ellos pro domo sua . Quienes hacen la vista gorda son llevados por un ánimo “tremendista”, que solo ve la guerra, la violencia y la destrucción y se niegan a reconocer los aspectos positivos que gestaron una nueva realidad. Aceptar los aspectos constructivos sería traicionar el espíritu combativo de antes y de ahora, deteriorar un arma de lucha “ancestral” y restar un ethos beligerante al descontento y las asociaciones impulsadas en la actualidad. Ello es inaceptable para intelectuales que se estiman progresistas y se sustentan en esa postura. En privado puede que reconozcan la gravitación de las relaciones pacíficas; pero ante un auditórium juvenil y frente a sus pares, sea en clases, conferencias, seminarios y paneles, mediante “ponencias” e intervenciones animosas, retoman la postura bizarra del tremendista. No pueden arriesgar su prestigio y los beneficios para su carrera personal. En años recientes el señor Jorge Pavez, investigador de ideología extremista, miembro de la Universidad Católica del Norte, publicó Cartas Mapuche [sic], cuyo material es valioso, pero con una introducción que contradice completamente la documentación recopilada. Efectivamente, en forma muy estructurada e insistente, el estudioso plantea que los indígenas araucanos no derivaron a un mestizaje ni vivieron un proceso de aculturación. No se habrían transformado. Sin embargo, las cartas que ha publicado demuestran exactamente lo contrario, dejando en claro que la incorporación a la cultura y la sociedad dominantes era un hecho y que existía el deseo de asimilarse. Si las cartas no fuesen suficientes, hasta las fotografías que incluye el señor Pavez son prueba de un proceso integrado muy avanzado. Pocas veces en la historiografía se ha dejado una incongruencia y la documentación en que descansa. Es una muestra clara hasta donde puede llegar la obsesión ideológica. Otro autor, el francés Guillaume Boccara, de la misma ideología del señor Pavez y ligado también a la Universidada Católica del Norte, ha publicado un libro titulado Los vencedores , para referirse al pueblo mapuche durante la Colonia, aunque traspasa ese límite cronológico y llega hasta el día de hoy con sus mensajes. La obra tiene interesantes puntos de vista y utiliza en parte la “historia fronteriza”, aunque no comprende su carácter circunscrito y la critica por no englobar a cabalidad la realidad indígena. Pero el hecho más desconcertante es que “los vencedores” no aparecen como tales, porque en definitiva no lo fueron, sino que terminaron dominados, transformados y adaptados social y culturalmente. Es decir, transformados por una vida fronteriza en que, más que las armas, influyeron las relaciones pacíficas. Una vez más, ha primado la obsesión teórica e ideológica. El planteamiento que hacemos en estas páginas corre el riesgo de ser interpretado equivocadamente, porque cada uno ve lo que quiere ver. De ninguna manera estamos negando que hubiese una lucha despiadada en ciertas etapas, con todas las crueldades y odios que conocemos sobradamente; sino que estamos afirmando que junto con ello y a veces en largos períodos, existieron importantes relaciones pacíficas. Hacemos esta aclaración porque un investigador de la historia fronteriza nos comentó, en una ocasión, que cómo podíamos desconocer la gravedad de la lucha y atenernos únicamente a la convivencia. Tal opinión era sorprendente, porque jamás hemos negado la fiereza de la lucha y los abusos sin cuento que marcaron la vida fronteriza. Ello consta en varios de nuestros libros, artículos en revistas científicas y textos escolares, de modo que ningún investigador debería ignorar nuestro parecer. Bastaría echar un vistazo a Vida fronteriza en la Araucanía o a la Historia del pueblo chileno , que supuestamente todo especialista en el pasado fronterizo debería conocer. Con todo, creemos que el problema va por otra parte. Los investigadores, cautivos de sus obsesiones, no entienden lo que no quieren entender. Leen sin leer. Entre las deformaciones que afectan a la historia de la Araucanía se encuentra la creencia de que durante el siglo XIX el Estado y la clase política propiciaron una acción militar destinada a imponer a sangre y fuego la dominación de ese territorio. No obstante, en el debate público y en los planes oficiales no se percibe esa intención, aunque no puede negarse que algunas personalidades y sectores estimaron que solo el duro empleo de la fuerza sometería a los nativos. Bastaría pensar en el Informe del visitador judicial de la república , debido a Antonio Varas, elaborado por acuerdo de la Cámara de Diputados y presentado a ella en 1849, para estimar que se buscaba comprender los problemas de la Araucanía y la forma de ejercer la soberanía sin provocar un trastorno. En una de sus consideraciones más luminosas, Varas exponía: “... por muy dudosos que fuesen los resultados, no queda otro partido que trabajar en la civilización de los indígenas, si se desea incorporar realmente al Estado el territorio que ocupan. Cierto es que no falta quien para este fin señale el uso de la fuerza. Personas muy conocedoras de los indígenas y de la frontera, me la han indicado como el medio más eficaz de reducirlos; pero debo decir en honor de ellas, que ninguna opina porque se adopte. Ven que la conquista sería una flagrante injusticia, y por más que la crean conveniente, no osan ni siquiera aconsejarla. Y aun en el terreno de la convivencia, no se presenta tan libre de graves objeciones. Es verdad, que por la fuerza se impondría la autoridad del Estado en los territorios que a los indígenas se quitaren, pero a costa de muy duros sacrificios. Y además, el indígena, abandonados sus territorios, se guarecería en las cordilleras, y desde esos puntos haría al país una guerra de bandidaje, hasta que no se lograse su completo exterminio”. La incorporación por medios pacíficos que proponía Varas y que fue el predicamento de los estadistas, era un propósito ideal, que solo pudo realizarse a medias, porque el choque violento era inevitable y asimismo los abusos y desmanes cometidos por los tipos fronterizos, difíciles de contener por la autoridad. La ocupación definitiva de la Araucanía se desarrollaría a partir del alzamiento de 1859 inducido por caudillos políticos chilenos contrarios al gobierno y plagas de bandidos que pululaban entre los indígenas. Hasta aquel año se había producido una colonización espontánea, sin apoyo de las armas, en las tierras inmediatas al sur del Biobío y en el sector del centro de Arauco. El resultado había sido halagüeño, había una convivencia tranquila con los nativos, muy escasos en número, sin que dejase de haber abusos. La producción agroganadera se había arraigado de manera muy significativa y se conectaba con la economía nacional. La rebelión arrasó con todo aquello y de la manera más sangrienta y despiadada, causando indignación en el país. Sin embargo, no hubo una resolución desmedida del gobierno, limitándose a poner orden en el sector amagado y a permitir algunas incursiones punitivas. Tres años más tarde se inició la ocupación militar para recuperar el territorio arrasado, bajo la idea de efectuar la pacificación o restablecer la paz como había existido anteriormente. De ahí la expresión “pacificación” que se empleó por el momento y también más tarde cuando la lucha estalló abiertamente. Al aprobar los fondos correspondientes, el Congreso estableció que de acuerdo al plan gubernativo el objeto no era “declarar la guerra a los araucanos”. Ese predicamento fue comunicado a Cornelio Saavedra por el Ministerio de la Guerra cuando se le designó, en 1861, Jefe del Ejército de la Frontera con encargo de avanzar al sur del Biobío. ¹ La intención fue ratificada en diversas oportunidades. El presidente don José Joaquín Pérez, el 30 de octubre de 1861 comentaba al general José María de la Cruz: “Yo creo que es obligación del Estado proteger y amigar a los chilenos que antes de la última guerra cultivaban pacíficamente una parte de los campos situados al sur del Biobío. Pero no se nos ha pasado por la imaginación siquiera la idea de guerra, sino que, al contrario, queremos que a todo precedan tratos y parlamentos con la gente araucana para persuadirlos que queremos vivir en paz y buena amistad con ellos”. Más adelante agregaba: “los gobernantes deben constituirse tutores y defensores de los indios, reconocer en ellos ciertos derechos, y comprarles lo que se necesite para la fundación de las colonias. El presidente Aníbal Pinto fue partidario de un trato pacífico, pero le parecía difícil de mantener y creía que la solución sería la conquista. Domingo Santa María, por su parte, antes de ser presidente, manifestaba su rechazo a la violencia y apoyaba la idea de “avanzar pacíficamente; dar seguridades y confianza al indio; y reforzar nuestras poblaciones fronterizas, de manera que no se hagan estériles nuestras conquistas. Nada de opresión, ni de robos, ni de incendios, ni de depredaciones. El indio hará lo que el hombre culto; se defenderá desesperadamente y morirá sin lanzar un quejido.” ² El planteamiento de los gobernantes y políticos no siempre conformó a los funcionarios civiles y militares que conocían de cerca la realidad fronteriza y hubo opiniones verdaderamente duras, que propiciaban la violencia en todos sus alcances. Deseamos que se nos entienda bien y se lea en forma adecuada. Nos estamos refiriendo únicamente a los propósitos de las autoridades superiores y de los estadistas preocupados de los asuntos fronterizos. En todo caso, nos parece que los esfuerzos oficiales no fueron inútiles y que pese a la lucha hubo una tarea constructiva en la vida de la nación. Hace algún tiempo, los profesores Luis Carlos Parentini y Patricio Herrera, en un artículo titulado Araucanía maldita: su imagen a través de la prensa (1820-1860) , publicado en el número 16 del Boletín [sic] historia y geografía , en forma muy bien documentada, han explicado el fenómeno de la imagen negativa en la prensa de la época, cuyo efecto era indudable en la naciente opinión pública. Sin embargo, para situar bien el tema es indispensable señalar que la imagen terrorífica descrita debe ser contrapesada con la opinión de la elite y de la clase política que, no obstante algunas opiniones despectivas, consideró con mayor altura el problema de la Araucanía. Por sobre todo preocupaba la integración final de la Frontera con la menor dureza y efusión de sangre. Tales opiniones estuvieron en el debate público y el Estado procuró actuar con la debida prudencia, pese a que los hechos se desarrollarían con crueldad. Se trata de imágenes y opiniones y no de las acciones mismas, que caerían en la vorágine de lo irracional por ambas partes. Es justo señalar, también, que no siempre los órganos de la prensa sustentaron una imagen terrible de la Araucanía. Bastaría ver las páginas, algo más tardías, de El Meteoro de Chillán , El Ferrocarril de Santiago y El Mercurio de Valparaíso para tener opiniones mucho más moderadas y una crítica sobre las operaciones militares. En fin, por lo menos hay que comprender que hubo opiniones negativas y también positivas. En el mismo número del Boletín mencionado, el profesor Leonardo León aporta con penetración y buena búsqueda el papel desempeñado por los mestizos en el bandolerismo fronterizo. Su artículo, titulado Los bandidos del arcaismo: criminalidad en la Araucanía,1880-1890 , prueba que la violencia que siguió a la integración del territorio se debió mayoritariamente a elementos del bajo pueblo, criminales que asolaron la región no solamente con el robo, sino también con asesinatos crueles e inútiles, violaciones y estallidos de vesania. El desorden se debió a ellos y no a los indígenas ni a los agentes del Estado. Sus víctimas fueron los colonos y los nativos. Esa tendencia fue ya denunciada por Cornelio Saavedra, recién iniciado el proceso del avance oficial, al mencionar indignado la existencia de “tanto bribón fronterizo”. En ese cuadro, los militares y los agentes del Estado procuraron ordenar la situación, aunque también eventualmente fueron contaminados por el ambiente. Años más tarde, el pastor suizo Francisco Grin, publicó Nos compatriotes au Chili (Lausana, 1887), que sería editada en castellano, en Chile, el año 1987. En esa obra, el pastor describió su viaje y aventura por la Araucanía, y dejó testimonio de la situación fronteriza. Los indígenas vivían pacíficamente y a pesar de los trastornos que habían sufrido, tenían una perfecta convivencia con los colonos, comerciando con ellos y trabajando en sus propiedades. Quienes perturbaban la situación eran los buscavida y delincuentes chilenos, que sembraban el terror con sus robos y asesinatos. Puede inferirse, además, que los mestizos de araucanos eran víctimas de ese desorden, que las autoridades locales, carentes de medios, no podían detener. La realidad de la Araucanía es más compleja de lo que se ha creído. Los informes militares que hemos recopilado presentan un cuadro claro de la situación de la Frontera entre 1822 y 1883, es decir, desde los días finales de la Independencia hasta la incorporación definitiva. En ellos se encuentra la lucha descarnada en los comienzos, con ejemplos realmente atroces por ambas partes, como asimismo una visión de la existencia de los indígenas, sus costumbres y la relativa prosperidad económica que habían alcanzado. Pero lo más notable, que los tremendistas estarán obligados a reconocer, son los propósitos civilizadores de los jefes militares, sus deseos de elevar la condición cultural y material de los aborígenes y de extender los beneficios del progreso junto con el imperio de la soberanía nacional. Todo ello como se le entendía en el siglo XIX. En aquel sentido, los militares aparecen como verdaderos estadistas, bien intencionados y de espíritu elevado, que buscaban los mejores medios para llevar a cabo su tarea. Se preocupaban del orden, trataban de emplear de la mejor manera los recursos del Estado, resguardar los bienes materiales, efectuar obras públicas que facilitasen el transporte y favorecer con cualquier disposición la existencia de las comunidades mestizas araucanas y de colonos chilenos espontáneos. En la realización de esas tareas, que cumplieron en gran medida, tropezaron durante algunos períodos con el acontecer bélico y debieron emplear la espada.

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